Las olas, el cuarto y la novela
¿Cómo podemos hablar del suicidio de Virginia Woolf? ¿Cómo hablar de esa Virginia que “se nos escapa de entre los dedos como un pez hábil y escurridizo”[1]? La escritura de las mujeres ha tenido que atravesar una cuerda floja. Existe en ellas una verdadera necesidad de escribir y sacar del cuerpo la palabra que incinera la garganta. Hablar sobre la posición de la mujer a través de la historia es hablar sobre una guerra tanto interna como externa.
En Un cuarto propio, libro de conferencias feministas, Woolf habla sobre la novela y la mujer. Una mujer, nos dice, necesita de un cuarto propio para dar pie a su creación. El libro también nos remite al espacio intelectual de su tiempo en el que no se consideraba a las mujeres. La “verdad” era dictada por escritores hombres que anunciaban su superioridad sobre ellas a través de un lenguaje lleno de rabia donde “la mejor de las mujeres era intelectualmente inferior al peor de los hombres”.[2]
Pero existían escritoras que ponían su vida en juego por la urgente necesidad de hablar sobre su sexualidad y su realidad. Desde distintas posiciones sociales, las mujeres tenían que exiliarse para permanecer en la sala de estar —al no contar con intimidad— y escribir su novela entre las interrupciones que se presentaban todo el tiempo, como hacía Jane Austen. Las escritoras se aferraban a algún instante, el que fuera, en el cual mitigar las voces que las rodeaban y centrarse en lo que ellas querían pensar, decir, ser o hacer.
Virginia Woolf editaba sus propios libros junto con Leonard Woolf en su editorial Hogarth Press. Antes de esto, Woolf, con su hermana Vanessa y Leonard, además de otros intelectuales, conformaron el círculo Bloomsbury, un espacio fuera de la represión que buscaba transgredir e ir más allá de lo que la sociedad quería dictar. Salir de su propio cuerpo y ser la mera creación, el instante retratado. Buscaban solo ser, existir sin tener que cumplir con algún papel.
En este círculo artístico, que se reunía en la casa de Woolf, se abría también un espacio de libertad sexual y precursor de lo queer. Con la Primera Guerra Mundial, el grupo sufrió una pérdida irreparable por las distintas posturas que tomaron los integrantes de Bloomsbury. Sin embargo Woolf siguió creando textos que intentaban romper silencios; la necesidad de escribir se convirtió en una denuncia y, a la vez, una tarea de riesgo: la de ser libre.
Respecto a la mujer y su acto de escritura clandestina, dice Woolf: “Sus libros serán deformes y torcidos. Escribirá con rabia, en lugar de escribir serenamente. Escribirá tontamente en lugar de escribir con sensatez. Escribirá sobre ella misma en lugar de escribir sobre sus personajes. Está en guerra con su destino. ¿Cómo no morir joven, impedida y frustrada?”[5]
Woolf quería dejar en claro que para avanzar en la literatura era necesario dejar atrás ese primer impulso de la escritura para que tuviera raciocinio dentro del éxtasis de escribir. Quizá por ello, aun cuando podemos asegurar que sus personaje la retratan, esto sucede porque todos los personajes pueden ser ella, pues logra distribuirse en porciones grandes y pequeñas.
Un ejemplo de esto se encuentra en Las olas, donde seguimos la vida de seis personajes desde la infancia hasta la edad madura. Woolf logra que el lapso de tiempo que incluye la totalidad de la vida de sus personajes pase tan solo por un día entero, ya que se describe como el inicio del amanecer hasta el anochecer junto con las olas que se acercan a la orilla. Los personajes que habitan en esta obra, por lo tanto, no contienen nada exacto o eterno en sí mismos, sino que se crean conforme hablan y ven las cosas entre ellos.
Así como The Waste Land de T. S Eliot, The Waves sigue una estructura fragmentada donde se logra la desvinculación del yo por medio de los diálogos que podrían no pertenecer a nadie en concreto. Lo que escuchamos de Susan, Rhoda, Jinny, Luis, Neville y Bernard, son palabras que al final podrían ser de un solo personaje.
La tragedia moderna se presenta en el libro de Woolf como el vacío que empieza a invadir el cuerpo del personaje cuando este se da cuenta de que su realidad depende de las demás personas: que no puede existir si no es por medio de la máscara que le otorga el otro. Los personajes se encuentran en un mundo donde no tienen ningún poder sobre las cosas o el futuro. Como dice Laura Rubio, “en estas obras la acción desaparece, pues los personajes se desarrollan sin llegar a oponerse a la realidad objetiva”. [6] Se dejan llevar de un lado para otro, y son camaleónicos. Existen en los distintos instantes en que son nombrados.
La carta de despedida que Woolf dejó a su esposo el 28 de marzo de 1941, la revela aquejada y al límite: “Estos viajeros se harán a la mar: nos abandonan desvaneciéndose en este crepúsculo de verano. Por fin ahora voy a poder entregarme, librarme de mi dolor. Ahora me entregaré toda entera a mi deseo, continuamente reprimido, de perderme, de ser consumida.”[11] El suicido casi nunca es un acto de cobardía, sino un dejarse ir y entender que la semilla había de caer junto al cuerpo. Virginia Woolf es de esas mujeres que se escurren de nuestras manos como peces sedientos de libertad.
BIBLIOGRAFÍA
Chikiar Baue, Irene, “El desafío de una escritora”, [WEB] <http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/virginia_woolf_int.pdf>, (25/03/19)
Rubio, Laura, “De lo trágico en Las Olas y “la trilogía de la muerte”, [WEB] <file:///Users/Hugo/Downloads/art%C3%ADculo_redalyc_503750726013.pdf>, (24/ 03/19)
- S, Eliot, The Waste Land, [WEB] <https://www.poetryfoundation.org/poems/47311/the-waste-land>, (24/03/ 19)
Woolf, Virginia, Las Olas, La nave de los locos. México, 1978, 2nd ed.
Woolf, Virginia, Un Cuarto Propio, Colofón. México, 2012, 2nd ed.
[1] Irene Chikiar Bauer, “El desafío de una escritora”, p.21.
[2] Virginia Woolf, Un cuarto propio, p. 70.
[3] Segunda parte del libro The Waste Land.
[4] T. S, Eliot, The Waste Land.
[5] Woolf, Un cuarto propio, p 90.
[6] Laura Rubio, “De lo trágico en Las Olas y “la trilogía de la muerte”, p. 335.
[7] Woolf, Las olas, p. 42.
[8] Ibíd.
[9] Laura Rubio, op. cit,. p. 347.
[10] Woolf, Las olas, p. 135.
[11] Ídem, p. 138.