Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

1) Vive como si fuera el último día de tu vida. La ambición de esta consigna es del tamaño de su falsedad. Si alguien realmente se convenciera de que este es el último día de su vida, no se entregaría a las bajas pasiones ni emplearía sus últimas 24 horas en reír como en una postal de Hallmark; no, si esa persona se convenciera de que es el último día de su vida sentiría angustia, miseria y la infinita sensación de no haber concluido lo que quería; sentiría arrepentimiento, nostalgia y una sensación de extrañamiento por el pasado. En realidad, buena parte de nuestra felicidad radica en que creemos que nos queda mucho, mucho tiempo, para ser “realmente” felices.

2) La realidad supera la ficción. Este lugar común es tan común que puede ser la primera frase de un programa de televisión abierta; uno de esos programas en que pasan cosas increíbles: algún automovilista se salva de una trágica muerte, un contorsionista que come vidrios, un político imbécilmente corrupto, una nueva especie de reptiles hasta ahora desconocida, las tradiciones de una cultura africana; el programa lo presentan dos señoras que incitan comercialmente a la lujuria y un señor de voz blanda que finge profesionalismo. Lo que significa que lo que entienden por ficción es una mezcla arbitraria de dos adjetivos: sórdido y circense. Si la realidad supera a la ficción, la televisión supera a la realidad.
3) Libertad, no libertinaje. Es la frase predilecta de los moralistas de ocasión que refutan el pensamiento libertino —hay que imaginarlos así— de ciertos filósofos franceses del siglo XVIII: cuando censuran el mal uso de la libertad tienen en mente al Marqués de Sade y a algunos pensadores mecanicistas. Si alguna vez escucha, estimado lector, a uno de estos moralistas increpar a otra persona con un “es lo que siempre he dicho: libertad, no libertinaje”, piense en que, lo que está tratando de decir es que el ser humano no es un esclavo de su fisiología y puede hacer un uso positivo de su libertad. Extrañamente, para esta clase moralistas de ocasión, el mal uso de la libertad sólo se extiende sobre la libertad sexual. Para ellos, por ejemplo, manejar borracho no es libertinaje.
4) Hay que echarle ganas. Quizá los mexicanos tengamos dos himnos: uno oficial, consagrado por las leyes que legitima el Estado, un himno bélico y dramático con vocabulario pretencioso escrito en decasílabos; y otro himno, parco y contundente, tan derrotista como entusiasta, que es el hilo conductor de muchas de las conversaciones cotidianas. Si no se tiene manera de comulgar con el prójimo en el mercado, para salir de apuros, basta con cantar el himno: “aquí, echándole ganas”. Si hay timidez en alguno de los interlocutores, si acaso uno de ellos considera que su labor no tiene esplendor, puede utilizarse el diminutivo que enfatiza la medianía del esfuerzo: “echándole ganitas”. Nota: “hay que echarle ganas” es lo menos parecido a un consejo.  “Tú échale ganas” es otra forma de decir “todo está perdido”.
5) Todo es relativo. Dígase al escuchar esta frase: Nada es absoluto y se dará cuenta de que lo segundo no es un lugar común. Si por algún motivo su interlocutor sentencia el “todo es relativo” después de mencionar a Einstein, retírese.
6) El oficio más viejo del mundo. Anteponer la edad para tener razón no es un argumento. La tiranía no se absuelve en experiencia.
7) Sé tú mismo. El éxito de este lugar común se debe al parentesco que mantiene con la tradición. El “sé tú mismo” suena a “conócete a ti mismo”. Tiene la apariencia de estar bien escrito y por eso sonar a verdad. Es recurrente en esa rama terapéutica de la depresión, conocida como “superación personal”. A decir verdad, se trata de una consigna para holgazanes: “sé tú mismo” suprime el “conócete”, da por hecho que ya nos conocemos y le exige al aconsejado “ser” sin que sea necesario saber qué. A decir verdad, también se trata de una consigna aburridísima: ¿por qué no practicar el axioma contrario y procurar acabar con la monomanía de ser nosotros mismos?

 

Apostilla: “Imbésiles [sic]. Aquellos que no piensan como nosotros”, G. Flaubert, Diccionario de los lugares comunes.