Navegar es necesario: Douglas Adams y el orgullo humano
La guía del autoestopista galáctico no es cualquier libro. Se podría decir que es un libro notable. En sus 5 millones 975 mil 509 páginas puedes encontrar todo lo necesario para recorrer la galaxia por menos de 30 dólares altairianos.
Por supuesto, una guía tan ambiciosa no puede contener a todo el universo. A pesar de su enorme cantidad de entradas, hay muchas cosas que se le escapan. Cosas del pasado, del presente y el futuro que miles de investigadores alrededor del espacio tratan de averiguar todavía.
También, con un cuidado editorial altamente cuestionable, hay cosas en esta guía que son completamente erróneas. Al menos, entre toda esta incertidumbre, la guía promete una certeza: en lo que se equivoca, está totalmente equivocada. Y, si algo parece estar en una discrepancia flagrante con la realidad, es la realidad la que nunca tuvo la razón.
Esto puede parecer algo complicado para las mentes limitadas de los seres humanos. Al final, nuestro propósito nunca fue tener mucha imaginación. Por un golpe terrible del destino, sin embargo, creemos que somos los seres más imaginativos. En algún momento, incluso, creíamos que éramos el centro del universo. Todavía, en medio de descubrimientos científicos pasmosos, nuestro ego nos hace sentir como parte esencial de la creación.
Pero la guía tiene que encargarse de cuestiones mucho más complejas que las pequeñeces de los seres humanos. De entrada tiene que definir qué tan grande es el universo. Y eso es un problema que alarga su introducción hasta puntos insostenibles.
“El espacio”, dice, “es grande. Realmente grande. No podrías creer que tan inmenso y conceptualmente sorprendentemente grande es. Es decir, que puedes pensar que el camino hacia la farmacia es largo, pero esos son cacahuates en el espacio.” Y así sigue, interminablemente.
Grandes mentes en la galaxia han tratado de definir la enormidad del espacio. Pero, incluso en cuestiones de distancia, es demasiado complicado pensar en ellas. Entre el sol y la tierra la luz tarda 8 minutos en llegar. Para alcanzar el confín de nuestra galaxia, la luz toma quinientos mil años en llegar. Se dice que alguien rompió el récord y recorrió esta distancia en cinco años. Pero, claro, no llegó a ver gran cosa en el trayecto.
I
La guía del autoestopista galáctico es considerado, generalmente, como el libro más importante jamás publicado. Por supuesto, el libro no fue publicado en la Tierra, y antes de que la Tierra dejara de existir en un fatídico día por un fatídico error (algunos pueden culpar de este error al gremio intergaláctico de psiquiatras, pero esa es otra historia), ningún ser humano la había leído.
Se dice que la guía fue primero el proyecto del editor fundador Hurling Frootmig. Al principio, era una gran idea de lucha, idealismo, desesperación, pasión, éxito, errores y la creencia fundamental en la importancia de horas de comida particularmente largas. Este último punto puede también parecer algo extraño para nuestras mentes limitadas. Pero Frootmig encontró, a través de distintos tipos de alucinógenos interestelares, que la hora de la comida era el centro de la vida de todo animal sentiente.
Una vez que se establecieron las eternas pausas editoriales de comida, la guía empezó a tener un éxito tremendo. Se especula que esto sucedió porque cualquier persona que pasara frente a sus oficinas podía entrar y, viendo que nunca había nadie, escribir algo que valiera la pena.
La guía fue comprada por las Publicaciones Megadodo en Ursa Minor Beta y encontró cierta estabilidad financiera. Ahí también llegó un nuevo editor de enorme éxito llamado Lig Lury Jr. Su éxito estaba relacionado, por supuesto, a las míticamente interminables pausas de comida que Lury tomaba. De hecho, antes de ser comprada, para fines nefastos, por los nefastos Vorgones, la oficina de Lury llevaba 100 años vacía. Nadie recogió sus cosas, por supuesto, porque ese siglo transcurrido podía ser otra interminable pausa de comida. Todos en el edificio esperaban que algún día el mítico editor regresara para acabar la jornada laboral.
