El horror también se escribe con C-H: Perspectivas del Horror Chicano
Me he preguntado si existe algo similar al horror chicano. Para empezar, habría que definir, al menos someramente, lo que es “lo chicano”. De acuerdo con el Portal de la Cultura Chicana, una página albergada dentro del dominio de la Biblioteca Cervantes Virtual1, lo chicano se deriva de la terminación “xicano” perteneciente a la palabra “mexicano”, que denomina el gentilicio de aquellas (os) que viven o nacieron en territorio mexicano. Ahora bien, este término, el de lo “chicano”, terminó siendo peyorativo, como en su tiempo lo fue el de “pachuco”, abordado en el célebre ensayo de Paz, El laberinto de la soledad (1950), cuyo interés se centró en la profundización sobre aquello conocido como “lo mexicano”. Por supuesto, la nacionalidad, que puede rastrearse a la constitución de los estados-naciones después del Tratado de Westfalia (1648), depende de una construcción semántica, social, política y por supuesto filosófica, que abunda sobre la pertenencia a determinado tipo de grupo social. En el caso de la nacionalidad el vínculo se relaciona con el terreno geográfico y político de determinada época o momento histórico. Lo mexicano pertenece a una entelequia construida a partir de las consumaciones de la independencia de la Nueva España. Es decir, lo mexicano tiene apenas unos 200 años circulando en la psique y en el pensamiento de aquellos interesados por las generalidades y particularidades de aquellos nacidos en esta región geopolítica.
El vínculo de México con Estados Unidos se convirtió, con el pasar del siglo XX, en el principal medio de relaciones tanto políticas como económicas. Quedó atrás la añoranza por lo español o incluso por lo francés. La esfera geopolítica de Estados Unidos comenzó a ser tan poderosa como para engullir el anhelo de la mayoría de los mexicanos.
Esto, aventurándonos un poco, podría deberse a la condición precaria con la que ha vivido la mayoría de la población desde que la nación dejó de ser Nueva España para convertirse en México: la carencia de las clases oprimidas, así como la enorme divergencia entre la repartición de la riqueza, o el gigantesco nivel de corrupción, que podría verse como una enfermedad endémica del continente latinoamericano. Además, la construcción ideológica de lo que terminaría siendo Latinoamérica, con ese característico adjetivo de lo latino, vinculando el idioma y la cultura heredada de Europa, sin tomar en cuenta a los países que, estando al sur de Estados Unidos, hablan también inglés o heredaron una cultura proveniente de Inglaterra u Holanda. De la misma manera, las culturas indígenas son puestas de lado en esta perspectiva de lo latino, pues el único vínculo con el que se mantiene esta súper región del hemisferio occidental es mantenido con su historia común de colonialismo paneuropeo.
Estados Unidos terminó convirtiéndose en uno de los ejes centrales a los que dirigió su atención casi todos los estratos económicos, políticos, sociales y culturales del país, especialmente, como he mencionado, a partir del siglo XX. Esto incluye las vertientes culturales consagradas al arte, principalmente aquellas manifestaciones fácilmente comerciables: la música, el cine, e incluso la literatura.
La literatura de terror, como es bien sabido, es hija de la Ilustración, como asevera Rafael Llopis en Historia natural de los cuentos de miedo (1974), además del racionalismo, y de la pugna por aventajar, o de cierta forma rebelarse, en contra de lo constituido en torno al racionalismo. Es conocida la frase de Madame du Deffand: “No creo en fantasmas pero me dan miedo”.
La primera novela de terror, de acuerdo con el consenso general, es El castillo de Otranto, escrita por Horace Walpole y publicada en 1764. En esta descabellada obra, la trama es colocada en la Italia medieval, o lo que se concebía como medieval para los ingleses del siglo XVIII. La necesidad de las construcciones fantasmagóricas de lo gótico también respondía a su época, así que la verosimilitud forzaba a los autores a llevar sus historias hacia el sur europeo: España, Italia, o incluso más allá, hacia el oriente, donde podían ocurrir cosas como aquellas.
