Paco Stanley, 20 años después de su muerte
La televisión está encendida. Se escucha un fondo musical con melodía de triunfo. En la escena se observan dos hombres dentro de un camerino, uno de ellos sentado frente a un espejo y el otro, de pie y a su lado, indicándole con la mano en dónde debía firmar unos papeles que estaban en la mesa del tocador. Segundos después se superpone una imagen que entra en disolvencia: un hombre de traje, corbata de moño y actitud seria, quien enseguida dice: “La carabina de Ambrosio en su veterana sección Mercado de Lágrimas, presenta un capítulo más de Suerte Pobre Rico -hace énfasis en este título-, un drama interminable salido de la pluma de Carlos Lago de Tos. Veamos.” El hombre desaparece de nueva cuenta en disolvencia, la música de fondo se intensifica y el drama a escenificar comienza (Ambrosio, 2016).
Solemne, mirando directo a la cámara, dirigiéndose de frente a un público dispuesto a reírse de la tragicomedia presentada, Paco Stanley introducía de esta manera a una de las secciones más exitosas del programa La carabina de Ambrosio (Televisa) entre 1985 y 1986, del cuál en esas mismas fechas fungió también como anfitrión, anticipando los múltiples espacios tanto televisivos como radiofónicos y teatrales que conquistaría años después. Y este título, “Suerte Pobre Rico”, bien pudo ser el nombre del propio Mercado de lágrimas del afamado y querido conductor mexicano quien justo hace dos décadas fue asesinado a plena luz del día un 7 de junio, fecha en que se celebraba la libertad de expresión en nuestro país.
Francisco Jorge Stanley ingresó al mundo de los medios de comunicación tras haber estudiado la licenciatura en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una maestría en Letras; lo hizo a principios de los años setentas como conductor radiofónico de la estación XEX, en un programa para niños llamado Capitanes infantiles. De la radio dio el brinco a la televisión donde incursionó en Nuestra gente, espacio de variedades en el que también se encontraban Verónica Castro, Janet Arceo, Jorge Alberto Riancho, entre otras futuras personalidades; después participó en Alegrías del mediodía y La mujer ahora para después formar parte del clásico de la televisión El Club del hogar, revista vespertina que dio inició en 1951 en Canal 4 donde se presentaban secciones, entrevistas, segmentos musicales y muchas marcas anunciantes a la hora de la comida.
La dinámica del programa El Club del hogar que condujeron Daniel Pérez Arcaraz y Francisco Fuentes era la de un conductor que hacía las veces de presentador y entrevistador (Pérez Arcaraz) y un patiño, en este caso un actor que representaba a un indígena, mismo que hacía las menciones comerciales (Francisco Fuentes), y cuyo personaje era conocido como Madaleno. Para los más críticos de esta emisión, como Florence Toussaint del semanario Proceso, El Club del hogar “simplemente repitió la fórmula del infantilismo, la estupidez que llega a la oligofrenia y el servilismo del así caracterizado indio. “El pata rajada” como le llama su compañero de set, pertenece a una clase y a una etnia inferior. Se le dan órdenes, se le regaña y no se le tiene el menor respeto.” (1982). Y es que de eso se trataba la dinámica entre conductor y patiño: el del micrófono, el bien vestido, hace escarnio de quien representa cierta inferioridad en la pantalla, un estilo de hacer televisión legendario que Paco Stanley, quien ingresó al programa tras la muerte de Daniel Pérez Arcaraz, aprendió a la perfección.
¿Quién nos entretiene?
Si uno ingresa a cualquier buscador en la red y escribe el nombre de Paco Stanley muy posiblemente todos los resultados arrojados (o la gran mayoría) tendrán que ver con su asesinato, con los rumores, teorías y aseveraciones sobre la posible causa de su fallecimiento, declaraciones de los implicados o de sus hijos, y las diversas críticas que mereció la cobertura mediática en torno a este acontecimiento, de lo cuál nos ocuparemos párrafos más adelante. Pero poco existe sobre la vida del conductor, sobre su carrera dentro de la televisión, sobre su paso como pieza fundamental en un formato televisivo que parece no ser muy tomado en cuenta más que para la crítica mordaz: las revistas de entretenimiento, y en su caso, sobre todo aquellas dirigidas a toda la familia en horarios de mediodía y vespertinos.
