Tierra Adentro

Junto a H.G. Wells, Julio Verne es el abuelo indiscutible del género de ciencia ficción y una referencia obligada, a veces injustamente, de la literatura juvenil. Para celebrar su natalicio, proponemos un corto homenaje y una exposición de sus tópicos más notables.


 

No hay en la tierra un hombre que secretamente no aspire a la plenitud: es decir, a la suma de experiencias de que un hombre es capaz. No hay hombre que no tema ser defraudado de alguna parte de ese patrimonio infinito.

Jorge Luis Borges

No es con una pluma que se escribe en nuestra época, es con un bisturí.

Julio Verne

 

Los sueños indelebles de la infancia florecen como aventuras en la adolescencia y labran un espacio colorido que se conserva para siempre en la memoria. Sin duda alguna Julio Verne ocupa un lugar privilegiado en ese espacio de ensoñación y maravilla que pertenece a millones de lectores. Sus novelas y cuentos son universales y versátiles, tienen la capacidad de agradar por igual a un niño de diez, a un joven de quince o a un adulto de cuarenta años.

El aire libertario y el romanticismo por un lado; la precisión cartesiana y el razonamiento lúcido por el otro, son los dos polos que confluyen en la poética del autor francés –la ficción especulativa– y lo alzan como el segundo escritor más traducido en la historia de la literatura y un hombre cuyo impulso soñador modeló el imaginario del siglo XX a pesar de haber muerto en 1905.

Hay un sinfín de teorías y controversias sobre la obra completa de Verne, por ejemplo, se dice que gran parte de la obra que se le atribuye fue modificada por su hijo Michel[1], que fue uno de los “negros”[2] de Alexandre Dumas, y se asegura que no anticipó ninguna invención humana sino que extrapoló su realidad a otros mundos posibles; “el porvenir no me inquieta; lo que es duro a veces es el presente”, confesaría en una carta a su editor.

Lo cierto es que por lo menos 72 novelas y 18 cuentos componen el arduo trabajo de una vida que fabuló sobre dar vueltas completas al mundo, viajar al centro de la Tierra en busca del magma nuclear, incursionar al espacio y fundar nuevas colonias, explorar las profundidades submarinas y descubrir maravillas en las alturas celestes del cielo.

Los héroes de Verne siempre buscan un más allá, un espacio de lo desconocido, de lo inexplorado; en el fondo, los protagonistas de sus obras son solitarios (y encantadores) que rehúyen la compañía humana por convicción o por las circunstancias que los envuelven; en su narrativa yace latente una aguda crítica al progreso tecnológico y al afán industrial, tan característico de su época. Bien afirmaba el escritor español Santiago Posteguillo que

“Verne describía un mundo gobernado por las operaciones financieras, donde la gente ya no leía libros, y el latín y el griego eran objeto de desprecio, de burla; un mundo donde la gente se desprendía de los libros y se mofaba de la música clásica. Eso sí, en ese mundo había trenes de alta velocidad, trasatlánticos gigantescos y ciudades atestadas de automóviles que se desplazaban con motores de combustión interna”.[3]

No obstante, eso no libera a Julio Verne de ser un irreductible hombre decimonónico, la encarnación perfecta de esa hazaña quimérica que es la “aspiración a la plenitud” y “a la suma de las experiencias” que pregona Borges en Una declaración final. Los ideales de Verne como escritor –consciente o inconscientemente– derivaron de la valiente pretensión romántica de abarcarlo todo y retratar al universo en su totalidad, pero también de convertir a la literatura– como lo quisieron Hegel, Hölderlin y Schlegel– en la nueva mitología que remplace ese rincón del mundo que hoy buscamos en el cine, al leer las noticias e incluso cuando vamos a un ritual.
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No viajaré más que en sueños

 

Una famosa e inevitable anécdota relata que cuando era pequeño, Verne se internó en un buque con destino a América Latina para buscar un collar de coral para su prima Caroline, amor de su juventud y quizás del resto de sus días. El joven contó con mala suerte pues lo descubrieron como polizonte y lo devolvieron a la casa paterna, en donde recibió una golpiza de su padre, a quien le habría prometido: Je ne voyagerai plus qu’en rêve (No viajaré más que en sueños).

Esta historia, cuya veracidad se desconoce a ciencia cierta, estaría reafirmada por el hecho empírico: Verne pasó más de 11 años viajando con su imaginación, desde la comodidad de su domicilio en Amiens y sin moverse mucho, contrario a lo que podría pensar cualquiera de sus lectores.

Verne fue llevado por su invención a un trabajo ininterrumpido y frenético que estalló a sus 35 años cuando Hetzel publicó Cinco semanas en globo (1863). Desde entonces se estableció un convenio entre ambos bajo el cual el escritor debía entregar mínimo dos novelas anuales, límite que sobrepasó incluso en sus años menos prolíficos.

