Tierra Adentro
Ilustración realizada por Jal Reed
Ilustración realizada por Jal Reed

I. Una bomba

Tic-tac.

El chico es tímido, amable. No le importan o no le afectan gravemente los treinta y cinco grados de la tarde: esconde su delgadez tras la holgura del suéter negro, media cara cubierta por el pelo crespo y rubio que le cae hasta los hombros. Incluso su mirada es pálida, liviana, fácil de evaporar entre las paredes del aula. A pesar de ser el más silencioso entre mis alumnos, no duda en esperar al final de clases para esclarecer dudas y pedir material adicional. Me invade un orgullo humilde al saber que me he ganado la confianza de alguien al que le faltan interlocutores. A menudo me digo que es un buen chico, a secas, hasta que me entrega su libro de texto para revisarle una tarea. Miro, primero con curiosidad y luego con horror discreto, los rayones: ha tachado todos los nombres femeninos que aparecen en la lectura, adornándolos con el dibujo diminuto de una taza de café.

Tic-tac.

Como con prisa antes de continuar con mi trabajo. Conservo, me temo, el mal hábito de seguir usando X para distraerme entre bocado y bocado. Durante el scrolleo incansable me topo con un video cuya extensión no rebasa el minuto y medio. En él aparece Sneako —un streamer que se hizo famoso entre la generación zeta por hacer contenido redpill y antifeminista— rodeado por un grupo de chicos que no han alcanzado del todo la adolescencia. Después de pedirle una selfi, uno de ellos brinca de emoción (como el niño que es) y empieza a gritar (como el monstruo en el que se está convirtiendo): “Fuck the women! Fuck the women! Fuck the women!”.Sneako, nervioso, ríe y trata de reprenderlo, pero otro grita: “All gays should die!”.Sneako, preocupado ahora, mira la cámara. En sus ojos se forma una pregunta que su boca no se atreve a articular: ¿esto es mi culpa?

Tic-tac.  

Descanso los pies en uno de los jardines de la Facultad. Espero a mi hermano, ingeniero en ciernes, para acompañarlo a hacer unos trámites. Un par de muchachos se sienta en la banca contigua a la mía, ambos tan miopes y torpes como yo (tan miopes y torpes, quizá, como todos los alumnos a la redonda). Cada uno devora papitas. Se muestran videos, intercambian mentadas de madre. Siento una punzada alarmante al escuchar lo que uno le dice al otro: “Mira, cabrón, te digo que Michelle Obama es hombre; no hay fotos de ella embarazada y hay videos en los que su esposo la llama Mike”.

Tic-tac.

Voy tarde, para variar. La mañana me alcanza para comprar un burrito que después calentaré en el microondas, acompañado por uno de los cafés desabridos que el OXXO expende. Una vez fuera de la tienda, comida en mano, espero con impaciencia a que el semáforo cambie de color. Pero no lo hace. Me entretengo mirando los stickers que decoran el poste de luz: pendejadas que a algún universitario se le antojaron iconoclasia definitiva, mensajes motivacionales, memes. Oculta casi, me mira de vuelta la runa del sol negro. Luz verde, al fin.

Tic-tac.

II. Pipeline

Claro: le llaman tubería, madriguera de conejo. Y es que el camino oscuro hacia la radicalización ocurre casi siempre de la misma forma. Es un paso rígido, ciego, en picada. Un tránsito que en tramos parece imposible de escapar.

Alt-right pipeline es el nombre que recibe el fenómeno en el que los jóvenes del mundo (especialmente los angloparlantes) son gradualmente seducidos por los guiños ideológicos de la extrema derecha y su ineludible presencia en internet. Se empieza, en la mayoría de los casos, con memes: chistes y burlas hacia las feministas, las minorías sexogenéricas y los guerreros de la justicia social; en pocas palabras, los heraldos del progresismo.

En la ruta siguen los videos de YouTube y los clips de TikTok llenos de referentes (intelectuales o no, beligerantes o no) que defienden los valores de Occidente, la tradición y el sentido común. Dosificados, van cayendo el repudio hacia los migrantes, el negacionismo del holocausto, las legislaciones antiderechos y las noticias falsas propagadas a propósito. Luego es tarde: se llega a los tableros de 4Chan, los manifiestos, los tiroteos. No hay nada que hacer cuando la propaganda del odio se ha infiltrado hasta lo más hondo de la identidad de quienes la abanderan.

Angela Nagels, al estudiar la guerra cultural que se gestó en internet gracias al espaldarazo derechista que representó la victoria de Donald Trump, resumió con enorme puntería el nacimiento de la alt-right:

Después de la elección de Trump, todo el mundo quería saber acerca de un nuevo movimiento digital de la derecha cuya estética parecía haberse infiltrado en la cultura dominante de Internet. En el período previo a las elecciones, la imagen más común era la de Pepe la rana. El nombre dado por la prensa a esta mezcla de fenómenos derechistas en línea, que incluían desde Milo [Yiannopoulos] hasta 4Chan y sitios neonazis, fue “derecha alternativa”. Sin embargo, en su definición más estricta, como rápidamente se señaló, el término fue utilizado para agrupar a una nueva ola de movimientos y subculturas abiertamente segregacionistas y nacionalistas, tipificados por portavoces como Richard Spencer, quien ha promovido un etnoestado blanco y un Imperio blanco pannacional pensado como una suerte de aproximación al Imperio Romano.1

Una ridiculez, vaya.  