El académico Jesús Martín-Barbero aclara mejor lo que trato de decir: “llevo años preguntándome por qué los intelectuales y las ciencias sociales en América Latina siguen mayoritariamente padeciendo un pertinaz “mal de ojo” que les hace insensibles a los retos culturales que plantean los medios, insensibilidad que se intensifica hacia la televisión.” (1999, pág. 17). Así, en este espacio asumiré el reto de ir más allá para indagar en algunos aspectos que me parecen dignos de reflexión respecto a este polémico personaje y el papel que jugó como representante de una época y de un formato.
Mi primera curiosidad, después de escuchar muchos videos de Youtube con testimonios de afecto hacia Paco Stanley, además de leer los comentarios de aquellas personas que siguen manteniendo en su recuerdo una buena opinión hacia él, es si realmente sabemos quiénes son las personas que nos entretienen. O más allá de eso, si los respetamos y queremos por encima de quienes son esas personas. O si únicamente nos interesa el personaje que recibimos desde la pantalla. O si su vida privada nos mueve de tal manera que terminamos odiando aquella figura una vez que se descubre su ser interior.
No es necesario pensarlo únicamente con el señor Stanley; es cuestión de cerrar los ojos e imaginar en este momento en quiénes despositamos la confianza de entrar a nuestra vida para que, desde cualquier pantalla, nos haga pasar un buen rato. Puede ser un youtuber, puede ser algún comediante o standopero de Netflix, puede ser alguien a quien seguimos por Instagram, incluso puede ser alguien a quien vemos por televisión. ¿Realmente sabemos quiénes son? ¿Realmente nos importa? ¿Sirve de algo conocer su vida privada si eso pertenece al ámbito de lo estrictamente privado? ¿Realmente nos descorazonó tanto ver los documentales que acusan a Michael Jackson sobre lo que pudo —o no— haber hecho cuando no estaba grabando un disco o sobre un escenario que por eso quemamos sus discos y dejamos de reconocer su valor dentro de la industria musical? En pocas palabras la pregunta no es qué nos entretiene sino ¿quiénes nos entretienen?
El académico colombiano Omar Rincón ha indagado en torno a la lógica del entretenimiento, rasgo particular de los medios de comunicación que, asegura, han erigido una cruzada en contra del aburrimiento bajo la promesa de que toda vida puede ser divertida, y si esto no fuera así, ellos (los medios) puden llevarnos a escapar de nuestros problemas diarios a partir de narrativas que producen seducción, conformidad, afectos y saberes. Estas narrativas están hechas de fórmulas, defendidas por sus creadores, que van desde lo divertido, lo perezoso, lo efectista, lo facilista, lo superficial, lo banal y predecible, lo que divide al público entre aquellos que ven como negativos estos rasgos y aquellos que simplemente las disfrutan, es decir, la valoración masiva (Rincón, 2006).
La fórmula del entretenimiento de los programas de revista no fue exclusivo de Club del Hogar; a mediados de los setenta se emitió en la televisión un programa llamado Sube, Pelayo, Sube, conducido por Luis Manuel Pelayo, una emisión de concursos entre familias donde de alguna manera se humillaba a los concursantes, situación que provocada las risas del público en vivo y que era alentado por el conductor y elementos de la producción, mientras se veía cómo los concursantes se esforzaban sin logar su objetivo. Pero no hago mención de esto para provocare el juicio implacable, sino para evidenciar que las fórmulas que aún hoy en día seguimos encontrando no sólo en la televisión sino en las producciones de internet (y no sólo en América Latina, sino en países como Japón), fueron la escuela de Francisco Stanley, quien bajo estas lógicas en combinación con una personalidad sumamente carismática (también heredada de otro de sus maestros, Paco Malgesto), una gran agilidad mental y una presencia que las cámaras captaban y amaban, lograron crear su propio personaje: Paco Stanley, Paco Pacorro, de los conductores el más cotorro. Ese hombre que además de entretener y hacer reir anunciaba marcas de manera prodigiosa (¡y vaya que vendía bien!), nada que un influencer de hoy no haga en sus instastories o en otras redes sociales.
Tras la cancelación La Carabina de Ambrosio, Paco fue llamado a colaborar en un segmento de espectáculos del canal informativo de Televisa, Eco, en el que estuvo junto con la periodista Arlette Garibay en 1988. Pero al comenzar los años noventas se estrenó como conductor estelar de su propia emisión: ¡Ándale!, una versión con mayor presupuesto del segmento en Eco, además de estaba en un mejor horario, contaba con músicos y público en vivo, así como la colaboración de Benito Castro y María Elena Saldaña, La Güereja. Además, recuperó algunas secciones del Club del Hogar, como las palabras de Jorge Gutiérrez y Espinoza alias “Polillita” y trajo a las nuevas generaciones cánticos como El Gori Gori, popularizado por su estribillo de inicio “Los timbales del cura de Villalpando”.
