Tierra Adentro
Fotografía por Socorro García Bojórquez.
Fotografía por Socorro García Bojórquez.

 

Al escribir se crean mundos posibles que permiten que el escritor y el lector se trasladen a sitios distintos de los que habitan. Por ello la literatura es un medio de libertad, de emancipación y de construcción de universos alternativos regidos por las proyecciones que tiene el escritor del universo. Esta entrevista se centrará en la última obra de Sylvia Arvizu: Las celdas rosas (NITRO/PRESS, 2018) donde se visibiliza y hace eco de las voces del penal a través de 23 crónicas políticas, históricas, espeluznantes, bellas, nobles, mórbidas, que avanzan con un ritmo trepidante y reproducen los claroscuros de la vida en el penal.

Cuando entré al mundo de la cárcel entendí que detrás de cada orden de aprehensión hay espacios grises, altamente humanos, deterministas en la mayoría de los casos, a partir de los cuales es difícil parcializar. He tenido alumnas que mataron a sus esposos porque éstos violaban a sus hijas más pequeñas. A niñas que asesinaron a sus padres biológicos porque se aprovechaban de sus cuerpos y vertían en ellas toda la furia, la ignorancia, la falta de futuro, y todos los postulados machistas que se reproducen día a día en chistes, en programas de televisión, en las calles, en las oficinas, en las noticias, en los idiolectos. Las mujeres y niñas que conocí y con las que empaticé en los penales y centros intermedios son, en su mayoría, mujeres que se defendieron. Sylvia lanzó ácido a su expareja para defenderse de sus golpes. Su condena: veinte años. Hace trece que ingresó al CERESO. La vida no puede reducirse a un solo acto. Tampoco es justo que la vida acabe cuando la defensa personal domina la conciencia.

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Conocí a Sylvia a través de un programa de prevención del delito que consistía en llevar cursos artísticos a las cárceles. Yo era la encargada de dar los talleres de creación literaria para niñas y mujeres adultas. Mi papá es abogado y siempre pensó que yo también lo sería. Sin embargo el mundo de las condenas siempre me ha parecido turbio y despiadado. Por eso preferí las letras: para iluminar y liberar. Como sea, distintas causalidades me llevaron a tomar el empleo. Aceptar este trabajo ha sido una de mis mejores decisiones en la vida. La cárcel me transformó en un ser humano con más ética y menos judicativo. Lo anterior no sucedió a causa de las políticas ocupacionales de la prisión ni mucho menos debido a las enseñanzas de doctrina religiosa que imparten en sus aulas, a veces pareciera que la Historia no nos ha enseñado nada, sino por la manera extrañamente cordial con la cual se conducían las reclusas. Uno esperaría oquedad, mucho fango, pero sus pensamientos libertarios iluminaban los espacios de todas las creaciones literarias que construían. ¿Cómo es posible que alguien se resigne sin perderse en la penumbra? La literatura las reinventó. Todas y cada una de mis alumnas se transformaron al redescubrirse. Sylvia no me necesitaba. Ella era la soberana de sus libertades textuales. Y no es que romantice a la literatura, pero nunca había experimentado esa curación a través de las letras. La literatura te salva cuando no hay nada más. Y con esto no quiero negar su carácter utilitario como móvil de la empatía o de las posibilidades que ofrece para la consolidación de un pensamiento crítico que visibilice las otredades. Sin embargo, la función práctica de la literatura la descubrí cuando conocí a Sylvia.

Sylvia Arvizu es comunicóloga de profesión y antes de cumplir una condena en prisión se desempeñó como conductora de radio en Hermosillo, Sonora. Su caso se convirtió en un circo massmediático, porque cuando alguien reconocido termina inmerso en un crimen, la gente siente que tiene la responsabilidad de seguir la historia. Le han revocado la posibilidad de salir bajo fianza en muchas ocasiones. El último argumento de un juez que le negó la libertad anticipada fue que sus múltiples reconocimientos literarios (ha ganado una cantidad sorprendente de veces el Concurso Interpenitenciario de Literatura “José Revueltas”) y su buena conducta no son motores suficientes para otorgarle un beneficio anticipado de libertad. “Que su alto coeficiente intelectual es un inequívoco indicador de su alto nivel de peligrosidad” (Las celdas rosas, 8). Ahora resulta que es peligroso pensar. Y sí, siempre lo ha sido.

