Bob Dylan
En esta ocasión, la poeta y traductora Tanya Huntington (Martín Luis Guzmán: entre el águila y la serpiente) y el poeta José Eugenio Sánchez (Galaxy limited café) discurren si el legendario Bob Dylan merece o no el Premio Nobel de Literatura.
This Land Is Your Land
Por: José Eugenio Sánchez
Este premio a Bob Dylan también es un homenaje a la literatura americana que cambió el rumbo de arte. Negar la existencia de los Beats como la estética más importante del siglo xx en Norteamérica es negar los tiempos actuales. La Academia gringa tardó décadas en aceptar que ese grupo de insatisfechos escritores representaban e influyeron a casi toda América, abordando temas poco tocados hasta la época. El canon jamás colocará a los Beats en sus dóciles páginas. Y por fortuna el Nobel jamás se le va a otorgar a miembro alguno de la generación Beat; su máximo logro: mantenerse aislados de la frivolidad literaria.
Mientras los Beats trataban de llenar de música su poesía, Dylan hizo lo mismo en una acción inversa y correspondiente. La literatura no se limita a lo que se imprime en páginas de papel; es capaz de existir en otros formatos, consumirse de otras maneras.
La obra de Dylan es referencia para describir la historia de un país. Es un objeto vivo que sin estar en el anaquel de una biblioteca termina siendo un bocadillo para los académicos y un canto liberador para los borrachos. Sus lecturas son a la vez accesibles y profundas. Canta contra las injusticias sociales y contra la guerra: «Ustedes preparan todos los gatillos/ para que otros disparen/ luego se apartan y esperan/ cuando las listas de muertos aumentan, ustedes se esconden en su mansión/ mientras la sangre de los jóvenes/ se escapa de sus cuerpos y se encharca en el lodo».
Este premio Nobel es un reconocimiento a la poesía y un desaire a la industria editorial: sin importar para quién fuera el premio de la Academia sueca, siempre ganaba una transnacional explotando la obra de un autor que regularmente no conocíamos; y después, ese autor obtenía dinero en regalías, pero no dejaban de ser migajas de un botín que se repartían los empresarios. El premio Nobel nunca había sido un premio a un autor y su riqueza. Para que esto sucediera se lo tuvieron que otorgar a un millonario: la literatura se ha vuelto inofensiva. Este premio es un golpe a cierta falsedad, y una victoria de otra falsedad: novedosa: cómplice de la realidad y que a veces tiene coros.
Sin ser escritor, Dylan publicó un libro que pesa seis kilos y medio y tiene más de mil páginas. También una novela, Tarantula, y Chronicles volume 1. The Lyrics: Since 1962, que salió a la venta en noviembre de 2014 en edición limitada. En aquel momento, el volumen costaba doscientos dólares y se pusieron a la venta cincuenta ejemplares firmados por el artista a cinco mil dólares cada uno.
Qué éramos antes de obtener el Nobel: ah sí: los maricas, los judíos en lajas de jabón, los esclavos, los putos, los desalineados, los insurrectos, los rebeldes, los imbéciles, los anacrónicos, los transexuales, los asesinados, los bombardeados: éramos la bazofia de los que sólo querían ocultar su propia mierda y éramos la carne de sus negocios: antes del Nobel éramos los que respiraban correctamente el humo del napalm como una bendición: éramos los que aceptamos valientemente tragarnos nuestra identidad a cambio de una firma estampada en pluma fuente sobre un gran escritorio con bellos pisapapeles.
¿Qué hay en un premio?
Por: Tanya Huntington
Suelen preguntarme si mi hijo se llama «Dylan» por el cantante: tanto así, que ya tengo la rutina armada. Invariablemente respondo que andaba pensando más bien en el poeta galés al ver asomarse ese par de cachetes redondos y ese pelo rojo revuelto. Para rematar, reconozco que no fue del todo justo dejarme llevar por las apariencias, dado que no me sé de memoria más que un poema de Dylan Thomas, pero son muchas las canciones de Bob que puedo interpretar con enjundia (y con guitarra).
Cuando sostengo, en cambio, que ni le hace falta el premio Nobel ni a nosotros nos hace falta que lo gane, creo que estoy siendo del todo justa.
Sus detractores hemos sido acusados o de ser cuadrados, o de ser ignorantes del papel que juega la tradición oral en la poesía. No puedo hablar por los demás, mucho menos por sus tabuladores de poetas. Pero sí puedo aclarar que mi resquemor no tiene nada que ver con algún prejuicio contra los trovadores —yo misma soy tan multidisciplinaria que me califico como circense, y reitero: soy fanática de Bob Dylan hasta Hurricane. Es decir, de manera retroactiva.
He allí el meollo del asunto. Lo que me inquieta es el hecho de que, al parecer, la Academia busca a un poeta que dejó de existir hace muchas décadas, y a cuyo avatar presente le irrita cuando le exigen que lo siga siendo. Ese poeta —al que quieren premiar los suecos, si es que lo logran— difícilmente hubiera aceptado cinco millones de dólares para filmar para el Súper Tazón un anuncio del Escalade de Cadillac, una aberración motorizada que le hubiera servido antaño como metáfora de la guerra en Iraq, o de los excesos y males del establishment capitalista. Para premiarlo, los miembros de la Academia tendrían que inventar primero una máquina del tiempo.
Más allá de un reconocimiento demasiado tardío (como suelen ser los de las instituciones ante la contundencia de una realidad cambiante) del papel que tuvo la música popular estadounidense en la renovación de la poesía (yo me hubiera inclinado más por el jazz), algunos especulan que su decisión conlleva un propósito más actual: el de protestar contra Donald Trump y sus seguidores. Francamente, me siento rebasada por la lógica de castigar a un farandulero premiando a otro. Los dos, Trump y Dylan, se han convertido en monstruos de la fama y del mercado. Igual que Trump, dudo que Dylan hubiera sido candidato si no tuviera millones de fanáticos, si sus ventas no fueran millonarias. La diferencia estriba en que no buscó esa candidatura y, al parecer, no la quiere.
Tampoco exageremos: el premio Nobel es de los suecos, y pueden galardonar a quien se les pegue la gana. Suelen alternar entre lo mediático y lo obscuro. Ojalá y para la siguiente nos presenten a un autor que necesita, o cuando menos quiera, ser premiado. Uno que no sea un lugar común, que aliente al derribo de muros culturales, que resulte ser una gran revelación: eso que alguna vez fue Bob Dylan.