II
En la guía, el lector atento puede encontrar todo tipo de consejos. Si lo que busca es divertirse, hay varias páginas dedicadas a la importancia galáctica de los Pan Galactic Gargle Blasters, la más increíble bebida del universo. Ahí se incluye también, junto a la imposible composición de sus ingredientes, alguna que otra advertencia sobre los terribles efectos que puede tener en la mente y las capacidades motoras de los inadvertidos que la consumen.
Entre las páginas de la guía también puedes encontrar artículos fundamentales sobre la importancia de llevar siempre una toalla, el instrumento esencial de cualquier autoestopista intergaláctico. O las coordenadas para encontrar la fiesta más larga y destructiva que jamás haya existido.
En la guía hay demostraciones sobre la muerte de Dios en un golpe súbito de lógica relacionado con el pez traductor de Babel. Hay una entrada sobre el planeta en donde se pueden encontrar todas las plumas BIC que misteriosamente desaparecen; sobre la posibilidad que todo ser vivo tiene de volar si, por error, falla al caerse; sobre el restaurante al final del universo, suspendido en el tiempo, en el que las vacas hablan con los comensales para recomendarles sus más jugosos filetes; o de las reglas incomprensibles del Ultra-Cricket Brockiano que, como deporte insufrible, ha causado tantas guerras.
La guía, pues, es verdaderamente grande.
Tan grande que también da nombre a un libro que cuenta, por momentos, su historia, y que fue escrito por un descendiente de los simios en un pequeño planeta en el que la gente es particularmente infeliz. Este descendiente de simios se hacía llamar Douglas Adams y hace veinte años que ya no se encuentra en el planeta tierra. Algunos dicen que murió de un infarto en su casa de California. Otros saben muy bien que tal vez está nadando felizmente con los delfines.
III
El libro de Douglas Adams es en realidad una trilogía que redefine las nociones de trilogía porque consta de cinco libros. También se refiere a una serie de radio producida por la BBC que empezó en los años setenta; cómics; novelas que nunca fueron terminadas; muchas ideas; una serie de televisión y una película protagonizada por Martin Freeman, Sam Rockwell y Zoe Deschanel que, coincidente -pero no sorprendentemente-, también son descendientes de los simios.
La parte más popular de toda esta vasta y complicada creación es la serie de libros que han sido traducidos a muchos idiomas humanos. Los libros, claro, fueron publicados en la Tierra. Y la Tierra, por supuesto, se encuentra en un lugar poco explorado y poco popular del brazo oeste de la galaxia. Este planeta está poblado por más descendientes de simios tan poco evolucionados que creen que los relojes digitales son maravillosos. A pesar de que muchos, en efecto, ya tienen relojes digitales, todos estos descendientes de simios viven profundamente infelices por culpa de pedazos de papel verde. Los pedazos de papel verde, por su parte, nunca han sido infelices.
Muchos descendientes de simios siguen preguntándose si valió la pena que sus ancestros se bajaran de los árboles para adquirir una conciencia. Incluso se preguntan si debieron salir del agua. En todo caso, el daño estaba hecho. Hasta que un error vino a deshacerlo todo.
El libro de Adams, además de contar la historia de La Guía del Autoestopista Intergaláctico, cuenta la historia de la destrucción de la tierra por un equipo de demolición Vorgón. Todo, claro, porque estaba en el camino para construir una autopista intergaláctica y los humanos no fueron a revisar toda la burocracia involucrada en este asunto, a unos 5 años luz de la tierra, en el sistema solar más próximo. Nuestra incapacidad tecnológica no ayudó a nuestra capacidad burocrática.
