Tierra Adentro
Portada de la película "Poltergeist", 1982. Director Tobe Hooper.
Portada de la película “Poltergeist”, 1982. Director Tobe Hooper.

Cuando era niño no solía ver películas de terror. No era uno de esos fanáticos que creció viendo Evil Dead o que bailaba con la tonada de Halloween. Mis padres me llevaban al cine, pero me decantaba más por Águilas de Acero, la nueva saga de Star Wars, Jurassic Park o Independence Day. También solíamos rentar películas con una tía, dueña de un videocentro, en el que, si tenía suerte, nos llevábamos algo de sci-fi o de artes marciales. El terror funcionaba como debía hacerlo, pues realmente me asustaba.

De vez en cuando, el gusano de la maldad, la criatura insidiosa que roe la carne y el alma, el gustillo por el terror, ganaba terreno; a veces se asomaba a la superficie para tantear el terreno; en otras, lo siniestro, lo escabroso, irrumpía en mi vida hasta hacerme gritar. Cuando tenía suerte lo hacía mediante una película.

Conforme fui atreviéndome a ver historias de terror, tanto en el cine como en la televisión, descubrí que el género no había estado tan oculto como había pensado. Conocía escenas, descubría imágenes y hasta diálogos que se habían escurrido hasta mi cabeza a través de la “malevolencia” de Canal 5, XHGC, o de lo que se convertiría en Azteca 7. No teníamos cable, así que los sábados eran ideales para disfrutar de alguna historia.

Me había hecho fanático de Godzilla, Ultraman o cualquier otra vertiente japonesa del Kaiju Eiga (término popularizado recientemente por la colosal producción de Guillermo del Toro, Pacific Rim). Las tardes, tal vez alguna perteneciente a octubre, a un septiembre perverso, a un noviembre en apariencia tardío, también estaban sembradas por las semillas del… mal. Así fue como Poltergeist entró a mi vida.

La “película más maldita” de la historia, que de cierta forma podría compartir escaño junto a Rosemary’s Baby (Polanski, 1968), The Exorcist (Friedkin, 1973) o The Omen (Donner, 1976), se estrenó a finales de 1982, dirigida supuestamente por Tobe Hooper, pues los rumores sobre la dirección de Steven Spielberg pululan por la oscuridad del internet (y de las mentes cinéfilas y expertísimas —aunque siempre humildes— en “filmes”, sean estos de autor o no). Uno de los elementos que se han tomado como “pruebas” fue la elección de Heather O’Rourke como Carol Anne, quien al principio no parecía la actriz idónea para el papel.

La condición de “maldita” se debe a varias muertes de actrices y actores que participaron en Poltergeist o en su secuela del 86. La primera víctima fue la naciente Dominique Dunn, asesinada por su novio en un ataque de celos. Los siguientes actores en morir pertenecieron a las secuelas, aunque el impacto se mantuvo, mucho más cuando Heather O’Rourke murió por un problema congénito en sus intestinos, de manera repentina, cuando tenía apenas 12 años. Si bien es cierto que todas las muertes fueron provocadas por agentes identificables, ya fuera por el infame asesinato cometido contra Dunn, o debido a la inmediatez de un defecto de nacimiento, los rumores sobre la maldición que rondaba la película, y a quienes participaron en ella, se mantuvo como una leyenda de Hollywood, lo mismo que ocurrió con algunas películas ya mencionadas: The Omen, The Exorcist, o, unos años antes, con una producción rodada en una zona de pruebas nucleares como lo fue The Conqueror.

La trascendencia de la película fue palpable, pues las secuelas fueron grabadas unos años después, y Poltergeist se transformó en una clásica del cine de terror de la época, como lo fuera en su momento Rosemeray’s baby o la ya mencionada The Exorcist, con un tema que podía funcionar como una advertencia de tono moral: ver demasiada televisión puede ser peligroso.

La película de Spielberg y Hooper presenta a una típica familia de clase media en los suburbios de alguna ciudad de California, que obtiene sustento a partir del trabajo de Steven Freeling como desarrollador inmobiliario. La casa se encuentra en una zona llamada “Cuesta Verde”, en la que todavía están por llegar algunas fases de desarrollo.

