Señora Krupps de Javier Fernández
Titulo: Señora Krupps
Autor: Javier Fernández
Editorial: Dirección General de Publicaciones; Conaculta
Lugar y Año: México, 2013
Colección: El Guardagujas
¿Qué es el lenguaje? La relación del hombre con la realidad, el filtro entre él y el mundo. Lenguaje es, también, lugar de refugio y rebeldía. Señora Krupps, libro de cuentos publicado en 2013 en la colección Guardagujas de Conaculta, pero cuya primera edición data de 2010, es un ejemplo de esto: la búsqueda de redefinir el mundo y nombrarlo de una manera distinta. Roland Barthes, en 1953, escribe en El grado cero de la escritura:
La escritura artesanal, situada en el interior del patrimonio burgués, no perturba ningún orden; imposibilitado de librar otros combates, el escritor posee una pasión que basta para justificarlo: engendrar la forma. Si renuncia a la liberación de un nuevo lenguaje literario, puede por lo menos reforzar el antiguo, cargarlo de intenciones, de preciosismos, de esplendores, de arcaísmos, crear una lengua rica y mortal.
Fernández busca romper con este molde, posibilitar otros combates, engendrar un nuevo lenguaje, y nos entrega un libro de cuentos que comparte una tradición ambiciosa: el lenguaje, argamasa de la literatura, convertido en sujeto. Ejemplos hay muchos y valdría la pena nombrar dos extremos: el ambicioso Finnegans Wake de Joyce, marea lúdica y delirante que busca abarcarlo todo, hasta la cómica, local y norteña Biblia Vaquera de Carlos Velázquez –¿no se define este libro como un triunfo del corrido sobre la lógica?–. Señora Krupps se inserta en esta tradición, pese a que su autor nos diga en su página que no existe la literatura que va necesitando.
Crea que existe o no, lo cierto es que la principal virtud de Señora Krupps es la búsqueda de un lenguaje recargado, lleno de imágenes y ripios, un intento de frescura ante lo predecible que resulta a veces la narrativa convencional. En el cuento que da título al libro, leemos:
El embarazo de Clara Lucía fue un pasaje lalilá, aruaru, urulario.
¿Qué es un pasaje lalilá? ¿Aruaru? ¿Urulario? Hay que acercarnos al lenguaje como alguna vez nos acercamos al mundo: con asombro. Podemos, entonces, dejarnos llevar por su musicalidad, por la cadencia que plantea –Cortázar, en su famoso capítulo 68 de Rayuela, nos ha enseñado ya ese camino–. Alonso Arreola, en una reseña en La Jornada Semanal, escribe: “estridente relojería, [Señorita Krupps] ofrece humor torcido y metáforas que Huidobro celebraría”. Cierto. Independiente y experimental, fresco y convulsivo, tal vez sean los mejores adjetivos que dar a Señora Krupps. Sin embargo, el lugar común que se emplea en estos casos resulta, tristemente, cierto: la principal fortaleza de Señora Krupps es, al mismo tiempo, su mayor defecto. Faulkner escribiría:
Creo que la historia empuja su propio estilo en mayor medida, al grado que el escritor no necesita preocuparse demasiado por esto. Se se preocupa por el estilo, entonces va a terminar escribiendo un precioso vacío –no necesariamente algo sinsentido. Será algo por demás hermoso y bastante agradable al oído, pero no tendrá mucho contenido.
Señorita Krupps, como volumen, es un buen ejemplo de esto. Incluso en los cuentos más logrados, como niña Tuviolé, nos encontramos con momentos como este:
Durante horas, la boca rosa de Gustav delineó el negro de su piel con tiza.
Un humo violáceo minó las grutas que yacían desde tiempos neolíticos al interior de Tuviolé, las decoró con luces de neón.
Sinfonolas líquidas, melodías que dejaron a los murciélagos bailando en una pata.
Irremediablemente, errores geográficos equivocaron el rumbo de la boca de Gustav, hasta tentar el muelle cárdeno. Cruzaron miradas. El sello se rompió. Era mejor decírselo.
En otro cuento, Sabás y el circo, leemos:
Manténgalo a raya, oficial, dígale, ¡ordénele!, con una chingada, que espere el dictamen pericial, no le tiemble la mano si el tipo esgrime ser corresponsal de aquí o de allá, ahijado de Quiensea, si escurre lágrima de desesperación por una exclusiva del cadáver de Sabás, ¡ea, cuidado!, tenga, ni se deje engañar si le brota ansiedad en hilos de plata, retórica por el túnel óptico de la cámara, ráfagas de baba ominosa por el flash.
Explico mi punto: a las melodías que dejaron a los murciélagos bailando en una pata les brota ansiedad en hilos de plata desde tiempos neolíticos. Ráfagas de baba ominosa por el flash delinearon el negro de su piel con tiza. El sello se rompió. Dígale, ¡ordénele!, con una chingada. Ad infinitum. Retórica, no por un túnel óptico, sino a partir de imágenes y frases hechas para deleitar y envolver –it’ll be quite beautiful and quite pleasing to the ear, but there won’t be much content in it. Como los asesinos de Edgar Allan Poe, Javier Fernández confiesa en Niño cardia:
Cletus es muy civilizado y vive esperando a que Mauricio Loneliness o Mauricio Cooked finalice su turno para intervenir, un parlamento extensísimo hecho de pausa, protocolos excusas, al que no se le ve fin. (…) El tono cordial y la enramada construcción de su discurso hacen suponer que un equipo de expertos sesiona para él en una mesa sostenida por fuerzas magnánimas, allá, al corazón del universo, o acá, mucho más cerca: en la oreja de Cletus. Sabios, serenos y considerablemente bien remunerados, con cierto grado académico en los saberes del infinito y más allá, los asesores de Mauricio Peel Slowly o Mauricio Over The Years pulen con diligencia su estilo bruñido, amasan cada frase y la develan a Cletus cada mes, cada trimestre o decimestre, en tacaños fragmentos. Cletus concatena el párrafo maestro, atento a no perder el hilo, y vive en la añoranza de la primera sangría.
Javier Fernández, es decir, Javier Mammal, Javier Lightning o Javier Brief Relief, es nuestro demiurgo preocupado más por la forma que por el fondo. Fernández deja al lector como a Cletus: añorando el fin, algo que simplemente no llega. El autor se apresura a contar que Madame Krupps fue “seleccionado por el escritor Sergio González Rodríguez del Diario Reforma entre los mejores libros de cuento publicados en 2010″. Dado que también aparece Velázquez en el listado de ese año, infiero que González Rodríguez celebraba hace tres años la frescura que Javier traía a la mesa. Yo también la celebro, pero me pesa que esto sea la nota más fuerte en un cúmulo de historias que pudieron ser algo más que imágenes lindas y un esbozo de argumento.