En este fatídico día, sin embargo, dos humanos sobrevivieron. Arthur Dent, un hombre que también era infeliz y que no tenía reloj digital (dos cosas que pueden o no estar relacionadas) y Tricia McMillan, una mujer mucho más dispuesta que Dent a descubrir los misterios del universo. Dent, para colmo, era inglés, le gustaba el cricket y le costaba mucho trabajo aceptar que podía ser el último hombre en ver la película Casablanca y entrar a un McDonalds.
En cualquier caso y a pesar de que la Tierra vuelve a aparecer en sus viajes, en diferentes momentos temporales y dimensionales, nuestro planeta no parece ser tan importante en la vida general de la galaxia. De hecho, esta es la idea central de los libros de Douglas Adams: los humanos creemos ser más importantes de lo que somos. Religión, política, burocracia, ecología, todo gira en torno a nosotros y nuestra superioridad alimentada de ego. La guía del autoestopista intergaláctico, en cambio, tiene otras ideas sobre el destino común de la humanidad.
IV
¿Qué dice la entrada de La guía del autopista galáctico sobre la Tierra? Bueno, la entrada de la Tierra está junto a la de Eccentrica Gallumbits, la prostituta de tres senos de Eroticón 6 y, durante mucho tiempo, solo constó de una palabra: “Inofensiva”. Después de que Ford Prefect, un amistoso y problemático alienígena de Betelgeuse, pasara quince años en la tierra, esta entrada se alargó considerablemente a dos palabras: “Mayormente inofensiva”.
¿Y qué aprendemos además de la Tierra? Fuera de la infelicidad de los descendientes de simios, sabemos que estos seres nunca entendieron el verdadero problema con el transporte y siguen creyendo que transportarse vale la pena. Los simios evolucionados decidieron un día sacar una materia viscosa y negra del piso para pavimentar la Tierra, llenar el aire de humo y tirar lo que sobraba al océano. Y todo esto, evidentemente, no vale la pena si lo que uno quiere es transportarse de un lugar a otro para evitar los pisos pavimentados, el humo en el ambiente y el agua envenenada.
Pero esto no es todo. Según las exploraciones de Arthur Dent en el universo y, particularmente, por su reveladora visita a Magrathea, el planeta en donde habitaba la raza increíblemente rica que creaba planetas a medida, la Tierra no es lo que parece. El humano apenas es la tercera especie más inteligente del planeta después de los ratones y los delfines. Pero los humanos nunca se interesaron en entender a estas especies tan avanzadas. Los delfines trataron de decirnos que la Tierra estaba condenada a través de complejos saltos por aros con fuego y trucos con pelotas. El error ahí, fue pensar que los estábamos entrenando para divertir a turistas. Con los ratones, el error fue más grande.
Pensábamos que estábamos utilizando a los pequeños ratones para entender más sobre anatomía y las leyes generales del universo; en realidad, eran ellos los que nos estaban estudiando. El ratón nada más es la última forma de una civilización alienígena sumamente avanzada que creó la más grande computadora para resolver la más importante sobre la vida, el universo y todo. Después de 7 millones de años, la computadora por fin les dio un resultado: 42. Teniendo la respuesta a la última pregunta sobre la vida, el universo y todo, los ratones se quedaron atónitos: esperaron siete millones de años para una respuesta incomprensible. Ahora tenían que encontrar la pregunta precisa para entender la respuesta. Para eso, construyeron una computadora mucho más grande. Una computadora tan avanzada que utilizaba vida orgánica para computar factores inmensamente complejos. Esa nueva computadora fue el planeta tierra.
Dos problemas surgieron entonces. El primero es que, cinco minutos antes de que acabara su cómputo, la tierra fue demolida por los Vorgones para construir una autopista intergaláctica. El segundo es que, tal vez, este resultado hubiese sido, de todas maneras, falso. Como descubrió Arthur Dent, la Tierra es también un experimento fallido.
