PACIENCIA Y PERFECCIÓN
Más que una continuación de Berta Isla (Alfaguara, 2017), dice Javier Marías que su más reciente novela, Tomás Nevinson (Alfaguara 2021), es pareja, complemento, espejo del libro anterior. Pero ambas también comparten universo a manera de precuela con la trilogía Tu rostro mañana (2002-2008), quizás la obra más ambiciosa del escritor madrileño.
Entre esta enorme obra de más de mil páginas —que Marías publicó en tres libros para que su padre, el filósofo Julián Marías, que aparecía como personaje, pudiera ver una parte publicada antes de morir— y su última pareja de novelas, Marías escribió dos obras interesantes, bellas, profundas, cuya calidad les valió en su momento ser consideradas entre los mejores libros del año, Los enamoramientos (2011) y Así empieza lo malo (2014).
Pese a ser de interés, estas dos novelas, y tal vez también Berta Isla, prefiguraban una ligera baja de calidad en la escritura de Marías, del que ya pocos lectores esperaban que superara la maestría de Todas las almas, Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí.
Sin embargo, en literatura suele haber altibajos, limbos y excepciones a la regla (como aquella que dice que nadie escribe ningún clásico después de ganar el Nóbel, pero ahí están Thomas Mann y William Faulkner para negarlo), o se piensa que cuando un autor deja de sorprendernos es porque ya se acomodó en un estándar de calidad conveniente y resultón, y ya no nos sorprenderá más.
Thomas Nevinson es una alteración en la tendencia, todo lo contrario, a una escritura cómoda; incluso es probable, aunque quizá sea demasiado pronto para saberlo, que se trate de la mejor novela de cuantas ha escrito Javier Marías.
Expongo lo anterior desde una perspectiva que atiende específicamente a la técnica narrativa; Tomás Nevinson es una proeza del lenguaje que renueva las estructuras narratológicas.
Sus casi 700 páginas resisten la tensión de una intriga que se impregna en el lector hasta que cierra el libro, pero a diferencia del bestseller ocasional que también consigue esta tensión, la novela de Marías no se soporta en el barato truco efectista, sino en la reflexión ensayística, el diálogo hipnótico (las primeras 150 páginas suceden en una banca de un parque de Madrid donde dos viejos conocidos comparten observaciones), la intertextualidad shakesperiana; todos estos recursos ya empleados por Marías en novelas anteriores.
Pero también hay territorios inexplorados por el autor, como la invención de Ruán, una ciudad y toda su población para crear una novela habitable, o el recurso técnico de un personaje narrado que a su vez se narra a sí mismo en una falsa tercera persona (recurso que me recuerda a la posición del falso 9 en el futbol) y una total incertidumbre del cauce que tomarán los acontecimientos de la novela, porque el narrador escéptico se pone en el lugar del lector y parece ignorar el devenir de cada página.
Tomás Nevinson, ciudadano inglés y español, especialista en lenguas y espía secreto al servicio de la Corona inglesa, sale del retiro en 1997 después de tres años de inactividad tras los acontecimientos que ocurrieron en Berta Isla. Nevinson, afantasmado en Madrid, ajeno a sus hijos y a su esposa que durante tantos años lo tomó por muerto, acepta una nueva misión como favor personal a su antiguo jefe en el M16, Bertam Tupra.
El trabajo consiste en viajar a una ciudad del noreste de España e identificar a una mujer, entre tres candidatas, que participó en por lo menos dos atentados terroristas de ETA que le costaron la vida a más de 30 personas.
Nevinson deberá inventarse una nueva identidad, el profesor de inglés Miguel Centurión, para acercarse a estas tres mujeres y desenmascarar a Magdalena Orúe O’Dea, antigua cómplice de ETA y también miembro del IRA irlandés. Dos de las tres mujeres que deberá investigar son inocentes, y Nevinson tendrá que identificar a la verdadera responsable y, en caso de no encontrar suficientes pruebas para un juicio, asesinarla.
La novela se encabalga entre tortuosas reflexiones sobre el asesinato, mientras que, en su organización, sobre todo los agentes más jóvenes, se toman el asunto a la ligera alegando que más vale una muerte a tiempo que miles más tarde.
Nevinson constata que su experiencia no lo deja tomar ninguna decisión precipitada. El eros/tánatos, el vínculo amoroso y los fúnebres ramos de la muerte acompañan cada encuentro con estas tres mujeres, con quienes deberá intimar por todos los medios a sabiendas de que a una le quitará la vida.
Marías acompaña las meditaciones de su personaje bilingüe con todo un arsenal de citas shakesperianas, aludiendo a la muerte como lugar de paz y descanso al contrario de la vida tortuosa en Macbeth, pero también retoma antiguas disquisiciones sobre el “¿Me atrevo a perturbar el universo?” de T.S. Eliot.
