Elena Garro: invitación al viaje
Leer la obra de Elena Garro es explorar mundos luminosos y sombríos, donde la imaginación amplía las fronteras de la realidad, lo fantástico rompe la línea rígida del tiempo, y conviven personajes históricos y ficticios, seres apegados a lo cotidiano, con sus desventuras y alegrías, y seres que aspiran a vivir lejos de la mediocridad y la violencia.
Narradora, dramaturga, periodista, guionista, ensayista y memorialista, Garro creó un universo lleno de contrastes, en que se entrecruzan la ironía y la tragedia, el realismo desencantado y la confianza en el poder de una palabra transformadora. Testigo de su tiempo, la escritora plasmó en su obra su visión crítica de algunos de los acontecimientos fundamentales del siglo XX, como la revolución mexicana y la guerra civil española, y trazó una lúcida representación de algunos de los males sociales de su época, como el racismo, la corrupción, el abuso de poder y la violencia, en particular la violencia contra mujeres y marginados.
En este ensayo destacaré el aspecto fantástico e irónico de sus primeras publicaciones (entre 1957 y 1968), la crítica social que conllevan, así como su gran aportación al teatro histórico mexicano: la obra Felipe Ángeles (1979). Hay que señalar, sin embargo, que las novelas y cuentos que publicó a partir de 1980 y sus Memorias de España 1937 ofrecen también un interesante paisaje que explorar desde una perspectiva literaria y de género. Aunque lo fantástico tiene un papel menos significativo y la ironía tiende a desaparecer, los cuentos de Andamos huyendo Lola (1980), El accidente y otros cuentos inéditos (1997), sus novelas, en particular Testimonios sobre Mariana (1981), e Y Matarazo no llamó… (1991) son en su mayoría obras de gran calidad literaria, en que sobresalen cierta profundidad psicológica y la crítica de la violencia. Para situar mejor esta obra en su contexto, conviene recordar algunos aspectos de la vida de la autora.
Una escritora del siglo XX
Elena Garro nació en Puebla en 1916, hija de padre español y madre mexicana. Vivió su infancia en Iguala, pueblo cuya vida bajo la posrevolución recreó en su primera y mejor novela Los recuerdos del porvenir, por la que obtuvo en premio Villaurrutia en 1963. La convivencia con campesinos e indígenas en su infancia inspiró en ella un interés por la cosmovisión indígena y fue tal vez el punto de partida de la preocupación por los problemas del campo que, a finales de los años 50 y en los 60, la llevó a apoyar algunas luchas por la recuperación de tierras en Morelos.
Desde su infancia y adolescencia, Garro fue una gran lectora. Devoró primero los libros de la biblioteca de su tío Boni, donde igual leyó a grandes autores españoles de los siglos de oro que libros de filosofía e historia, occidental y oriental. A lo largo de su vida, amplió sus lecturas a la literatura mexicana, la literatura fantástica del río de la Plata, la poesía romántica alemana y los grandes escritores rusos, en particular Dostoievski y Chejov, y la historia de la revolución rusa, entre otros temas.
Tras mudarse a la ciudad de México, la futura escritora terminó sus estudios secundarios, estudió literatura en la UNAM, cultivó la danza, una de sus grandes pasiones; se inició como coreógrafa y mostró interés por el teatro y el cine. En 1937, Elena Garro se casó con el joven poeta Octavio Paz y viajó con él a España al II Congreso de Intelectuales Antifascistas. Recordaría esta experiencia en sus Memorias de España 1937 (1992), libro en el que, desde una perspectiva irónicamente ingenua, retrata a algunos de los escritores que conoció entonces, como Neruda, Cernuda y Vallejo.
Los antecedentes del oficio de escritora en Garro pueden ubicarse primero en el periodismo que ejerció en 1941 en la revista Así, donde publicó algunas entrevistas y un agudo reportaje sobre la correccional de menores para mujeres. Esta ocupación, sin embargo, quedó en suspenso hasta fines de los años 50, ya que a partir de 1943, Garro y Paz vivieron fuera de México. A través de las numerosas cartas que escribe desde Estados Unidos, París, Japón y Suiza a familiares y amigos, puede trazarse, sin embargo, el desarrollo de una escritora en formación que culmina, en 1952-53, en la primera versión de Los recuerdos del porvenir.
