Tierra Adentro
Ilustración por Mariana Martínez

Dénle duro al peladaje”, espetó Elpidio Perdomo ­—gobernador de Morelos entre 1938 y 1942— a los cañeros del ingenio de Zacatepec, al pedir que el gerente, Ceferino Carrera Peña, les rindiera cuentas. 1Desde entonces, Rubén Jaramillo y los suyos estuvieron a salto de mata; elidieron la furia de los terratenientes y de los federales y enfrentaron el asedio de los siguientes gobernadores: Jesús Castillo López y Ernesto Escobar Muñoz, así como el de los presidentes Manuel Ávila Camacho y Adolfo Ruiz Cortines. Antes, a finales de septiembre y principios de octubre de 1943, Jaramillo y su tropa habían dado a conocer el Plan de Cerro Prieto, en el cual:

[…] tomaron como base los postulados agrarios del Plan de Villa de Ayala y de la Constitución de 1917 [y] se llamaba a conformar una Junta Nacional Revolucionaria que desconociera los poderes federales, se dejaba abierta la posibilidad de convocar a una asamblea constituyente de “jefes revolucionarios” encargada de redactar una nueva carta magna y se pronunciaban por establecer un nuevo orden político, económico y social en México.2

Veinte años después de institucionalizada la Revolución, en las regiones del estado de Morelos —cuya impronta zapatista es ineludible, asaz atemporal desde la muerte del Caudillo del Sur en Chinameca, en 1919— se seguía exigiendo el reparto de tierras a los campesinos de Michapa y El Guarín. Jaramillo, nacido en 1900 en Zacualpan, había sido parte del Ejército Libertador del Sur, y por ello, a la muerte de Zapata, fue perseguido por las fuerzas federales y aprehendido junto a muchos de los exintegrantes de la lucha zapatista, y en la década de los cuarenta seguía luchando junto a campesinos que no habían hecho sino buscar un poco de tranquilidad para su familia y tierra para trabajarla.

Yo conocí al difunto Jaramillo hace mucho, cuando empezamos la lucha contra el ingenio de Zacatepec. Luego seguimos en la lucha por lograr tierras y siempre peleando […] Nos mataron muchos campesinos y jamás nos dieron cuenta de nuestras ganancias. […] Ya ven, señores, buscándole encuentra uno muchos latifundios, y aquí estamos muy pobres. ¿Para eso murió Zapata? […] El ingenio es lo mismo que una hacienda de los tiempos de Don Porfirio.3

“No se es dictador en vano”, escribió Alfonso Reyes en Pasado inmediato,4y la dolorosa transición de las primeras décadas del siglo veinte mexicano de la pax porfiriana hacia la estabilidad de las instituciones había dejado al campo mexicano en una pobreza que crecía con los años, a la par que los líderes de la revolución se enquistaban en luchas sanguinarias que no hacían por terminarse ni siquiera con el tránsito de los regímenes militares hacia el liderazgo civil emprendido por el “presidente caballero”, Manuel Ávila Camacho.

Así, las luchas revolucionarias dieron paso a las guerrillas urbanas y rurales que surgieron de procesos complejos y disímiles. Junto a la lucha agrarista de personajes como Rubén Jaramillo, en la década de los cincuenta se gestó el movimiento ferrocarrilero, que tenía como antecedentes los movimientos laborales de 1911, 1916, 1922 y 1946 que darían lugar al “Pulpo camionero” y al control oligárquico del transporte en la Ciudad de México. 5

De este modo, el convulso siglo veinte abrigaba en su segunda mitad movimientos obreros, agraristas y estudiantiles, entre otros, que encontraban como respuesta del gobierno. En junio de 1958, con el Plan del Sureste, comienzan las luchas por derechos laborales del gremio e inician un periodo de once meses de huelgas y paros, junto a las pugnas entre diversos sectores del sindicalismo divididos por el apoyo a Demetrio Vallejo, de un lado, y por la fuerza descomunal de los afines al régimen, que apoyaba el “charrismo” sindical. El mote despectivo de “charro”, como apunta Alejandro Toledo, recayó en uno de los personajes que preludiaron el movimiento: Jesús Díaz de León, “quien por sus aficiones ecuestres o su gusto por el traje mexicano apodaban ‘el Charro’ y que ascendió como secretario general del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana en los años cuarenta, en tiempos del presidente Miguel Alemán Valdés (quien gobernó de 1946 a 1952)”.6Así, la cercanía del líder sindical con el poder daría pie al arquetipo vergonzante que ha trascendido décadas y que ha sido parte fundamental de la precarización obrera. La lucha de Rubén Jaramillo acabaría el 23 de mayo de 1962, tras décadas de lucha, con su asesinato a mansalva. Escribe Carlos Fuentes:

