Tierra Adentro
Ilustración realizada por Hilda Ferrer
Ilustración realizada por Hilda Ferrer

1. La fiesta de los colores y las mantillas

Pese a la grandeza que le canta Lucrecio, Epicuro no dio tantos chismes de qué hablar como sí lo hicieron a través de los siglos los mitos religiosos que tanto criticó el filósofo, a propósito de los dioses griegos, primero, o los romanos, o los etruscos o los católicos apostólicos, que continuaron con las epopeyas de seres excepcionales que nada envidian a los personajes de leyendas y cuentos de hadas: apariciones misteriosas, rituales de sangre convertida en vino, inmolaciones, raptos, posesiones; estatuillas de colores en posiciones extrañas con vestidos a la moda de cada época tratando de imitar otra, maquillaje; representaciones teatrales con coros de niños, adolescentes desposadas con el mismo hombre y otros hombres recluidos y consagrados a otros hombres en vida, cuerpo y alma… ¡Oh la religión, esa gran ficción de fiestas, rituales y colores!

En tal celebración de las almas, además de las historias fundacionales, también hay objetos de uso ritual, así como espacios de veneración. Quiero centrarme en los espacios de veneración institucionalizada, tal como sucede con las iglesias de la Santa Sede. No quiero hablar de la religión en sus límites y alcances espirituales, sino de la institución que durante miles de años se ha dedicado a imponer reglas bajo supuestos preceptos morales y que se ha llevado entre las patas a muchas personas, ya sea porque sus adeptos no lograron entender que las bases espirituales son para la liberación (amémonos lxs unxs a lxs otrxs) o porque sólo querían la justificación de sus propios prejuicios.

Y asincerándonos un poquito, aunque a mí me gusta mucho la iconografía cristiana, así como la historia de la religión (sobre todo el arte paleocristiano), la verdad es que las bases de la religión católica como la conocemos en América Latina vienen del pensamiento colonial más rancio, y qué espanto, amiga, qué espanto.

Pero bueno, todo esto viene a cuenta porque les quiero contar una historia de doble resistencia. Como todas las historias que se repiten y que nos hablan de nuestra sociedad contemporánea, sucede, sucedió, sigue sucediendo y sucederá hasta que se cambien las bases sociales mismas.

 

2. Oasis para saciar la sed

Consuelo de los afligidos… así reza la letanía a la Virgen y por alguna razón, es a ella a quienes se acercan los desvalidos, como si en verdad la figura materna fuera más cercana a los desterrados que la del Cristo ensangrentado en su cruz.

Un oasis se define como un paraje exótico lleno de vegetación en medio del desierto: plantas milagrosas con ramas colmadas de fruta madura, sombra densa de palmas y palmeras para descansar del viaje, un espejo de agua fresca y abundante para saciar la sed, animales que habitan el oasis y que recuerdan las promesas del paraíso terrenal.

Pero también los oasis son la forma de resistencia por excelencia. En medio de la distopía de un mundo desértico, se abre el refugio en el que podemos existir, ser nombradas, saciar nuestra sed de amor, colmar el hambre de justicia. Quizás a muchas personas les parezca chocante que haya comenzado este ensayo hablando sobre la institución religiosa, pero ¿cómo describir el oasis sin comenzar por el desierto? Aunque la institución religiosa de la Santa Sede se haya empeñado en destruir aquello que la criticaba desde la otredad, siempre han existido oasis que impiden la total cancelación: el gigante tarda mucho en moverse y no puede ver las pequeñas cosas que se gestan, germinan y florecen en los diminutos orificios que se abren en su carne colosal.

Es ahí donde se nos aparece la imagen de un niño.

En México tenemos presente este imaginario gracias a la constante propaganda televisiva de la institución católica: ¿se acuerdan de la película “Marcelino, pan y vino”? Bueno, comencemos por una imagen parecida: un niño español rezando en la iglesia.

Sólo que este niño no se llama Marcelino, no le lleva de comer a un crucifijo animado por artes oscuras ni fue utilizado para ayudar a la institución católica a afianzarse en el imaginario mexicano. Al contrario, el niño del que quiero hablar, aunque sí creció entre vírgenes y crucifijos, su historia es poco conocida en México, aunque es apreciado en Barcelona, Sevilla, etc. Paul Preciado le dedicó un estudio titulado “La Ocaña que merecemos. Campceptualismo, subalternidad y políticas performativas”, en el que analiza de qué manera se han utilizado términos:

Cursi, kitsh, camp, hortera, queer… son retóricas de la inadecuación política que en el lenguaje dominante indican el mal gusto, la vergüenza social, el ridículo público, la falsedad, la fealdad, el exceso, la patología sexual. Estas nociones existen sólo frente a las normas de producción de identidad social que construyen trasversalmente a judíos, gitanos, homosexuales, emigrantes, vendedores ambulantes y teatreros, prostitutas, desclasados y vagabundos, todos ellos minorías cruciales en la estratificación biopolítica de la modernidad1.

