Tierra Adentro

Titulo: Crónicas de un nuevo siglo

Autor: Xel-Ha López Méndez

Editorial: ámbar, cooperativa editorial

Lugar y Año: México, 2016

El recorrido de este libro no es un mapa pero sí una caminata, crónicas como recorridos: señalizaciones para no perderse, como las luces que alumbran las veredas en los jardines. Así pienso en este texto de Xel-Ha López Méndez, un vuelo sobre las cosas de quien entiende y acumula en brevedad, en imágenes fuertes que requieren pocos artificios lingüísticos. «En Tijuana hay un cielo que se mueve/ un cielo vivo// Las cosas convergen con su pobreza de joya», el brillo aparece desde muy pronto como constante, como esquinita para des-cansar la mirada.

En Crónicas de un nuevo siglo proliferan múltiples voces, impostadas, apropiadas, hechas con el cuidado de quien no desea manipular de más, ni hablar por otros como autoridad. Hay también cuerpos muertos, a veces en fragmentos; la violencia sin embargo no aparece en ningún extremo: ni tosquedad ni esteticidad: es fuerza que precariza, que amenaza, ante cuya aparición hay resistencia a normalizar.

La oscuridad del nuevo siglo (roto, arduo, agresivo) se contrarresta con espacios para la risa, la ironía y la comunidad, como el poema en el cual, quien enuncia le regala un libro a un niño analfabeta, y: «El niño analfabeta me pregunta si me gustan los diamantes, no lo sé, pero ya me ha dibujado un pentágono perfecto y brilla con el esplendor de un papel blanco, con la luz de la casa». Ese brillo.

Sin luz y oscuridad absolutas lo que aparece son puntos luminosos y sitios de penumbra. Didi-Huberman habla de las luciérnagas: puntos vivos y encendidos que no acaban con la noche pero andan por el camino y lo vuelven transitable. Puntos de luz que nos ayudan a tener esperanza: así también es esta escritura, cercana a la derrota pero que camina del lado de la voluntad, aunque se canse. «No es la línea sino lo que avanza sobre ella»: no el poema sino el territorio afectivo sobre el que se traza. Entre el tratamiento irónico y el desconsuelo hay un ritmo que se mantiene resistiendo, acomodándose a la enunciación de un tipo de juventud que nace en un momento en el que las ideas de futuro se han desvanecido y el neoliberalismo entra en nuestros cuerpos desde que nacemos. El hilo de estos poemas devuelve un tejido, una red de vulnerabilidades en las que la ética del discurso se evidencia: el dispositivo poético es una forma de empatar y empatizar con otras voluntades, de buscar sentidos, «hay de pronto la certeza en la ubicación de un mapa/ y la certeza es el límite/ una esquina del mundo». Es un límite difuso, una certeza provisional, una orillita desde la cual se enuncia con valentía y pequeñas risas.