De regreso a México en 1953, Garro se da a conocer como autora teatral con tres farsas que se estrenan en 1957 en el marco de la iniciativa de renovación teatral Poesía en voz alta. En ellas revela ya su originalidad, su gran sentido del diálogo y su visión crítica de la sociedad mexicana. La figura de la escritora se consolida en los años 60 con la publicación de su primera novela, la colección de cuentos La semana de colores y sus piezas de teatro. Aunque, como sucede con otras escritoras notables, a Garro no se le incluye en el canon del boom ni recibe pleno reconocimiento, para 1968 era ya una escritora y periodista conocida.
El movimiento estudiantil de 1968 marcó un giro en la vida y en la obra de la autora: lejos de apoyarlo como muchos intelectuales progresistas, Garro se deslindó de éste. Sin embargo, fue acusada el 5 de octubre de ser una de los líderes del “complot comunista contra el gobierno” (como lo llamaban las autoridades), tras lo cual asumió una posición problemática, que la llevó a quedar aislada. Los intelectuales que apoyaron el movimiento y el gobierno sospechaban de ella. Después de varios años de exilio interior, Garro se exilió en Nueva York, España y Francia, donde pasó dos décadas difíciles y, pese a todo, siguió escribiendo.
El efecto del desarraigo en la obra de la escritora no es menor: sólo vuelve a publicar en 1980 y sus libros no se difundieron en México como merecen pues pesa sobre ellos la leyenda negra de su autora. Sólo en 1991, con un homenaje nacional, se empezó a reconocer en México su excelencia, ya valorada en otros países. No obstante, nunca se le otorgó el Premio Nacional de Literatura. Murió en Cuernavaca en 1998.
Poderes de la imaginación y de la palabra
La vida de Elena Garro no puede confundirse con su obra, aunque haya en ella referencias autobiográficas. Muchos escritores se inspiran en lo que han vivido o en personas que han conocido para crear personajes y situaciones. Lo que interesa a los lectores es la capacidad creativa, el estilo, la magia narrativa o dramática que sumerge en historias, escenas o dramas que “entretienen y enseñan”, y permiten gozar de la lectura.
Una de las facetas más conocidas de la obra garriana es su recurso a lo fantástico, presente en su narrativa y, con distintos matices, en su teatro. Una de sus obras maestras, Los recuerdos del porvenir, combina una prosa poética plena de imágenes visuales, sonoridad, oralidad, y ritmo; una veta fantástica, una visión crítica de la historia contada desde la voz colectiva del pueblo, una historia de amor, y una representación crítica de la sociedad que expone los mecanismos que favorecen la violencia política, social y personal y llevan hasta la destrucción.
En esta novela, el pueblo de Ixtepec cuenta su historia en la postrevolución y narra los efectos de la guerra cristera desde la perspectiva de sus habitantes, que se sienten agredidos por el cierre de la iglesia e intentan resistir al ejército federal, al que ven como invasor. Lejos de ser una novela cristera, se trata de una obra que cuestiona la historia oficial y cuenta la experiencia de quienes no viven la Historia sino sus efectos en el día a día. En este contexto, Garro crea a dos personajes femeninas contrastantes: Julia, que inspira el amor posesivo del general Rosas, e Isabel, hija de familia que, en un intento de resistencia pasa a convertirse en amante incómoda, juez y testigo de éste. Más allá de la trama, Garro transmite el peso de la violencia en la vida de mujeres y hombres, el fracaso de la revolución agraria, la imposibilidad del amor bajo la violencia, y el poder de la ilusión. En una escena emblemática del realismo mágico, del que esta novela es iniciadora, el tiempo se detiene y todo queda en silencio sin que el pueblo entienda lo que pasa. Esta ruptura fantástica permite la huida de Julia y su amante verdadero, o salvador, Felipe Hurtado, un ser con rasgos mágicos que había intentado cambiar la suerte de Ixtepec mediante el teatro. El destino también fantástico de Isabel, al final de la novela, contrasta con la salida más feliz de Julia.