Es ahí donde encontramos ya dos desiertos bastante similares, por lo que habrá que buscar más oasis.

 

3. Ocaña, dios solar

El dios Ocaña tuvo dos nacimientos: uno en Castilleja, Sevilla, y el otro en Barcelona. Del primero, el mortal, nacieron con él sus encajes y mantillas; del segundo, el apolíneo, su arte y su séquito. Desde niño su mirada derramó el fulgor solar: veía hasta los colores más hermosos en las pequeñas piedras bajo el polvo sepia. De la religión aprendió las reglas y la transparencia de los encajes, la fiesta para celebrar la agonía, así como la devoción de las velas encendidas un viernes santo donde muere el dios que luego renacerá con frutas dulzonas y risas entre rituales de la fertilidad. Lo imagino inmóvil ante la belleza de la virgen de la asunción, devoto a la teatralidad del rito, al lipstick de las estatuillas estilizadas, a lo profano de los cánticos en las misas.

Decía Ocaña que de la religión a él lo que le gustaba era el fetiche.

Mostró sus orígenes a cada paso: pintando sus vírgenes o sus escenas flamencas; vestido con peineta y mantilla o acaso las figuras de papel que reproducían el imaginario religioso de Castilleja. Pero en el mundo del pueblo macho hay dos grandes límites: el que se impone a las mujeres y el que se impone a las sexualidades disidentes, ambos por enseñanza de un patriarcado omnipresente.

Si Ocaña pudo acceder al mundo religioso de Castilleja, fue a través del reconocimiento de las mujeres flamencas. Y por equivalencia, si pudo acceder en Barcelona a un mundo artístico desde el underground, fue gracias a proyectar el reflejo de lo aprendido e imitado en Castilleja, desde su propia perspectiva de colores y libertad.

La homosexualidad de Ocaña que tanto gustan resaltar sus críticos, es parte de una estética que fue desarrollada entre la iglesia y las costumbres flamencas, espacio de ocio y diversión donde el ritual, el fetiche y el oasis se combinan: “A los hombres no nos dejaban jugar con muñecas, y en Andalucía muchos maricones se resarcían de esas prohibiciones dedicándose en exclusiva a vestir y adornar a las vírgenes. (…) Pareciera mismamente que el invento de las vírgenes “de candelero” se debiera a la ocurrencia que un día tuvieran unas mariquitas católicas barrocas aburridas.”2

Es decir, si a Ocaña le gustaban tanto los fetiches de iglesia era porque había una transgresión que iba de lo sagrado a lo teatral. Aunque no me malentiendan, eso no tiene nada que ver con una falta de creencia. Se acerca más al juego, al adorno, a la celebración y a la transformación profunda de los símbolos, que solo a la crítica.

En el ritual pictórico y performático de Ocaña, la institución de la iglesia no tiene cabida, sus invenciones son meros simulacros de los rituales católicos que, tanto para él como para muchos, se han vaciado de sentido y necesitan llenarse con otro. De forma inevitable, al retomar de la tradición los elementos necesarios para su expresión, los reformuló bajo su particular punto de vista y asimiló los viejos moldes, dejando elementos que perduran en el imaginario, pero provistos de un nuevo significado, más glamuroso, más infantil y menos solemne.

El juego de Ocaña es el juego de la luz del sol que baña a las vírgenes coronadas de flores, listas para la procesión: él será tanto la fiesta de colores como la Virgen en su papel principal.

Al leer sobre Ocaña, me parece como si él se hubiera quedado suspendido en ese mundo infantil y tosco donde el Cristo sangriento es una imagen demasiado terrible que hay que adornar con flores y, en cambio, la Virgen ofrece de sus manos variedad de colores, sabores, formas.

