Tierra Adentro
Fotografías de Balam-ha’ Carrillo

A finales de mayo, Peter Kuper visitó México para la presentación de «Ruinas», su más reciente novela gráfica publicada por Sexto Piso. En esta entrevista, Kuper habla sobre su trayectoria artística, las ciudades que lo han encantado, la influencia de los fanzines en la sociedad, su experiencia mexicana y la importancia de protestar en una época siempre cambiante.

Empecemos con la contaminación de las artes: arte, literatura y cómic.

Creo que en nuestro ADN siempre ha estado entender la imagen. Es la forma de comunicación más antigua que tenemos, desde las pinturas rupestres o idiomas como el egipcio o el chino que son, en realidad, imágenes. Es parte de nuestra naturaleza, somos una cultura cada vez más visual. La mezcla entre escritura y dibujo abre más posibilidades. Amo los cómics sin palabras, pero también me interesan las historias que puedo contar con letras. Puedes concebir el sonido de la voz a través del color del texto, elementos exclusivos del cómic que son diferentes de los de una novela convencional. La narrativa gráfica comparte aspectos del cine, la animación, la literatura, pero en realidad es muy única por todas las cosas que sólo se pueden hacer en ese formato. Toda mi carrera he estado interesado en eso. Apenas siento que estoy empezando en lo que se refiere a explorar todas las posibilidades que me da el cómic.

A los once años hiciste un fanzine con tus amigos. ¿Nos cuentas la historia? ¿Ahí empezó tu gusto por los cómics?
Sí, pero también en el periodismo. Entrevisté artistas famosos como Jack Kirby y Robert Crumb para entender el proceso creativo de dibujantes y escritores para hacer cómics; me acerqué a los profesionales. Así aprendí, joven, antes de pensar en hacer una carrera, incluso a saber qué pluma usar. Tuve la suerte de ser fan en un momento en el que el fandom era nuevo. Podías conocer a quien quisieras en un festival y ellos se ponían felices. No había el fandom que hubo después de Star Wars, mucho menos el que hay ahora en que muchas películas están basada en un cómic.

¿Cómo fue que decidiste hacer cómics?
Leí Thor, por Jack Kirby y Stan Lee, y mi corazón latía rápido. Yo lo tenía en mis manos y me maravilló no saber qué era eso. En una de las historias, Thor muere y yo no podía creerlo; a la siguiente semana revivió y sólo puedo recordar un «¡oh por dios! ¡Está de regreso!».

¿Te gustan los cómics de superhéroes?

Por mucho tiempo, sólo los de Marvel. Hubo un punto en mi vida, en la preparatoria, en que fue claro que no tenía otras habilidades, temía ser un vagabundo sin cómics. No tenía talento. Entonces me puse a correr muy rápido para ser mejor. Tomé cuanto trabajo pude. Creo que todo el tiempo que leí cómics, tan intensamente, hizo que estuvieran en mi cerebro. Tardó algo de tiempo, pero empecé a recordar que podías contar una historia de distintas maneras. Después fui a la universidad, que no me ayudó para nada en mi narrativa gráfica, pero que me introdujo a las bellas artes y otras disciplinas que había apreciado. Eso me tranquilizó y pude mirar a otros lados, lo que es bueno si alguna vez piensas en hacer algo nuevo. Lo peor es lo que pasa en los cómics de superhéroes: todo es cíclico, parece un zombie que come la carne de toda la narrativa gráfica porque no hay nada nuevo.

Dices que te gusta Thor y haces Spy vs. Spy, ¿crees que estamos en un momento paradójico en el que no existe una figura única de autor? ¿Son los tiempos del arte colaborativo?
Creo lo contrario. Estamos en un momento que te da la oportunidad de ser un autor, de hacer cada una de las piezas del arte sin colaboración. Ya había algo de eso en los fanzines de los ochenta y los noventa. A mí me gusta hacer todo; he experimentado con la colaboración, principalmente con autores muertos en adaptaciones de Kafka y la novela La jungla. Me gusta, a veces, la interacción, pero creo que es buen momento para un escritor-dibujante, para un individuo con verdadera fuerza creativa.

¿Crees que siempre hay que experimentar?
No creo que se deba hacer, pero al menos yo lo hago. Me aburro y quiero hacer cosas nuevas. Veo las posibilidades de la forma y me pregunto qué podría aportar yo en la ficción, en la autobiografía, en el periodismo, con muchas maneras de expresar contenido sociopolítico, a veces serio y otras humorístico. Creo que el mundo está abierto para hacer lo que uno quiera. Hay quienes sólo hacen una cosa, pero no soy uno de ellos. Me aburro mucho. Cuando hago algo grande, planeo después hacer algo pequeño. En Ruinas, por ejemplo, hay una mezcla porque tengo la parte de las mariposas monarcas, sin palabras. Así encontré una manera de hacer lo que yo quería, incluso en estilos. A veces hago ilustración digital y otras acuarela. No hay una manera correcta de hacerlo, depende de cada individuo.