La novela está acompañada de un aura de nostalgia por el siglo XX, que según el narrador, cada día extrañaremos más, y aprovecha para soltar dardos a diestra y siniestra contra la impulsividad y ceguera de los jóvenes tecnologizados del siglo XXI, los cuales “fingen que lo que ya no existe en realidad no existió nunca y se dedican a clausurar pasados a toda prisa y sin vuelta de hoja, como si les resultaran un estorbo”.
Ahora bien, las palabras, sin importar la belleza de su disposición, transmiten juicios e ideologías, y en ese aspecto Tomás Nevinson es una novela controvertida por presentar una mirada sesgada de conflictos tan polarizados como el independentismo vasco, el espionaje antiterrorista y la insurrección armada.
Como ensayista político, Marías pone a prueba las ideas más sensibles, lo cual es muy atractivo para una mente pensante, pero también nubla determinados momentos de la historia cuando emite juicios parciales o injustos como verdades absolutas.
Hay un episodio ligeramente gratuito de la novela en el que Nevinson rememora un encuentro con el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, genio de las exageraciones absurdas y opiniones controvertidas, para plantear el argumento de que los revolucionarios armados como el Che Guevara, antes que idealistas, son asesinos, como si se tratara de asesinos patológicos, innatos, asesinos seriales.
Por supuesto el narrador no contextualiza que Cabrera Infante despotricaba disparates en temas políticos muy a la ligera, porque era un humorista, ni menciona, más allá de ideales, injusticias y la situación de América Latina, que Ernesto Guevara, antes de participar en política, fue médico, un detalle que no calza bien con su perfil de psicópata. Pero quién sabe, quizá a Tomás Nevinson esto le reafirme su teoría.
Me imagino que ahora que los zapatistas viajan en barco con rumbo a Europa para compartir experiencias de lucha, Marías, tan parecido a su personaje, gritará a los cielos que no dejen desembarcar a esos indígenas chiapanecos que, a ojos de su personaje y del irónico Cabrera Infante, antes que población pisoteada y oprimida son innatos y sanguinarios asesinos. Juicios como ese hay muchos en la novela, pero no hay tiempo para matizar cada uno de ellos; solo queda recalcar que en numerosos casos pueden tratarse de provocaciones soltadas a la ligera.
Pese a resultar irritantes, los juicios o prejuicios de Nevinson resultan verosímiles para un espía al servicio del Imperio Británico —hay también un posible error de tiempos cuando se habla de un caso de periodistas mexicanos decapitados por el narco que aún no ocurría en 1997, diez años antes de la guerra del presidente Calderón—, pero en lo general el narrador cuestiona a todas las instituciones y no se casa con ideas preconcebidas, critica tanto a los terroristas, como a la policía, a los franquistas, al IRA y al servicio secreto británico, critica el fanatismo de las masas, los linchamientos, la rumorología, los juicios sumarios, la metástasis de la corrupción, el señoritismo de las clases altas, la complicidad de algunos periodistas y hasta a su misma editorial: Alfaguara, Seix Barral, Tusquets, Anagrama, “son editoriales snobs, y esta novela, por insólita, volverá locos a los neopijos que quieren estar en todo”.
No creo que haya otro escritor en el mundo con tal libertad y valentía que se atreva a ridiculizar al mismo medio que difundirá sus palabras; sin duda hay autores que podrían hacerlo —premios nobel, escritores multipremiados, bestsellers ocasionales—, pero ninguno, lo hace, sólo Marías.
Me intriga muchísimo saber cómo hizo Javier Marías para, después de tres libros excelentes, pero no geniales, volver a escribir un título a la altura de sus mejores novelas. Quizás se deba a la pandemia que se ensañó especialmente con Madrid y lo forzó al encierro solitario por más de un año, pero algo me dice que no tuvo nada que ver esta situación que ha puesto al mundo en jaque.
Quizá tenga alguna relación con la estrategia que Marías ha definido para el conjunto de su obra, los temas y personajes que lo han perseguido por más de cincuenta años, los universos que construye y que jamás da por clausurados, la perseverancia que debe tener un novelista según revela en la entrevista que le hace The Paris Review (Acantilado 2021): “¿Hay alguna cualidad que deba tener un novelista? Paciencia”. Javier Marías no tiene ningún interés en acelerar, forzar o adecuar su proceso creativo a las exigencias neuróticas del mundo exterior, lo cual es digno de aplauso, pero también motivo de tristeza.
Un lector encariñado se pregunta: ¿cuántos temas, cuánta vida les queda a esos universos que habitan su cabeza y cuánto tardará en aparecer un libro nuevo que nos obsesione, si es que la salud y los tiempos se lo permiten? A Marías le darán el premio Nobel más tarde que temprano, y si no se lo dan, no importa, pues es uno de esos escritores que nunca han necesitado de los premios para reafirmarse… Pero si se lo dan, algo me dice que resultará otra excepción a la regla, como Faulkner o Thomas Mann, y pese al encumbramiento seguirá produciendo obras puntillosas, innovadoras, críticas y valientes que no dejan títere con cabeza.