Tierra Adentro
Ilustración de Luis Ham

Esta crítica se publicó originalmente en Tropic of Meta. La traducción estuvo a cargo de Luis Ham.


 

 

Cuando le digo a cualquier gringo que mi abuelo mexicano trabajaba de publicista, se quedan sin respuesta ante la noticia.

Sus expresiones faciales mutan a shock.

Sus cabezas dan la impresión de que van a estallar y yo que están pensando, “¿En México hay PUBLICISTAS?”

 

Le regalo una mueca torcida a esos fulanos y dejo que mi sonrisa hable por mí. Les dice, “Sí, bitch, en México hay cosas que publicitar, como nuestras propias fucking opiniones sobre USTEDES.”

Yo sigo orgullosa los pasos de mi abuelo, Ricardo Serrano Ríos, “decano de los publicistas de Jalisco,” y no solo tengo opiniones, las ladro como itzcuintli. También soy chismosa. 

Es mi forma de arte preferida, misma que comencé a practicar poco después de que mi periodo manchó por primera vez mis calzones, y ¿qué es la literatura, y la crítica literaria, si no un chisme diligentemente estetizado?

 

Tengo chisme. ¿Están listxs?

 

Una gabacha autoprofesa, Jeanine Cummins, escribió un libro torpe. Soberanamente torpe.

Su obra de caca pertenece a la gran tradición literaria estadounidense de hacer lo siguiente:

  1. Apropiarse de obras excepcionales escritas por gente de color
  2. Untarles una capa de mayonesa para volverlas sabrosas y digeribles para las papilas gustativas estadounidenses y
  3. Re-empaquetarlas para su consumo masivo racialmente daltónico.

AmericanDirtCover

En vez de mirarnos a los ojos, muchos gabachos prefieren alzar su mirada y menospreciarnos. En vez de aceptar que somos sus pares morales e intelectuales, nos compadecen felizmente. Su lástima es lo que instaura en ellos su gusto por el dolor mexicano, un ansia que muchos esconden. Esta negación motiva sus hábitos de consumo, lo que resulta en una preferencia por el porno de trauma con ornamentos de justicia social. Para satisfacer esta demanda, Cummins ensambló sin mucho cuidado American Dirt, un “road thriller” que trae puesto una peluca de estoy-dando-voz-a-los-sin-voces.

 

Me enteré de Dirt cuando la editora de una revista femenista me invitó a reseñarlo.

Acepté su oferta, Dirt me llegó por correo y la empaqué. Una vez en casa de mi tía, en Guadalajara, abrí el libro.

 

Antes siquiera de llegar al primer capítulo, la carta de su editor me hizo retorcerme. 

“La primera vez que Jeanine y yo hablamos por teléfono,” chorea el editor, “me dijo que los migrantes en la frontera mexicana estaban siendo retratados como una ‘masa morena sin cara.’ Me dijo que quería darle una cara a esas personas.”

La frase “esas personas” me enojó tanto que mi sangre se gasificó. 

Alcé la mirada y encontré un espejo que colgaba de la pared de mi tía.

Reflejaba mi cara.

 

Tuve que desarrollar una estrategia de supervivencia para poder tragarme Dirt. Consistió en entregarme por completo a la lectura de odio del libro, llenando los márgenes con frases tipo “Pendeja, please.”

Ya de regreso en Alta California, me senté en la mesa de mi cocina a escribir la reseña. La envié. Esperé.

 

Tras algunos días, una editora me respondió. Me dijo que, aunque mi análisis de Dirt era “espectacular,” no era lo suficientemente famosa para escribir algo tan “negativo.” Me ofreció reconsiderarlo si cambiaba mis palabras, si escribía “algo que la redimiera.”

Porque lo mejor que puedo decir sobre Dirt es que sus páginas deberían reciclarse para papel de baño, sus editores ser arrastrados a la guillotina. Me notificaron que se me pagaría una tasa de liquidación: 30% de los $650 dólares que me habían ofrecido por mis servicios.

¡Mirad, entonces, mi crueldad inpublicable que renace de la muerte!

 

En México, la gente ocupada toma licuados. Preparar estas bebidas requiere habilidades mínimas. Se echa fruta, leche y hielo en una licuadora, y voilà: comida para llevar.

