Tierra Adentro
Fotografías de Mario Hernández

Lina Meruane es una de las escritoras chilenas más reconocidas actualmente. Con el pretexto del lanzamiento de su nuevo libro, Contra los hijos (Tumbona, 2014), Sergio Téllez-Pon conversa con la autora de Volverse Palestina sobre los viajes, sus orígenes, su familia, el género de la crónica, la importancia de conocer su propia historia, las decisiones personales que marcan la vida de cada uno y el aborto.

 

Mi primera pregunta es sobre Volverse Palestina. El viaje a Palestina fue sorpresivo, no lo planeaste, tampoco esta crónica.

Empecé a escribir como periodista, pero luego me desplacé hacia la ficción. No planeaba regresar a la escritura de no ficción, menos en una crónica. Más bien había invitado a otro narrador a escribir un texto sobre Palestina, que pensaba publicar en mi pequeña editorial, y fue él quien sugirió que escribiéramos a cuatro manos. Entonces partí en cierta medida porque las circunstancias me llevaron a Palestina. Y fui con la idea de que podía llegar a escribir algo aunque sin una idea muy clara de qué. Fui tomando notas en los días que estuve en los territorios ocupados y en Israel, luego publiqué un trozo que me pidieron para una revista de viajes. Después me pidieron el libro entero, me impusieron una fecha, me sacaron este texto de adentro. Sin embargo, la idea del género en que debía ser escrito siempre estuvo ahí. Este texto no podía ser sino una crónica. En la escritura hay aspectos que una elige, pero también partes en las que el texto decide contarse de una manera determinada. Porque ese texto es muy personal, y a la vez muy político, requería contarse desde la experiencia, acercarse al referente de manera directa, pero a la vez utilizar recursos narrativos propios de la literatura. La crónica calzaba perfectamente con lo que yo quería hacer.

Entonces no hay nada de ficción…

Todo es verdad, da cuenta de lo que percibí y de lo que vi, de lo que otros me contaron y de lo que luego investigué para cerciorarme de que los datos eran correctos, pero también hay una serie de relatos imposibles de confirmar, apreciaciones más subjetivas del presente y del pasado. Y hay cosas que recreé usando técnicas de la ficción, a la manera de Truman Capote, completando el relato con detalles exactos, pero imaginados. Todo lo imaginado se remonta a la investigación que hay en este relato. No sólo investigación histórica, sino investigación de las migraciones y de los espacios. Tuve que volver al mapa muchas veces. Pienso que esta crónica establece un pacto evidente en el que el lector entiende que le estoy contando de la manera más verdadera lo que experimenté.

¿Qué opinas de la vigencia de la crónica como género literario?

Estamos experimentando un resurgir de la crónica personal y política con muchísima fuerza, que excede en calidad literaria al género del testimonio y de la memoria, tan importante en los setenta y ochenta. Pienso que al relato directo de esas otras escrituras referenciales le hacía falta una escritura más ambiciosa, no sólo en lo literario sino en la posibilidad de una reflexión política más incisiva sobre temas como la violencia o la pobreza. Escribir ese tipo de crónicas es posicionarse políticamente sin desestimar los modos de la escritura.

De hecho, acaba de salir un libro de Martín Caparrós sobre el hambre.

Claro, y ya no es el viaje incesante de Martín Caparrós por el mundo, sino una mirada más descarnada sobre la situación de la pobreza. También hay gente como Leila Guerriero, quien ha trabajado el abandono de la pequeña ciudad de la provincia argentina de manera acuciosa. Tiene un libro bello, triste y feroz, Los suicidas del fin del mundo, sobre sucesivos e inexplicables suicidios de gente muy joven en un pueblo de la Patagonia. Sin histrionismos políticos, relata un espacio absolutamente desprotegido y abandonado, la frontera del fin del mundo, en el que el suicidio aparece como una alternativa, por paradójico que sea usar esa palabra. Es un relato que se aleja de lo periodístico, que rehúye la tesis y la explicación, que a su modo entra en problemáticas de orden político.

