Las crudas morales
Para quien se haya arrepentido de sus actos, acometidos con el consentimiento del alcohol, no del juicio, el acto de contrición viene a sumar el malestar moral al malestar físico. La resaca, si realmente es tal, pone a prueba las facultades del espíritu.
Voy a ser personal, pero esto el lector puede perdonármelo: sólo soy el pretexto para una anécdota.
Solía, por una natural tendencia a la culpa, sentir cruda moral mucho tiempo antes de comenzar a tomar. Una vez, que por azar fui a dar a una cantina, conocí a un comerciante que solía ir a Durango desde Tepehuanes para atender sus habituales negocios en una cremería del mercado de abastos, y cuya anécdota me ayudó, digamos, a menospreciar y a librarme de esa culpa premeditada. El señor, un ganadero tan elocuente como seco en las palabras, me contó cierto incidente que le acababa de suceder. Había ido a la cantina no sólo a quitarse la cruda que abate la carne, sino también aquella que aqueja el alma.
La anécdota, simple pero inesperada, implicaba una vaca. Era una anécdota de una cruda moral que involucraba una vaca.
—Me doy la vuelta por Durango cada cinco semanas. Vengo a traer queso ranchero. A veces me quedo unos tres días, otras veces la semana completa, según como esté la venta del queso. Pero este viernes todo el queso lo vendí nomás llegando. Y pues me emocioné, porque hasta me encargaron más. Se me hizo fácil agarrar la borrachera. Vine aquí mismo, porque me gusta esta cantina. Unas cuantas cervezas y me fui ya medio entonado a tomar unos tragos a La Espuela. Yo no sé cómo, compadre, pero saliendo ya me agarraba de las paredes. En eso dos policías me ven, según ellos, como queriendo mear y me subieron a la patrulla. ¿A quién le iba a hablar si aquí no conozco a nadie? Tengo un primo de Tepehuanes que vive por el mercado, pero nunca nos hablamos. Creo que ni su teléfono tengo. Bueno, el caso es que me meten a los separos. Pero nunca me iba a imaginar yo que una vaca iba ser mi compañera. Sí, sí, ¡una vaca! Al principio cuando la vi nomás me dije “ah, tan pedo ando que hasta veo pendejadas” y pues me acosté en la litera de arriba. Cuando desperté, ya de madrugada, con un dolor de cabeza que ni los ojos me dejaba abrir, vi a la vaca otra vez, medio harta y medio mugiendo. No era porque estaba borracho: una vaca estaba en los separos y yo estaba con ella. Medio que me dio risa. Pero en eso que llega el policía para decirme que podía salir, que había sido retención preventiva y que tenía que pagar nada más una multa. Y en eso, que un cabrón periodista me toma una foto. Mire, compadre, la foto de hoy del Diario: “Cae muy bajo: amanece en separos con una vaca”. ¿Cómo chingados voy a sentirme, oiga? Y pues vine a quitarme la cruda moral.
La pregunta más urgente que tenía para él era, ¿qué estaba haciendo la vaca allí? Comprendiendo que hacía falta información, me extendió el periódico para que yo mismo leyera cómo fue que una vaca suiza, lechera y mansa, terminara junto a él. Ese viernes, como si estuvieran predestinados a encontrarse, por error, un trabajador del parque agrícola dejó la puerta abierta del establo. Dos vacas salieron a rondar la ciudad. Ante un vivero, no pudieron distinguir la sutil diferencia entre pasto, pastura y fauna, y se comieron casi por completo los árboles y las flores de un vivero. El gasto por los daños superaba los 20 000 pesos. Cuando el dueño del vivero se dio cuenta de lo que las vacas habían hecho no supo qué hacer y habló a la policía. La policía no supo qué hacer y metió a las vacas a la cárcel mientras encontraban a los dueños. Por eso fue que a nuestro amigo le tocó dormir con una de las delincuentes. Y no sólo eso, le tocó ser el titular en un periódico que celebraba el incidente.
¿Qué es una cruda moral? Sentir un malestar físico por la intoxicación etílica y compartir con una vaca el castigo de alterar el orden de las buenas costumbres.