Por fortuna para Verne, el impacto de esta primera obra marcó una seguidilla de éxitos. Trabajaba sin cesar, exploraba universos ignotos e inventaba historias con la misma facilidad y genio febril que mostraron Thomas Alba Edison o Alexandre Graham Bell en la fabricación de artefactos. Obras maestras como Viaje al centro de la Tierra (1864), La vuelta al mundo en ochenta días (1873), La Isla misteriosa (1875), o De la Tierra a la Luna, y la creación de personajes emblemáticos como Phileas Fogg o el capitán Nemo dan testimonio de aquél esplendor.

Sin embargo, su abundancia fue mermando a partir de 1886, cuando sufrió un drama sentimental –desconocido a ciencia cierta, pero sobre el cual se rumoraba homosexualidad y un vínculo malsano con su editor, destinatario de cartas sentidas y que falleció ese año[4]– y, aunque esto no afecta su ritmo de escritura, sí disminuyó la calidad de sus textos y lo llevó a repetir sus tópicos más famosos (Las aventuras de la familia Ratón, La esfinge de los hielos, el Testamento de un excéntrico) y a adentrarse negativamente en su universo literario. Curiosamente, el hijo de su editor, Louis-Jules Hetzel, tomó el lugar de su padre y, tras la muerte de Verne años después, organizó la mayor parte de las publicaciones póstumas en colaboración con Michel Verne, hijo de Jules.

 

Julio Verne y la ciencia

 

A la reiterada pregunta sobre la rigurosidad científica de la obra de Verne, cabe aclarar que, como atestiguan sus biógrafos[5] y conocidos, el francés estudiaba con esmero un tema antes de abordarlo en sus novelas, leía todo tipo de textos enciclopédicos, filosóficos y se remitía mucho a la prensa de su tiempo.

Como todo hombre letrado de entonces, estaba impregnado de positivismo y entendía la ciencia como el camino hacia la verdad, era consciente e incluso optimista de que, un día, las invenciones tecnológicas sobrepasarían sus fantasías: “Todo lo que yo invento, todo lo que yo imagino, quedará siempre más acá de la verdad, porque llegará un momento en que las creaciones de la ciencia superarán a las de la imaginación”[6], declaró. Todo esto no le impidió expresarse con libertad a la hora de crear aerotrenes o tubos neumáticos intercontinentales, al contrario.

Verne era escritor de inventio, ese atributo retórico que consiste en ser capaz de hallar un tema fascinante para abordar un discurso, esa cualidad de imaginar mundos posibles y que Baudelaire denominaba imaginación, la reina de las facultades. Verne pone las ciencias exactas al servicio de la literatura y la ensoñación. Son un puente que permite figurar realidades imposibles ya que su optimismo romántico lo llevaba a pensar que “No hay obstáculos imposibles; hay voluntades más fuertes y más débiles, ¡eso es todo![7]

 

Anticolonialismo y misoginia

 

Crítico acérrimo de los ingleses, Julio Verne se manifestó contra el colonialismo europeo en sus novelas y cuentos, pese a profesar una visión maniquea del buen y el mal salvaje. Por tanto, no extraña su americanismo y su veneración a los Estados Unidos. En el relato Jornada de un periodista americano del siglo XXIX –póstumo, y que algunos atribuyen a su hijo Michel–, el narrador advierte un futuro imperial en el que Inglaterra será una colonia norteamericana.

En cuanto a su postura política, es difícil comprobar una inclinación definitiva, pero es evidente su simpatía por el joven liberalismo representado en la figura de Víctor Hugo y su entusiasmo hacia los universos utópicos, maquinistas y de comunión humana que profesó el conde Claude-Henri de Saint-Simón.

El filósofo Michel Foucault hizo un sucinto análisis de las tesis evocadas en su narrativa y encontró, entre otras cosas, que tanto el discurso como la relación narrativa de Verne con sus narradores, personajes y en últimas con el lector, es un vínculo discontinuo, lleno de sobresaltos, que siempre apela a la novedad y la actualización del contenido (una especie de “borrón y cuenta nueva” o comienzo ex nihilo) para concretizar su sentido.[8]

Es bien sabido que las mujeres no figuran en la literatura de Verne más que como personajes secundarios, y en general son sujetos del deseo y móviles de la trama. Hay que reconocer que muchas de sus afirmaciones con respecto a la mujer no serían bien vistas el día de hoy – por ejemplo, en Jornada de un periodista americano del siglo XXIX, el narrador se refiere a un modista del futuro y declara que fue aquel que tan acertadamente proclamó el principio: “La mujer no es más que una cuestión de formas”. Sin embargo, en la selección de Voyages extraordinaires –recogida hasta 2012 por la biblioteca de la pléyade tras largos años de polémica por la ausencia de Verne entre sus páginas– figuran varias heroínas y personajes femeninos interesantes, e incluso su novela Mistress Branican (1891) en la cual Dolly Branican, una aventurera mujer que supera la locura, un intento de secuestro y varios periplos marinos, termina sus días como generosa benefactora dedicada al oficio humanitario.

