Esbozos del hombre que fue Traven
En su Diccionario del diablo, Ambrose Bierce consigna al nacimiento como “el primero y el más terrible de los desastres”. Acaso sea el cinismo del “gringo viejo” el que haya prefigurado el sino de uno de los autores más extravagantes de, cuando menos, el siglo veinte. B. Traven: estadounidense, alemán, bávaro, mexicano, actor, anarquista, restaurantero, marino; eterno fugitivo y evanescente escritor que se escondió bajo un sinnúmero de seudónimos: Ret Marut, Hal Croves, Törsvan; compañero de andanzas de Roberto Gavaldón y Gabriel Figueroa, los tres, iconos del cine mexicano. Autor de libros como El barco fantasma, La rebelión de los colgados, La rosa blanca, y de relatos como Macario y El visitante nocturno nació una y otra vez en distintos personajes que murieron, junto a su celebérrimo y quizás más recordado personaje, el 26 de marzo de 1969 a las cinco con cincuenta de la mañana.
Partamos desde el principio: Bruno Traven no existe, ni existió. Lo único que podemos dar por sentado es que el nôm de plume era B. Traven. El “Bruno” tuvo su origen en un artículo de 1947 publicado por la revista Life, de William W. Johnson llamado “Who is Bruno Traven?”. Desde entonces se volvió un lugar común desatar la B. como si fuera Bruno en múltiples ediciones (la mayoría no autorizadas), aunque sea esta quizá una inexactitud sin importancia en la vida de un hombre del que todo dato es, irónicamente, inexacto. Jorge Rufinelli escribe a propósito de la identidad de Traven:
Tal vez nunca sepamos quién fue B. Traven. El enigma de su nombre y nacionalidad es aún fruto de especulación (…) artículo de fe de acuerdo con las versiones más confiables. Pero esta “pérdida” de una dato en el mundo de los conocimientos no es tan grave: más grave, por ejemplo, resulta que una inquisición sobre Traven (…) haya dejado a un costado el valor de la obra, de su literatura misma. 1
En el Barco de la muerte, publicada en 1926, Traven escribe:
Esas historias de hombres de éxito aparecen ilustradas con fotografía y son ciertas, absolutamente exactas. ¡Que Dios me ayude!, yo he hecho exactamente lo mismo. Cuando no cumplía aún los siete años, me levantaba a las cuatro de la mañana para trabajar como ayudante de lechero hasta las seis y media, por cuarenta centavos a la semana; de las seis y media a las nueve, trabajaba para un vendedor de periódicos y me pagaba sesenta centavos, por comer como un demonio de casa en casa, con una brazada de diarios. 2
El editor en México de B. Traven, Rafael Ramírez “el viejo Arlés”, olvidado ya por la historia junto con otros autores que, como él, trabajaron bajo un seudónimo, son precisamente la clave para entender a Traven y su esmerada afición por esconderse detrás de sus múltiples nombres. Todos ellos han hecho lo mismo, las historias de infancias difíciles o de escrituras marginales son repetitivas; sin embargo la obra importa más que el autor; o para decirlo en clara sintonía con Barthes, las ideas no son propias de nadie, son producto de una cultura histórica. Así, de B. Traven solo se conocen algunas conjeturas sobre su identidad y un puñado de textos cuya fama se le debe al cine, a John Houston y a Ignacio López Tarso.
Berick Traven Törsvan, nacido a finales del siglo XIX, solo tiene dos fechas comprobables en su vida: el 16 de mayo de 1957 y el 26 de marzo de 1969. La primera es la fecha en que se casó con Rosa Elena Luján en San Antonio Texas; la segunda, el día en el que murió en su casa en Río Mississippi 61. Sus obras tienen vida propia y pueden comprobarse las distintas fechas de publicación tanto en inglés como en alemán y en español. Como escribiera en Die Büchergilde, en marzo de 1926:
Quiero que quede perfectamente claro: la biografía del hombre creativo carece por completo de importancia. Si al hombre no se le reconoce por su obra, entonces él no vale nada o su obra no vale nada. Por eso el hombre creativo no debe tener otra biografía que su obra. En ella expone su personalidad y su vida a la crítica de los demás.3
Otras fechas se pierden entre el acervo biográfico de B. Traven como las de la obtención de su carnet como extranjero en México (obtuvo el primero en 1930; en 1942, el segundo)4 o cuando se revela al mundo por primera vez su esplendente seudónimo en el libro Cuentos de México, editado en 1984 por la Compañía General de Ediciones.Ahí aparece “El nacimiento de un dios”, cuya primera versión: “Cómo nacen los dioses” (Wie Götter entstehen), fue publicado en Vorwärtz, el 28 de febrero de 1925, y donde aparece por vez primera la firma “Traven”.
Años antes la misma publicación el Vorwärtz había tenido tratos con Traven, o más bien, con uno de sus primeros seudónimos (¿heterónimos?): Ret Marut, quien fue actor y editor del Der Ziegelbrenner —periódico anarquista publicado entre 1917 y 1921 en Munich y en Colonia—, y cuya presencia en el escenario puede rastrearse —gracias al Neue Theater-Almanach— desde 1908 hasta 1915. Rosa Elena Luján, traductora y, como se ha dicho, cónyuge de Traven, escribe junto al ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, a propósito de esta dicotomía:
El tránsito de Ret Marut a B. Traven viene de la militancia política, en el primero (en el cual la praxis es la comprobación material de la ideología) —combinada con algunos libros que escribió bajo ese nombre, implicando una dicotomía entre el hombre de acción y el de pensamiento—, a la escritura como ideología y praxis en un mismo producto, en el segundo.5
De este periodo como actor se presume que Ret Marut tuvo una hija, Irene Zielke, con la actriz Elfriede Zielke, cuya presencia llegaría hasta sus días como B. Traven, ya avecindado en México y con una fama y un reconocimiento considerables, con una carta fechada en junio de 1948 en donde le reclamaba esa paternidad.