Fuiste vecino de Harvey Pekar, ¿cómo influyó en tu trabajo?
Lo conocí porque su repartidor de periódicos me vio un día con cómics y me dijo que había alguien en la colonia que también tenía una colección que podría gustarme. Me pasó la dirección, fui a tocar su puerta y le dije: «sé que te gustan los cómics, ¿puedo pasar?». Él, extrañado, me dijo que sí. Era 1971, cinco años antes de American Splendor. En su casa tenía arte original de Robert Crumb y una bella colección de vinilos. Se portó bien conmigo. Olvidé por qué nos mantuvimos en contacto, pero tiempo después encontré unos vinilos en el ático de la casa de mis padres, quienes me dijeron que podía quedármelos si la persona que antes era dueña de la casa no los quería. Lo localicé y me dijo que los dejó ahí a propósito. Tuvimos una venta de garage y puse los vinilos en venta. Un coleccionista quería comprarlos todos y pensé que eran del tipo que Harvey coleccionaba. Le dije a la persona que me esperara un momento y llamé a Harvey para ver si debía venderlos. Me dijo: «no se los vendas, espérame ahí». Tuve que decirle al interesado que tenía que esperar a que alguien más los viera, por lo que se fue. Después llegó Harvey y me dijo que era una gran colección, que a su amigo Robert Crumb le gustarían algunos. En ese momento le dije que me interesaba entrevistar a Crumb para el fanzine y que, si quería, podíamos hacer un intercambio: los vinilos por la entrevista. Me dijo que sí. En el fanzine escribimos un cuestionario y se lo mandamos con quince vinilos. Seis meses después nos regresó la entrevista con una pieza original de él. En ese momento no tenía ni idea de qué tan famoso era y así publicamos la entrevista, sin saberlo. Él se ha convertido en el padre de los cómics underground, una gran influencia para mí y otros. Se vendieron nuestros cien ejemplares y no sabíamos por qué. El número anterior del fanzine no lo podíamos dar ni regalado. Tiempo después, Robert visitó a Harvey y fueron a mi casa para que le diera más vinilos, así nos hicimos amigos. Después le hice el feo a Harvey cuando le dije que no quería trabajar en American Splendor, me dio un guión y no me gustó la historia. Después hicimos varios proyectos juntos, justo antes de que falleciera. Fue increíble que se volviera tan famoso con los cómics y la película, fue gracioso.

La importancia del fanzine como un medio de protesta, de política social, no es el mismo que en los ochenta. Incluso los artistas jóvenes ya prefieren el internet a publicar en papel. ¿Cómo vives ese cambio?
No éramos revolucionarios sobre la política, sino revolucionarios sobre los cómics. Nuestra intención era comunicarnos con otros fanáticos, pero también demostrar que el cómic era una forma de arte importante. En nuestra primera editorial decíamos que necesitábamos tocar cada puerta de nuestra colonia para decirle a la gente «esto es importante». Luego, el fanzine se convirtió en World War Three Illustrated, con la que ya llevamos treinta y ocho años —estoy trabajando en un próximo número—. El mainstream no estaba interesado en los cómics ni en la política, mucho menos en usar cómics para hablar de la sociedad. Eso nos dio el poder de publicar nuestro trabajo en nuestra propia revista, después se nos unió un grupo de personas. Y ahora, cientos de personas han trabajado con nosotros. En el futuro planeamos ir más hacia el internet, aunque no es algo que pensemos por naturaleza. Tenemos un sitio web, pero seguimos conectados a la imprenta y espero siempre estarlo. Pero en 1979 el fanzine era la única manera de sacar nuestro trabajo. La historia se movió alrededor de nosotros y a la gente comenzó a interesarle. He estado en museos y expuesto en muestras retrospectivas, pero a mí me parece que nunca hemos sido mainstream. Nunca lo fuimos y nunca lo seremos. Creo que ser famosos nos habría destruido porque nunca hicimos dinero, nunca hemos recibido un pago. Es el secreto de nuestro éxito. No es una manera de hacer un negocio, pero sí de continuar. No soy el jefe de la revista, hay otra gente que tiene el mismo poder de decisión. Lo que hago es más trabajo gratis (hacer el libro, lidiar con el impresor), pero nadie me paga más que a la persona que sólo hace una página. Eso ha sido importante aunque sea difícil seguir trabajando gratis.

¿Qué te atrajo de Nueva York?

Cuando tenía ocho años, mi tío trabajaba en una obra de construcción. Visitamos Nueva York desde Cleveland, Ohio, e inmediatamente sentí la atracción por los problemas, por la gente que es linda y la gente que es fea. Juntos, son la fantasía y la realidad del momento. Vivir en Nueva York es emocionante porque la ciudad cambia. En algún punto Nueva York era Taxi Driver, después fue una película de Woody Allen. Continúa cambiando, pero sigue atrayendo. Me da mucha inspiración. También me gusta estar cerca de tantos artistas, le enseñas tu libro a alguien y esa persona te muestra el suyo. No me siento especial, sino uno de muchos. Eso me hace seguir corriendo.

