“Perras de reserva”: letras que duelen
Titulo: Perras de reserva
Autor: Dahlia de la Cerda
Editorial: Secretaría de Cultura / Dirección General de Publicaciones / Fondo Editorial Tierra Adentro
Lugar y Año: 2019
No es casualidad o mero juego el nombre. No es que aquí viva Tarantino en formato feminista. Quienes viven son mujeres, eso sí, mujeres perras y emperradas que destrozan o son destrozadas en este perro mundo emperrado. Perras. El sustantivo convertido en adjetivo, en peyorativo, en cualquier otro tipo de función lingüística. El adjetivo convertido en dolor, y también en literatura. Literatura vestida de Louis Vuitton, Boss, Prada o ropa del mercado. Literatura que desdeña marcas utilizadas por clasistas, marcas hipócritas. Porque que nadie se engañe. Lo que hay en Perras de reserva es Literatura. Literatura fina.
¿Debe doler? Es una pregunta que viene a mi cabeza en multitud de ocasiones. Tal vez sea un poco de la resaca de una juventud leyendo a Kundera o a Pamuk. Tal vez es el gusto por el sinsentido, por el pesimismo humanista de Kierkegaard, por el humor negro y a veces simplón, aunque deprima, de Ciorán. O tal vez sea Ligotti hablando desde algún asteroide solitario. El mensaje: la buena literatura tiene que doler. No es una aseveración. Por suerte no soy ningún teórico ni me gusta pontificar. Quien quiera rebatir esto tan solo debe pensar en Borges, en Pirandello o en la luminosidad de algunas humoristas inglesas.
Ligotti, por cierto, tendría problemas al leer a Dahlia de la Cerda, porque uno no se decide si lo que hay aquí es solo negrura, si es solo crítica social o es solo la luz al final del túnel. Después de todo, en Perras de reserva no hay una respuesta única, a pesar de que algunos relatos estén hilados en un universo de violencia, sangre y estatus, de dolor y fuerza. Literatura como poder. ¿Una posible respuesta? ¿Sería mejor Literatura como la vida?
Dudo mucho que la autora, que presenta una facilidad asombrosa para la creación de personajes, haya pensado en la fantasía cuando planteó estos mundos que a veces parecen demasiado irreales. Culpa de la pos-verdad, de la Hiper-realidad y todos esos términos acuñados por sesudos y complicados sociólogos, lingüistas y filósofos. Porque la “fantasía” dentro de este libro de cuentos se parece demasiado a lo visto en las noticias de este país salvaje, de este Brave Ancient World llamado México.
Si yo le preguntara a Dahlia de la Cerda cuáles fueron sus modelos para escribir este libro, posiblemente se reiría de mí, haría un gesto desdeñoso y seguiría su camino. Tendría que darle la razón. Porque aquí, además de los modelos literarios, del posible (y facilón) recurso del “realismo sucio” como base de su obra, de la narrativa de la violencia, del Norte, de Eduardo Antonio Parra, de lo policiaco, de Iris García Cuevas o Naief Yehya, la realidad salta y busca cómo transmitirse, cómo volverse literatura. La autora toca la violencia con su pluma, y también toca el sufrimiento. Toca el dolor y lo convierte en lección, en balas, en sangre, en un enfrentamiento entre “lo que es solo entretenido” y “el arte que no debe entretener sino cuestionar, romper…” ¿Cuáles son tus motivaciones, Dahlia de la Cerda? Mejor cállame y dile a todo el mundo que, no se arrepentirán, comiencen a leerte.
Pero esto es una reseña, y como tal debo hablar del libro que he… ¿estudiado, analizado, leído, percibido, sufrido, disfrutado? ¿Qué es Perras de reserva? Un cuentario de proporciones bíblicas contenido en un librito de apenas 109 páginas. Es el libro ganador del Premio de Cuento Joven Comala 2019. Es un pequeño monumento a la literatura transgresora, dura y suave, romántica y dolorosa. Es un conjunto de historias que viven por su cuenta, pero que también funcionan hilvanadas, creando un mundo que se parece al de la zona conurbada de la capital del país, pero también podría ser cualquier centro o periferia de México.