 

4.  Ocaña, pintor

Cuenta Nazario en sus memorias que un día se encontró Ocaña con un hoy desconocido galerista. Durante el encuentro, el galerista le dijo al pintor que le parecía que su obra era muy kitsch. Ocaña, al principio, se sintió halagado porque no sabía qué era kitsch ni sabía el contexto en el cual lo estaba aplicando el galerista, pero la palabra le sonaba muy mona. Más tarde, les contó lo sucedido a los demás. Cuando le explicaron que kitsch se refería de manera despectiva a un arte ingenuo, Ocaña entró en cólera y replicó: “¡ahhh pero si yo no tengo nada de ingenua, eso sí que no!”3

Ocaña llegó desde Castilleja con la idea fija de vivir en el arte. Le llamaba la atención el ambiente bohemio y la intelectualidad. Eso que las muchachas de las periferias buscamos, deslumbradas por una promesa de apertura singular de las ideas. Porque yo me cuento entre lxs descastadxs que llegan a buscar los ambientes intelectuales sin saber que existen mecanismos que sostienen, aprueban y respaldan un sistema de meritocracia en el arte.

Así, al llamar kitsch al arte de Ocaña, el galerista estaba enviando un doble mensaje: por un lado, tenía que utilizar un lenguaje aprobado por el circuito artístico y, por el otro, tenía que delimitar el terreno mismo del arte, señalar la diferencia y colocar al pintor en contra de la bienpensante modernidad occidental, toda razón, orden y progreso.

El estudio de Tomas Kulka sobre el kitsch comienza, al igual que el de Paul Preciado, por definir de dónde viene la palabra. Los dos autores coinciden en que, si bien no hay un origen certero, la palabra desde el comienzo tiene connotación negativa y que “se ha usado como sinónimo de arte sin valor, indecencia artística o simplemente arte de mala calidad”,4 dice Kulka en comparación con la definición de Preciado que cité antes.

Lo que me parece que conecta a los dos es la idea de la “indecencia artística”, pues se refiere a que el kitsch transgrede valores morales que sólo se dan dentro del circuito del arte, como la pureza y la tradicionalidad. Es decir, el kitsch no es honesto, ni responde a los valores que acatamos en el arte occidental colonial como lo verdadero, lo bueno y lo bello: parece que se refiere más a una inversión de estos valores; sin embargo, como en todo sistema, ¿quién ha definido lo que es verdadero, bueno y bello, si no es desde preceptos morales que derivan de un sistema que relega a la otredad?

El mismo Tomas Kulka acepta que el problema del kitsch no se resuelve con el relativismo radical: de gustibus non disputandum est. “Pero, de no aceptar ese subjetivismo o relativismo radical, ¿podemos conciliar ese atractivo con ese desprecio sin reducir los juicios estéticos a meras expresiones autobiográficas de preferencias estrictamente subjetivas?”5 Si no se cambia el punto de vista desde donde apreciamos el kitsch, se corre el riesgo de que una élite de especialistas siga reduciendo sus juicios desde sus expresiones autobiográficas y subjetivas.

Norbert Elías muestra el conflicto cuando define el kitsch como “una expresión de esa tensión entre el desarrollado gusto de los especialistas y el dudoso e inculto gusto de la sociedad de masas”.6 Cuando un “especialista” califica de kitsch a la pintura de Ocaña, remarca que no pertenece al gusto de la norma y la tradición pura de los especialistas, sino que es otra cosa.

Encontramos entonces que los circuitos artísticos tienen también sus propios dogmas. Esta manera de entender el arte como algo lleno de pureza y tradicionalidad, es una forma de catalogar la experiencia estética en los parámetros de la retórica religiosa y moral. Utilizar el término kitsch para determinar el valor de una obra de arte, impone una inadecuación, señala la no-pertenencia a los valores hegemónicos de un circuito artístico que busca perpetuar, sostener y vender bajo sus propios parámetros.

Sin embargo, al colocar a Ocaña como sólo el pintor homosexual, le quita potencia a su discurso crítico. Es una forma de desarmar políticamente, ya que coloca al otrx en una forma de “diferencia necesaria”, por ejemplo (y hago una interpelación a la imaginación de quien estuviere leyendo esto), cualquier cñoro del arte podría decir sin problema: “las pinturas de Ocaña son así porque él era ho-mo-se-xual”. Es decir, se espera una exotización, así como una valorización del arte sólo por la condición del pintor: “Ocaña es presentado como “el pintor travesti de las ramblas”, “andaluz, homosexual y pobre”, menos conocido por su obra plástica que por su ejercicio público de disidencia sexual”.7

En esto, las minorías debemos tener cuidado, ya que al echar mano de las políticas de identidad, se corre el riesgo de ser/estar doblemente en un desierto: aquel del contexto opresivo (como el ambiente católico donde Ocaña encontró un oasis en las vírgenes) y el de los epítetos con el que otros moldean nuestra experiencia vital y artística para, al final, dejarnos de lado si no militamos en las filas del sistema hegemónico.

