Los Monstruos del Antropoceno
I. Entran los monstruos
Un ojo de fuego en el mar. La imagen es ya icónica: un oleoducto explota y deja, cual entrada oceánica al infierno, un vórtice ardiente en pleno Golfo de México. El fuego en el agua es más que un absurdo, es evidencia del caos. Antonio Gramsci decía que: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. En el antropoceno, el nuevo mundo nace muerto y la Tierra se convierte en el reino de los monstruos ambientales.
Las quimeras tienen receta: permutación corpórea, coloquio de incompatibilidades. Los ejemplos son legión, van de los bosques fantasma ocasionados por la incursión del agua marina en sitios de agua dulce, a la extinción masiva de especies incluso aún no descubiertas. Estos últimos años las blancas dunas de Siberia han dejado de serlo. Abominables, cafés, incluso verdes, registran temperaturas similares a la arenosa península arábiga.
La historia de la humanidad es la historia de sus demonios. En un capítulo clave, Perseo usó su escudo como espejo. La metáfora no podría ser más precisa; más que exponer, al confrontar, los espejos protegen. Y esto aplica en más de un sentido. Sin polos helados el planeta se queda sin espejos que devuelvan al sol un poco de su luz; como en los trastornos ocasionados por los reflectores mediáticos, este exceso de luz desquicia los sistemas de regulación térmica del planeta. Es claro, necesitamos espejos porque somos nosotros el Tifón que engendra las quimeras.
II. Un espejo
No son muchos los documentos con la capacidad para informarnos sobre nosotros mismos sin eufemismos o cosméticos. A falta de espejos sinceros, la trilogía Antropoceno, realizada por Jennifer Baichwal, Edward Burtysnky y Nicholas de Pencier, resulta imprescindible. Alejados del formato meramente informativo, estos documentales hacen las veces de clase magistral sobre el signo de nuestra especie: la transformación del paisaje. El espectador no encontrará contenidos que no conozca ya o a los que no pueda acceder de otra manera. Lo importante es que aquí escapan finalmente de las abstracciones que nos permiten nombrar lo que no sentimos. Esto es esencial, no basta con hablar del calado de nuestra huella en el planeta, lo que necesitamos es sentirla, dimensionarla. ¿De qué otra manera, si no, podremos superar la acedia y distinguir las soluciones del activismo contraproducente?
Como su nombre advierte, Manufactured Landscapes (2006), el primer film de la trilogía, presenta los paisajes de la era industrial: Fábricas inmensas –tan grandes que los viejos superlativos de Gargantúa y Pantagruel quedan demasiado cortos– custodiadas por ejércitos homogéneos de obreros industriales; cementerios de hardware como montañas carroñadas por quienes reciclan microchips y transistores; la represa más grande del mundo y el millón de personas que desplazó. Solíamos decir muchas cosas de nosotros mismos, ahora son los horizontes artificiales quienes hablan por nuestra boca.
Con Watermark (2013) navegamos por el mundo. Nos volvemos testigos del agua como vínculo último e irreductible de la vida y la cultura. Presenciamos con nitidez las heridas en la hidrósfera vinculadas a la industria y la letalidad del agua cuando sobreabunda o escasea. Con vértigo, vemos cómo la gigantesca presa china de Xiluodu se inscribe en la épica universal.
De la quema del marfil de Kenya a las Minas de potasa que socavan Siberia, Anthropocene, The Human Epoch (2018) sintetiza y organiza las experiencias derivadas de sus precuelas según el dictado de un nuevo léxico: Cambio climático, Extinción, Migración ambiental, Terraformación, Tecnofósiles, Anthroturbation 1
Visualmente deslumbrante, la trilogía Antropoceno es deudora de la tradición iniciada por Godfrey Reggio en la trilogía Qatsi (Koyaanisqatsi 1982, Powaqqatsi 1988, Naqoyqatsi 2002)2y continuada por su fotógrafo, Ron Fricke en Baraka 1992 y Samsara 2011. Ahora bien, mientras estos filmes conforman una suerte de nueva mitología, la trilogía del Antropoceno funciona, más bien, como autorretrato de especie. Misión que guarda una paradójica dificultad, pues justamente, la Gran Aceleración desdibuja la vigencia de sus retratos. Por ejemplo, en Watermark 2013, la preocupación por la escasez del agua y su injusta distribución se emplazaba en un mundo en el cual los casquetes polares aún existían. Tan solo siete años después, Groenlandia adelgaza violentamente y muchos espacios helados simplemente ya están muertos. Tal es la polirritmia frenética del Antropoceno, una danza macabra que enloquece el tempo.
III. El monstruoso reflejo
Desde siempre el monstruo ha sido aviso o advertencia. De cara al monstruo ambiental, la pregunta es sobre la escala y repercusiones de nuestras obras. Y la respuesta es tan asombrosa que puede resultar inverosímil: somos geológicos. Nuestros plásticos forman islas, perfilan el suelo e infiltran los poros. Nuestras emisiones postergan glaciaciones, abren el cielo, levantan y acidifican el nivel del mar.
Ahora bien, la masa antropogénica pesa más que la biomasa porque los monstruos y arcanos no hicieron bien su trabajo. Históricamente fallaron como celadores de lo sagrado, como guardianes de las fronteras. Así, no será por mostrar lo monstruoso del cambio climático que lograremos el cambio social. Como tampoco lo lograremos simplemente hablando del tema o abocados a tratar los síntomas. El nuevo léxico requiere, además, nuevos pronunciamientos.
No nos equivoquemos, los monstruos de la antigüedad fallaron porque quedaron rebasados por la monstruosidad de su cazador moderno. En otras palabras, el monstruo que ahora vemos no es sino el monstruoso éxito del cazador de monstruos. A diferencia de la gorgona que petrificaba a quien la veía, la mirada del Perseo del progreso lo acelera todo. Entonces, si logramos que el Perseo del progreso se asome finalmente al espejo, quizá, solo quizá, se vea al cazador cazado.
- Anthroturbation no cuenta como tal con una traducción en español, pero consiste en la alteración del suelo y/o de la corteza por la actividad humana.
- Sin olvidar Anima Mundi 1992 y Visitors 2013, todas en compañía de Philip Glass. En un ejemplo distinto, Manufactured Landscapes (2006) comienza con una toma fascinante: el cuadro se desplaza a lo largo de un gran centro de “ensamblado” chino, los minutos se acumulan y el espectador no puede escapar al vértigo de una cámara que no dejará de desplazarse por innumerables pasillos. Esta toma tiene un precedente claro en Tout va Bien (1972) de Godard, donde la cámara recorre de extremo a extremo, y no una sola vez, las interminables cajas de un supermercado. Si la toma de Godard incita a la reflexión acerca de lo que el consumismo le hace a nuestras sociedades, la de Manufactured Landscapes sobre lo que el consumismo le hace al mundo.