Sujetarse y obedecer al Rey de España
El 13 de agosto de 1521 cayó Tenochtitlán bajo las fuerzas lideradas por Hernán Cortes, quien combatía en nombre del Rey de España, Carlos I. A nivel popular la Conquista se reduce a esa fecha y ese acontecimiento, razón por la que a los representantes del Estado español les parece ridículo que se pidan disculpas por algo que ocurrió hace cinco siglos.
En sentido estricto tienen razón: es algo que pasó hace mucho, pero fue la forja en que se fundieron los materiales que dieron origen al pueblo mexicano, esto último, por supuesto, siguiendo la retórica nacionalista del siglo XX. Entonces, ¿qué caso tiene la carta que el presidente de México envió al Rey de España para solicitar reconocimiento de los agravios por la Conquista, si, como ha respondido la Casa Real, no podemos juzgar con criterios contemporáneos hechos acaecidos hace cinco siglos?
Antes que nada hay que considerar que la Conquista no se reduce a la caída de Tenochtitlán en 1521. Ese hecho en realidad supuso el fin de la mayor entidad política de principios del siglo XVI —aunque la discusión sobre el tipo de Estado y dominio que ejercía Tenochtitlán sea amplia, es innegable su hegemonía, la hegemonía de la Excan Tlahtoloyan—. Ese 13 de agosto es un parteaguas en la historia de lo que más tarde devendría en la Nueva España o la nación de México, es un antes y un después del desarrollo civilizatorio que se había dado de manera autónoma por milenios.
La conquista, como bien ha señalado Noam Chomsky, es un proceso que continúa, que sigue ocurriendo y que hoy llamamos conflicto Norte-Sur. La conquista permanece luego de esa fecha en términos bélicos —el último asentamiento urbano en ser sometido fue Tayazal, en 1697— y como rosario de tragedias —las guerras chichimecas, la masacre de Acoma, los levantamientos tarahumaras, mayas, zapotecas, mixes y un largo etcétera que abarca los trescientos años de la Nueva España—. Respecto a la enorme pérdida de población en América desde la victoria de Cortés, Tzvetlan Todorov refiere en La conquista de América (2007) que la población de lo que hoy es México se redujo de 25 millones a un millón en tan solo un siglo. Suele objetarse que se trata de estimaciones, y que, en cualquier caso, fueron las enfermedades las que causaron la mayor parte de los decesos; sin embargo, las enfermedades fueron utilizadas activamente por los españoles para contagiar y debilitar a las comunidades con las que entraban en conflicto.
El triunfo armado no fue el único rostro de la conquista: la imposición cultural siguió a las batallas, la negación del pasado y el presente indígena, la apropiación de los productos y tecnologías indígenas que consideraron convenientes los conquistadores. Enrique Servín ha señalado la paradoja de productos autóctonos de México y América que son colonizados como “la calabaza de castilla” o “los nopales de castilla”1. Por su parte Heriberto Yépez deja en claro en La colonización de la voz (2018) la operación cultural mediante la cual al trasponer las lenguas indígenas, en específico el náhuatl, se procedió a colonizar la voz de esas lenguas, de los pueblos que las hablaban:
colonizar la voz de los otros no únicamente significa borrarla sino también seleccionar las fuentes que sobrevivirán, así como editarlas, interpretarlas, traducirlas, tergiversarlas, redefinirlas, cooptarlas, hasta conseguir que esa voz-otra sea compatible, complementaria, ratificante, afín e incluso indistinguible de la voz dominadora.
Entender la Conquista como un proceso y no como un hecho que ocurrió solo en una fecha nos permite entender la razón por la cual sigue afectándonos. Como país, por ejemplo, manifestamos esas heridas por medio del raciclacismo imperante. Los habitantes del Estado mexicano somos herederos de la Conquista —sus hijos, dirán muchos—, sin embargo también somos los continuadores del mismo.
El proceso de conquista fue continuado luego del fin de la Nueva España por la elite del estado-nación de México —antes de la Independencia, aproximadamente la mitad de la población hablaba una lengua indígena, hoy, según el Inegi, siete de cada cien lo hacen—. El conflicto armado de mayor duración en la vida independiente de México fue la Guerra de Castas, que se extendió de 1847 a 1901, así como los enfrentamientos contra los yaquis, los nahuas de Guerrero, los zapotecos y los huastecos. El despojo a las comunidades indígenas continuó y se ha perpetuado, tanto así que causó el levantamiento de 1994 en Chiapas. En ese sentido es importante la solicitud de perdón que el presidente Andrés Manuel López Obrador hará a los pobladores originarios —acto de importancia simbólica que se ha de corresponder con el respeto a esas mismas comunidades—.
El presidente de México invitó al Rey de España a acompañarlo en ese acto simbólico. La Casa Real contestó a esa carta que: “La llegada, hace 500 años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas.” Sin embargo España ha realizado actos simbólicos encaminados a resarcir algunos de los actos de la Corona o de sus súbditos. Como la aprobación en 2015 de la ley que les da la nacionalidad española a los sefarditas descendientes de los judíos expulsados en 1492 y la firma de paz con el pueblo de Acoma, realizada por José Dezcallar, embajador español en Estados Unidos, en 2009.