A pesar de las innovaciones de escritoras y escritores como Mary Shelley, Poe o Henry James, la estructura de lo folklórico, de lo lejano, quizás heredado del Romanticismo Negro alemán, terminaba vinculando a muchas de las tramas, personajes o incluso monstruos, con “tierras lejanas”, como es el caso de la muy posterior Drácula, donde puede leerse esta confrontación entre el iluminismo y el poder de la ciencia (lo inglés) y el ocultismo, el misticismo, y lo folklórico-salvaje de la región de los Cárpatos.
La cercanía de estos espacios comenzó desde Shelley o Poe, pero fue acercándose conforme los narradores de la época victoriana entendían que lo siniestro podía situarse cerca de casa. En Estados Unidos, además, se percibía un elemento nacionalista de una tendencia poderosa al surgir, o hacer surgir, una literatura “estadounidense” que partía desde el Huckleberry Finn (1884) de Twain, aunque tomando en cuenta la enorme tradición que abarcaba desde Washington Irving, Nathaniel Hawthorne o Herman Melville.
La literatura de terror quedó asentada como una literatura endémica de Europa, pero también de América, y así fue tomada por las voces que convirtieron ésta en una bandera cultural que ha seguido dando frutos en el cine o en la misma literatura, de Ambrose Bierce a Lovecraft, de Bradbury a Shirley Jackson, y de Matheson a King. Y es con estos últimos escritores mencionados donde la literatura se acerca más a lo cotidiano, a la cercanía del “hombre común” que vive y muere en Estados Unidos de Norteamérica.
En países como el nuestro, la llamada Literatura de Terror podría parecer una especie de conversión de un elemento cultural que nos ha sido heredado. Los historiadores de la literatura entienden al “modernismo” como el primer movimiento netamente latinoamericano. Incluso, narradores tan extravagantes como Efraín Rebolledo, Bernardo Couto Castillo o Ciro B. Ceballos, fueron puestos bajo la sombra del decadentismo de pura cepa francesa. Sin embargo, resulta complicado decir que autores tan extraños como los ya citados, u otros posteriores como Guadalupe Dueñas, Isaura Murguía, Ana de Gómez Mayorga o Francisco Tario fueran meros copistas de la tradición de lo macabro anglosajón.
La tradición en México, y también en Latinoamérica, aunque no plenamente visible, encarna una serie de figuras que actualmente sería difícil de obviar. Esta senda, que ha sido seguida por escritoras que van de Adela Fernández a Adriana Díaz Enciso, o escritores como Carlos Bustos o Bernardo Esquinca, también tiene una manifestación, si es que puede llamarse así, en una región ajena en apariencia a lo mexicano, una extravagante zona limítrofe que permite la creación de obras extrañas con una supuesta ascendencia mexicana, pero cuya tradición tal vez se encuentre, en verdad, en la cultura estadounidense.
La cultura chicana sigue manifestando un interés hacia lo mexicano, aunque vertido dentro de una cultura limítrofe, texana, californiana, yanki incluso, que permea la senda cultural seguida por los productos vendidos de uno u otro lado. Me interesan especialmente algunas obras contemporáneas, algunas más reconocidas que otras, dentro de lo que podría denominarse “Horror Chicano”: Santa Muerte (2012) e Into the Forest and All the Way Through (2020), novela y poemario de Cynthia Pelayo; Zero Saints (2015) y Coyote Songs (2018), ambas novelas de Gabino Iglesias; y, finalmente, Mexican Gothic (2020), igualmente novela, de Silvia Moreno-García.