Los registros de los cuentos varían. El lenguaje se adecúa para cada narradora o personaje sin que la voz poderosa y salvaje de la autora disminuya o se pierda en la retahíla de referencias pop. El primer cuento es quizás el más poderoso y desasosegante. Desde la primera frase se percibe la violencia, la ironía y el dolor que el personaje experimenta y experimentará: “Me senté en la taza del baño, oriné sobre la prueba de embarazo y esperé el minuto más largo de mi vida. Positivo.” Y lo que sigue, en un relato llamado “Perejil y Coca Cola”, es mucho más duro y, curiosamente, divertido.
El lector podría pensar que estoy exagerando, que Dahlia de la Cerda no podría ser tan buena, que su trayectoria no es demasiado amplia, que no es más que una narradora joven, porque los premios son bla-bla-bla (inserte aquí su prejuicio). Pero es que la narradora hidrocálida lo es. Cada uno de los cuentos no hace más que golpear justo entre los ojos, en la barriga, cerca del hígado, en la entrepierna si se quiere. Y mientras la autora nos golpea dejamos escapar algunos murmullos. Son risas. Carcajadas. Porque la prosa es delicada a pesar de los exabruptos. Porque el humor brota en medio de las vidas de socialités, de buchonas, asesinas a sueldo, mujeres de sociedad, influencers preocupadas por cuántos likes tendrá su nueva foto en Instagram.
Podría decir que mis cuentos preferidos son los que se van hilando en un caos de prendas carísimas, gadgets y artilugios de precios prohibitivos y frivolidades muchas, al son de cumbias, narcocorridos y música banda. “Yuliana”, “Constanza”, “La China” y “Regina” funcionan como un cuarteto de jinetes, de jineteras, del Apocalipsis. Todas ellas poderosas, dolidas, sufridas, víctimas y victimarias. Todas ellas voces caóticas que sobreviven en un ambiente difícil, sediento de sangre y de poder. Todas ellas conociéndose de una u otra forma, en esta cosmovisión de cristales y diamantes, oro y prendas de alta costura, y sangre, mucha sangre. Todas ellas narradoras o narradas en una concatenación narrativa deliciosa, donde lo popular, lo superfluo y banal se convierte en algo trascendente, en crítica, en dolorosa crítica social.
En cada uno de estos cuentos se retrata la vida de un personaje que habita en determinado rincón del mundo, de un mundo pequeño pero desconcertante. Nos narran las historias de una chica que se sabe hija de un narcotraficante, una millonaria que es atacada por las mismas chicas de su colegio que al tener menos dinero la combaten con el asunto de la “clase” y del dinero “bien habido”. El abolengo rancio aún permea en la mentalidad de chiquillas cuya única meta en la vida es la popularidad en una triste red social. Aquí se nos hablará de una mujer criada para el poder, para convertirse en la “dulce y tierna esposa de un futuro presidente.” También leeremos sobre la otra parte, la más salvaje, sobre chicas asesinadas y sobre las mismas sicarias, que se ven ambas enredadas en un conflicto estúpido lleno de violencia machista y ejercicio del poder sobre los otros. Cualquiera de estos cuatro sirve para abrir boca.
Sin embargo, estos cuentos no pierden fuerza al lado de los demás, que son independientes pero que también se relacionan con ese mundo de mujeres destructoras y destruidas. “Mariposa de Barrio” es un ejemplo triste e irónicamente divertido de una voz femenina presa de sus deseos, de una “mamá luchona” en medio de una sociedad salvaje, de unas circunstancias propias del horror económico y social, de la pobreza. Una mujer sufrida que no puede abandonar a “su hombre” a pesar de todas las faltas, de la humillación, de los arquetipos de la mujer sufrida y doliente que no puede sino llorar por la horrible realidad de saberse enamorada de la mierda. Y aun así, el relato cierra con una frase que hace que Perras de reserva, el libro entero, no sea solo un cuentario depresivo, triste y oscuro, sino una amalgama de voces y finales, de cosmovisiones y sentimientos, de esperanza y desaliento. Estas Perras, pareciera decirnos la autora, siguen vivas aún después de la paliza, y están esperando a salir y levantar las alas, sacar las garras y volver a caminar, muy emperradas, en la pasarela cabrona de la vida.