Sobre la guerra memética y otras peleas perdidas
Ya he dedicado varios ensayos a la preocupante conjunción entre los movimientos reaccionarios contemporáneos (al menos los acoplados en espacios virtuales) y la propaganda política mediante memes. En Boogaloo: una secuela (2021) y El gran despertar (2021) desmenucé cómo es que la alt-right ha ideologizado comunidades jóvenes para esparcir discursos de odio y teorías de la conspiración, mientras que en La hidra no se ha ido (2023) quise integrar los procesos de radicalización que han tenido lugar desde que 4Chan, en palabras de su propio creador, se convirtió en una fábrica de memes.
Reconozco que en ninguno de estos textos he reservado un solo espacio —por breve que sea— a reflexionar la memética. Esto se debe en parte a mi profundo disentimiento con tal concepto y con su creador, Richard Dawkins. Ocurre que este, además de ser un patán superlativo, es un mal biólogo. En su libro The selfish gene (1976) propuso una teoría que incurre en un reduccionismo extremo e irresponsable, con la que procuró explicar comportamientos complejos (inscritos en marcos sociales, culturales e incluso éticos) a partir de fundamentos meramente genéticos. Asumió que el organismo es apenas una máquina de supervivencia usada por los genes para asegurar su propia replicación y perpetuación.
Cualquier persona con un entendimiento materialista de los fenómenos biológicos sabe que la del gen egoísta es una metaforización errada. Lo que impulsa la selección natural —y lo que se selecciona para reproducirse— es el organismo como totalidad, no su genoma. Los organismos no son simples vehículos de sus genes: creer lo contrario es ser miope ante la complejidad de la vida. Mario Bunge supo desmontar la farsa de Dawkins, entre muchas otras obras, en Materia y mente (2010).
Justo en su libro de 1976, Dawkins introdujo por primera vez el concepto de meme, un análogo cultural del gen que también está sujeto a replicación, variación y selección. El problema de esta idea es, sobre todo, epistemológico: mientras que los genes son entidades físicas con arreglos definidos que se replican mediante mecanismos biológicos claros, los memes no poseen una estructura concreta ni procesos de reproducción exactos, lo que dificulta su estudio científico.
Aunque el concepto original ha sido criticado debido a su carácter poco formal y difuso, es importante reconocer que los memes, en tanto imágenes humorísticas o piezas gráficas breves que se reproducen viralmente a través de internet (como lo propuso Mike Godwin en 1994), sí son productos culturales tangibles. Así, aunque la memética pueda ser científicamente problemática, los memes como expresión cultural constituyen hechos sociales reales que merecen ser analizados desde perspectivas sociológicas y antropológicas rigurosas.
De forma independiente a lo que opinemos quienes nos inscribimos en el materialismo y el realismo, pululan personas que no solo teorizan la memética, sino que buscan instrumentalizarla para conseguir victorias políticas. Si los usos y costumbres del gobierno estadounidense no fueran tan conocidos, lo siguiente sonaría a broma: en 2006, un oficial de la Marina llamado Michael Prosser planteó la posibilidad de extenderlas dimensiones de la guerra tradicional, para que abarcase también mecanismos relativos a la transmisión de información. En la página del Centro de Información Técnica de la Defensa (Defense Technical Information Center, DTIC) puede consultarse Memetics—A Growth Industry in US Military Operations, donde Prosser instó a crear un Centro de Guerra Memético (Meme Warfare Center, MWC). Una vez instaurado, el MWC asesoraría al ejército en la generación de memes y proporcionaría un análisis detallado de las poblaciones enemigas, aliadas y no combatientes. La conclusión del documento tiene un tono mafufo, al igual que todo alrededor de la teoría memética:
Científicos cognitivos, antropólogos culturales, expertos en ciencias del comportamiento y en teoría de juegos deben incorporarse como profesionales especializados en el uso estratégico de memes en futuros campos de batalla. Estados Unidos debe reconocer la necesidad creciente de disciplinas emergentes en la guerra ideológica, transformando los memes en armas efectivas. El Centro de Guerra Memética ofrece una capacidad sofisticada y de riqueza intelectual ausente en las formaciones actuales de Operaciones de Información (IO), Operaciones Psicológicas (PsyOps) y Comunicación Estratégica (SC), y está específicamente diseñado para librar combates en la mente del enemigo. Los memes son herramientas clave para vencer en la lucha metafísica e ideológica.
