La cartografía íntima de El poder y la gloria, ochenta años después
Graham Greene (1904-1991) es el culpable de mi obsesión por viajar a lugares poco narrados para cartografiar los espacios desde la experiencia más íntima.
El primer libro que leí del novelista inglés fue Journey without maps (Viaje sin mapas, 1936) sobre su expedición a una región inhóspita de Liberia que aún no había sido cartografiada. El autor estuvo después en Cuba, Vietnam, Haití, Paraguay, Argentina, Sierra Leone y México, entre otros países. En cada uno de esos lugares escribió libros de viajes de corte periodístico, con observaciones sobre los espacios, su experiencia y la historia del lugar entremezclada.
Pero Greene es uno de esos raros autores que saben cómo balancear la separación y hermandad entre la ficción y la no-ficción en su obra. Sus cuadernos de notas nutrían también a su producción novelística, aunque ésta, frecuentemente, no se enfocaba necesariamente en los espacios, sino en dramas íntimos de seres humanos y la forma en que el contexto en el que habitan —esos mismos lugares que Greene visitó— les afecta.
Lo que el escritor inglés veía de lejos en sus viajes lo exploraba de adentro hacia afuera en las entrañas de los personajes de sus novelas. Mientras que sus libros de viaje ofrecen imágenes lejanas y muchas veces mediadas por juicios adversos que la tiñen, sus novelas pulen lentamente y a fuerza de insistencia el diamante del carácter contradictorio de los personajes.
Graham Greene viajó a México por primera vez en 1938 a sus treinta y cuatro años. Lo precedieron otros dos grandes escritores ingleses del siglo XX, D. H. Lawrence y Malcolm Lowry, que también escribieron novelas (La serpiente emplumada y Bajo el Volcán) basadas en su estancia en el país que imaginaban a la vez lleno de un aire místico indígena y saqueado por convulsiones políticas y la siempre presente corrupción.
Ya para 1938, Greene había publicado siete libros y había sido el subdirector de edición del Times de Londres. Vivía en parte de escribir reseñas de libros y de películas para distintas revistas. En 1937 escribió una reseña particularmente ácida sobre la nueva película Wee Willie Winkie de John Ford protagonizada por Shirley Temple quien apenas tenía nueve años.
En la reseña, Greene denunciaba el subtexto sexual de cómo representaban a la niña en la película y decía que era popular porque sus admiradores eran básicamente viejos rabo verde y clérigos que respondían a su “dudosa coquetería, a la imagen de su pequeño cuerpo deseable bien formado sólo porque la historia y el diálogo funcionan como una cortina de seguridad entre su inteligencia y su deseo”.
En 1938, los agentes de la actriz Shirley Temple y Twentieth Century Fox demandaron a Greene por difamación. Para escapar del complejo caso que lo perseguía y que llegó a la corte, Greene decidió aceptar ser corresponsal para un periódico y viajó al sur de México para reportar sobre la persecución del clero y los católicos en Tabasco y Chiapas.
El novelista inglés estuvo en Tabasco y Chiapas durante los meses de marzo y abril de 1938. Queda claro que a Greene no le gustó lo que vio de México y eso lo consignó en Caminos sin ley (The Lawless Roads, 1939), su libro de viajes por el país.
Por ejemplo, luego de describir una pelea de gallos, concluye: “todo este énfasis falso agregado… ¿por qué ponerse sombreros enormes y pantalones ajustados y hacer tocar a una banda? Creo que ese día empecé a odiar a los mexicanos.” Y más adelante dice: “Odiaba a México, pero en ciertos momentos me parecía que había lugares peores”.
En su camino a Chiapas, el autor pierde su único par de anteojos y por el resto del viaje tiene que vivir con “fatiga visual”, y dice que esa es quizás “una de las causas de mi depresión creciente, el odio casi patológico que empecé a sentir hacia México”.
Pero es precisamente a partir de este hartazgo, frustración y falta de claridad que Greene logra armar sus mejores escenarios, como los que acabarán formando parte de El poder y la gloria (The Power and the Glory, 1940), la novela que cobra vida a partir de las notas y personas que Greene conoce en Caminos sin ley.
