El silencio era un puñal que laceraba la garganta del jefe de tropa, ese que arrastraba a Cecilia hasta el improvisado cadalso levantado en los Zunzunes.
Con sangre habrá de hacerse una cruz
en el dorso de tal serpiente y entonces surgirá la princesa
en toda su olímpica belleza en el seno de sus tesoros y
las maravillas de su ciudad.