En una reseña Naief Yehya dice sobre tu libro que propiamente no es un regreso a Palestina porque tú no saliste de allí; es un regreso prestado, un regreso de tus antepasados, de quienes investigaste.

Después de ese viaje a Palestina me di cuenta de que conocía muy poco mi propia historia, la historia de mi familia. Entonces le hice una visita al pasado: interrogué a mi padre y a mis tías para intentar recuperar lo poquito que quedaba de esos relatos que, en realidad, son un cúmulo de olvidos. La crónica que escribí no es sólo un regreso geográfico imposible, es un regreso temporal fallido porque está mediado por el relato de la memoria, y la memoria es muy frágil.

¿Y cómo te sentiste volviendo a tus orígenes palestinos?

Lo que me pareció crucial de ese regreso es que no fue nostalgia del pasado. No fue un intento por recuperar el origen perdido, difuminado en el tiempo y en el relato, sino una entrada al presente de la situación política, de la ocupación de los territorios palestinos. Entonces ese regreso al pasado se vuelve un regreso comprometido, un regreso activo en el que me hice presente para escribir sobre la trágica circunstancia de los palestinos.

Lina Meruane

Hay un momento muy interesante en el que dices que los palestinos son la mayor comunidad de exiliados en el mundo, y que en Chile vive la mayor comunidad palestina fuera del mundo árabe; incluso en Cisjordania hay una plaza Chile y una escuela Chile. ¿Cómo te vieron a ti cuando supieron que eras chilena? ¿Se lo dijiste?

Chile tiene raíces muy fuertes con Palestina, precisamente por esa relación histórica de la migración. Casi toda la gente que llegó huyendo del Imperio Otomano a principios del siglo XX era cristiana y venía de Belén o pueblos de los alrededores. Mi familia venía de uno de ellos, Beit Jala. Fui allá para visitar a dos tías que viven ahí pero no tuve oportunidad de conocer a la comunidad como hubiera querido; en muchos sentidos fue un viaje fallido como lo son los viajes de regreso al origen. No vi la casa de mi abuelo ni tuve la oportunidad de conocer la escuela Chile. Sólo estuve en la plaza Chile, donde me recogió una tía que no reconocí. Tampoco conocí a los palestinos de Beit Jala, pero me imagino que hubiera sido bienvenida porque hay un lazo muy fuerte entre los palestinos chilenos y los de Cisjordania. Hay apoyo económico, apoyo para la educación de niños palestinos, hay médicos chileno-palestinos que viajan a atender a sus paisanos en Palestina. Hay una revista palestina, o árabe, en Chile. Hay un embajador palestino en Chile. Es una relación muy estrecha.

Otra cosa curiosa es que tus antepasados no salieron por ningún conflicto, según entiendo por la crónica.

Se trata de una inmigración previa a la fundación del Estado de Israel, pero hay que recordar que los territorios palestinos estaban, a principios de siglo, dominados por el Imperio Otomano, que desconfiaba de las comunidades cristianas palestinas porque las veían demasiado occidentales, muy vinculadas a Europa. A los palestinos cristianos se les exigió el servicio militar turco. Es decir, los palestinos iban a ser carne de cañón en el ejército… Muchos palestinos migraron en esa época para huir de esa sentencia de muerte.

¿Qué pasó cuando regresaste a Chile? ¿Qué pasó con tu papá, con tu familia?, ¿les contaste lo que viste?

Por supuesto. Ellos estaban muy interesados en saber qué había visto y en responder a mis preguntas. Porque yo me senté con ellos, con una grabadora, y los interrogué. En esa conversación experimenté una nueva forma de vinculación con mi familia a propósito de esa historia que había oído a pedacitos, muy saltada, que estaba intentando reconstruir quizás Se insiste mucho en la maternidad pero hay muy poca ayuda y cada vez más demandas sobre los padres, y sobre todo sobre las madres. por primera vez para nosotros. Este ejercicio, por supuesto, no es nuevo: Margo Glantz hace algo muy interesante en Las genealogías, con la escena de la grabación en su relato del pasado familiar, un relato de migración y asimilación. Leí ese libro hace muchos años, y hay en el mío un guiño lejano a Glantz.

