Tierra Adentro

¿Qué es un haiku? Lo primero que salta a nuestra mente es la métrica de 5-7-5 sílabas. O una ranita provocando ruido en medio de un estanque. Pero, ¿qué se nos escapa como lectores hispanos de esta condensada forma de evocar un instante?

En alguno de mis talleres de haiku, la pintora Himiko Takasawa nos decía: «el haiku es un juego, no teman llenarse de pintura las manos cuando pinten, no teman equivocarse o llenarse de lenguaje ante un poema breve»; la crítica de cine Satomi Miura y la traductora Eiko Minami nos compartieron que el haiku es «un corte en el tiempo, como una punzada, como la fotografía de algo en movimiento». Según Kenkichi Yamamoto, «el haiku es humor, el haiku es saludo, el haiku es improvisación». Y según Masaoka Shiki, quien le diera su nombre actual a este género literario: «Cada vez que me adentro en un paisaje, aún con emociones subjetivas, sostengo el ensanchar del contenido de la imagen narrativa con simplicidad. Esto es, que la superficie del verso sea una descripción simple del paisaje y, a la vez, una narración épica y poética sencilla. Entonces el narrar una escena compleja, en conjunción con las emociones subjetivas, se convierte en una textura rica en contenido y tanto el paisaje como las emociones residen, se podría decir, en el verso mismo, si éste es bueno» (Revista Hototogisu, marzo de 1924). Interesante que, aunque el haiku se conoce como un texto donde se busca erradicar el Yo, erradicar el lirismo y la abstracción, Shiki no separa la imagen de las emociones. Porque el haiku, como toda literatura, perturba, conmueve, conmociona. El Yo es simple testigo, no protagonista. Y, aun cuando en cuerpo o visión, o incluso en analogía aparezca el autor, tenemos: 1) una imagen del aquí y ahora, concreta, sin juicio o interpretación, y 2) un eco o reverberancia; es decir, el sacudir de las emociones, de la percepción.

un viejo estanque
y el salto de una rana
ruido del agua
(Bashoˉ)

El haiku surge en el siglo XVII como una derivación del estilo de las formas poéticas de la época: renga, waka y tanka (literalmente: canción enlazada, canción de Japón y canción corta, respectivamente), de cuya métrica de 5-7-5-7-7, treinta y un sílabas en total, se desprende la primera estrofa. Basho planteó un tono más bien irreverente, cómico a veces, con énfasis en pequeños detalles, un zoom a lo no exactamente aristócrata o triunfador, a diferencia de la solemnidad de la edad más floreciente de la corte. Pero, a la vez, se alejaba del sentido burgués que predominó en el mundo artístico del siglo XVII, dándole un giro de contemplación y rechazo de lo mundano y material. El tono de su escritura, el estilo, se llamó haikai (literalmente: estilo histriónico de declamación o estilo cómico de declamación). El verso de diecisiete sílabas —que en realidad era la primera parte de una tanka— se llamó hokku (literalmente: verso de despegue o verso de inicio). Basho murió sin escuchar el nuevo nombre que le daría el poeta Shiki, en el siglo XIX, a una de las formas poéticas más breves del mundo: haiku (literalmente: verso histriónico o de escenario, verso de humor). Así que haiku es una abreviación de palabras que, a la vez, abrevia el estilo e historia de la forma, un término que entonces podemos definir como «verso de despegue de un renga del estilo de haikai, ahora declarado un verso autosuficiente».

Para construir un haiku, según el canon tradicional japonés, hay cuatro elementos básicos en la forma:

1. la métrica (5-7-5 sílabas)

2. la palabra clave de estación (en japonés: kigo)

3. la cesura o pausa gramatical (en japonés: kireji)

4. la unión de un instante con la eternidad (donde lo eterno se entiende como el sentido cíclico de la vida y la naturaleza)

Por tanto, lo primero que puede escapar a nuestra sensibilidad es la identificación de la palabra de estación o kigo. El término kigo es lo primero que identifica un lector japonés frente a un haiku. Nos brinda una relación con el tiempo, y con lo eterno, que es sinónimo de cíclico en la cosmogonía asiática. Las palabras kigo se clasifican y enumeran en un diccionario llamado Saijiki, tan relevante y oficial como la Real Academia Española para un hispano. Si el Saijiki dice que luna es otoño, así será, aunque el escritor quiera situar su poema en verano y con luna. En ese caso tendría que aclarar en el poema su estación, ya sea con otra kigo de verano o con la palabra misma verano.

Sin ese guiño que nos ubique en una de las cuatro estaciones: primavera, verano, otoño o invierno, y que, sobre todo, nos ubique en un momento preciso del arco de la vida del elemento eje del poema (una rana, un abejorro, un pulpo, la flor del cerezo), no podremos ubicar la temporalidad (instante y eternidad) que nos saca y a la vez nos enlaza a ese cosmos que une espacio y tiempo en una grieta por la cual asoma el poeta o haijin (literalmente: hombre de haiku o persona de haiku).

