Los despojos de la historia
Comienzo esta reseña con una pregunta: ¿cómo aferrar la imagen irrecuperable del pasado que amenaza con desaparecer? Las palabras no son mías, sino de Walter Benjamin. Pero resultan más que apropiadas para pensar la cuestión de fondo que atraviesa la segunda novela de Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975), Glaxo (2009). ¿De qué maneras la literatura —y, podría agregar, cualquier otra forma artística— trabaja con las escurridizas imágenes de un pasado fugaz?
La pregunta cobra aún más importancia cuando aquél pasado representa una herida aún abierta. Tal vez olvidada, pero que puede sangrar en cualquier momento. Una herida que todavía se siente en el presente. Una herida colectiva, que nos atraviesa a todos. Me vuelvo a preguntar, ¿cómo recuperar la memoria de esa herida? ¿Cómo dar cuenta de ese trauma? Y, más específicamente, ¿cómo lo hace la literatura?
Se trata de preguntas ambiciosas que no podría responder en el breve espacio que lleva comentar un buen libro de literatura argentina actual. Pero si hoy elijo hablar sobre Glaxo, es porque creo que se trata de una excelente respuesta a esas cuestiones. Una novela que, a través de un enigma y las voces de su resolución, nos muestra el mosaico de algunos grandes traumas argentinos: el peronismo y su proscripción, el neoliberalismo que avanza constante, la dictadura militar que se lleva la vida de toda una generación.
Glaxo se abre con una referencia explícita a aquél gran autor nuestro que bien supo contar el horror, y que le puso el cuerpo y la vida a su escritura: Rodolfo Walsh. La obra en cuestión es Operación masacre (1957), «ficción periodística» que relata los fusilamientos de José León Suárez. El epígrafe de la novela representa, entonces, un marco literario e histórico a partir del cual se tejerá el drama de los personajes que la componen.
La historia tiene lugar en Chivilcoy, pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. En medio de una llanura que se pierde infinita en el horizonte, esta ciudad-pueblo está sufriendo una metamorfosis. Las primeras oraciones de la novela lo dejan en claro: «Un día dejan de pasar los trenes. Después llega una cuadrilla. Seis o siete hombres bajan de un camión […] Empiezan a levantar las vías. Yo los miro desde acá». Hay dos elementos clave en este contundente comienzo: el tren que deja de pasar y un hombre que presencia el cambio. La muerte del ferrocarril, anuncio y síntoma de los cambios económicos por venir. El hombre que mira, encarnación de una dinámica testimonial. Porque Glaxo trabajará con el material histórico, precisamente, desde ese lado. Construirá su trama a partir de las marcas que deja el progreso en los habitantes de este pueblo fabril que está dejando de serlo.
Esta dinámica testimonial se da a partir de una serie de alternancias temporales. La novela se compone de episodios mínimos que se suceden entre 1959 y 1984. A cada uno de ellos le corresponde la voz de un personaje diferente: Vardemann, el Bicho Souza, Miguelito Barrios y Folcada. A través de sus relatos, nos enteramos que existe un asunto pendiente, una cuestión sin resolver. Y, en la amalgama de estas voces disímiles, podremos develar el enigma que propone la novela. Como si funcionara en ella aquél mecanismo que Foucault denominó «la ley de las mitades». La totalidad de lo sucedido sólo podrá comprenderse a través de testimonios que se ajustan y se acoplan.
En esa multiplicación de voces están los sentimientos humanos. Sus conflictos, sus rencores, sus pasiones, sus miserias, como despojos de la historia. Es todo aquello que la «gran historia» no puede contar, pero que la literatura hace un material privilegiado de la ficción. En Glaxo, los resabios de una herida histórica desencadenan el drama de un crimen sin sentido en un pequeño pueblo perdido en la llanura. Un trauma colectivo que se cuela en los espacios más ínfimos de la vida de sus personajes y que nos hace mirar no sólo al pasado, sino también al presente. Porque, como sostiene su autor: «La literatura sigue siendo una intervención colectiva, aunque algunos la quieran dar por muerta».