Los bajan a empujones. Jaramillo no se contiene; es un león del campo, este hombre de rostro surcado, bigote gris, ojos brillantes y maliciosos, boca firme, sombrero de petate, chamarra de mezclilla; se arroja contra la partida de asesinos; defiende a su mujer y a sus hijos, sobre todo al hijo por nacer [la esposa de Rubén Jaramillo, Epifanía, estaba embarazada], a culatazos lo derrumban, le saltan un ojo. Disparan las subametralladoras Thompson […] Se acercan con las pistolas en la mano […] disparan el tiro de gracia. Otra vez el silencio de Xochicalco.7

Del mismo modo, el movimiento ferrocarrilero acabaría con la represión gubernamental y el encarcelamiento de sus líderes, Demetrio Vallejo y Valentín Campa, que pasarán más de diez años en el “Palacio Negro”: la cárcel de Lecumberri; además, las organizaciones gremiales que se habían sumado a las protestas de los ferrocarrileros, médicos, maestros y telegrafistas, serían, de igual manera, reprimidos. En abril de 1959, un autor de cuarenta y cinco años, conocido y reconocido por libros como Los muros de agua, El luto humano y Los días terrenales escribía un doloroso texto con el nombre “Las enseñanzas de una derrota”:

Para el gobierno de López Mateos —del mismo modo como lo fue para el de Ruiz Cortines—, la política de impedir la independencia de la clase obrera constituye una cuestión de principios por cuya prosecución no está dispuesto a reparar en ningún medio ni a renunciar en ningún caso. Porque, ¿de quién ha independizarse la clase obrera? En primer lugar y ante todo, del propio gobierno actual que, de la misma forma que todos sus antecesores, quiere seguir ejerciendo el tutelaje sobre la clase obrera.8

Así, José Revueltas Sánchez preludiaba lo que estaba destinada a ser una de las obras cumbres de la filosofía política mexicana: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, en donde la idea de que el hombre es “un acontecer revolucionario” aparecía explícitamente, aunque en toda su obra anterior  estuviera presente la exégesis a propósito del devenir teórico político del estado mexicano desde una visión marxista y su relación con el proletariado como artífice de la revolución. Denostado por camaradas y opositores por igual, José Revueltas escribía con firmeza sobre la burguesía, la falta de representación del proletariado en el sistema político y la lucha de clases que, no obstante haberse publicado hace casi sesenta años, no deja de manifestarse en cada momento de nuestro ya avanzado siglo veintiuno.

Su juventud lo llevaría a estadías en la cárcel de Belén y las Islas Marías que serían el primer impulso para pergeñar las escalofriantes líneas de su primera novela, Los muros de agua, escrita en 1940. A propósito de ésta, escribe Revueltas:

Terminé de escribir la novela la madrugada del 3 de octubre. Puedo precisar con tanta exactitud la fecha en virtud de una circunstancia estrujante y dolorosa: esa misma mañana vino a mi casa la esposa de mi hermano Silvestre para pedirme que fuera a verlo en atención a que estaba muy grave. A la madrugada siguiente Silvestre moría; yo contaba, al terminar de escribir mi libro, con acudir inmediatamente a leérselo, pues él era un juez, implacable y magnífico. Esto ya no fue posible.9

Si bien esta primera novela no tenía un carácter marcadamente político en tanto análisis o críticas a un sistema establecido o a una estructura del Estado, la visión del escritor se enquistó en los personajes desfavorecidos por una situación liminal. “No hay nada de la realidad que deba serle ajeno al escritor”,10escribió Revueltas de la mano de Publio Terencio, y gracias a esto pudo saber, desde muy joven, que la marginalidad de las clases oprimidas se debía a una definición histórica, y a esta concepción se debió en gran parte su estudio fervoroso del marxismo. Si bien los personajes de esta novela son conocidos como “los comunistas” —“peores que los rateros y los asesinos”, exclama en algún momento un carcelero a caballo—, la construcción de la novela está forjada más para exacerbar el carácter desprotegido de sus personajes que el momento histórico que viven. Sin embargo, Los muros de agua atisba ya la preocupación primordial de Revueltas: el luto humano, como él mismo lo escribiera.