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¿Y México? ¿Cómo te sientes en México como un «paraíso infernal»?
Hay una enorme tradición de extranjeros que llegan a México y tienen que escribir de eso. En Ruinas hay algo similar: vemos Mitla, Puerto Escondido, el centro de Oaxaca, escenarios que los personajes califican de paradisíacos, pero también vemos la destrucción de una pareja, la sociedad corrupta. Siento que la sociedad se está viniendo abajo en todo el mundo, que estamos a punto de un colapso ambiental. Lo que me queda de México es que vi cómo lidia la gente con eso. Muy diferente a lo que pasa con Estados Unidos, porque aquí tienen estas ruinas del pasado y las ven, en Nueva York lo más antiguo es de hace doscientos años. Por dar una declaración general: la cultura mexicana se siente ligada a la historia, hay más consideración por el pasado y el futuro. El Día de Muertos es representativo por su asociación con los difuntos, uno les da la bienvenida y puede haber alegría, puedes cantar canciones, en vez de sentir depresión y tristeza. Un cementerio en Estados Unidos es un lugar oscuro al que no quieres ir, pero en México uno va a propósito para ver a gente que ni siquiera conoces. En México vi la huelga de maestros y la presión del gobierno, algo que posiblemente experimentaremos en Estados Unidos en los próximos años, pero también vi a gente que luchaba con el corazón aun cuando parecía que nunca iba a ganar. Como extranjero es un beneficio viajar y ver las cosas como recién nacido, te da cierta perspectiva que la gente nacional no tiene y una profundidad que como extranjero desconoces. Espero mezclarlo bien. La pareja en Ruinas es eso, pero hay personajes que están en medio y que representan las raíces. Al mismo tiempo, la estructura sigue a los personajes que tienen problemas con su relación, una representación de la dificultad que los humanos tienen entre ellos y los problemas del matrimonio. Por fortuna eso no nos sucedió a mí y a mi esposa.

Hay bastantes marcos narrativos en Ruinas, desde flashbacks, los sketches, el sueño, el libro que escribe Samantha. ¿Cómo conseguiste hablar no sólo de los personajes, sino, muy en el fondo, contar la historia de un lugar en un contexto político tan específico?
Quería escribir sobre los dos años que estuve con mi esposa en Oaxaca, quería escribir sobre el ambiente. Pensé en hacer ese libro durante años. Mis primeras notas son del 2007 y mucho de eso se quedó en la historia, pero no lo tenía por completo. Intenté vender Ruinas, escribí una sinopsis, pero no conseguía que nadie se interesara en comprarla, pero tampoco podía dedicarme a sentarme y a hacerlo. Me tomó cuatro meses hacer un boceto preliminar que envié a unas quince editoriales, pero todo ese tiempo pensé en el proyecto y le añadía cosas, como el perro en las calles, los insectos. Tenía piezas y me preguntaba cómo cabrían en la historia. Tenía personajes basados en gente que conocí, tenía un final diferente, le añadí cien páginas después de que había firmado el contrato. Me detenía todo el tiempo para seguir escribiendo, no sabía en qué iba a terminar. Muchos editores que rechazaron Ruinas me decían que no les gustaban los protagonistas y yo les decía que cuando trabajara, ellos cobrarían vida. Y lo hicieron, tal como algunos autores dicen que les pasa cuando sus personajes empiezan a hablar por sí mismos. Al contrario de algunos otros que dicen que eso no pasa, que uno es el Dios de lo que escribe. No creo que eso suceda, pienso que es el inconsciente el que habla en los personajes. Por ejemplo, en Ruinas, cuando van a Mitla, el diseño de la página empieza a representar los escalones de la pirámide. Eso estaba, de alguna manera, en mi inconsciente.

¿Qué sigue en tu trabajo?
Estoy tan cansado por culpa de Ruinas que tengo muchos proyectos en los que trabajo, pero ahora estoy haciendo una nueva
versión de un libro que hice de Kafka. Hay material nuevo, pero también mucho ya existente. Hay un próximo libro retrospectivo sobre mí; hice varias entrevistas al respecto pero también incluyeron muchas de las que hice en los fanzines, desde Jack Kirby y Robert Crumb hasta el editor de Mad Magazine. Es una historia de mi carrera y de la gente a la que he estado conectado. Estoy haciendo piezas más cortas antes de hacer algo como Ruinas. En parte porque quiero ser cuidadoso con lo que hago. Tengo ansiedad sobre nuestros tiempos, particularmente por el cambio climático y por la posible presidencia de Donald Trump y toda esa convulsión política en Estados Unidos. Quiero asegurarme de terminar cualquier cosa que esté escribiendo porque el mundo está cambiando y puedo tener muchas ideas nuevas. Quiero que lo que escriba refleje lo que me importa en ese momento. Ruinas lo hizo a través de la historia de las mariposas. En verdad quiero escribir sobre el calentamiento global, pero no sé qué línea seguirá.