Acaba de salir otro librito tuyo, Contra los hijos. Me llamó la atención que no es propiamente una diatriba, como tú lo llamas, en contra de lo que Fernando Vallejo llamaría “la paridera de la gente”, sino contra esta figura de los hijos que llegan a trastornar a la mujer, a la familia y la sociedad.

Sí, es más bien una reflexión crítica sobre el lugar que ocupan los hijos en la sociedad actual. Lo que examiné en ensayo-diatriba es que a lo largo de la historia, precisamente después de momentos en que las mujeres alcanzan espacios de libertad, la sociedad responde enfatizando la necesidad del cuidado materno del hijo para traerlas de vuelta a casa. Observo primero esos momentos revolucionarios donde las mujeres se hacen cargo de su condición doméstica para moverme al siglo XX y ver sobre todo en el momento contemporáneo cómo reaparecen discursos conservadores que vuelven a poner a la madre en el lugar de la biología, a la madre como sinónimo de naturaleza, a la madre como única depositaria de la reproducción. Me pareció asombroso constatar que mientras más hemos logrado las mujeres en términos de igualdad política y, en algunos casos, económica, mientras más compañeros o compañeras tenemos dispuestas a participar en la casa y la crianza, mientras menos hijos se tienen, hay muchas más expectativas sobre la maternidad y más exigencias puestas sobre la crianza. El llamado “tiempo de calidad” no es más que una expresión de esta idea de que los padres deben entregarle su tiempo a los hijos y hacerse cargo de infinitas tareas extra que antes estaban en manos del Estado y sus instituciones, sobre todo de la escuela. Pero el Estado se ha replegado —esto es parte de la ideología neoliberal que propicia el encogimiento del Estado custodial—. Se insiste mucho en la maternidad pero hay muy poca ayuda y cada vez más demandas sobre los padres, y sobre todo sobre las madres. Se duplicó o triplicó el trabajo y el estrés de los padres. Hay que mirar bien este síntoma de los tiempos actuales, mirarlo con cuidado para no caer en las trampas que se nos tienden.

Lina Meruane

En el Distrito Federal las mujeres pueden abortar legalmente, pero hay estados en el resto del país donde se condena esta práctica, incluso con cárcel. Es aterrador para quienes estamos a favor de que la mujer decida si quiere o no tener hijos.

Por supuesto, no creo que la posición sea literalmente “a favor del aborto”, eso sería como estar “a favor de la extracción de lunares”; se está a favor de políticas sexuales en las que no se criminalice que una mujer o un hombre decidan si quieren o no ser padre o madre en ese momento de sus vidas. Se está a favor de las políticas de prevención del embarazo que incluyen la adecuada educación sexual, la entrega de anticonceptivos y, en casos más extremos, la práctica del aborto. Pero al mismo tiempo que se retiran las pastillas de la farmacia y no se invierte en educación sexual, se criminaliza al aborto. No hay ni una sola opción para frenar el embarazo.

Y yo creo que la maternidad no puede ser una cosa impuesta. Nadie puede imponer a una mujer el ser madre.

Sobre esto justamente habla mi ensayo. Llama la atención sobre la insistencia de los discursos a favor de la maternidad y la total ausencia de discursos antimaternos. Es muy llamativo que haya discursos contra todo tipo de situaciones pero que tan pocos examinen los aspectos más adversos de la maternidad. Es un tabú no reconocido.

Dices en Contra los hijos que se reitera siempre la pregunta por el cuándo. “¿Cuándo vas a tener hijos? Ya se te está pasando la hora, tienes casi treinta años, ya tienes casi treinta y cinco”.

Por otro lado, México tiene un alto índice de adolescentes embarazadas. Es atroz. Si como mujer tenían alguna aspiración para su vida, esos deseos se ven impedidos… Y a eso se suman las dificultades económicas de tantas jóvenes mexicanas, que hacen que la maternidad temprana las ubique en una posición aun más vulnerable y precaria.