Las luchas sociales, entonces, nunca fueron ajenas a su praxis política y estética. En el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza escribe:

De tiempo en tiempo […] algunos sectores de la clase obrera reaccionan, casi nada más por puro instinto, y libran luchas independientes que, o bien son aplastadas brutalmente por el aparato represivo del estado, o bien devienen en movimientos que la burguesía en el poder termina por capitalizar mediante un audaz soborno de la propia clase obrera. 11

Así, las luchas de Rubén Jaramillo y de Demetrio Vallejo serían parte de una lucha de clases en contra de la opresión y la oligarquía. Junto al “crecimiento” y “estabilidad” monetaria de principios de la segunda mitad del siglo veinte, la escena política, en realidad, se tornaba carmesí:

Asesinaron a Jaramillo en 1963; disolvieron el movimiento de Salvador Nava en San Luis Potosí; diversas matanzas reprimieron manifestaciones pacíficas en plazas de Guerrero; aplastaron el movimiento médico en 1964-1965; ocuparon la Universidad Nicolaíta en Michoacán en 1966 y, un año después, la de Sonora. Mientras se aniquilaba cualquier intento de brote armado, el exiguo PCM seguía acosas, sin registro, y continuaban presos algunos de los dirigentes ferrocarrileros como Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Alberto Lumbreras y Hugo Ponce de León. 12

A estos movimientos habría que sumar el asalto al cuartel de Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965 llevado a cabo por el Grupo Popular Guerrillero, fundado, entre otros, por Arturo Gámiz García y Pablo Gómez —cuyo fracaso se vio coronado por la ominosa frase del gobernador, Práxedes Giner Durán, título de este texto—; así como el intento de secuestro, ocho años después, de Eugenio Garza Sada, en la ciudad de Monterrey, perpetrado por la Liga Comunista 23 de Septiembre, nombrada así en memoria de la insurgencia en el cuartel de Madera. Al respecto de este grupo, Carlos Montemayor —cuyos libros La fuga, Las armas del alba y Las mujeres del alba son una reconstrucción de aquella aciaga noche en Chihuahua— escribe que:

La Liga Comunista 23 de Septiembre es un buen ejemplo del complejo cruce de caminos y de la amplia gama de procesos políticos que desembocaron en la guerilla mexicana. Raúl Ramos Zavala, su fundador ideológico inicial, provenía de la juventud comunista de Nuevo León; Ignacio Salas Obregón, su primer dirigente reconocido, originario de Aguascalientes, se había formado en la Compañía de Jesús.13

El contexto político turbio de 1968, que comenzó a esbozarse desde el fin de la Revolución Mexicana —por la desigualdad, la marginación y la pobreza del pueblo—, con la efervescencia del Mayo Rojo francés y un sistema dictatorial mexicano que defenestraba a las minorías con un discurso de “estabilidad económica” y que esperaba mostrarle al mundo el México moderno de las Olimpiadas terminó de erigirse con la matanza del 2 de octubre, y la masacre del Jueves de Corpus lo confirmó. La represión y el uso de la fuerza del estado para acallar de manera violenta cualquier intento de contravenir el discurso oficialista del partido único se volvieron un estadio común.

El 13 de noviembre de 1968, José Revueltas es detenido, después de dar una conferencia sobre la historia de la resistencia en México, por enésima vez, y llevado a Lecumberri. Fabrizio Mejía Madrid relata:

De un lado del pasillo de la crujía “M”, discute con Heberto Castillo y Eli de Gortari sobre la propuesta de que el movimiento se convierta en un Partido. ‘A los movimientos no se les puede domesticar’ […] Del otro lado del pasillo conversa de literatura con un preso común, el escritor José Agustín, encerrado por consumir mariguana.14

El 13 de mayo de 1971, hace cincuenta años, José Revueltas obtiene su “libertad bajo palabra” —junto a personajes como Heberto Castillo— después de años de reclusión, de activismo y de ser acusado de incitación a la rebelión, asociación delictuosa, sedición, daño en propiedad ajena, ataques a las vías generales de comunicación, robo, despojo, acopio de armas, homicidio y lesiones contra agentes de la autoridad dentro del movimiento de 1968. En palabras de Francisco González Gómez, “al darse su liberación […] Revueltas sale con una aureola mística”.15