 

Desafortunadamente, la narco-novela de Jeanine Cummins, American Dirt, es un licuado literario que sabe a su título. En su intento de prosa, Cummins  presenta estereotipos mexicanos muy pasados, incluyendo el latin lover, la madre que sufre, y el estoico machito inmaduro. El heteroromanticismo tóxico le da un arco al lodazal de novela, y gracias al glaseado blanco con que recubre su prosa, Cummins posiciona a los Estados Unidos de América como un santuario magnético, un faro hacia el cual la cronología de la historia chapotea. 

 

México: bad.

 

EUA: good.

 

Me tapé mi nariz metafórica y continué leyendo. 

 

Cummins nos bombardea con clichés desde el inicio. El primer capítulo abre con un grupo de sicarios acribillando una fiesta de quinceañera, una escena que es fácil imaginar saliendo sin aliento de la boca de Donald Trump durante un mitin en el medio oeste, y si bien los asesinos de Cummins son jocosos, su humanidad es, a lo mucho, superficial. Al caracterizar a estos personajes como los “bogeymen modernos del México urbano,” los vuelve superficiales. Al invocar monstruos con nombres en inglés y linajes europeos, Cummins revela el color de piel de la audiencia a quien va dirigida su obra: blanca. En México no existe el miedo al bogeyman. Existe el miedo a su primo lejano, el cucuy. 

 

Cummins utiliza este “paisaje de matanza,” una frase que casi remite al discurso inaugural de Trump, para introducir a su protagonista, la recién enviudada Lydia Quixano Perez. La policía llega al hogar de Lydia, transformado en una grotesca escena del crimen, a pretender que investigan. Lydia no se queda quieta. Ella entiende lo que todxs lxs mexicanxs entienden, que policías y criminales están en el mismo equipo, así que ella y su hijo, Luca, el único otro sobreviviente de la masacre, escapan. 

 

Con su familia aniquilada por narcotraficantes, madre e hijo se embarcan en un viaje de refugiadxs. Se dirigen al norte, deletreado en español en el inglés original, mientras otras palabras en español resaltadas en itálicas, como carajo, mijo, y amigo, contaminan la prosa, con un resultado similar al del sazonador para tacos que se vende en las tiendas gringas.

 

A través de flashbacks, Cummins nos revela que Lydia, “una mujer moderadamente atractiva pero no hermosa,” de 32 años, trabajaba en una librería. Su personaje súbitamente adquiere un perfil absurdo. Como protagonista, Lydia es incoherente, con contradicciones irrisibles. En un flashback, Sebastián, el esposo de Lydia, periodista, la describe como una de las mujeres “más inteligentes” que haya conocido jamás. Sin embargo, ella se comporta de una forma descaradamente inocente y estúpida. A pesar de ser una mujer intelectualmente comprometida y la esposa de un reportero cuyo tema central es el narcotráfico, Lydia no deja de sorprenderse al confrontar las realidades de México, realidades que no sorprenderían a unx mexicanx. 

 

¡Es una sorpresa para Lydia el enterarse que el misterioso y rico cliente que frecuenta la librería rodeado de guardaespaldas de mala pinta es el capo del cartel local! ¡Es una sorpresa para Lydia enterarse que algunos migrantes centroamericanos llegan a los Estados Unidos a pie! ¡Es una sorpresa para ella enterarse que hay hombres que violan a mujeres en su ruta a los Estados Unidos! ¡Es una sorpresa para Lydia enterarse que la Ciudad de México tiene una pista de patinaje sobre hielo! (Esta sorpresa me sacó una buena carcajada: yo aprendí a patinar en México.) El hecho de que Lydia esté tan sorprendida por las realidades diarias de su propio país, realidades con las cuales yo soy íntima como una Chicana viviendo en el norte, dan la impresión de que Lydia quizás no sea… una mexicana creíble. De hecho, percibe su propio país a través de los ojos de una turista.

 

Susan Sontag escribió que “una sensibilidad (a diferencia de una idea) es una de las cosas más difíciles de abordar” y con esta aserción en mente, declaro que American Dirt fracasa al intentar transmitir cualquier tipo de sensibilidad mexicana. Aspira a ser un Día de muertos, pero termina por encarnar Halloween. La prueba radica en la dolorosa falta de humor de la novela. Lxs mexicanxs tienen cientos de apodos para la muerte, la mayoría juguetones porque la muerte es nuestra compañera de juegos favorita, y Octavio Paz explicó nuestra relación única con la muerte cuando escribió, “Nuestras relaciones con la muerte son íntimas […] el mexicano […] la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.” La incapacidad de Cummins para acercarse a la muerte con la debida curiosidad y humildad es lo que vuelve American Dirt el libro perfecto para tu círculo local de lectoras gringas engreídas.