Me parece más importante el comentar algunos elementos de lo “chicano” que podrían o no ser fundamentales para este tipo de literatura, si es que realmente lo es, que desgranar poco a poco cada una de las obras aquí mencionadas, cuestión que además excede la intención de este breve ensayo. Me parece que este interés por lo chicano y lo terrible, al menos en estos últimos años, podría rastrearse a películas como The curse of the Llorona (Michael Chaves) del 2019, que además fue producida por James Wan, el famoso director y productor de la casa Blumhouse, y que además parecía inmiscuirse en el universo creado por las películas de la serie The Conjuring. En la película, la presencia de mexicanos detona que una entidad monstruosa, la Llorona de nuestro folklore, termine convirtiéndose en un agente terrible que acechará a los protagonistas y personajes secundarios blancos en un Los Ángeles cargado de ciertos momentos plagados de estereotipos.
Por supuesto, The curse of the Llorona no es una película que plasme elementos mexicanos per se, como sí pretendería hacerlo una película animada como Coco, del 2017, filme producido por Disney y por el estudio Pixar, que tuvo la dirección compartida de Adrián Molina, un animador, productor y director de origen mexicano. Esta película que, por supuesto, no es de horror, centró el interés en la cultura mexicana, específicamente en la celebración del Día de Muertos, con una serie de estereotipos y construcciones mitológicas ajenas a la cultura mexicana. Además de que es complicado hablar de un solo “Día de Muertos” en la geografía mexicana, la producción dejó palpable el interés y la visión de lo mexicano desde el punto de vista del lector y del espectador norteamericano, e incluso del de ascendencia mexicana.2
En la televisión también persisten series que siguen este interés por lo chicano, determinado por la vida de mexicanos, o descendientes de mexicanos en Estados Unidos, que perciben su vida desde un punto de vista liminal, ya sea en una época tan temprana en el Siglo XX como los años previos a la Segunda Guerra Mundial, como en Penny Dreadful: City of Angels (2020), un spin off de la exitosa serie gótica (y victoriana) creada para Showtime por John Logan, donde se conjuntaban los monstruos clásicos de la literatura inglesa de terror del siglo XXI, así como los intereses derivados del colonialismo inglés: la egiptología, por ejemplo. En el caso de City of Angels, la historia se sitúa en Los Ángeles, ciudad paradigmática de la migración, en la que un grupo de mexicanos y descendientes se enfrentan a la brutalidad policíaca. Al parecer, las fuerzas políticas de Los Ángeles, y de la zona, están empeñadas en hacer desaparecer a los mexicanos, a los beaners, por tildarlos de sucios, revoltosos, e incluso de criminales, haciendo alusión a la significación que se le daba a la palabra “chicano”.
A pesar de los límites narrativos de la serie, y de la constante comparación entre la cultura “sucia” mexicana y la “limpia” de los alemanes en L.A., la presencia de elementos folklóricos como una Santa Muerte, bizarra y weird (que hunde su iconografía en las representaciones católicas heredadas de España), acompañando a los mexicanos “buenos” que siguen la ley, incluso a costa de la familia, en contraposición con una entidad maléfica, que además posee distintos avatares, llama la atención por el interés que provoca en una narrativa de corte espectral, o si se quiere Weird que recuerda a lo construido por narrativas como la de Mariana Enríquez con sus santos populares en libros como Las cosas que perdimos en el fuego (2016).
El caso paradigmático en esta literatura contemporánea, de corte chicano, la encontramos en Gabino Iglesias, escritor texano de origen mexicano, quien ha escrito en dos novelas de mediana extensión una serie de construcciones semánticas venidas del folklore y de la tradición mexicana, combinadas con elementos del Noir sucio. La primera de ellas es Zero Saints (2015)3, en la que asistimos a la historia de Fernando, un migrante ilegal que se enfrenta a los poderes del crimen organizado, tanto en México como en Estrados Unidos. En la novela hallamos los elementos de los santos populares y de tradiciones tan disímiles como la del palo mayombe al lado del culto a la Santa Muerte. Lo interesante, además de la construcción ágil que nos presenta Gabino Iglesias, es la presencia constante de oraciones, e incluso párrafos enteros, escritos originalmente en español, conjuntando un spanglish de lo más divertido y ágil en una narrativa que busca, precisamente, la irreverencia. Además, en Zero Saints, la presencia de un santo popular norteño como lo es el Niño Fidencio, ayuda a convertir la novela en un caldo bizarro, jugoso y picante, sazonado con violencia y virulenta fe.