España celebra su día nacional el 12 de octubre, el día de Hispanidad, conmemorando la llegada de Colón y el proceso de colonización y conquista. No es casual que sea un motivo de orgullo nacional. Es la nostalgia del imperio por lo que desdeñan las críticas a ese proceso y las despachan considerándolas parte de la “leyenda negra” que se forjó contra el imperio español desde el siglo XVI por parte de los flamencos y los ingleses. “Los conquistadores no quieren que la verdad se sepa”, dijo Chomsky en una entrevista en 1992, y agregó que se niegan a que se sepa la verdad porque se siguen beneficiando del proceso de conquista, siguen siendo beneficiaros del desequilibrio entre los hemisferios norte y sur.
Ahora bien, si nos atenemos a la respuesta de la Casa Real, podemos objetar que la preocupación por el proceder de los conquistadores fue contemporánea a ellos. Incluso desde la autoridad misma. Isabel de Castilla buscó proteger a los habitantes de sus nuevos territorios, prohibió que se les redujera a la esclavitud cuando Cristóbal Colón los llevó consigo a la península a la vuelta de su primer viaje. Lo que es más, declaró bajo protección de la corona en su testamento:
[…]e encargo e mando a la dicha Princesa mi hija e al dicho Príncipe su marido, que ansí lo hagan e cumplan, e que este sea su principal fin, e que en ello pongan mucha diligencia, e non consientan e den lugar que los indios vezinos e moradores en las dichas Indias e tierra firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas e bienes; mas mando que sea bien e justamente tratados.
Sin embargo la orden de Isabel la Católica no fue cumplida. Las lamentaciones por los atropellos de los conquistadores se pueden observar incluso en la obra de los mismos conquistadores, como Bernal Díaz del Castillo, quien lamenta en los capítulos finales de su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España que regiones enteras que él vio antes de la conquista, pasado el tiempo estaban por completo despobladas.
Quizá quien mejor mostró la catástrofe que sufrieron los pobladores originarios de América fue Fray Bartolomé de las Casas, a quien el Cardenal Cisneros, mientras ejercía la Regencia de Castilla, nombró Protector Universal de todos los Indios de las Indias. Esto cuenta en su Breve relación de la destrucción de las indias:
Después de las tiranías grandísimas y abominables que éstos hicieron en la ciudad de México y en las ciudades y tierra mucha (que por aquellos alderredores diez y quince y veinte leguas de México, donde fueron muertas infinitas gentes), pasó adelante esta su tiránica pestilencia y fue a cundir e si algún agravio han rescebido, lo remedien e proveane inficionar y asolar a la provincia de Pánuco, que era una cosa admirable la multitud de las gentes que tenía y los estragos y matanzas que allí hicieron.
Su relación fue hecha en 1552, con el motivo expreso de dar a conocer al Rey Carlos I y al entonces Príncipe de Asturias (que llegaría a ser en unos años Felipe II) las desastrosas acciones cometidas contra las poblaciones indígenas. Al margen de las consideraciones de temporalidad y prescripción, debemos recordar que lo que preocupaba a De las Casas era que esas acciones por parte de los conquistadores se realizaban en nombre del Rey:
Es aquí de notar que el título con que entraban y por el cual comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y despoblar aquellas tierras […] con su tan grande e infinita población era decir que viniesen a sujetarse y obedecer al Rey de España, donde no que los habían de matar y hacer esclavos, y los que no venían tan presto a cumplir tan irracionables y estultos mensajes y a ponerse en las manos de tan inicuos y crueles y bestiales hombres llamábanles rebeldes y alzados contra el servicio de Su Majestad, y así lo escrebían acá al Rey nuestro señor.
Para este fraile, los actos que realizaron los conquistadores fueron terribles, no a la “luz de consideraciones contemporáneas” sino a su juicio, el juicio de un individuo que participó de la sociedad y del mismo proceso de conquista.
Bibliografía
Objeciones poéticas y éticas al término prehisánico, Enrique Servín, conferencia 2008.
La colonización de la voz; la literatura moderna, Nueva España, Náhuatl. Heriberto Yépez. Axolotl Editores, Tijuana, internet, Ciudad de México, 2018
1 En Objeciones poéticas y éticas al término prehispánico, Servín argumenta que no podemos seguir utilizando ese término no sólo porque es exógeno a las civilizaciones que describe, sino que es colonizador, la conquista continua continúa, nos dice. El poliglota y defensor de los derechos lingüísticos indígenas argumenta que no llamamos a la Europa clásica Europa preatílica por el simple hecho de que nuestro punto de vista no desciende del de los hunos de Atila, en el mismo sentido en qu no se puede juzgar a todo el desarrollo civilizatorio que llevó miles de años que se dio en lo que actualmente es México y Centro América a partir de sus conquistadores.