En 1993 ocurrió una fusión entre el programa de Stanley con el infantil TVO, lo que se convirtió en Llévatelo, una producción de Enrique Segoviano (veterano productor de concursos en Televisa) en donde Paco compartió micrófono con Gabriela Ruffo. Dos años después regresa al formato de revista con Pácatelas, donde más que innovar, repite exitosamente la fórmula de los cánticos auto alabatorios (cantarse a sí mismo “qué lindo soy, qué bonito soy, cómo me quiero” mientras coqueteaba, dentro y fuera de la pantalla con sus edecanes y todo a pesar de su evidente exceso de peso), así como la interacción con el público, tanto en vivo como aquellos que se comunicaban de manera telefónica, que conociendo las dinámicas del conductor aguantaban toda clase de comentarios que en muchas ocasiones reabasaban, por milímetros, el tono de comedia para alcanzar la burla en televisión nacional.
Sin embargo se trataba del mismo Paco (tal vez de Francisco) quién entre broma y broma gustaba de declamar poemas diversos en sus emisiones. Y ahí su expertis práctico se combinaba con su base académica, ya que contaba con una maestría en Letras que aportaba un equilibrio al entretenimiento banal, que fue bien recibido por el público y mejor capitalizado por el conductor ya que esto lo llevó a incursionar en otra industria: la de la música, al grabar tres discos puramente de poemas.
Retomo los estudios de Omar Rincón (2006) sobre el entretenimiento, esta vez a partir de un cuadro comparativo donde intenta ilustrar la oposición de este concepto contra el arte y lo culto. El autor va describiendo ciertas categorías como objetivo, interlocutor, creación, actores y valores, desde las perspectivas del arte y del entretenimiento. Lo relevante en este caso es cuando describe a los actores: si bien en el rubro del arte éstos son descritos como personas cultas, ilustradas y con buen gusto, en el apartado del entretenimiento figuran de la siguiente manera: “El gusto de lo nuevo popular, de clase media, constituído por sujetos producidos “al estilo” de la sociedad de consumo, ese ser ascendente cuyo único criterio es el dinero, cuya religión es estar en el mercado de los símbolos y cuya cultura se acaba en el nombre de las estrellas del momento” (p. 45).
Aunque ilustrativa, la comparación de Rincón me hace pensar, ¿en dónde encaja Paco Stanley? Considerando que el texto es del año 2006 (tan solo 7 años después de su muerte), muchas cosas ya eran diferentes en este nuevo milenio. Me parece que lo que el autor plantea apunta hacia un concepto donde ya encajaban los productos venidos de los reality shows, vaticinaba el perfil de las estrellas del Youtube, y por supuesto tenían cabida muchas estrellas fugaces de la televisión. Pero me parece, salvo el juicio de quien esto lea, que Stanley sin ser un hombre del Renacimiento bien puede transitar entre una y otra descripción al unísono. Quizás no tenía muy buen gusto, quizá su personaje era quien no lo tenía, quizá se escudaba en Paco para que Francisco, el hombre ilustrado, no resultara aburrido para las masas, aunque sabía bien cómo combinarlos, y así exploró también su faceta como actor al representar durante 15 años consecutivos la versión cómica del clásico literario Don Juan Tenorio.
En el año 1998, tras una larga y exitosa temporada en Televisa, Paco Stanley y su equipo cambiaron de televisora e ingresaron a las filas de Televisión Azteca con dos programas: Una tras otra, revista matutina cuyo nombre aludía a una de sus frases características (que incluía ademán, como muchas otras), y un programa de variedad nocturno. Todo esto hasta el fatídico 7 de junio de 1999.
A partir de ésta fecha la opinión sobre el conductor/comediante/actor/declamador fue cambiando gracias a la información que los medios de comunicación fueron reportando respecto a las posibles causas de su asesinato. Si bien algunas cosas no eran desconocidas, muchos las ignoraban, como el nexo que Francisco Stanley tuvo con la política al ser militante activo del Partido Revolucionario Institucional, el cuál impulsó su candidatura a un cargo público del entonces Distrito Federal, situación que explica por qué en su funeral aparecieron muy diversas figuras del ámbito político.