El ritmo en el haiku se pierde en la mayoría de las traducciones. Se construye gracias a la pausa gramatical o kireji (literalmente: corte). Dos líneas del haiku van unidas por gramática o sintaxis, como si fueran una sola oración cortada en dos renglones, y una tercera línea es independiente, como si entre las dos primeras y la última existiera un punto y aparte. O viceversa: un verso independiente, seguido de dos versos enlazados. No hay rima en el haiku tradicional, ni título ni signos de puntuación. El único ritmo lo marca el unir, en otras palabras, una frase larga y una corta: tarará-ta o ta-tarará.

en la montaña

un reflejo en la hierba

¿acaso el alba?
(Shiki)

La cuestión de la métrica es fácil de distinguir en japonés pues sus letras y/o caracteres son de sonido silábico y carecen de acento prosódico. En otras palabras, no hay graves ni agudas ni esdrújulas. No se suman ni restan sílabas en el conteo final, como en la versificación hispana. En mis talleres suelo dejar abierto el conteo según el alumno prefiera contar a lo «japonés» o a lo «hispano». Aunque los poetas hispanos, claro, preferirán el sumar o restar para apreciar esa afinación que de forma natural ofrece nuestra lengua, en el caso de haikuístas en formación (niños, por ejemplo, o adultos sin experiencia escribiendo poesía), se puede ejercitar el haiku con métrica «japonesa» (es decir, sin sumar o restar sílabas según la terminación del verso), y más adelante retomar y corregir los textos si se piensa publicar. Una buena salida es terminar todos los versos en palabra grave al construir (o traducir) un haiku en lengua española. De esa forma funcionará la misma métrica para ambos contextos culturales. Respondo aquí a una duda frecuente: sí se utiliza la sinalefa al escribir haiku en español (o cualquier otro género de la métrica tradicional japonesa del 5 y 7, como tanka, renga o senryū). La razón es que se cuenta, tanto en Japón como en el mundo hispano, con el aliento, con el oído y no con la vista. Pero, curiosamente, la métrica es la primera regla que se rompe en la evolución de este género. En el siglo XX Santoka, haikuísta de vanguardia, escribe haiku sin métrica, a veces sin kigo, a veces sin cesura. En ocasiones, con toque lírico (lo que ha permanecido inmutable en el canon: el haiku no abarca lo sensual, erótico o pasional, para eso está el tanka).

cerezo cerezo abre cerezo cae cerezo
(Santoka)

Unir instante y eternidad es lo más complejo y sin duda lo que conforma la médula de la construcción de un haiku. Lograr un detalle cotidiano de la naturaleza que se reconozca como singular y universal a la vez, como efímero pero dispuesto a repetirse, en el ciclo de las cuatro estaciones. La región asiática encuentra esperanza y paz, el sentido de «las cosas», en lo cíclico del universo que nos rodea. Por ello, si un haiku (o renga o tanka, que también usan palabra kigo) puede situar una escena en su momento efímero y, a la vez, en su inminente repetición o renacimiento, entonces habrá logrado instante y eternidad.

Otra pregunta recurrente: ¿puede un haiku hablar de un ser humano? Claro, Shiki escribió sobre la inclusión del humano en el haiku a la manera en que es parte del cosmos, de igual a igual con los elementos de la naturaleza, sin ejercer opinión ni protagonizar con su lirismo (efímero). Ahora que si se trata de retratar la dinámica social o el lenguaje, se escribe un senryū, también de 5-7-5 sílabas, pero sin kigo y sin obligada cesura. Muchos de los libros de haiku que leemos en español, en realidad, son libros de senryū.

Nada fácil escribir un haiku. No sólo se trata de una serie de reglas para su forma: el primer paso es suprimir el Yo, salir de nuestra burbuja, apreciar y contemplar la Vida, fuera de ese Yo que nos distrae, aprisiona y distorsiona la visión. De esa contemplación, sin emitir juicios sobre la imagen que retratamos, sin compararla con situaciones humanas, surgirá una fotografía hecha de palabras, y el haijin la extenderá con gusto a un lector que revivirá ese momento y abrirá una grieta en el tiempo, a otro tiempo, como ya enarboló Paz en Tres momentos de la literatura japonesa.

Que no se nos escape el misterio, diría Zeami. Que no nos aplaste el Yo, diría Vicente Haya. Que nos transforme el ludismo, diría Tablada. Que se rompa la métrica, que se evapore la cesura, diría Santoka. Que el ser humano sea parte de una imagen del cosmos, diría Shiki. Que nos ofrezca un trozo de vida, que nos cuente una historia entre líneas, diría Bashō. Pero ninguno dejará de construir esa grieta donde un instante se cuele a ese otro tiempo, el de la eternidad. Ese es el reto del haijin. La «persona del haiku» es quien baja del escenario para que el poema se lleve el reflector, una, y otra, y otra vez.

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