Tierra Adentro
Portada del Libro “Las correcciones” Siex Barral

Había comprado mi ejemplar en una venta nocturna del Fondo de Cultura Económica, en 2014 si no me falla la memoria. Lo compré con el pago por unas reseñas que publiqué en una revista que ya no existe. Llegó a casa junto con la Poesía no completa de Wislawa Szymborzka, Hospital Británico de Temperley, Bajo el volcán de Malcom Lowry y otros libros que ahora no recuerdo. Un buen amigo me lo había recomendado unos meses antes y no dudé en echarlo a mi canastita cuando lo vi en el estante. Sin embargo, confieso que tampoco dudé mucho en colocarlo con todo y retractilado en mi librero de lecturas pendientes.

Y estuvo ahí en los pendientes, guardando polvo muchos años, hasta hace unos pocos meses. Cuando lo tomé a inicios de este año, me di cuenta se habían puesto amarillas las hojas, una parte de la cubierta ya tenía unos rasguños, probablemente se maltrató en la última mudanza o fue de los libros que la perra mordió en sus arrebatos de recién llegada.

No fue difícil retirarle el plástico y comenzar a leer Las correcciones de Jonathan Franzen, al fin. Muchos años después seguía esperando ese pendiente que había aplazado tantas veces por lecturas o más urgentes o necesarias, incluso tal vez, más apetecibles. Menos comprometedoras que una novela a la que deberíamos empezar a considerar un clásico moderno de la literatura americana de los últimos años. Más allá de gustos personales o querellas políticas.

Pero como a mí todo lo que se tilda de clásico me aterra, como ese que siente los ojos de los santos persiguiéndoles por todo el pasillo de la iglesia, pasé por las páginas lentamente sin saber qué pasaba realmente y casi por una obligación, me adentré de puntas en el retrato familiar de los Lambert: Alfred, un maquinista jubilado y el padre de esta familia; a quien los estragos de la edad, el Parkinson y la demencia ya le cobran factura. Alfred tiene problemas para controlar sus intestinos y esto se manifiesta de formas casi cómicas, o por lo menos no tan trágicas, padece de delirios que lo persiguen sin descanso por los pasillos de su propia mente. Antes de esto, fue un químico aficionado e hizo un descubrimiento importante que por razones desconocidas (lo sabremos luego) se niega a luchar para que las regalías de lo que hizo sean pagadas como debiera ser por su ex empresa. Pasa los días rumiando en disputas domésticas con Enid, su esposa y una mujer como cualquier ama de casa de los 50s; comprometida con mantener la fantasía de tener la familia perfecta y unida, lidiando con los cuidados y los achaques de su esposo, teniendo casi como único deseo que sus tres hijos pasen la Navidad en St. Jude, el pueblo en donde está la casa familiar.

El mayor de los hijos de Alfred y Enid es Gary, quien es un banquero de inversiones que vive en Filadelfia con sus tres hijos y su esposa Caroline, con la que siempre está en disputas. Ella le insiste en que está clínicamente deprimido. Él no le cree, y no solo está paranoico sobre este tema, sino que piensa que su esposa está manipulando los eventos a sus espaldas, volviendo sutilmente a sus hijos en su contra y haciéndolo creer que efectivamente está deprimido. Ella lo niega todo constantemente, no concede nada.

También está Chip, un profesor a quien despidieron por enredarse con una alumna y que pasará una buena parte de la novela sin saber realmente para qué es bueno, porque después de fracasar también como guionista de cine, sigue entreteniéndose en empresas sin mucho éxito al meterse en negocios aparentemente ilegales con Gitanas, el esposo de su amante con el que comparte más de una peculiaridad.

Y Denise, una próspera chef que trabaja primero en Mare Scuro y luego en El Generador, quien a pesar de tener un poco revueltos sus dilemas sexuales y emocionales, es la menos dañada y la más cuerda de los cuatro.

Sin embargo, y para resumir el cuadro de familia común estadunidense de principios de los noventa, puedo decir que todos personajes son incómodos, difíciles, no dóciles para un lector o lectora que busque empatizar y reflejarse con todo lo que lee. El que busque salir de Las correcciones con un buen sabor de boca, pierde su tiempo, pues los personajes de Franzen son antipáticos. Toda la familia, de muchas maneras, está al borde de su propia destrucción inminente. Llena por un lado de poses y manierismos y por otra de errores y penas, inconfesables situaciones que los harían más vulnerables, pero por ello más reales y honestos.

Jonathan Franzen ya desde hace 20 años revelaba despiadadamente, pero con un humor siniestro, las grietas dentro de lo que se supone que es a prueba de todo, algo inquebrantable: la familia —sobre todo la de clase media— como institución propensa también a fallos, hendiduras y quiebres. Las correcciones muestra la tragedia de personas que creen que sus mentes, sus propios pensamientos y criterios, son infalibles. Franzen diagnostica el horror y el vacío de esta noción con una precisión punzante. El forense aquí es brillante, pero, francamente, algunos lectores pueden no tener el estómago para su autopsia de 12 horas sobre el cadáver ya putrefacto del estatus quo de la familia estadounidense.

Rebosante en energía, erudición y observación, esta novela es una fría sátira necesaria en nuestros libreros para ver más allá de la perfección que compramos en tantas y tantas pelis gringas de los dosmiles. Al publicarse e incluso después de 20 años, sigue siendo un referente entre los críticos. Personajes como Oprah llegaron a proclamarla como “la gran novela estadounidense”, lo cual fue importante para aumentarle la popularidad y que las ventas repuntaran significativamente.

Las correcciones (2001) que fuera la tercera novela de Franzen en publicarse, después de Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992), y veinte años después sigue siendo una historia común de cualquier familia, pero también una descripción entretenida y perspicaz de las luchas individuales dentro de las familias modernas, poniendo al descubierto los fracasos, los malentendidos, los errores y los arrepentimientos. La novela es todo ese conjunto de cosas a la vez: incisiva, conmovedora, divertida, honesta y devastadora.