Tierra Adentro
Fotografía de Pixabay.

En tiempos de guerra como estos, la ficción ocupa un lugar importante. Nadie es mejor persona por leer un libro o un cómic o por ver una película, eso es cierto, pero lo que no sabemos y jamás podremos saber, es cómo sería esa persona si no tuviera acceso a ese libro, a esa película, a esa imagen que lo conmueve aunque no logre percatarse del todo.

Leo los periódicos, los tuits diarios que avisan de un planeta y un país donde ocurren toda clase de señales que avisan el fin del mundo (parafraseando al gran Yuri Herrera): me duelen cada vez más las noticias de prostitución infantil, de comercio de personas, de aniquilación a todo aquel que quiere denunciar. Siempre pienso para qué diablos sirve eso que hacemos los escritores, un cuento más, otra novela; para qué diablos servirá una mugre película más y mi reseña, y todos esos nerdazos tuiteando su opinión colegiada sobre Breaking Bad y House of Cards y el nuevo Batman y toda esa espectral mitología a la que nos aferramos un par de años hasta que otra, igual de insustancial la reemplaza en nuestros tuits y memes de facebook. Quizás haya mucha pérdida de tiempo, es cierto; quizás para muchos sea nada más que un recurso onanista para perpetuar la adolescencia hasta los treinta o cuarenta. Quizás es otro tentáculo más de un capitalismo que carcome y dirige en cierta medida los gustos y preferencias de nosotros, tristemente convertidos en público.

Pero hay otra opción −muchas, de hecho; tantas como personas−, aunque yo en la inmediatez sólo puedo ver una: esa ficción es la manera del mundo de decirnos que no estamos solos. Que hay otros que también han deseado matar o morir por alguien, que otros también se atrevieron a cruzar fronteras y esas las líneas y que al menos puedes levantar tu copa y sentirte uno con el mundo de vez en cuando.

Kurt Vonnegut decía que venimos a esta tierra a dos cosas: a echarnos pedos y   a ayudarnos uno al otro a pasar por esta cosa, cualquier cosa que esto sea. (“We are here to help each other get through this thing, whatever it is.”). Ese “it” que amablemente nos ahorró Vonnegut, es eso que pasa mientras pensamos en alguien que se fue hace mucho o mientras comemos, dormimos, pagamos nuestras deudas y leemos un blog.

El cine importa. Pienso en Harold Ramis, a propósito de su reciente muerte. En su momento, Groundhog Day (Ramis, 1993) fue considerada una película divertida, pero menor. Hoy nadie le niega su calidad de clásico −hasta la incluyen entre las mejores de ciencia ficción, pues por fin hemos dejado de necesitar naves espaciales para considerar una obra del género especulativo− y sospecho que tiene que ver con la necesidad de Ramis de acompañarnos en ese “it” repetitivo donde comemos, dormimos y sobre todo, pagamos nuestras deudas. La ficción importa. Yo al menos, pongo Groundhog Day cuando siento el loop de la vida enredárseme en el cuello. Y funciona, maldita sea.


Autores
nació en un hospital público de Av. Toluca (ciudad de México, 1973) pero creció en la Calzada de Las Águilas, lo que supone una infancia feliz aunque cuesta arriba y llena de topes. Le da un poco de pena decir que estudió Comunicación (pero se la aguanta porque no hizo la tesis en balde). Ha escrito algunos guiones y dirigió un cortometraje premiado por IMCINE. Escribe en muchas revistas pero su comentario mensual sobre cine aparece en Chilango. Este año publicará su primera novela en una editorial catalana. En su cabeza revolotean cómics y canciones de los Flaming Lips todo el tiempo.