Casi al principio de la película, Carol Anne percibe la presencia de seres que hablan o habitan a través de la televisión, al grado de anunciar a su familia que “ya están aquí”. Lo que sigue es una serie de poltergeist: fenómenos sobrenaturales consistentes en el movimiento de un objeto —en este caso varios— dentro de un lugar determinado. Las primeras en sufrir de este fenómeno son las sillas de la cocina. Y lo que pareciera ser una simple curiosidad metafísica se transforma en horror con la llegada de una poderosa tormenta, pues no sólo son “fantasmas juguetones” sino presencias acompañadas por una “Bestia”.

Mientras un ciclón afecta la casa, y casi asesina al hijo pequeño, provocando algunas de las escenas icónicas de la película, Carol Anne es transportada —raptada en realidad— a una dimensión alterna. A partir de ese punto, la familia busca la solución en un grupo de investigadores paranormales que prefigurarían el tono de la familia Warren, investigadores en la vida real, adaptados a las películas de la saga El Conjuro, a cargo de James Wan.

La desesperación de la familia es palpable mientras se enfrentan a lo demoníaco, pues no solo es el contacto con otra dimensión lo que afecta la casa y a sus miembros, sino la agencia maléfica descubierta por la poderosa, y risible, médium que ayudará finalmente a los Freeling.

Lo sobrenatural asalta al espectador desde el principio, con los fenómenos definidos propiamente como “poltergeists” y el rapto de Carol Anne, así como la manifestación de lo siniestro en el árbol que se encuentra afuera de la habitación de los hijos pequeños. Sin embargo, el clímax se encuentra mucho más adelante, con la resolución que suele conllevar gran parte de las producciones hollywoodenses, pero manifestando su grandiosidad en los últimos minutos de la película, lo que la convierte en una historia interesante hasta el final. Cuando la familia cree que todo ha terminado, sobreviene la destrucción final, con el intento de rapto del hijo pequeño, y el aparente intento de violación hacia la madre, así como la destrucción de todo lo que los Freeling conciben como hogar.

Las imágenes son muy poderosas, eso lo sabe cualquier aficionado al cine de terror,  se quedan en la memoria a pesar de no haber visto nunca la película. O eso era lo que yo entendí cuando me dediqué a verla por primera vez, hace varios años, descubriendo justo lo que ya intuía: conocía las escenas, algunos de los diálogos y las imágenes que me habían atormentado desde niño, como el payaso aquel (junto con otro muy conocido, el Pennywise de Tim Curry) que fuera parodiado en las bobas películas de los Wayans, Scary Movie. A pesar de no ser un adepto al género de terror cuando era niño, y a mi preferencia por temáticas mucho más cercanas a la fantasy, el espectro de lo terrorífico me había alcanzado sin que yo me diera cuenta.

Poltergeist sigue funcionando como una película que juega con los miedos infantiles, y con los terrores de los adultos, quienes se enfrentan, sin saberlo, a la amenaza constante de la muerte (como hacemos todos) y de la pérdida de los seres queridos. Y es justo eso lo que mantiene a Poltergeist como una película convertida en un símbolo, que va más allá del “malditismo” (hechos cada vez menos claros o presentes para los espectadores), es una imaginería que transforma la sencillez y la bobería en la profundidad de aquello que permanece al otro lado.

Siendo niño, no disfrutaba de películas como Poltergeist, ya lo he dicho. Y es posible que ahora, como adulto adepto al género de terror en el cine y en la literatura, resienta el paso del tiempo en una película que no ha envejecido del todo bien como pudo hacerlo Rosemary’s Baby. El humor bobalicón de Spielberg y Hooper se hacen presentes en todo momento, así como las actitudes ya extrañas de una familia supuestamente normal de la Norteamérica de los años 80. Esto podría alejar al espectador, y acercarlo más a historias que siguen manteniendo puntos de contacto con la actualidad, la citada película de Polanski o lo grotesco de la adaptación de Carpenter del clásico The Thing. Sin embargo, sería ingenuo afirmar que se ha perdido todo aspecto siniestro en Poltergeist. La “materialidad” de lo fantasmal y las escenas finales, junto con la alberca colmada de cadáveres (al parecer reales), permiten un atisbo de lo siniestro que sigue presente a pesar del tiempo.

Es posible que, después de este visionado, vuelva a soñar con muñecos con forma de payaso que acercan sus brazos hacia mí sin que yo pueda hacer algo para evitarlo.