Parte del balance necesario para el desarrollo de esta supercomputadora era el aislamiento. Pero algo inesperado sucedió. En el plantea Golgafrinchan, a millones de años luz de la Tierra, una civilización florecía. Florecía, claro, entre las personas que hacían todo el trabajo manual y los que formaban una élite científica e intelectual. El problema era todo lo de enmedio. Un ejército de consultores de marketing, de asesores financieros, de estilistas y limpiadores de teléfonos que eran particularmente inútiles. Entonces, las élites y las masas trabajadoras orquestaron un plan para deshacerse de ellos: les dijeron que su planeta corría un peligro inminente, que necesitaban partir en una nave para colonizar otro mundo y que ellos los seguirían de cerca. Todo era, por supuesto, una mentira. A partir de entonces, la sociedad de Golgafrinchan prosperó intelectual, social y económicamente hasta que todos murieron por una infección causada por un teléfono sucio.
La nave con la parte más inútil de la sociedad de Golgafrinchan acabó estrellándose en un pantano, en un planeta recién creado por los habitantes de Magrathea, para un grupo de ratones de intelecto superior. Inmediatamente, el gran experimento de la gran computadora orgánica de los ratones se arruinó. Y el hombre moderno, en vez de descender de los primeros humanos silenciosos, pacíficos y generosos, descendemos de consultores de marketing, estilistas, publicistas y limpiadores de teléfonos. Descendemos entonces de un grupo de personas que, al llegar a la Tierra impoluta, decidieron hacer de las hojas su moneda y quemar todos los bosques para volverse millonarios. El estado actual del mundo no es ningún misterio.
V
La risa última de Douglas Adams está en este punto: Los hombres y la Tierra siguen pensando, por la más absoluta falta de imaginación, que son importantes, trascendentes y esenciales en el universo. Y siguen creando guerras inútiles, crisis ambientales y religiones estrafalarias para alimentar un orgullo ciego. La ciencia ficción burlona sirve aquí para crear otra perspectiva.
Freud hablaba de golpes al orgullo humano cuando Galileo se enfrentó al heliocentrismo, Darwin al creacionismo y él mismo a la idea de que estamos en control de la mente. Adams suma a esto una mofa constante que, a través de la ciencia ficción, regresa al hombre todo su ridículo deseo de excepcional trascendencia.
En el universo de Adams, por eso, la más grande tortura es una máquina de absoluta perspectiva. Un vórtex donde el condenado debe ver, con enorme claridad, en un segundo, su verdadero lugar en el infinito insoportable, inconcebible, de la creación. Esta máquina rompe el alma de cualquiera que entra en ella porque toda forma de vida en el universo necesita sentir que domina el espacio que la rodea y que, tal vez, los mundos posibles son sólo una ilusión. Los Ogaroonians viven en la corteza de un árbol preguntándose si hay otros árboles habitables, por ejemplo. Los G’Gugvuntt y Vl’hurg, al contrario, se prepararon durante siglos y cuando, finalmente, quisieron atacar a la Vía Láctea, acabaron siendo devorados por un perrito.
La idea de Adams, finalmente, es que no hay respuestas sencillas en la comprensión de la improbabilidad de la vida y la complejidad del universo. El máximo error humano está en sus pensamientos mesiánicos. Al final de todo un viaje increíble, los personajes de sus libros encuentran las últimas palabras de un creador que abandonó a su creación y que se burla del infinito ridículo de cualquier búsqueda de sentido. En grandes letras iluminadas por el fuego eterno de lo divino, se lee el mensaje de Dios para entender la vida, el universo y todo:
“Me disculpo por los inconvenientes.”
Las novelas de Adams incluyen, como un gesto de humor grandioso, a la guía más completa del universo y la historia de héroes inadvertidos que la utilizan para tratar de entenderlo. Pero el universo, si puede ser descrito, siempre será incomprensible. Lo que importa aquí, no es entonces el fin de un cuestionamiento, el horizonte último del entendimiento, la comprensión iluminada de todo. Lo que importa aquí es el viaje curioso y los pequeños placeres que en él encontramos. Como dijo Pompeyo, en palabras de Plutarco: “Navegar es necesario; vivir no es necesario.”