Las cicatrices
Nada se percibe como algo eternamente nuevo (sería incognoscible). La memoria filtra el mundo y acomoda lo que se sale del cauce de la norma o es extraordinario. Quizás por eso me obsesionan las grietas y las manchas, las nubes y no los cielos: dinamitan la continuidad de lo mismo, introducen la diferencia en horizonte de lo dado. Christina Soto van der Plas
La mayoría tenemos grandes recuerdos e historias de nuestro pasado, algunas tan grandes que son difíciles de olvidar y se aferran al mundo físico a través de nuestra piel. Entiendo que muchas de estas marcas han sido motivo de sufrimiento, pero pienso que también son muestras de superación y sobrevivencia a aquello que causó esas heridas.
La idea de que las cicatrices traen consigo una gran anécdota, ha rondado mi cabeza desde que tengo memoria. La fascinación por las cicatrices me ha ocasionado algunos problemas, al dejarme llevar por la intriga de encontrar las historias atrapadas entre los tejidos regenerados, esos episodios de vida señalados en los cuerpos de las personas. En otros diálogos, más afortunados, la seducción por esas imperfecciones, me ha lleva a conocer interesantes relatos.
Pensar que aquellas huellas en la piel conllevan un cúmulo de sucesos, condensados en esa modificación del cuerpo, me parece fascinante; algo contradictorio a la vergüenza que causan las cicatrices y los señalamientos que la mayoría hace ante estas insignias de sobrevivencia.
Costras
Las marcas en nuestros cuerpos muchas veces son estigmatizadas. Tenemos una creencia que exige ocultar la cicatriz, pues hay que mantener una imagen estética del cuerpo; por lo que ver la marca que altera nuestra piel, resulta algo grotesco.
Esto, claro está, depende de la perspectiva de lo estético. Lo grotesco dice Mijaíl Bajtín, en La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento (1965), es una estética que altera o rompe con los paradigmas de lo convencional, lo de tendencia o dominante. Las citarices fracturan los estereotipos occidentales de belleza; ahí radica el atractivo que veo en ellas: romper estereotipos es interesante y no se vuelve algo desagradable.
Hay estéticas que consideran bellas y valiosas las cicatrices. El Kintsugi es una técnica en la que los objetos de cerámica rotos o fracturados se arreglan con resina, para después recubrir con una capa de oro la parte de la fractura o herida reparada. Esta práctica se fue convirtiendo en una filosofía en donde las fracturas y cicatrices forman parte de nuestra historia; en lugar de ocultarse, deben incorporarse y mostrarse para embellecer, exhibiendo así su historia. De esa manera las marcas cobran un vigor estético demostrando la fuerza de la cicatrices, y así con el tiempo esas marcas adquieren mayor valor.
De una manera similar al Kintsugi, pienso en nuestras cicatrices como emblemas dolorosos que simbolizan algún hecho importante y que indudablemente implica una herida tanto física como emocional.
Herida
La parte más complicada -lamentable y menos romántica- es el momento en que nace la futura cicatriz. Todos tenemos al menos alguna marca, si uno piensa en cuál es significativa, coincidirá que es la más dolorosa.
Una de las cicatrices que más recuerdo estaba en el rostro de mi padre: una línea vertical, oscura, de casi medio centímetro de grosor, que cruzaba desde la ceja hasta su mentón. Luego de varios años, me acostumbré a verla. Él ahora está muerto, pero tengo tan clara, en mi mente, aquella marca que ha logrado trascender en el tiempo.
Pude acostumbrarme a la cicatriz en la cara de mi padre, pero difícilmente lograré superar el momento en que lo vi llegar con esa herida, con todo el rostro ensangrentado. Una pelea se había salido de control, y con un vidrio cortaron la piel de su ceja y barbilla. La sangre aumentó la alarma entre los familiares que lo vimos llegar a casa con la herida tan grande. Afortunadamente la cortada no fue tan profunda y pudo curarse con algunas puntadas y medicamentos, pero en lo emocional es una de las cosas que más me ha sacudido, desde luego uno de los acontecimientos más impactantes que recuerde.
Pasó bastante tiempo para que yo pudiera ver a mi padre a la cara sin sentir temor al recordar lo acontecido. Algunas semanas después de que la herida cerrara me ofrecí a untar pomada cicatrizante sobre la piel que se regeneraba, observé formarse a la cicatriz, vi irse a la costra; pero el horrible recuerdo jamás se curó, jamás se fue.
Pienso que al tocar nuestras cicatrices logramos entrar en contacto con aquellos fragmentos de los recuerdos atascados entre aquella nueva piel, reavivar un poco esas viejas heridas y hacerles saber que sobrevivimos a ellas.
Emociones
Uno de los detonantes de incomodidad o satisfacción son las cicatrices. “Las cicatrices, además de impactar en la comodidad física y funcionamiento de quien las padece, también afectan en el bienestar emocional y en su desarrollo social. La mejor manera de tratar una cicatriz es rehabilitarla también a nivel emocional […]”, dice Xóchitl Aguayo Mendoza, psicóloga del Hospital de Traumatología y Ortopedia del IMSS, en un reportaje publicado en El Heraldo.
Aunque la mayoría de las marcas en los cuerpos tienen una historia desafortunada, por los hechos que generaron una herida en el cuerpo, la gente no reacciona de la misma manera al hablar de ellas. Dentro de las personas que me han platicado sobre sus cicatrices hay algunas que se enorgullecen, la mayoría son sujetos que han sobrevivido a ataques en distintas circunstancias.
Uno de esos casos extraños es un joven de aproximadamente 30 años que se enorgullecía de sus enormes cicatrices en el estómago, consecuencia de una operación para salvarlo después de recibir tres balazos: “por andar en malos pasos”, me contó mientras se levantaba la playera, “pero aquí estoy, ni a balazos han podido conmigo”. En una situación muy diferente esta Joel, un policía que me mostró con orgullo un brazo quemado por atreverse a salvar una familia ante la tardía llegada de los bomberos.
Señales
Las marcas en nuestros cuerpos forman parte de ese gran conjunto de vivencias con las cuales se puede relatar los diversos y desafortunados hechos por los que hemos tenido que atravesar y saber así un poco de la “[…] historia de quién eres, porque cada cicatriz es la huella de una herida curada, y cada herida era resultado de una inesperada colisión con el mundo; es decir, de un accidente, de algo que no debía ocurrir a la fuerza […]”, dice Paul Auster en Diario de invierno (2012).
Las cicatrices son esos recuerdos aferrados a nuestra piel para no caer en el olvido, esas marcas que cartografían los acontecimos que han transgredido nuestro cuerpo, que ayudan a nuestra memoria a no dejar ir aquellas enseñanzas que nos deberían hacer crecer y saber que nada es eternamente nuevo. Ayudan a recordar que todo se transforma y que nos reconstituimos con esas marcas que dan un valor excepcional a aquello que es reparado.