Además, Coyote Songs (2018), se encarga de cerrar una propuesta narrativa a contrapunto con la creada en Zero Saints, pues a pesar de presentar la historia de varios personajes mexicanos en la frontera estadounidense, entre ellos un “coyote”, se entrevera la presencia de la Virgen de Guadalupe que, en una escena bellamente construida, se transforma en una entidad cuidadora lo bastante weird como para hacer respingar a los más puristas.
El lado contrario a un narrador weird y bizarro como Gabino Iglesias, lo presenta Silvia Moreno-García, una escritora tamaulipeca que reside en Canadá, y que ha llamado la atención del público anglosajón con una novela de Fantasy titulada Gods of Jade and Shadow (2019), además de otras novelas como Certain Dark Things (2016) que construyen desde ya un imaginario del gótico contemporáneo, deudor de Susan Hill o de las imaginerías de una Ann Rice.
Mexican Gothic (2020), sin embargo, es una novela poderosa e imaginativa, donde se entrevera la atmósfera gótica típicamente inglesa, las locaciones del México Central, específicamente aquellas halladas en Hidalgo (El Triunfo está basado en Real del Monte) y la aparición de hongos que representarán algo parecido a una amenaza al mismo tiempo que a una sustancia que coadyuva a los intereses de los “malos” (este elemento meramente gótico). El interés de Mexican Gothic además, se deriva del hecho de ser una novela escrita por una narradora mexicana que escribe en inglés, y construye desde una tradición que en realidad bebe más de Shirley Jackson, o de las ya mencionadas Susan Hill y Ann Rice, o de la narrativa de Henry James, Catherine Crowe o Charlotte Perkins Gilman, que de Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas o Inés Arredondo. Sin embargo, esto no quiere decir que Moreno-García utilice personajes meramente anglosajones, pues el personaje principal de su novela es una mexicana llamada Noemí Taboada que, al contrario de una caracterización gótica al uso, se convierte en una heroína que busca salvar a su prima, Catalina, encerrada en El Triunfo, propiedad de su esposo y de su familia de ascendencia inglesa.
Los mexicanismos durante la novela son constantes, lo mismo que las frases escritas y enunciadas en el idioma, pues la narradora conoce bien el español, aunque debido a sus circunstancias ha preferido escribir en inglés.
Estos tres casos, aunados a los de escritores como Cynthia Pelayo, que escribe una novela titulada Santa Muerte, o un poemario sobre mujeres desaparecidas en territorio norteamericano (muchas de ellas de origen latino), o incluso el interés que ha suscitado Carmen María Machado, de ascendencia cubana, junto con películas o novelas en las que se retoman elementos del folklore (como The Outsider de Stephen King) mexicano, muestran un interés palpable en ciertos puntos de la cultura mexicana, inclusive aquella interesada en las estéticas macabras: la literatura de terror, celebraciones como el Día de Muertos o criaturas como La Llorona.
Aún es demasiado pronto para decir si existe un horror chicano como tal, o una estética que parte, desde un punto de la frontera, desde diversas circunstancias (una otredad a medias perversa y a medias comprensiva), hacia una consolidación de una estética híbrida, de una cultura liminal en la que lo mexicano y lo norteamericano se den la mano para buscar reverenciar a la muerte, al horror y al misterio, todo aquello que suscita ese elemento que mueve a todos aquellos interesados en las obras de lo macabro: el miedo.
- http://www.cervantesvirtual.com/bib/portal/Lchicana/presentacion.shtml (consultado el 18 de noviembre de 2021)
- Como punto de interés se encuentra el desfile del “Día de Muertos” que puede presenciarse en la película 007: Spectre (2015) cuando James Bond visita la CDMX.
- La novela cuenta con traducción al español por parte de Dilatando Mentes: No hay santos. Un noir de barrio, 2017).