Tierra Adentro

No recuerdo el primer cómic completo que leí. No importa. Sí recuerdo dónde: en la pantalla de mi computadora. No fue hace mucho, seguramente. Cinco años, como máximo. Antes de esas fechas, estoy casi seguro de no haber tocado cualquier cosa relacionada con la narrativa gráfica más de tres veces en mi vida. El pueblo en donde crecí casi no tenía librerías y mucho menos tiendas que vendieran cómics. No fui un lector prematuro. No pude vivir el mito de muchos: haber leído de pequeño algún clásico, haber tenido alguna historia sobre el personal y delirante momento que fue comprar mi primer cómic para que después iniciar una enorme e incontable colección. No. Me di cuenta de que me gustaba leer hasta muy tarde. Y peor aún con los cómics: hasta no hace mucho eran para mí objetos lejanos, propios de la cultura norteamericana, de las grandes ciudades llenas de grandes tiendas. Mi idea no estaba lejos de la realidad. Pronto llegaría la infestación de películas basadas en cómics de superhéroes (que he llegado a aborrecer) y, con ellas, la venta por todos lados de los textos en los que estaban basados.

Sí recuerdo algo del primer cómic que leí: no era de superhéroes. Tal vez fue Maus, pero no estoy seguro. Después de esa lectura incierta me di cuenta de lo que me estaba perdiendo y me puse al corriente. Leí y leí. Porque me sentía atrasado. No sé con qué. Pero algo me empujaba a buscar todo lo que yo creía me había perdido durante esos años.

El internet, entonces, se hizo mi aliado: encontré aquí una librería infinita, un espacio que además podía explorar y conocer. Luego, por este medio, supe que no era el único: existía más gente que no podía leer lo que quería, que se sentía apartada, en los márgenes, pero que quería aprender. Devorar. Crear, sobre todo. Esas personas vieron también en el internet un espacio inexplorado (al menos por ellos) que había que llenar con sus experiencias. Experiencias tal vez compartidas No puedo decir que era una comunidad, pero sí fue un espacio en el que pude encontrar más de lo que yo esperaba de cualquier cosa. (Así es la vida: uno la va descubriendo poco a poco y uno se va dando cuenta de que el río de donde bebe es en realidad un charco comparado a los mares que hay en otros horizontes). Algo cambió en mi mundo. Llegué frente a discusiones y cuestionamientos a los que antes ni siquiera hubiera molestado en pensar. Cambié, y las cosas alrededor de mí también lo hicieron. Y yo también me sumergí y arrojé a mi trabajo. Quise, sobre todo, conocer el de otros. Conocer otras pasiones materializadas (o digitalizadas).

Así me encontré con el proyecto de webcómic de Axur Eneas. Su trabajo es tan particular y variado como su nombre. Ha colaborado tanto en proyectos de animación (la película de Don Gato y su pandilla) como en proyectos de narrativa gráfica en otros países (The Adventures of Aero-Girl y Sleigher. The Heavy Metal Santa Claus) y en México (Hotel Mairet). Más allá de las historias que se cuentan en esos proyectos, en su trazo dice algo, deja testimonio de una exploración que se muestra concreta en sus trabajos individuales como Este cómic no es arte (finalista del premio SecuenciArte 2015). Este cómic es él. Su historia. Y eso también ha hecho en su trabajo en la red. Él es su webcómic. Él es su trazo.

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Eneas viene de la línea artística de narradores que han encontrado en el cómic un medio para hablar de sus historias. Art Spiegelman, Craig Thompson y Alice Bechdel son algunos autores que, sin duda, hacen eco en sus obras. Los tres son muy viscerales, duros. Y es un trabajo tal vez arriesgado el contar esas vidas: es natural pensar que a nadie le importaría leer la historia personal de un desconocido. A todos. Eso también es algo muy natural. Y más de la persona artística que Eneas se ha creado. Viene de una causa que subyace la mayoría de los discursos de subjetividad de hoy: el ser uno mismo. Está bien: la búsqueda de una identidad única es necesaria, pero también esa enunciación nos ha llevado, sin que nos demos cuenta, a una soledad masiva y compartida. Donde todos callan. Donde nos cerramos sobre nosotros mismos, nos plegamos hacia el interior hasta que ya no podemos salir y todo se derrumba.

Leer a Eneas es revitalizante. Porque aún él marca su línea con los autores conocidos que trabajan el testimonio. Sus historias, así como surgidas de un blog, pero también de una crónica bien consciente de su lugar en la marea del arte actual, son sinceras porque son emocionantes. Están llenas de emociones. Cuenta en ellas nada y todo. Cuenta su vida que podría ser la de cualquiera. Los fracasos, éxitos, accidentes, desamores y que él vivió no son sólo suyos ni de los lectores, son de la gente que vive. La fuerza de sus historias es una poderosa pero casi imperceptible. Trabaja en silencio, en soledad. Las pequeñas tristezas y miedos y felicidades que cuenta hasta en sus trazos se vuelven enormes; hacen eco dentro de nosotros, cavernas llenas de heridas invisibles. Son como milagros secretos. Que Axur–protagonista de su webcómic sea también el escritor cambia muchas cosas. En lo que podría ser el lugar casi común de los funny animals (como en Maus), Eneas encuentra la forma para contar desde su persona sin dejar a un lado a las otras. Todos los animales de sus tiras tienen una presencia por sólo ser.

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Incluso en sus más recientes proyectos –públicos–, como el inktober sobre monstruos disfrazados de sus personajes favoritos, hay una sinceridad que surge en las contradicciones irónicas del dibujo, de la tensión monstruo/disfraz.

Eneas trabaja. Pelea. Por el cómic y por su lugar en él. Ha logrado explotar en sus historias y en su estilo un ritmo y contenido que rompe con los de hoy. Es el ritmo de una vida pero también de un arte. Eneas hace webcómics y cómics y animaciones, pero también documentos. La obra muestra y es su propio proceso. De un webcómic y de, siempre, antes que todo, una persona. Alguien que quiere decir y hacer. Escuchar y ser escuchado.

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*Fe de erratas: en la entrega de esta columna sobre The Mountain With Teeth, mencioné a el Hombre Gris como un personaje de Gámez. Error: es de Eneas; la equivocación surgió de trabajos en conjunto y caemos que han tenido en las tiras de cada uno.