Tierra Adentro
Ilustración por María Magaña.

Tratemos de ignorar, por un momento, la memoria de los últimos meses; aunque lo anterior resulta difícil, pues algunos  científicos dedicados a la investigación sobre las funciones neuronales han declarado que lo vivido durante este tiempo lo recordaremos como un tipo de memoria de destello, es decir, los recuerdos que se crean mediante experiencias traumáticas. El centelleo estará con nosotros el resto de nuestros días.

En mi familia, la demencia senil es algo que acompaña a mis parientes mayores en sus últimos años. Es una condición extraña, parece como si vivieran en medio de una neblina densa, muy azul, cuyos vapores no los dejan respirar. Al final, solo un cuerpo, la falta de aliento los une con los demás que un día también se asfixiaron en aquella bruma, sin importar la edad.

En estos meses, mientras a la distancia observo la memoria y pérdida de mis familiares, también me acuerdo de la vida antes del encierro; me pregunto cuál será la última canción que escucharé cuando el aliento comience a faltarme, o si la densidad azul me impida reconocer los rostros de mis seres amados. Pienso que definitivamente mi cerebro me llevará a las notas de blues y la voz potente de una de las mujeres más importantes en la historia de la música: Janis Joplin.

En el momento en que la pandemia comenzaba a enmarcar esta nueva década, Janis Joplin hubiera cumplido 77 años, pero una cantidad inexacta de aquella neblina azul embriagadora —fulminante— la apartó de nuestra vida hace cincuenta años.

 

Destellos sobre la necesidad de sentirse amada

Janis Joplin nació el 19 de enero de 1943, en el seno de una familia conservadora del pueblo texano Port Arthur. Desde muy pequeña su mirada inquieta y su cabellera enmarañada la invitaban a salirse de las estructuras rectas; la mantuvieron como el blanco de las miradas y los dedos que solían señalarla, como una chica que no se comportaba según las normas. Sus padres no eran la excepción, así que de alguna manera, ella movió la primera pieza del tablero hacia la búsqueda de unos brazos amorosos que la apreciaran con la misma explosión, dulzura y encanto que emitía desde su voz.

Para la década de los cincuenta y en plena posguerra, las prácticas, las reglas —la coerción en sí— eran aquello que formaba la estructura de las buenas costumbres, aquel entramado grueso, inflexible que las familias se encargaban de tejer. Incluso después de haberse separado, los vástagos tenían la tarea de seguir con tal hilado, que representaba la reproducción exactas de aquellas prácticas.

En ese contexto y con la ya por demás sabida actitud irreverente y contracultural de la cantante, Janis no tenía otra opción que huir y rescatarse antes de que el tufo a petróleo y las porristas de cabelleras rubias le robaran la potencia de su voz que no fue comprendida, ni siquiera, en los bares folk de Austin. Así que un día decidió irse a San Francisco, con el corazón en las manos, dispuesta a dárselo a quien pudiera acallar las voces de rechazo. Tomó su valija y se dispuso a crearse otro guion.

Pero la neblina nunca se aparta.

 

La ambición no es un Mercedes-Benz

De alguna forma todas buscamos lo mismo: la libertad y el amor. Lo segundo resulta ya de por sí escabroso, porque justamente la libertad nos exige replantear la idea del amor y del sexo. Desde el feminismo intentamos romper con el amor reconocido como “romántico”. Por lo que se espera que ahora pueda sentirse y entenderse como el ejercicio de prácticas igualitarias, fuera de violencia de cualquier tipo, incluyendo la económica.

Sin embargo, la pedagogía del capital sienta sus bases en la construcción siniestra  de roles de género, en los que las niñas son vistas como entes hechos para el cuidado —del hogar o de quien haga falta— y la reproducción bajo los esquemas de las buenas costumbres. En cuanto a los niños, el sistema dice: “que hagan lo que quieran”, lo que resulta violento para ellos mismos.

Por eso el deseo de posesión de personas y objetos, encubierto de amor y de carencias afectivas, es la materia de la que se engrosa ese tejido que hiede y no deja ver ni ser las cuerpas de millones de mujeres y sus deseos. Y también por eso Janis sacó las palabras con su filo pulido desde las voces afroamericanas, con quienes se hermanaba —Billie Holiday, Bessie Smith, Odetta Holmes— y obtuvo la fuerza necesaria para enfrentar su destin.  Joplin vivió el rechazo, básicamente por ser una mujer libre, lo que en términos de una vida dedicada a la música tampoco significaba un viaje amable o tranquilo.

Resulta muy conocida la entrevista en la cual Janis habló sobre la ironía que representaba sentir que arriba del escenario le hacía el amor a más de 25 mil personas, y luego llegaba a la cama sola. En plena ola hippie, donde el amor libre, la psicodelia y, hay que decirlo, la vasta experimentación con diversas drogas, un espíritu como el de la intérprete de himnos del verano en California: “Me and Bobby Mc Gee”, “Summertime” y “Little blue girl”, no sería la excepción de tirarse de lleno a la experiencia del amor de su época.