Veinticinco años después de publicar su primera novela, al tiempo que recibía la noticia de una hija a la que nunca reconoció, un periodista mexicano se acercaba a desentrañar el misterio: el 7 de agosto de 1948 la revista Mañana publicó una nota en la cual se presumía el descubrimiento de la identidad de Traven. Quien firmaba la nota era un periodista de veintitrés años a quien el futuro le depararía la presidencia la Comisión de Box y Lucha Libre por más de treinta años, además de que se erigiría como el primer presidente de la Comisión Mundial de Boxeo en 1963. También serían dos argumentos cinematográficos de su autoría los que harían reconocible a Leticia Palma: Hipócrita y En la palma de tu mano. La tabasqueña, de la mano de Miguel Morayta, en el caso de la primera, y Roberto Gavaldón, en el caso de la segunda, se encumbró como una estrella, brevísima pero esplendente, dentro del cine mexicano. Y fue este periodista —hijo de un inmigrante italiano, amigo de presidentes, autor de Retrato hablado y Paraíso 25 —quien publicó, después de una pesquisa que comenzó en los apartados postales de la Ciudad de México y terminó en la Calzada Pie de la Cuesta 115, en Acapulco, Guerrero, que B. Traven era, en realidad, Berick Traven Törsvan. Luis Spota, así, se demostraba como un periodista ágil e infatigable:
(…) Spota no estaba seguro de que su interlocutor fuera el novelista B. Traven. De nueva cuenta lo ayudó la casualidad. Convenció a alguien en El Parque Cachú de permitirle revisar todas las cartas que llegaban, por diez pesos cada una. El 20 de julio encontró un documento que ‘pone fin al misterio’. La misiva en cuestión era de Gabriel Figueroa e iba dirigida al ‘Estimado Sr. Martínez’. Figueroa escribía a petición de Esperanza López Mateos y (…) trataba de un pago de regalías que Traven se había quejado de no recibir. (…) La correspondencia para Traven era enviada a través de Esperanza López Mateos, (…) iba dirigida a Martínez y ¡llegaba a El Parque Cachú, donde vivía Berick Traven Törsvan.6
Traven, descubierto por Spota, refutó la nota vehementemente al grado de amenazar con irse del país o, incluso, suicidarse. Llegó al extremo de hacer que su agente literario en Londres reenviara una carta para hacer constar que la persona a quien Spota había entrevistado era Traven Törsvan, el restaurantero, pero que éste no era B. Traven, y cuando mucho eran primos.
En el afán de guardar su anonimato —el cual ya se ha visto que no era tal— Traven iba al extremo de hacerse pasar por su “agente literario”, un tal Hal Croves. En las filmaciones de El tesoro de la Sierra Madre o de Macario, Croves fingía una llamada a Traven, quien estaba en Londres, para consultarlo sobre algún detalle. John Houston mismo declaró que Croves era más Traven que el mismo Traven, pues conocía todo lo relativo a la obra, cómo pensaba el autor y en qué pensaba cuando la escribió.
Más allá del misterio, lo cierto es que Traven es un narrador al que hay que volver; que entre las certezas que se tienen de su vida están que Gabriel Figueroa asistió a la ceremonia en donde esparcieron sus cenizas en Chiapas; que la traductora de Traven, Esperanza López Mateos, era hermana del presidente de la República; que Traven se casó con su agente literaria, Rosa Elena Luján; que su visión del mundo siempre estuvo en contra de los intereses rapaces de los dueños del dinero y de quienes detentan el poder; que conoció de primera mano —con su traductor Vitorino o Amador, según la fuente— Chiapas y lo que su población vive cada día, de ahí su serie de novelas de la caoba; que siempre fue un extranjero incluso en su propia piel; que su anonimato le aseguró un lugar en la memoria colectiva; que al final, si la obra importa, el nombre del autor morirá hasta que la última persona que lo recuerde lo pronuncie. Si murió Ret Marut y Törsvan, también murió Hal Croves. Y B. Traven, que no Bruno, sigue rondando en cada uno de nuestros intentos por borrar nuestras huellas.
1 Jorge Rufinelli, “Traven: la rebeldía necesaria”, en El otro México, México: Nueva imagen, 1978, p. 19.
2 B. Traven, El barco fantasma, libro segundo, capítulo 4, edición digital.
3 Karl S. Guthke, B. Traven: biografía de un misterio, México: DGP Conaculta, 2001, p. 40.
4 Michael L. Baumann, B. Traven, México: FCE/SEP, col. Lecturas Mexicanas, p. 23.
5 Rosa Elena Luján y Miguel Donoso Pareja, “Marut y Traven, de la praxis al servicio de la ideología a la ideología como praxis”, en Texto crítico, enero – abril 1976, no. 3, México: Universidad Veracruzana, pp. 15 – 16.
6 Karl Guthke, op. cit., p. 534