La presencia de lo fantástico como medio de escapar de una realidad mediocre o destructiva, y sobre todo del aburrido tiempo cronológico, caracteriza también varios cuentos de La semana de colores (1964, reeditado en 1987 como La culpa es de los tlaxcaltecas). En “El día que fuimos perros”, por ejemplo, las niñas Eva y Leli, protagonistas de la colección, entran a un día paralelo en que pueden vivir como perros, porque el tiempo se ha bifurcado. En “La semana de colores”, las niñas descubren una semana con días coloridos, que las acercan al mundo de la sexualidad, la sensualidad y la violencia; descubren también que han vivido un tiempo que, de manera inexplicable, supera el tiempo cronológico. En “El duende”, este personaje aparece con vida propia en un jardín que resulta menos paradisiaco de lo que parece. Más allá de la fantasía y la idealización de la infancia, la escritora va trazando los conflictos que viven niñas y adolescentes en el proceso de individuación. No faltan aquí las referencias a la historia: en “La culpa es de los tlaxcaltecas”, uno de los mejores cuentos mexicanos, el tiempo de la conquista y el del siglo XX se entrecruzan en un complejo tejido que nos lleva a reflexionar sobre la historia de México y sus contradicciones y sobre la condición de las mujeres. Al poder de la imaginación se añade en estos relatos la magia de una escritura que da voz propia a niñas, animales y seres extraordinarios, y traza paisajes lleno de luz, que a veces se ensombrecen.
Ironía y crítica social
Otra de las facetas más atractivas y sugerentes de la obra de Garro es la ironía que se despliega en sus farsas. Un hogar sólido y otras piezas (1957 y 1983) nos adentra en escenarios mexicanos donde conviven la vida y la muerte, seres luminosos y sombríos, donde la palabra tiene una carga positiva o fatal. La mayoría de las piezas son farsas, caracterizadas por la agilidad de los diálogos, la abundancia de imágenes visuales y una fina ironía que mueve a la risa y a la reflexión.
“Un hogar sólido”, por ejemplo, nos presenta a una familia que se va reuniendo en una cripta. Como en Pedro Páramo, todos están muertos, pero aquí recuerdan su pasado con nostalgia, a la vez que descubren lo que es vivir fuera del tiempo y poder “ser todas las cosas”. En un sentido, la muerte no es una ruptura sino una constante transformación. La veta fantástica adquiere rasgos de grotesco en “Benito Fernández”, donde el protagonista es un joven sin cabeza que acude a un mercado para comprar una que le permita casarse. La discusión acerca de la cabeza más conveniente para este hijo de buena familia, nos lleva a través de la historia de México y devela los prejuicios clasistas y racistas que caracterizan a nuestra sociedad. No falta la presencia de un político que se dice revolucionario, pero busca el ascenso social mediante un cambio de apariencia.
“Los perros”, “El rastro” y “El árbol” contrastan con las farsas por la violencia que sacan a la luz. En estas obras el lenguaje poético intensifica el peso del silencio y del miedo, el delirio alcohólico que lleva al feminicidio, el resentimiento entre clases y etnias que se oculta bajo la falsa cordialidad.
La crítica social que atraviesa las piezas en un acto de manera más sutil o ligera, cobra mayor fuerza en Felipe Ángeles (1979), drama histórico, basado en investigación de archivo, en que la escritora recrea el juicio que en Chihuahua llevó a la condena a muerte del revolucionario, por órdenes de Carranza en 1919. Además del interés histórico de la obra y de la fuerte crítica al abuso del poder de los triunfadores de la revolución, la autora reivindica a un héroe que, para ella, representa la coherencia y la ética, y la defensa de la palabra que le dice la verdad al poder. Ésta es sin duda una obra vigente, que permite reflexionar sobre el pasado y el presente e invita a tomar postura contra la demagogia, que contamina tanto la realidad como la comunicación.
Este breve recorrido por algunos de los escenarios garrianos busca sugerir la riqueza de una obra variada en géneros, tonos y registros, que amplía nuestro concepto del tiempo, e invita a mirar con lucidez las contradicciones de la realidad y a imaginar otras maneras más libres y plenas de vivir.