Tierra Adentro

Antes que otra cosa, un poemario sobre la amistad

Este es un libro sobre los vínculos. Un libro que es una apuesta por la política de lo íntimo en el acompañamiento de un amigo con cáncer. Ir a la quimio era subirse a la nave Cancer Queen: una nave que no lleva a ningún sitio, que es el perpetuo viaje de quienes están en un no-lugar y también habitan el no-lugar. El trayecto por la quimioterapia se vuelve la imagen de algo que no existe: un cuerpo suspendido rodeado por otros cuerpos que no siempre son visibles; quien acompaña como amigo no tiene un verdadero sitio y luego, cuando el cuerpo falta, no tiene un verdadero duelo:

¿Qué es entonces un amigo como yo, alguien en duelo

que no es la viuda real que viste de un brillante negro

como las mujeres divididas de tajo? ¿Qué soy yo

que sólo me corresponde el deuil blanc, este duelo blanco?

Entonces se vuelve necesario preguntarse butlerianamente no solo cuáles vidas merecen ser lloradas, sino también quiénes tienen derecho a llorarlas. En torno a esto se establecen dispositivos jurídicos y sociales que determinan las autorizaciones sobre la vida (por eso, por ejemplo, la importancia de los matrimonios entre personas del mismo sexo: solo bajo ese amparo se les permite tomar decisiones médicas). Sin embargo, lo que este libro propone es más parentesco y menos familia. Una insistencia en las posibilidades no reguladas, porque lo que cuestiona la consanguineidad como única forma del amor cuestiona también un modo de producción capitalista de la individualidad.

Cancer Queen es la aparición del afecto que cancela la frontera entre interior y exterior, así como describe Luciana Di Leone: “el afecto se da como resultado de los efectos de pasaje de un cuerpo —que bien puede ser una voz, un texto, un fantasma— sobre otro, de una mutua modificación y no de la expresión unidireccional de un sentimiento más o menos puro”. Porque quizá ya no estamos en tiempos de las grandes voces sino de los susurros, de los cuerpos en compañía que comparten y hablan, no desde la hegemonía y el control del sentimiento, sino desde la duda y la inestabilidad.

Es precisamente por esa duda ante lo no establecido o lo poco vigilado que se debate la legitimidad en los vínculos amistosos, un tema de interés público y político que aquí se transmuta en poético. Cuando un amigo enferma, el otro acompaña, pero después, su duelo no reconocido los coloca a ambos en una especie de limbo afectivo del que no tienen cómo salir.

Quizá los poemarios más estimulantes de la actualidad son aquellos que, además de componer dispositivos textuales, ofrecen una posibilidad de cuestionar ciertos órdenes, una forma de proponer una configuración distinta a la que conocemos, una resistencia a existir de la forma en que se nos obliga.

Igual que mapping o que farmacotopía, algo que este libro instaura es la oportunidad de plantarse desde la vulnerabilidad. La voz poética que aparece no se muestra desde la certeza sino desde las fisuras: el dolor, la duda, la falta de fuerza. Es una voz que no pretende y así es como logra llegar a un sitio deslizado y desplazado de las convenciones.

Si en los libros anteriores de López el uso de la retórica servía para legitimar el discurso y revestir de energía formal un sentido potente y mutante, aquí es la precariedad del lenguaje (sin demasiado artilugio, versos más bien desnudos) la que empata formalmente con la propuesta conceptual: no es un libro de contundencias lingüísticas, ni de grandes construcciones, y eso es lo importante.

Yo sigo esperando. Es de noche y reconstruyo su dolor

no como una obra de teatro, pero sí como una nave espacial

que partió sin mí.

¿Dónde estábamos anoche?

No lo sé. En otra parte. En otro comportamiento. El vacío no falta.

