Tierra Adentro
Ilustración realizada por Julissa Montiel

Casi siempre que bajo al centro de acá de Guanajuato, en las escaleras que bajan al Instituto de Cultura me topo con un grafitti que reza: “La verdad es un mito”, y en parte le creo, en parte nel.

Desde hace un chingo vivimos en una sociedad mediática donde la realidad es distorsionada a conveniencia por corporaciones e instituciones a contentillo para lograr lo que sea que estén tramando estxs seres diabólicxs, y no, no es que esté armándome una teoría conspiranóica en la cabeza (de esas ya tengo muchas ahí); esto tiene un nombre, acuñado quien sabe por quién pero aceptado en el diccionario de Oxford: Posverdad, que consiste en la manipulación de los hechos (como las fake news), apelando a la emoción, por parte del gobierno o las corporaciones con el fin de influir en la opinión pública.

La posverdad es conocida también como mentira emotiva, pero más allá de estos dos términos, si tu compa que acaba de ganarse la lotería se agandalla tus enchiladas bajo la excusa de que está cabrona la situación y que la pobreza y que la chingá, pues es mentira, ¿no?, pero si lo hace el gobierno, adivina como se le llama.

Son mamadas.

La palabra posverdad es una posverdad por sí misma.

Cuando la gente que paga por los espectaculares que ves al atravesar la carretera o por los anuncios que te topas a cada rato en Tik-Tok busca convencerte para su propio beneficio de que “X” o “Y” producto/moda te va a hacer guapx o inmortal (ni que fuera el chocolate de Bob Esponja), la verdad sí parece ser un mito.

Hablando desde un punto de vista según filosófico, la verdad no es más que un construcción hecha para clasificar lo que aparentemente no ignoramos; según Lao Tse, “El Tao (Absoluto, Universo, Todo, Diosito, Como quieras llamarle) que puede ser descrito no es el verdadero Tao”, es decir, la realidad (o la verdad) que percibimos no es la absoluta; tenemos sentidos limitados por nuestra condición humana,  los cuales no nos permiten contemplar el absoluto; hay animales que alcanzan a percibir una variedad más amplia de colores, sonidos, olores, etc. que la raza humana, y ni siquiera estos alcanzan a percibir una fracción considerable de la dimensión real de la existencia. Entonces, nuestra verdad es una apariencia. ¿Pero de qué?

Aunque me dé algo de vergüenza admitirlo (más por los memes de filósofastrxs mamadorxs que por otra cosa), tengo tendencias medio kantianas, y este wey, Kant, en su Crítica de la razón pura, habla de una madre llamada Noúmeno, que vendría a ser algo así como el objeto captado o pensado por la razón, o “la cosa en sí”: el objeto tal y como es independientemente de cualquier representación (entiéndase objeto como cualquier cosa, wea, chingadera, ser, ente, o como quieras llamarle). Por otro lado, como contraparte o complemento al Nóumeno se encuentra el Fenómeno, que no es más que la cosa en sí interpretada por nuestros sentidos, así que, desde mi punto de vista que no es ni de lejos la verdad, ésta es un mito porque creemos tenerla, pero no lo es porque ahí anda la wey, dejándose ver de reojo nomás; y creo que Descartes estaría de acuerdo con este texto en algunas cosas, al menos desde su: “cogito ergo sum”, cuya traducción acertada, más que “pienso, luego existo”, sería “pienso, por lo tanto existo” (ahí va otro ejemplo de cómo hasta el cambio en una palabra puede cambiar el sentido de una afirmación).

Entonces, entre tanta verdad que no es verdad sino apariencia porque no tenemos ninguna verdad absoluta ¿qué chingados hago con lo que creo?, pues lo de siempre, construir tu propia verdad intentando hacerla lo menos sesgada posible y, bueno, como diría mi pelón favorito, Neo, “Bienvenidxs al desierto de lo real”.