Cincuenta años después, resulta común que diversos medios intenten recordarla con adjetivos que regresan al hedor del tejido coercitivo, entre los que se encuentran autodestructiva, salvaje, “vida trágica”; estas formas regresan hacia las memorias de las buenas costumbres, de las células aún activas en Texas del Ku Klux Klan.

El miedo a la libertad es algo que el capital, el racismo y el heteropatriarcado se han encargado de difundir; ante esas circunstancias, la contracultura, las manifestaciones de amor frente al terror belicista, el gusto por el sexo y la visibilidad de su cuerpa, siguen construyendo a Janis Joplin como una mujer incomprendida, mal portada —una niñita que no sigue las reglas— o una mala influencia para la juventud, incluso aquí en México, cuando en realidad, ella era una joven que buscaba el amor.

En el documental, Janis Joplin, little girl blue, (2015), la  directora y también guionista, Amy Berg, presenta una historia distinta de la que conocemos. Se relata la vida de Joplin mediante los testimonios de sus hermanos y compañeros de la escuela. Berg también crea una cartografía emotiva mediante las cartas y postales que la bruja cósmica le enviaba a su madre cuando partió hacia California.

Los fragmentos de entrevistas, pero sobre todo, los sueños, los sinsabores y las ganas de estar con alguien —incluso de casarse—, sostienen una mujer real, no aquella criatura mítica y adicta al LSD, sino una joven de veinte años, como miles de jóvenes de aquella época o de esta, donde la falta de contacto físico, la continua violencia en los hogares, no hacen sino dibujar deseos, temores y preguntas sobre sí.

Cuando Janis cimbró el Monterey Pop Festival —aquel donde, como lo cuenta Jesús Francisco Conde de Arriaga, Jimi Hendrix incendió su Stratocaster frente a miles de cuerpos—, la mayoría de  los asistentes escucharían a Janis Joplin por primera vez acompañada de la Big Brother and The Holding Company. Esa noche los fuegos se cruzaron con el deseo de triunfar y el champán. La risa, los viajes y el caballo blanco hecho de alucinógenos, la llevarían a encontrar una parte de lo que buscaba desde su adolescencia, todavía hiriente. Giras, entrevistas, portadas y miles de mujeres y hombres que deseaban ser tocados por su amor, la hicieron escuchar voces extrañas y, después, a Woodstock, tras separarse de la BB.

Esa noche del 17 de agosto de 1969, la niebla azul comenzó a emerger, tanto que aquel esplendor luminoso de la noche del Monterey, donde todos quedaron atónitos, se convirtió en una memoria destello, y ella misma pidió borrar su participación del documental del 1970.

Seguramente con un padre que trabajaba en Texaco, la idea de éxito y ambición fueron una constante dentro de su crianza. Lo tenía ya todo, se lo contaba a su madre, y aunque eufórica, en sus letras no se siente complacida. Pero como lo comenta en una de sus cartas, “la ambición no es una búsqueda depravada de estatus o dinero, quizá es un búsqueda de amor, mucho amor”.

 

Ey, mamá, te lo diré de nuevo

La mañana del 3 de octubre de 1979, Janis visitó el estudio de grabación de Sunset Sound Recorders1Pearl estaba en gestación y tras una noche con Ken Person, la niebla azul lo cubrió todo, Janis comenzó a perderse y su voz y su aliento se unieron al Universo.

Mucho se especula sobre la decepción amorosa, sobre la sobredosis, pero lo cierto es que la bruja cósmica jamás dejo de respirar los vapores azules de la falta de amor, de la tristeza. Yo no la viví, pero la melancolía es un hilo de plata, cuya bruma azul me hace cómplice, ser parte de un grupo, incluso más allá del famoso club de los 27, del cual Janis también forma parte.

Esta mañana, en medio de una crisis mundial, el espíritu de finales de los sesenta me trastoca, duele en la cuerpa y retumba mientras escucho “Maybe”. Pienso que cuando los vapores azules empiecen a asfixiar incluso los destellos, le haré caso a la Bruja Azul y me uniré a su cosmos.

Hey, mama, I tell you again

 

  1. Friedman, Mary, Buried Alive: The Biography of Janis Joplin, Crown, 2011, p. 363.

Autores
(Ciudad de México, 1984) Investigadora, docente, escritora y crítica. Es maestra en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Doctora en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Buenos Aires y ha publicado artículos y reseñas en revistas como Este País, Pliego 16, Fundación, Casa del Tiempo, Revista de la Universidad, Écfrasis, Tierra Adentro. En 2011-2013 fue Becaria de la Fundación de Letras Mexicanas en el área de ensayo y en 2019 fue Becaria Fonca en el área de ensayo. Fue finalista en el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada en su edición 2020 y aceptada por Ucross Foundation para hacer una estancia artística en el verano del 2021.

Ilustrador
María Magaña
(Guadalajara, 1988) es ilustradora y diseñadora. Egresada de la Licenciatura en Diseño para la Comunicación Gráfica por la Universidad de Guadalajara. Desde el 2011 distribuye su trabajo de forma independiente.