A partir de ahí, se genera un sitio para la empatía: con-dolerse, acompañar, sentir y reconocer que el dolor del otro no puede ser apropiado sino apenas mostrado y conectado con lo propio. Me resulta inevitable acercar estos poemas a Operación al cuerpo enfermo, de Sergio Loo: en ambos existe una lengua cancerosa que se expande incontrolada y que, a la vez que amenaza, implica una relación nueva con el cuerpo: una posibilidad que se inaugura:

Se me rompió la piedra. –Dije la pierna. El ojo clínico está

esperando que el poema enfermo se metamorfosee. –La traducción

correcta sería La Transformación. El poema está enfermo

de lenguaje. Todo lenguaje es una plataforma desértica

donde la ausencia de agua es una solicitud: una boca abierta

de biznaga con el corazón expuesto. –Como el hueso de mi

piedra dice el señor K. sobre el vocablo herido.

Lo enfermo se escapa de la productividad, es anticapitalista. La lengua contagiada se expande y salta y escapa al género, lo pone en un entredicho luminoso y potente:

Antes de convertirnos en globos de helio, mi amigo me contó

que su boca tenía un clítoris. Cuando escribía, cuando leía,

cuando iba al cine lo reclamaba y él lo acariciaba. Desde

entonces se volvió también mi amiga.

 

Y la amistad se mueve también hacia otras especies:

Se veía que había recibido una paliza tras otra

(eso era seguro) y llevaba

el lomo manchado de pintura naranja,

como un adolescente rebelde.

Parece el hijo drogadicto volviendo a casa

dijo mi amigo. Y Haroldo se echó a nuestros pies,

maullando

con la voz aguardentosa de un tenor.

Y supe que de eso se trata la amistad.

De ir y de volver. De estar ahí

para el otro, sobre todo cuando el otro es un gato

que ama el mundo de la soledad,

de la no-pertenencia

y ciertos días finge ser tu rehén dulcemente.

Nos recuerda Óscar David López que, mientras las relaciones familiares y de pareja están bastante normadas por un sistema que nos dice cómo comportarnos, la amistad todavía parece ser una posibilidad generosa y libre, que implica códigos distintos, un terreno relativamente desbrozable que no responde a las lógicas acumulativas y de transacción económica que el amor romántico puede traer consigo.

 

Todas las cosas que puede ser un pastel

La segunda sección del libro abre espacio para la infancia de dos amigos, 9años y Deapenas7 que mientras afuera sigue la fiesta de “familias y familias políticas”, exploran el deseo, sus cuerpos y el porno, hasta que son descubiertos:

 

200 gr. de mantequilla no imaginaron a otros 200 gr.

pero de azúcar en polvo

mezclados con 3 tazas de harina y 5 huevos

ser un pastel tan perfecto

para un cumpleaños. Un pastel es

la discusión entre la lengua

y la razón: miedo a la ropa

XXL y la soledad. Un cumpleaños

al llegar a los 7 es una payasada, a los 46

una irrevocable sanción contra los pre-adolescentes: todo

está mal, aprende de este espejo, todo está mal, dice

la vecina la madre que parió a 9años.

De la perfección

basta decir

está en el choco-choco-chocolate.

 

Dos cuerpos infantiles que hacen lo posible por fugarse del escándalo familiar mediante el juego. La familia siempre aparece como el centro de la norma y el comportamiento (recuerdo una frase del activismo: “el eje del mal es heterosexual”). Y así, una serie de ojos que se colocan sobre 9años y Deapenas7:

 

pero las familias siempre estarán ahí

monumentos del silencio, estafas

emocionales, vigilando con la puerta abierta

lo que ocurra con sus cuerpos

como si no fueran ellos mismos sus propios cuerpos:

como si las puertas abiertas

no pudieran ocultarlos.

 

Que 9años y Deapenas7 no aparezcan con un nombre es un gesto que cancela la identidad, la pixelea hasta que no importa quiénes son sino sus circunstancias: no son personas específicas, se vuelven posiciones: ¿hay algún espacio menos escuchado y más vulnerable que el de la infancia? El pastel, imagen del cumpleaños, es también imagen de la norma y su uso: igual que lengua para escribir poemas, se subvierte: otra forma de la alegría que queda al fondo de los recuerdos de la infancia, como la primera resistencia, como el primer sitio para el goce que nos deja hacia el final de Cáncer Queen con el gusto avainillado del afecto, con la esperanza de que sea posible, con la sensación de haber sido abrazades por otros cuerpos.

 

Cancer Queen 2019 ODL