El gran despertar
Conservo la mala costumbre de visitar 4Chan durante las noches en las que no me alcanza el sueño. Más aburrido que belicoso, pasé la adolescencia habituado a leer ─no sin horror─ entradas de texto verde e hilos interminables, poblados por negacionismo del holocausto lo mismo que por chistes sobre la tasa de incidencia criminal entre los afroamericanos. Antes de Trump, esos ánimos reaccionarios no rebasaban la pantalla del ordenador: eran, apenas, una demostración de qué tan edgy podía llegar a ser el autor de los mensajes. Hoy constato que algo ha cambiado.
Ahora miro, pues, el tablón /pol/. Un usuario abre un hilo acerca del culto a Saturno. Con la imagen de una Estrella de David en cuyo interior se traza un hexágono (que, a su vez, proyecta un cubo), explica que los judíos y las etnias afines están unidos en la adoración al Cubo Negro desde la guerra entre los dioses primigenios Marduk (ahora Marte) y Tiamat (ahora el cinturón de asteroides). ¿Dónde ocurrió esa guerra? Pues en el hexágono polar de Saturno, que puedes apreciar con un vistazo en Google Imágenes.
Eso es apenas la primera parte del hilo.
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Basta media neurona para saber que el Mundo ya no es uno solo. Ese concepto grandilocuente ─escrito con mayúscula inicial y tomado casi por sinónimo del universo observable─ solía agrupar en su seno al supuesto sistema de leyes y normas bajo el que se rige la mecánica de la materia. Caducada la modernidad, el paso de la historia nos ha dejado a la merced de varios Mundos, erguidos en narrativas dispersas, particulares. Tener diferentes explicaciones sobre el origen y el funcionamiento de la naturaleza misma nos ha obligado a habitar realidades igual de diferentes.
Así pues, una teoría de la conspiración no es sino una narrativa, un sistema de creencias compartidas en las que se establecen los nodos que conectan a las aristas de la realidad. La conspiración es suplemento, variación. Se gesta en las sociedades contemporáneas como una alternativa al status quo y, al mismo tiempo, como un imperativo: traza el camino que se debe seguir para abandonar a la barbarie en la que vivimos. El conspiranoico sabe que su causa es noble porque le subyace la búsqueda de la verdad y el interés genuino por encontrar explicaciones de los fenómenos tangibles y abstractos; irónicamente, eso es lo que lo hermana con el científico y el investigador.
Bajo la luz de lo anterior, se explica perfectamente el hecho de que resulte una tarea estéril discutir en términos materialistas con un adepto de la conspiración. Es un atrevimiento ingenuo tratar de explicarle los principios de tu Mundo a alguien que ni siquiera lo habita.
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Si tuviera la audacia de la que carezco, me atrevería decir que el dichoso Mundo ya no existe: nos quedan apenas sus retazos.
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El inicio lo marcó el Pizzagate. A partir de la polémica de John Podesta ─dirigente de la campaña electoral de Hillary Clinton acusado de sostener una red de trata pedófila─ y la pizzería Comet Ping Pong ─supuesto lugar de encuentro en el que se suscitaron ritos de abuso sexual infantil que devinieron en sacrificios satánicos─, comenzó a moldearse el esqueleto de lo que pareciera apuntar a convertirse en una Gran Teoría de La Conspiración.
El asunto es difícil de explicar en más de un sentido. Trataré de trazar una trayectoria de los hechos. Después de las acusaciones a Podesta, WikiLeaks filtró una cantidad enorme de correos electrónicos de Hillary Clinton y sus colaboradores, en los que se trataban minucias redactadas en clave sospechosamente críptica. La alarma nació a partir del hecho de que varias de las palabras empleadas en los mensajes codificados coinciden con una supuesta jerga pedófila (hotdog aludiría a niño, pizza a niña, sauce a orgía, chicken a niño pequeño, etcétera). Un correo de Hillary Clinton dirigido a John Podesta permanece estelar al día de hoy; en él, ella se despide diciendo que sacrificará un pollo en el patio trasero en honor a Moloch.
Vale, ¿y quién carajos es Moloch? Se trata de una divinidad cananea que históricamente ha sido relacionada con el sacrificio de niños mediante rituales que implican fuego. Su figura ─taurina, casi siempre bestial─ ha sido identificada en otras culturas con la del dios que devora a sus hijos. Ajá: Saturno.
Como podrás notar, el establecimiento de las conspiraciones como narrativa suplementaria de la realidad material implica mucho sincretismo. Deidades y mitos se funden en uno solo para dar pie a un supuesto maniqueísmo entre el Bien y el Mal que se ha dilatado desde el inicio de los tiempos. Así, diversas teorías de la conspiración han recibido a otras, engulléndolas. La leyenda urbana de que la gente poderosa tortura niños con el fin de oxidar su adrenalina y beber el adrenocromo resultante se empareja, a la perfección, con las acusaciones sobre círculos pedófilos que sacrifican infantes. Del mismo modo, los conservadores han encontrado una explicación perfecta a lo que llaman agenda del aborto: la gente, sin saberlo, está ofrendando sus hijos multitudinariamente a Moloch.
El Gran Despertar (Great Awakening) es el término con el que los conspiranoicos se refieren al proceso histórico en el que las consciencias humanas al fin se darán cuenta de que están atrapadas en una celda controlada por élites oscuras, las cuales han encontrado la forma de dominarlo todo mediante el robo energético en diferentes manifestaciones. Las creencias de la gente despierta explican el papel de los masones, los judíos, los banqueros, las farmacéuticas, las entidades interdimensionales.
Es decir: ellos ya han construido su propio Mundo.
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En unos minutos dejaré de escribir. En este momento aprovecho el remanente de la tarde para reflexionar que buena parte de los ensayos que he redactado a lo largo del año los dediqué a preocuparme por toda clase de terroristas virtuales y de otros abortos del postmodernismo. A pesar de mi angustia ─compartida no por poca gente─, no ha llegado aún el día en el que el capitalismo colapse o la ultraderecha memera se haga del poder absoluto en los senados del planeta. Tampoco hemos sido testigos del desenmascaramiento criptofascista o de la distopía ultraliberal patrocinada por Elon Musk. Menos mal.
Pronto abandonaré el escritorio y saldré a la noche.
Esperaré, como siempre, el advenimiento de la primera convulsión.