Una que ellos se toman muy en serio.

Bastarán un par de décadas para que la principal interrogante política alrededor del primer cuarto de nuestro siglo sea la siguiente: ¿cómo carajo fue que las páginas de memes se convirtieron en el semillero del fascismo contemporáneo?

Sus procedimientos —incluso su postura— son infalibles. Si queremos tomarnos la discusión con seriedad, resulta una trampa retórica señalar de nazis a agrupaciones que sólo comparten memes en Facebook, culpar a youtubers que sólo ejercen su libertad de expresión, encarcelar a activistas de derecha sólo porque promueven sus ideales. Mientras nosotros damos espasmos dialécticos y redactamos artículos, ellos propagan sus teorías de conspiración y sus posverdades sin agotarse un día.

¿Qué tan larga es la tubería? ¿Qué tan intricada es la madriguera del conejo? Ya desde el trumpismo ha sido perfectamente observado el fenómeno en el que multitudes de internautas, quienes sólo consumen contenido digital, se vuelcan de forma sistemática hacia medios progresivamente más radicales (fenómeno tan conocido que cuenta con una parodia en la tercera temporada de The Boys).

El equipo de investigadores de Manoel Ribeiro, académico brasileño especializado en la moderación de contenido en internet, llevó a cabo un análisis cuantitativo de la ruta que siguen los usuarios de YouTube al radicalizarse.2 Para ello, el equipo tomó un total de 330 925 videos publicados en 349 canales, los cuales fueron clasificados en cuatro grupos: Media, Alt-lite [una postura de derecha leve, que se deslinda del nacionalismo blanco], Intellectual Dark Web (i. d. w.) [contenido hecho por intelectuales de derecha que se oponen al progresismo y las políticas identitarias] y Alt-right.

Al procesar más de 72 millones de comentarios, los investigadores encontraron que los tres tipos de canales de derecha (alt-lite, i. d. w. y alt-right) comparten cada vez más la misma base de usuarios. Del mismo modo, el algoritmo de recomendaciones de YouTube ha facilitado que los usuarios migren constantemente de contenidos suaves a extremos, siendo estos últimos de fácil acceso. Es el caso de una endogamia que potencia su propia bestialidad.

El trabajo de Luke Munn, de la Western Sydney University, resulta pertinente para entender la psique de la radicalización alt-right. Reconociendo que el proceso de cada uno de los internautas es único, Munn señala la existencia de tres fases cognitivas que parecen ser compartidas por muchos de ellos: normalización, aclimatación y deshumanización. La normalización diluye el discurso, lo vuelve aparentemente inocuo mediante el humor:

La ironía proporciona una negación plausible, un beneficio clave para los iniciados de la extrema derecha que se encuentran en un espacio altamente controvertido. Sus intenciones están ocultas. La distinción entre seriedad y sátira se vuelve vaga e incierta. Esto permite hacer declaraciones racistas, sexistas o xenófobas, al mismo tiempo que posibilita una retirada apresurada cuando el hablante es atacado.3

El investigador explica que, de la misma forma en la que se aclimatan quienes practican buceo, los usuarios parecen hacer una pausa en etapas clave de su viaje hacia la derecha alternativa, de modo que se acostumbran a nuevas ideologías y creencias.

La deshumanización, el modus operandi fascista de toda la vida, es el proceso en el que los radicalizados asumen que, debido a su raza, religión, género o estilo de vida, los Otros han perdido su humanidad y, por tanto, sus derechos.

Internet, de a poco, se ha convertido en un ecosistema en el que el odio se retroalimenta hasta pulirse. ¿No será, acaso, que muchos de los terroristas que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021 comenzaron su camino con un meme de Pepe?

III. La hidra

Se han cumplido veinte años desde el lanzamiento de 4Chan. En varios de los ensayos que he publicado en esta revista (“Breve ontología del simp”, “Boogaloo: una secuela”, “El gran despertar”) he diseccionado algunos de los episodios más infames —racistas, edgys, misóginos, xenófobos— de la historia del tablero.

Ese foro, ideado alguna vez como un sitio ingenuo para compartir imágenes de anime, ha visto guerras (llenas de hackeos y confrontaciones) entre diferentes nichos de internet. De las peleas digitales siguió el resurgimiento de ideologías genocidas (y lo digo sin hipérbole de por medio). Los adolescentes que antes usaban su tiempo libre para doxxear gente, ahora se ocupan en planear atentados.

A pesar de la victoria de Trump, de la popularización de los Proud Boys, del asalto al Capitolio, no hemos terminado de entender los alcances sociales del discurso de odio disfrazado de humor, y del terrorismo cobijado por el anonimato.

Latinoamérica, con todo y sus enormes diferencias geopolíticas y culturales con Estados Unidos, ha demostrado que no está exenta del efecto de la alt-right. Nuestros esfuerzos por combatir su avance han sido pocos, ridículos casi.

La hidra no se ha ido: cada día le crecen más cabezas.

  1. Nagle, A. (2017). Kill All Normies: Online Culture Wars From 4Chan And Tumblr To Trump And The Alt-Right. Zero Books.
  2. Ribeiro, M. et al. (2020). Auditing Radicalization Pathways on YouTube, en “Proceedings of the 2020 Conference on Fairness, Accountability, and Transparency”. Association for Computing Machinery, 131-141.
  3. Munn, L. (2019). Alt-right pipeline: Individual journeys to extremism online. First Monday, 24(6).