Rusia-Ucrania: una mirada histórica del conflicto
La caída del Muro de Berlín significó el fin del orden geopolítico surgido después de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Pero la reunificación alemana también fue el golpe final a la Revolución de Octubre, que dio origen al complejo Estado-nacional que fue la URSS, fundada formalmente en 1922. En la URSS cohabitaban múltiples grupos étnicos en una región similar a la que durante dos siglos ocupó el Imperio Ruso, pero que nunca tuvo límites claros o definidos.
A la caída del Muro, la URSS ya estaba metida en un tremendo caos interno debido a las reformas económicas (Perestroika) y políticas (Glásnot) que había introducido Mijaíl Gorbachov. Un intento de golpe de Estado en agosto de 1991 fue el tiro de gracia para el experimento político más importante del siglo XX, que en los meses subsecuentes vio cómo se iban independizando los territorios del Báltico, del Cáucaso, de Asia Central, etc.
La conformación de Ucrania se definió en 1991 en lo que históricamente y en los atlas de geografía desde el siglo XVI se conocía como la “Rusia Menor” o la “Pequeña Rusia”. Estos espacios, como la mayoría de los Estados-nacionales, no han estado exento de polémicas entre lo que es el territorio legalmente constituido y la disputa por lo que se consideran los territorios históricos. Una querella similar al caso más conocido y conflictivo: la cuestión Israel-Palestina.
La caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS fueron un golpe muy fuerte y una orfandad ideológica para toda una generación a nivel mundial que creció definida por la Guerra Fría y el conflicto constante entre Estados Unidos y la URSS. Esa orfandad ideológica hizo que a lo largo y ancho del planeta la gente buscará nuevos significantes. En Europa se dio un crecimiento de los movimientos ecologistas mientras que en Latinoamérica y de cara a los 500 años de la Conquista hubo un reagrupamiento alrededor del indigenismo.
En el caso de las antiguas federaciones soviéticas hubo un resurgimiento de las cuestiones étnicas en las que cimentaron sus derechos nacionales e internacionales. Por otra parte, desde la perspectiva rusa había un sentimiento de una pérdida. Ese vacío empezó a llenarse poco a poco con la nostalgia de la grandeza imperial que durante los siglos XVIII y XIX forjaron los zares. El Imperio Ruso se volvió el nuevo referente para una generación que solo habían conocido el esplendor de la URSS y que súbitamente se quedaron sin ningún norte.
Un personaje de esta generación es Vladimir Putin. Desde su nacimiento en San Petersburgo (cuando era Leningrado), la antigua capital del Imperio Ruso, Putin estuvo familiarizado con ese histórico y glorioso pasado. Esta infancia se combinó con su formación y sus primeros trabajos en la KGB como miembro de las redes de inteligencia y espionaje, laborando incluso en Alemania Oriental hasta la caída del Muro. Cuando regresó a Moscú, abandonó la KGB y empezó su carrera política en medio de la anarquía que se vivía en el país en ese momento.
En menos de diez años, Putin pasó de espía a presidente de Rusia en 1999. Algunos de sus biógrafos señalan que tiene la obsesión de que Rusia recupere ciertos territorios que fueron parte del Imperio Ruso. Aunque cabe decir que en realidad, como en todos los imperios de la época, no contaban con regiones fijas ni definidas.
La primera década de Putin en el poder tuvo como principal objetivo lograr una estabilidad política y económica que Rusia no encontró bajo el gobierno de Boris Yeltsin y provocó que la población rusa viviera en condiciones muy precarias durante ese periodo de transición. Una vez que logró ciertos niveles de certidumbre y seguridad económica al interior y que logró consolidar un liderazgo indiscutido en el terreno político y militar, Putin empezó a mirar hacia afuera. Pretendía reclamar para Rusia la centralidad que había tenido la URSS y que perdió por algunos años.
La primera acción relevante en el escenario internacional fue con Georgia, una antigua república soviética que desde 2003 estaba bajo la zona de influencia de Estados Unidos y la Unión Europea. Después del resquebrajamiento de la URSS, Rusia siguió manteniendo “fuerzas de paz” en Osetia del Sur, que formalmente era parte de Georgia hasta que declaró su independencia en 2008. Georgia calificó al movimiento separatista de ilegítimo y trató de contenerlo pero la respuesta vino desde el ejército ruso que lanzó una ofensiva de cinco días contra Georgia y que terminó por el reconocimiento de Osetia del Sur como nación independiente por varios países, Rusia en primer lugar, evidentemente. Y aunque la ONU, Estados Unidos y la Unión Europea no reconocen a Osetia del Sur, en los hechos funciona como una región autónoma con todo y sus gasoductos bajo el control de facto de Rusia.
Varios analistas internacionales consideran que a Rusia le bastaron esos cinco días tras casi dos décadas de dificultades políticas y económicas, para aparecer de nuevo en la arena internacional como un actor de peso y con capacidad de emprender ciertas acciones militares de manera unilateral sin consecuencia alguna, como lo han hecho Estados Unidos y Europa en Medio Oriente, China en Asia o Israel con sus vecinos árabes.
En el caso concreto de Ucrania, lo que estamos viendo ahora tiene un antecedente directo en 2013-2014 cuando a raíz de las manifestaciones y protestas conocidas como el Euromaidán o “Revolución de la Dignidad”, el pueblo ucraniano logró el derrocamiento del gobierno prorruso de Víctor Yanukóvich, quien se negaba a cumplir un acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. Después de la destitución de su protegido en Ucrania, Putin decidió anexar Crimea a Rusia y darle un fuerte apoyo a los separatistas de la región de Donbás —al Este de Ucrania— donde están las ciudades mineras e industriales de Donestk y Lugansk, y lugar de paso para Crimea.
Así, entre los sueños imperiales de Putin, la pelea por el control de recursos naturales y la disputa entre Rusia, Estados Unidos y Europa por controlar ciertas zonas fronterizas con todo y la instalación de bases militares han hecho de Georgia y Ucrania (y otros lugares) puntos de conflicto y disputa militar, tal y como sucede en otras regiones del mundo.
La situación actual es de pronóstico reservado y aunque la importancia geopolítica del Donbás es mayor a Osetia del Sur, es poco probable que Estados Unidos y Europa participen en una escalada militar por este tema. Rusia no es ni Siria ni Palestina o Afganistán. Es una potencia nuclear a la que podrán imponer sanciones económicas y financieras pero es difícil que se avance militarmente. Sobre todo cuando Putin está decidido a responder, algo que no sería bueno para nadie.