Inmerso en un momento de transformaciones definitivas para el destino de occidente, Julio Verne tuvo la serenidad y precisión necesaria para dar cuenta de esos cambios a través de sus artefactos narrativos, que definieron el género de la ciencia ficción como nunca antes había sucedido. Sin duda, sus novelas y cuentos pasarán a la historia como testimonios de una sorprendente unión entre el espíritu del romanticismo tardío y la naciente fe en el progreso tecnológico. Este choque, que no ha hecho más que manifestarse de manera vertiginosa en la era digital, evoca una serie de dilemas que en el universo de Verne se habrían resuelto favorablemente para la humanidad, pero que en nuestros días adquieren un tinte de incertidumbre y nos interrogan seriamente sobre nuestra continuidad como especie.

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[1] En la Correspondencia Inédita (Piero Gondolo della Riva, Hachette, 2005) entre Julio Verne y su editor Pierre-Jules Hetzel, y luego entre los respectivos hijos del escritor y el editor, Michel Verne y Louis-Jules Hetzel, se demuestra que dos de sus novelas póstumas fueron modificadas y a mitad escritas por el hijo de Verne.

[2] El negro literario es un escritor que escribe a nombre de alguien más, en aras de su fama y celebridad.

[3] Posteguillo, Santiago, La noche en que Frankestein leyó el Quijote, Planeta, 2016. Pasaje consultado en http://universo-verne.blogspot.com/2013/11/el-siglo-xxi-descrito-en-el-siglo-xix.html

[4] En especial Marguerite Allotte de La Fuyë en Jules Verne, sa vie, son œuvre, Kra, Paris, 1928.

[5] Bermez, Anne, Jules Verne : Méthode et imagination, consultado el 11 de marzo de 2019 en https://www.capital.fr/votre-carriere/la-lecon-de-management-de-jules-verne-methode-et-imagination-1265459

[6] « Tout ce que j’invente, tout ce que j’imagine restera toujours au-dessous de la vérité, parce qu’il viendra un moment o las créations de la science dépasseront celles de l’imagination » en Lecoq, Jean, Jules Verne : le précurseur en Le petit journal illustré, París, 1928.  La veracidad de esta cita ha sido debatida por varios estudiosos de la obra de Verne (Eric Weissenberg, Jules Verne. Un univers fabuleux, pp. 24–33), quienes afirman que Marguerite Allotte de La Fuyë la añadió ulteriormente a la correspondencia de Verne.

[7] « Il n’y a pas d’obstacles impossibles, il y a des volontés simplement plus forts et plus faibles, voilà tout ». Les aventures du capitaine Hatteras en Verne, Jules, Voyages extraordinaires, Biliothèque de la pleiade, Vol. 1, edición de Jean-Luc Steinmetz, Gallimard, París, 2012.

 

[8] « Les récits de Jules Verne sont merveilleusement pleins de ces discontinuités dans le mode de la fiction. Sans cesse, le rapport établi entre narrateur, discours et fable se dénoue et se reconstitue selon un nouveau dessin. Le texte qui raconte à chaque instant se rompt ; il change de signe, s’inverse, prend distance, vient d’ailleurs et comme d’une autre voix », en Foucault, Michel, « L’arrière-fable », Dits et écrits, p. 506. (Los relatos de Julio Verne están maravillosamente llenos de discontinuidades en el modo de la ficción. Sin cesar, la relación establecida entre narrador, discurso y fábula se desanuda y se reconstituye según un nuevo diseño. El texto que narra a cada instante se rompe; cambia de signo, se invierte, toma distancia, viene de afuera y como de otra voz).


Autores
Lector. Escritor. Traductor de literatura francófona. Twitter: @Cajme

Ilustrador
ORBEH / Guillermo Flores
Diseñador e ilustrador mexicano, radicado en Guadalajara. Egresado de la licenciatura en Diseño gráfico, especializado en animación y diseño web por la UNIVA / Universidad del Valle de Atemajac, campus Guadalajara, en 2004. Ha colaborado con Cirque Du Solei , Nike , Grupo Expansión , Grupo Vidanta . Tiene publicaciones en revistas como Novum Mag , Mokamag , Fusion Magaizne , Revista Expansión , PICNIC , entre otras. Fue seleccionado y expuesto en NY como parte de Los Diez (Sponsored by Epson) uno de los 10 mejores ilustradores latinoamericanos en AI-AP 2018 - Latin American Ilustración 7. Cuenta con ilustraciones en diversos libros ( Bikefriendly Imagination, La vida entre slogans , entre otros). Compositor y multi-instrumentista, el cual participa activamente en El Lázaro proyecto de Trip-pop mexicano.
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