 

El escritor Alexander Chee ha dicho que quienes estén interesadxs en explorar las realidades de personas diferentes a ellxs mismxs, deberían responder tres preguntas antes de proceder. Estas son:

 

“¿Por qué quieres escribir desde el punto de vista de este personaje?”

 

“¿Lees a autorxs de esta comunidad actualmente?”

 

“¿Por qué quieres contar esta historia?”

 

La nota introductoria al libro de Cummins responde la última pregunta. Cummins cree que ella es lo suficientemente importante y experta como para representar a un pueblo moreno “sin cara”.

 

A un lado, Jesucristo. Hay un nuevo mesías en la ciudad. Y su nombre es Jeanine.

 

Me aterran los salvadores, siempre empeoran las cosas, muchas veces a través de la muerte de varias personas, y si no me creen, lean las primeras cuatro letras de messiah en inglés.

 

Para encajar con el modelo mesiánico, Cummins renació como una persona de color. Un vistazo a sus más recientes entrevistas revela que Cummins ahora se identifica como “latinx,” su identidad basada en la existencia de una abuela puertoriqueña. Sin embargo, Cummins recién está estrenando su latinx-idad porque hace cuatro años no lo era.

 

Repito: hace cuatro años, Cummins era blanca.

 

“No quiero escribir sobre raza,” escribió en un artículo editorial para el New York Times en 2015. “A lo que me refiero es, en verdad no quiero escribir sobre raza… soy blanca… nunca conoceré la rabia impotente de ser juzgada o de toparme con obstáculos institucionalizados por mi tono de piel o mi nombre.”

 

Al contrario de los narcos que envilece, Cummins carece de gracia y brillo. Al contrario, avanza a tropiezos con mal gusto trumpiano, y un vistazo a la cronología revela su modus operandi: de forma oportunista, con egoísmo y de forma parasitaria. Cummins identificó el apetito gringo por el dolor mexicano y encontró una forma de explotarlo. Con su ambición puesta, tiró por la borda lo “sin cara”, corrió hacia el micrófono y nos lo arrebató de las manos, decidiendo que su voz incompetente merecía ser amplificada.

 

En sus propias palabras, Cummins no cumplía los requisitos para escribir Dirt.

 

Y lo hizo de todas formas.

 

Por un cheque de siete cifras.

 

Siete cifras.

 

Como decía Bart Simpson, “¡Ay caramba!”

 

Dirt no es el primer libro de Cummins. Además de varias otras novelas, escribió también una memoria true crime altamente racializada, A Rip in Heaven. Yo también escribí una memoria de este género, Mean. Mean habla de un asesino serial en ciernes, Tommy Jesse Martínez. En 1996, Martínez abusó sexualmente de varias mujeres, incluyéndome, y su última víctima ayudó a la policía a capturarlo.

 

En los meses entre mi abuso sexual y su captura, Martínez violó, desfiguró y golpeó a Sophia Castro Torres hasta matarla, una migrante mexicana reservada que vendía cosméticos de Mary Kay y trabajaba en una granja. Martínez robó su green card, se la quedó como trofeo y la arrojó a la basura cuando se aburrió de ella.

 

El fantasma de Sophia me atormenta. Siempre está conmigo, supongo que se podría decir que me habla, y tiene algo que decirle a Cummins:

 

Mexicanas se mueren del otro lado también. A las mexicanas las violan en los Estados Unidos también. Tú lo sabes, sabes lo peligrosos que los Estados Unidos de América son y aún así decides pintarlos como un santuario. No lo son.

 

Los Estados Unidos de América se volvieron mi tumba.

 

Quizás la fascinación de Cummins con la frontera explique la similitud entre Dirt y otras obras sobre la migración: su novela es tan similar a las obras que usó para investigar que algunxs podrían decir que bordea en la palabra P. En los agradecimientos de Dirt, Cummins anuncia su ignorancia dando las gracias a “quienes me enseñaron con paciencia sobre México”. Da un listado de escritorxs que “deberías leer si quieres saber más sobre México” — Luis Alberto Urrea, Oscar Martinez, Sonia Nazario, Jennifer Clement, Aida Silva Hernandez, Rafael Alarcon, Valeria Luiselli y Reyna Grande— contradiciendo su caracterización de nosotrxs como una horda iletrada. No solo tenemos caras y nombres. Algunxs tenemos bibliografías extensas.