Pese a ello, El poder y la gloria no es ni una novela histórica ni política y por lo tanto no envejece como aquellas que sí dependen de su contexto. Ahí yace la riqueza de la pluma de Greene: sus novelas no indagan lo mismo que su obra de no ficción ni le dan color y personalidad a lo histórico. Más bien, se trata de obras que usan el espacio como escenario para representar pasiones universales del hombre, pero situadas en un contexto que las lleva al extremo. El poder y la fe se enfrentan lejos del escenario épico de la historia de México y se ven la cara en un espacio íntimo, frecuentemente oscuro e incierto.
Greene no quería necesariamente documentar la persecución religiosa en contra la iglesia católica que había tenido su clímax diez años atrás en la Guerra Cristera (de 1927 hasta 1929) librada en Guadalajara y Guanajuato, al noroeste de la Ciudad de México y en algunos estados más, entre el ejército y campesinos católicos que se habían alzado en armas ante las medidas anticlericales del estado. Greene llegó diez años después a México y le tocó reportar sobre la represión contra los sacerdotes en Tabasco que era entonces uno de los estados más pobres y deshabitados del país, de caluroso clima tropical, lluvias torrenciales, ríos caudalosos, pantanos y selvas todavía vírgenes. En toda su obra, Greene seduce al lector en su forma de registrar lugares y maneras de ser de países y regiones donde sorprende que solamente haya estado de paso y no regresa nunca: logra asirlos como propios y transmitir el ambiente con mucha precisión.
Todo cronista debería aspirar a esa mirada aguda del Greene novelista describiendo la lluvia: “La lluvia caía perpendicular, con una especie de mesurada intensidad, como quien clava la tapa de un ataúd. Pero el aire no se había despejado; el sudor y la lluvia empapaban las ropas.”
En su estancia en Tabasco, Greene encontró un personaje muy novelesco y lleno de contradicciones: el gobernador Tomás Garrido Canabal (1891-1943) quien gobernó el estado hasta 1935. Garrido Canabal era un socialista anticlerical que ordenó desde 1925 que todos los sacerdotes debían casarse.
Despreciaba lo que él percibía que era la corrupción e hipocresía de la religión organizada y por ello clausuró todas las iglesias, hizo quemar las imágenes de santos, quitó las cruces de las tumbas de los cementerios e hizo desaparecer la imaginería religiosa, sustituyó las festividades católicas por las agrícolas y las ganaderas y hasta prohibió que se usara la palabra “adiós” para saludarse y mandó que se usara “salud”.
En su mandato, Garrido Canabal fue responsable de ejecutar a la mayoría de los sacerdotes del estado y de que los pocos que quedaban se escondieran o se casaran. Durante su segundo periodo como gobernador, creó “Las camisas rojas” que era una milicia privada de jóvenes que lo ayudaban a mantener sus radicales políticas anticlericales. Tenía un hijo llamado Lenin y a su hija le puso Zoila Libertad.
En contraste a todo esto, el gobernador fue activista de los derechos de las mujeres y le dio el derecho al voto a las mujeres en Tabasco en 1934, siendo el segundo estado del país en hacerlo. Garrido Canabal es una paradoja encarnada: una persona tanto irracional como progresista, dogmática y viciosa y por lo tanto difícil de encarcelar en un estereotipo. Ese tipo de personajes le atraían a Greene y por ello su personaje del teniente en El poder y la gloria está basado en el insólito gobernador.
Más allá del contexto histórico, lo central en El poder y la gloria es la lucha entre la fe y el poder y cómo llegan a convertirse en orgullo y decadencia. Y esta es una problemática que ochenta años después sigue tan vigente como nunca, aunque quizás ahora los protagonistas no operan bajo la misma careta que los poderosos de entonces.
El personaje central de la novela (y con quien el lector siente empatía dada la focalización) es el “padre whisky” (the whisky priest), que aparece como el último sacerdote que aún se oculta en un estado (sin nombre) del sureste mexicano. El padre recorre la selva, el valle y los montes en mula y a pie, huyendo de los soldados de la milicia del gobernador que lo persiguen por ser sacerdote.