Hagamos nuevos oasis de representación real. Reclamemos los espacios que nos han quitado. Y hagamos oasis de resistencia en los espacios que nunca nos han dado. Eso es lo que nos queda, lo que tenemos, lo que siempre hay que hacer. No dejemos que nos impongan un epíteto que nos limite nuestra experiencia vital: nuestro cuerpo, nuestro amor y nuestra sensibilidad no son negociables. Tomemos la fiesta de las mantillas, hagamos temblar las religiones y el arte: llegó el momento de bailar sobre las ramblas.

 

Bibliografía

Elías, Norbert. “El estilo kitsch y su época”, en El Kitsch. Casimiro Libros, Madrid, 2011.

Kulka, Thomas. El Kitsch. Casimiro Libros, Madrid, 2011.

Luque, Nazario. La vida cotidiana del dibujante underground, Anagrama, Barcelona, 2016

Preciado, Paul. “La Ocaña que merecemos. Campceptualismo, subalternidad y políticas performativas” en Ocaña 1973-1983: acciones, actuaciones, activismo. Catálogo de la exposición en el Museo La Virreina, Centre la Imatge, Institut de Cultura de l’Ajuntament de Barcelona, 2011.

  1. Paul Preciado, “La Ocaña que merecemos. Campceptualismo, subalternidad y políticas performativas” en Ocaña 1973-1983: acciones, actuaciones, activismo. Catálogo de la exposición en el Museo La Virreina, Centre la Imatge, Institut de Cultura de l’Ajuntament de Barcelona, 2011, p. 76.
  2. Nazario Luque. La vida cotidiana del dibujante underground, Anagrama, Barcelona, 2016, p. 150.
  3. Nazario Luque. La vida cotidiana del dibujante underground, Anagrama, Barcelona, 2016, p. 163.
  4. Tomas Kulka, El Kitsch. Casimiro Libros, Madrid, 2011, p. 9.
  5. Ibid. p. 10.
  6. Norbert Elías, “El estilo kitsch y su época”, en El Kitsch. Casimiro Libros, Madrid, 2011, p. 41.
  7. Paul Preciado, “La Ocaña que merecemos. Campceptualismo, subalternidad y políticas performativas” en Ocaña 1973-1983: acciones, actuaciones, activismo. Catálogo de la exposición en el Museo La Virreina, Centre la Imatge, Institut de Cultura de l’Ajuntament de Barcelona, 2011, p. 72

Autores
Es autora de los libros de ensayo literario "Huérfanos" (2015), "La pulga de Satán" (2017), "Los caballeros se quedan a descansar" (2018), “Visita guiada al mundo de los muertos” (2021) y “Paniske o cómo todo está lleno de diosas” (2022). Recibió la beca de Residencias Artísticas para concretar la investigación de su libro “Autos, moda y discos punk” en Barcelona, España en 2019, y a partir de ese proyecto le fue concedida la Beca de Escritura Creativa de Barcelona Ciutat de la Literatura 2020. Fue parte de la residencia internacional de arte Can Serrat 2022 y le fue otorgada la beca MAEC-AECID de la Real Academia de España en Roma 2022-2023. Es parte del 9º Programa de Estudios Independientes del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona 2023-2024.

Ilustrador
Hilda Ferrer
Jarocha de nacimiento pero residente en CDMX, diseñadora de profesión, ilustradora de corazón, apasionada por los cómics y las caricaturas. Llevo casi 10 años generando gráfica y conectando con personas a través de ella. Me inspira muchísimo el cómic autobiográfico, me parece maravilloso, gratificante y motivador. Se ha vuelto una forma de terapia ocupacional muy importante en la vida, donde espejeo mi existencia con la de la otredad. El año pasado escribí, ilustré y auto publiqué mi primer comic llamado “Las trampas del ego”, actualmente trabajo en los siguientes tomos. Siempre he pensado que la vida es una aventura donde tú eliges que escenario quieres ver, que sensaciones quieres sentir y que papel quieres protagonizar. Creo firmemente que el viaje es el destino y hay que transitarlo con amor y coraje.