 

Si Cummins hubiese querido brindar atención a las distintas crisis que atraviesan lxs mexicanxs, migrantes mexicanxs en particular, podría haber referido a los lectores a las fuentes primarias y secundarias que saqueó. Tomemos, por ejemplo, A través de cien montañas, de Reyna Grande. A los nueve años, Grande entró a los Estados Unidos sin documentos. Se convirtió “en la primera persona en la familia en llegar a la universidad,” y obtuvo una licenciatura y una maestría. Su experiencia como migrante mexicana inspira tanto su narrativa como sus ensayos, y Grande escribe íntimamente sobre un fenómeno que Cummins ha enfatizado que desconoce: el racismo.

 

Mientras atendía una gala literaria en la Biblioteca del Congreso, otro escritor la confundió. En vez de asumir que ella era su igual, la trató como parte del servicio de meseros. Grande escribió sobre esta experiencia, relatando que su “sensación de insuficiencia” siempre ha estado ahí a pesar de su éxito. Estos sentimientos comienzan a una edad temprana. Cuando estaba en la preparatoria, saqué el puntaje más alto en el examen avanzado de inglés y composición, más alto aún que el de mis compañerxs blancxs. En vez de celebrarme, mis maestros insinuaron abiertamente que mi resultado era sospechoso. Seguro hice trampa. 

 

Mientras estamos obligadxs a lidiar con nuestro síndrome del impostor, a lxs aficionadxs que roban nuestro material, estilo e incluso voz se les celebra y recompensa.

 

Dirt se lee como un remix gringo de El viaje de Enrique de Nazario y un mash-up descuidado de la obra entera de Urrea. Sus primeros libros, Across the Wire y By the Lake of Sleeping Children, reverberan a través de Dirt. La dolorosa incomodidad del libro me recuerda a la vez que sorprendí a mi compañera de cuarto vestida por completo con mi ropa. Me asombró y perturbó encontrar a mi compañera de licenciatura frente a nuestro espejo, pretendiendo ser… yo. Cuando se percató de mi presencia, me miró a los ojos a través del reflejo. Sin saber qué hacer, me fui. Nunca hablamos al respecto.

 

Ella regresó las prendas a mi clóset, pero su decisión de usarlas como un disfraz las alteró. No podía usarlas de nuevo. Olían a ella. Las costuras se habían gastado.

 

Mi compañera de cuarto y yo no éramos del mismo tamaño.

 

Cummins hizo lo mismo que mi compañera pero llevó su audacia un paso más allá: salió al público usando su disfraz de mexicana, un disfraz que no le queda bien. 

 

Dirt es una obra-frankenstein, un espectáculo torpe y distorsionado, y a pesar de que algunxs criticxs blancxs han hecho la comparación entre Cummins y Steinbeck, creo que una comparación más apropiada sería a Vanilla Ice. Según Hollywood Reporter, Imperative Entertainment, un banner de producción conocido por el equipo que hicieron con el vaquero libertario Clint Eastwood, ya compró los derechos para volver película la “Mexican migrant drama novel.
Dado que mi catastrófica imaginación ha estado muy activa estos últimos días, puedo visualizar por completo lo que esta película inspirará. Puedo ver a Trump sentado en la sala de cine de la Casa Blanca, sus pequeñas manos tomando puñitos de palomitas mientras absorbe la adaptación cinematográfica de Dirt. “¡Esto!” grita, “Es por esto que debemos invadir.” No creo que Cummins tuviera la intención de escribir una novela que se ajustara a la agenda trumpiana, pero ese es el peligro de volverse un mesías. Nunca sabes quién te seguirá hacia la tierra prometida.


Autores
es escritora, locutora y artista. Vive en Long Beach, California. Su libro más reciente, Mean fue la selección editorial del New York Times. Publishers Weekly la describe como "una voz literaria sin igual." Gurba es co-anfitriona del podcast AskBiGirlz, junto a la caricaturista y compañera biracial Mari Naomi. Sus collages y arte digital han sido presentados en museos, galerías y centros comunitarios.