Y es necesario reconocerse en su figura, en su obra, en el tráfago vital de ese periodo convulso del medio siglo, de la “guerra sucia” de los setenta, en la historia de las desapariciones forzadas que lleva en sus anales los cientos —¿miles?— de cadáveres escupidos por el mar y hasta nuestros días, gracias a los oficios de un régimen que se niega a morir. Recordar lo que sólo uno escucha, como dice uno de sus cuentos más célebres, es escuchar el clamor de todos, y saber que se debe buscar a la “humanidad libre, autoconsciente de la necesidad […] y que inauguró[e] el reino de la consciencia”.16

 

 

  1. Carlos Fuentes, “La muerte de Rubén Jaramillo”, en Tiempo mexicano, México: Joaquín Mortiz, 1975, p. 110.
  2. Enrique Ávila Carrillo, “El jaramillismo”, en Voces de la educación, [https://www.revista.vocesdelaeducacion.com.mx/index.php/voces/article/view/118/143#info], consultado el 3 de mayo de 2021.
  3. Carlos Fuentes, op. cit., pp. 113-114.
  4. Alfonso Reyes, México, México: FCE, 2005, p. 135
  5. Véase Jesús Francisco Conde de Arriaga, “A 45 años de la tragedia del metro Viaducto o una breve historia del transporte en México”, en Tierra Adentro, en https://tierraadentro.fondodeculturaeconomica.com/a-45-anos-de-la-tragedia-del-metro-viaducto-o-una-breve-historia-del-transporte-en-la-ciudad-de-mexico/ [consultado el 2 de mayo de 2021]; véase también Jesús Rodríguez López y Bernardo Navarro Benítez, El transporte urbano de pasajero en la Ciudad de México en el siglo XX, México: GDF /UNAM, 1999, 93 pp.
  6. Alejandro Toledo, “Testimonios de la lucha ferrocarrilera en México”, en La Jornada semanal”, 23 de agosto de 2020, en https://www.jornada.com.mx/ultimas/cultura/2020/08/23/testimonios-de-la-lucha-ferrocarrilera-en-mexico-2018la-semanal2019-2396.html [consultado el 4 de mayo de 2020]
  7. Carlos Fuentes, op. cit., p. 118.
  8.  José Revueltas, “Enseñanzas de una derrota” (de abril de 1959), en Escritos Políticos II. Obras Completas vol. 13, México: ERA, 1984, p. 94, citado en Guadalupe Cortés, “Semblanza de Demetrio Vallejo, líder ferroviario de siempre”, en http://www.uom.edu.mx/trabajadores/70_Guadalupe Cortes.html [consultado el 5 de mayo de 2021].
  9. José Revueltas, “A propósito de Los muros de agua”, en Los muros de agua, edición digital.
  10. Íd.
  11. José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza. Obras completas, vol. 17. México: ERA, 2013, p. 74.
  12. Laura Castellano,”México 68”, en México armado. 1943-1981, edición digital.
  13. Carlos Montemayor, La violencia de Estado en México, México: Random House Mondadori, 2010, p. 14.
  14. Fabrizio Mejía Madrid, “Las 4 resurrecciones de José Revueltas”, en Fabrizio Mejía Madrid et al.,  Más Revueltas. Cinco aproximaciones a la vida de Pepe, México: Brigada para leer en libertad, 2017, p. 25.   
  15. Francisco González Gómez, “Recordando a Revueltas”, en Fabrizio Mejía Madrid et al., op. cit., p.115.
  16. José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabezaop. cit., p. 50.

Autores
Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de Narrativa en las generaciones 2009 - 2010 y 2010 - 2011, y dos veces becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca en los periodos 2014 - 2015 y 2017 - 2018, ambos en la especialidad de cuento. Ha publicado cuento, ensayo, reseña y crítica literaria en Laberinto, Confabulario, Este país, Molino de letras, Siembra y Tinta Seca, entre otros. Aparece en las antologías Cofradía de coyotes (La Coyotera Ediciones, 2007); Fantasiofrenia II. Antología del cuento dañado (Ediciones Libera, 2007); Ardiente coyotera (La Coyotera Ediciones, 2008) y Bragas de la noche (Colectivo Entrópico, 2008). Es autor del libro de cuentos Campanario de luz, (UAM, 2013), y de La espantosa y maravillosa vida de Roberto el Diablo (UAM, 2019). Es editor de la revista Casa del Tiempo de la UAM.
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