Un hombre que se dedicó al entretenimiento familiar se diversificó hasta el punto de ser portada de la versión mexicana de la revista Playboy, misma que emulaba su versión estadounidense en la cuál figuraba el entonces magnate y hoy presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump. Un hombre que mantuvo en secreto, hasta el día de su muerte, hijos, negocios, y gustos, como el que se dice tenía por las drogas.
Y fue después del 7 de junio de 1999 que la línea entre lo público y lo privado de Francisco Stanley comenzó a fusionarse. Habermas dice: “La esfera íntima, otrora el centro de la esfera privada, retrocede por así decirlo, a su periferia en la medida en que comienza a desprivatizarse” (1994, pág. 181). La vida de Stanley, a partir de su muerte, se desprivatizó haciendo irresistible para esa gran masa que antes lo admiraba, la posibilidad de emitir una opinión (de cualquier índole) al respecto, bien fuera sobre él o sobre lo que su asesinato significó para otros intereses.
Misógino, burlón, pesado, abusador de su patiño y de quien más se dejara en pantalla; coqueto, patán y exigente. Pero también generoso, amable, trabajador, puntual, divertido y otros muchos adjetivos más que surgen de los testimonios que, a tantos años de distancia, mantienen con vida la polémica figura de Paco Stanley.
La cobertura mediática y lo mainstream
El asesinato de Francisco Stanley en la calle a plena luz del día, a la salida del hoy tristemente célebre restaurante de tacos El Charco de las Ranas, sirvió como pretexto para que los medios privados de comunicación, particularmente Televisión Azteca, comenzaran una fase nunca antes vista en México de golpismo contra el gobierno, y para que investigadores como Fátima Fernández Christlieb encontraran en esta cobertura un interesante objeto de estudio acerca de los mensajes mediáticos y la responsabilidad en sus discursos (2002).
Independientemente de todos los recuentos, notas, videos y demás información que se encuentran al alcance desde la red, el texto de Fernández La responsabilidad de los medios de comunicación ofrece un puntual análisis sobre la cobertura televisiva de aquel 7 de junio y además, propone un modelo sobre corresponsabilidad consciente en este tipo de situaciones de índole periodística que eventualmente impactan en otros discursos dentro del mismo medio. La pertinencia de este libro, especialmente en su primer capítulo, es el detalle minuto a minuto de lo que sucedió en la pantalla de Televisión Azteca, en ese entonces el lugar de trabajo del occiso, en cuanto la noticia se dio a conocer por primera vez en un corte informativo que interrumpió su programación regular, lo cuál ocurrió a las 12:23 a través del periodista Raúl Sánchez Carrillo, y desde entonces la pantalla del canal 13 no dejó de dar seguimiento incluso ocho días después, como lo reportaron algunos periódicos de circulación nacional.
Si bien la autora explica que su corpus es únicamente la televisora del Ajusco ya que fue en donde encontró un mayor número de elementos para realizar dicho análisis de discurso, también reconoce que en cuanto se dio a conocer la noticia ambas televisoras, Azteca y Televisa, “sintieron al muerto como suyo” (Fernández Christlieb, 2002, pág. 30).
¿Pero por qué hacer un estudio sobre esto? La autora enlista una serie de razones que explican bien por qué hasta la fecha, como fue mencionado párrafos anteriores, la muerte de Stanley trascendió más que su vida misma: 1) por la duración del discurso; 2) por los pronunciamientos políticos durante la narración, que incluyeron las palabras de Ricardo Salinas Pliego, entonces director del canal; 3) por el clima de emotividad que se vivió dentro de la televisora; y 4) por la reacción que esta cobertura suscitó entre la prensa durante los días subsecuentes. El discurso pronunciado por todos los actores de la cobertura informativa del 7 de junio de 1999 destaca, entre otros elementos, la postura oficial de la televisora que desde el principio condenó la inseguridad vivída en el Distrito Federal (hoy Ciudad de México), que posteriormente se convirtió en un señalamiento directo en contra de autoridades como Cuauhtémoc Cárdenas, entonces Jefe de Gobierno con aspiraciones presidenciales en la contienda del año 2000.