Científicos cognitivos, antropólogos culturales, expertos en ciencias del comportamiento y en teoría de juegos deben incorporarse como profesionales especializados en el uso estratégico de memes en futuros campos de batalla. Estados Unidos debe reconocer la necesidad creciente de disciplinas emergentes en la guerra ideológica, transformando los memes en armas efectivas. El Centro de Guerra Memética ofrece una capacidad sofisticada y de riqueza intelectual ausente en las formaciones actuales de Operaciones de Información (IO), Operaciones Psicológicas (PsyOps) y Comunicación Estratégica (SC), y está específicamente diseñado para librar combates en la mente del enemigo. Los memes son herramientas clave para vencer en la lucha metafísica e ideológica.
Leíste bien: lucha metafísica. Comprendo que no podemos pedirle una ontología coherente a un militar, pero encuentro profundamente revelador el hecho de que una estrategia bélica emergente esté basada en terminología fantasmagórica que pretende ser ciencia. El trabajo posterior de otros soldados estadounidenses que ahondaron en el tema, al ser leído con el escepticismo necesario, delata a la memética militar como una descarada propaganda con pasos extra. En su artículo titulado Memetic Warfare: The Future of War (2010), el teniente Brian J. Hancock sugirió que las operaciones militares podrían valerse del empaquetado memético para influir en poblaciones objetivo: conseguir la transmisión estratégica de mensajes que, incorporando elementos que apelen a aspectos profundos de la psicología humana, se aceptasen con mayor facilidad.
Es decir: propaganda.
De la guerra memética me seduce más lo que podríamos llamar guerrilla memética. Basta estar al tanto de las estrategias de comunicación gubernamental que han empleado todas las potencias desde la posguerra para saber que ninguna de ellas ha innovado en la práctica de diseminar información para facilitar conquistas y diluir resistencias: ese ha sido, más bien, su modus operandi. El caso de los guerrilleros digitales resulta más interesante por motivos de escala y de logística.
La derecha alternativa estadounidense —monstruo que, en parte, catapultó a Trump a su primer triunfo electoral y lo afianzó en el segundo— se ha distinguido no por poseer una ideología uniforme o bien estructurada, sino por aprovechar la inercia discursiva de varios grupos reaccionarios y extremistas que tienen enemigos en común. Así, en complicidad, los mensajes de misoginia a lo Andrew Tate se esparcen en los mismos círculos que ciertos argumentos negacionistas del holocausto o burlas sobre la tasa de suicidio de las personas trans. Se permite la vecindad irrestricta de todo aquello que busque acabar con el orden de la democracia liberal de Occidente. Richard Spencer, líder germinal del movimiento, llegó a jactarse de su poder viral con una frase aterradora: “a fuerza de memes trajimos la alt-right a la existencia”.
Un chiste recurrente entre la izquierda tuitera es que no vale la pena discutir con un usuario que defiende la consumación del genocidio palestino por parte de Israel: del otro lado de la pantalla, muy probablemente, se encontrará un militar sionista. Por otra parte, en los círculos conspiranoicos de derecha, corre también el chiste gastado de que las e-girls lindas pueden ser agentes del gobierno en busca de cumplir con una cuota de detenidos por cargos de terrorismo.
Las guerras (las masacres realizadas en su nombre) siguen haciéndose con armas y explosivos, no con memes. Pero habría que preguntarnos, de ahora en adelante, qué papel jugarán en las batallas que no se libran con fusil en mano.
Referencias
- Bunge, M. (2010). Matter and mind. Springer.
- Dawkins, R. (1976). The selfish gene. Oxford University Press.
- Defense Technical Information Center. (2006). Dtic.mil. https://apps.dtic.mil/sti/citations/ADA507172
- Gutiérrez Arellano, L. (2021). Boogaloo: una secuela. Fondodeculturaeconomica.com. https://tierraadentro.fondodeculturaeconomica.com/boogaloo-una-secuela/
- Gutiérrez Arellano, L. (2021). El gran despertar. Fondodeculturaeconomica.com. https://tierraadentro.fondodeculturaeconomica.com/el-gran-despertar/
- Gutiérrez Arellano, L. (2023). La hidra no se ha ido. Fondodeculturaeconomica.com. https://tierraadentro.fondodeculturaeconomica.com/la-hidra-no-se-ha-ido/
- Hancock, B. J. (2010). Memetic warfare: The future of war. Military Intelligence, 36(2), 41–46.
- McSwiney, J. (2021). Memes in Far-Right Digital Visual Culture – GNET. GNET. https://gnet-research.org/2021/08/20/memes-in-far-right-digital-visual-culture/