Pero el personaje es complejo y no es un simple mártir a quien persiguen por su religión, dispuesto a morir por sus ideales. Se trata de un hombre acorralado por el pecado, alcohólico, infiel a sus votos de castidad, egocéntrico y es inclusive el padre sacrílego de una niña. El sacerdote huye de dos persecuciones: la de su propia alma atormentada y la de quienes lo buscan para asesinarlo por desafiar la ley.
El poder y la gloria es una novela de aventuras llena de persecuciones y de tortuosas reflexiones sobre el comportamiento humano. Tanto el padre como el teniente son personajes llenos de contradicciones y ninguno funge como el héroe o la víctima. Mientras el sacerdote rural huye de pueblo en pueblo, se encuentra con diferentes momentos de su pasado que lo enfrentan con las consecuencias de sus actos.
Por ejemplo, llega a ocultarse en el lugar donde tenía su parroquia y se encuentra con la mujer con la que tuvo un hijo, a la que sólo llega a pedirle más vino que tomar. Antes de irse, conoce a su hija que ha crecido sin padre y en la pobreza y abandono, asunto que atormentará al sacerdote hasta el final. Todos estos sucesos lo van acorralando y cada vez parece tener menos energía para huir de la justicia y para encontrar su siguiente trago ilegal: “Era un mal sacerdote, lo sabía: un ‘padre whisky’, apodo puesto a los de su clase; pero sus culpas caían fuera de la vista y del entendimiento, en algún lugar donde acumulaba en secreto: el vertedero de sus caídas. Alguna vez, suponía él, llegarían a taponar la fuente de la gracia”.
El teniente que está cazando al “traidor a la república” tiene su propia lucha interna pero se siente orgulloso de su tarea y cómo había logrado con su labor cambiar el paisaje de su estado:
“el campo de deportes, de cemento, sobre el altozano próximo al cementerio, donde los columpios de hierro se alzaban como patíbulo a la luz de la luna, ocupaba el antiguo emplazamiento de la catedral. Las nuevas generaciones tendrían nuevos recuerdos: nada volvería a ser como era…. Se enfurecía al pensar que hubiera todavía gente que creyera en un Dios amante y misericordioso. Existen místicos que dicen estar en comunicación directa con Dios. Él era un místico también, y cuanto había experimentado era el vacío, la certeza absoluta de la existencia de un mundo que muere y se enfría, con seres humanos que evolucionaron desde animales sin objeto ni razón ninguno. Lo sabía”.
El teniente a ratos parece ser más lo que debiera un sacerdote, un hombre consciente y preocupado por su comunidad, a quien lo impulsa sobre todo su misión; el padre parece ser más un criminal borracho que sólo se preocupa por sí mismo y su miedo a morir fusilado.
Como católico converso y que tiene en cuenta el valor de su propia fe, Greene deja explícito un mensaje que va labrando a lo largo de la novela: por más bajo que haya caído y aunque sus pecados sean muchos, el padre no deja nunca de ser sacerdote y puede hasta el final arrepentirse. Gran parte de la novela se juega en el debate interno del padre que lucha por ser más valiente de lo que es y se arrepiente de su vida.
Ochenta años después, El poder y la gloria narra una historia que mantiene al lector en vilo, llena de ironía (muy oscura, necesariamente inglesa) y de peripecias. Greene arma la historia de tal forma que las trayectorias de los personajes casi se cruzan pero mantiene la tensión hasta el final de la trama. Una de las virtudes más grandes de la novela es que funciona tanto para los lectores que buscan una obra con profundidad psicológica como para aquellos que buscan acción e intensidad.
No es fácil lograr ambas, pero Greene lo logró en su obra maestra que ochenta años después sigue siendo la cartografía íntima de las pasiones humanas. Así como Greene cartografió territorios geográficos no mapeados, también logró cartografiar con sus novelas lo que nos mueve como seres humanos comunes y corrientes.