Conductores como Jorge Garralda, quien dada la emotividad de la noticia tuvo que abandonar el estudio por haber perdido el control de sus palabras, dejó claro cuál iba a ser desde las 12:27 del día (el fatídico tiroteo se dio a las 12:08) la línea a seguir: el anclaje del discurso en la representación social que la audiencia tenía sobre la inseguridad en la capital para, con ello, asumir una postura oficial para culpar a las autoridades hasta pedir su renuncia si no contribuían al esclarecimiento del crimen. Todo en vivo, en televisión nacional, algo nunca antes visto. Todo en pleno día de la Libertad de expresión, por qué no. Para Fátima Fernández, el climax del discurso de aquel día fueron las palabras de Ricardo Salinas, sin manotazos ni exhabruptos pero sí con contundencia, exigiendo seguridad y señalando las fallas de las autoridades, las mismas con quienes los consecionarios de medios del país suelen negociar en privado.
Al día siguiente, en el horario habitual del programa Una tras otra, Patricia Chapoy apareció en un set lleno de flores en donde recibió llamadas del público doliente, hizo enlaces con personajes del espectáculo que hablaron sobre su consternación ante la pérdida de Paco, tuvo enlaces informativos con reporteros tanto de espectáculos como del área de noticias, y recibió la visita de otros conductores de la televisora como Sergio Sarmiento, quién ante las palabras de Chapoy “el clamor popular a partir de ésta situación es que no nos sentimos gobernados”, contestó: “Paty, estamos en una verdadera guerra” (Retrobetamx, 2013). Pero no sería hasta horas después de ese 8 de junio que la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal anunciara, tras la necropcia, que tanto en el cuerpo como en la ropa de Paco Stanley se habían encontrado restos de cocaína.
Y entonces las noticias mezclaron farándula con política con narcotráfico. El discurso del narco fue encontrando ventanas para colarse poco a poco en la televisión abierta mexicana, convirtiéndose en un fenómeno que Frédéric Martel describe como mainstream, es decir, “un medio, un programa, o un producto cultural destinado a una gran audiencia. El mainstream es lo contrario a la contracultura, de la subcultura de los nichos de mercado; para muchos, es lo contrario del arte.” (2014, pág. 23). Veinte años después, luego de leer El Blog el Narco, tras conocer las historias de Teresa Mendoza tanto en libro como en melodrama y luego haber seguido las cinco temporadas de El señor de los cielos por Telemundo cadena norteamericana, la primera de ellas incluso ganadora de un Emmy Internacional, no nos puede quedar duda de que en el umbral del siglo XXI los discursos referentes a los capos de la droga iban a dejar de ser particulares de quienes leían las columnas del periodista Jesús Blanco-Ornelas o consumían por entretenimiento los videohomes de los hermanos Almada.
Lo narco se volvió mainstream y su relación con la farándula comenzó a entreverse de a pocos a partir de la figura de Paco Stanley que, como señala Fabrizio Mejía en su libro Nación TV, una biografía novelada sobre la historia de Televisa, fue amigo de Víctor Iturbe, el Pirulí, un cantante de boleros a quien asesinaron en la puerta de su casa en noviembre de 1987, se dijo después que la causa fue un ajuste de cuentas por deudas de droga. Mejía elucubra que Iturbe, Stanley y el actor Humberto Navarro vendían unas botellitas dentro de los foros de la televisora cuyo contenido servía para trabajar mejor y que, tras la muerte del cantante, el conductor había heredado el negocio. Sugiere además que fue por hacerle un chiste sobre drogas a Emilio Azcárraga que éste lo corrió de Televisa y, siguiendo por el camino de la ficción y las suposiciones, en la segunda temporada de la narco serie El señor de los cielos se plantea un nexo entre el actor/patiño de un conductor de televisión llamado Pepe y Víctor Casillas, hermano de Aurelio, a quien en el capítulo 82 ejecutan dentro de su camioneta, ubicada afuera de un restaurante mientras Memo, el patiño, sale del baño para encontrarse con el cuerpo recién baleado de su amigo y compañero de trabajo.
El actor que interpretó a Pepe fue Ausencio Cruz, el mismo que muchos años atrás, junto con Víctor Trujillo, recreaban en La caravana la dinámica llevada al extremo de la comedia de un conductor de programa de concursos (Trujillo), que solía humillar al pobre Margarito (Cruz), ridiculizándolo, sobajándolo, haciendo lo posible por jamás darle el premio por el que competía y todo bajo la premisa del espectáculo y el entretenimiento televisivo. Ésa fue la escuela de Paco Stanley, una que se ha ido cambiando y modificando en un siglo donde el escarnio es acusado de discriminación pero, no obstante, sigue siendo una fórmula eficaz para entretener (y sobre todo, para vender) sin importar desde qué pantalla provenga el contenido ni quiénes sean las personas que lo estén generando. Visto así, las cosas no han cambiado mucho desde entonces.