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Selene Carolina: Es de verdad un placer poder estar a tu lado de nuevo. He visto cómo vas creciendo y cómo te posicionas como una de las voces sonorenses con más impacto dentro y fuera del estado. ¿Qué significa escribir desde el encierro?

Sylvia Arvizu: Escribir desde el encierro significa lo mismo que pintar, cantar, coser una costura u hornear un pan. Significa una continuidad. Que aquí adentro se sigue viviendo. Significa seguir respirando, seguir existiendo. Que la vida no termina al cruzar el portón principal.

 

SC: Eres autora de tres libros: Breve azul (2008) Mujeres que matan (2013) y Las celdas Rosas (2018). Todos ellos han sido escritos en prisión y, a pesar de sus diferentes estéticas cada uno tiene una línea que los conduce: el mundo tras las rejas. Explícanos ¿cómo has construido cada uno de ellos y cómo la literatura ha funcionado como un dirigente de catarsis dentro de tu vida en el penal?

SA: Cada libro tiene una personalidad distinta. Yo creo que tiene mucho que ver con mi desarrollo como persona dentro del penal. Breve azul, que fue el primero, fue escrito con la inocencia de los primeros pasos de un niño. No lo escribí pensando en su publicación. Era más bien como un diario, un desahogo personal. Cuando lo lees se observa la ingenuidad de cuando comienzas a escribir. En él se puede advertir mucha tristeza y nostalgia porque acababa de perder la libertad, estaba muy reciente todo, por eso se puede leer un dolorcito entre líneas. Breve azul es uno de los textos del libro y lo hice con la ventana de mi celda en mente. Cuando pierdes la libertad, te amputan un pedazo del alma y te roban los colores del horizonte, te roban lo último que queda al final de la calle porque no alcanzas a ver. Entonces lo único que nos queda es ver el cielo por la ventana e imaginar que la ventana es un cuadro, un pedacito de afuera, un breve azul, pero que ya es parte de cada quien.

Cuando escribí Mujeres que matan ya tenía más años en la cárcel y obviamente se puede ver un poco más mi manera de ser, de indagar. Me coloco a mí misma como investigadora, observo a mis compañeras, pero lejos de enfocarme en el delito y en el morbo de la sociedad, prefiero plasmar el lado humano: a qué jugaban cuando eran niñas, qué cantan o cómo se pintan la boca por las mañanas dependiendo de su estado de ánimo. Algunas encuentran consuelo en una boca roja intensa.

Las celdas rosas nace después de doce años en la cárcel. En él encuentro un mejor dominio del territorio literario de la prisión. Soy de las mujeres que tienen más años aquí. Por eso en este libro se puede leer una historia consolidada de mi convivencia con las demás. Este libro creció junto conmigo. No se ve tanto el dolor como en Breve azul, aunque siga existiendo. En Las celdas rosas se puede observar una especie de aceptación, sin embargo no se trata de resignación o conformismo, porque la pelea por la libertad sigue, por eso puede leerse una lucha distinta a la del primero.

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SC: Las celdas rosas (NITRO/PRESS, 2018) te hizo acreedora del premio del Concurso del Libro Sonorense en el género de crónica en el año 2017. Es sabido que las mujeres que han ganado el CLS son muy pocas y entre ellas podemos encontrar a Eve Gil, Sylvia Aguilar Zéleny, Cristina Rascón y Claudia Reina, por nombrar a las escritoras más premiadas de Sonora. Tú ganaste el CLS al igual que ellas, por lo tanto has pasado a la historia como una de las pocas que han sido merecedoras de tal galardón. Tu logro es trascendente, no sólo por ser una mujer frente a un gremio dominado casi en su totalidad por la escritura masculina, sino porque escribes detrás de las rejas, porque describes realidades inasibles para muchos de nosotros. Platícanos cómo fue el proceso creativo de Las celdas rosas.

SA: Comencé a participar en los concursos interpenitenciarios de dramaturgia, pintura, cuento y poesía con la intención de probarme. Gané los primeros premios, pero pensé que tal vez ganaba porque estaba en un espacio cerrado. Quería convencerme a mí misma de que mis letras no estaban tan descabelladas, que lo que yo escribía funcionaba. Finalmente decidí que debía de salir de mi zona de confort y ponerme a prueba con los escritores que se dedican de manera profesional a la escritura, que se consagran al oficio de las letras. Lo hice en 2017, cuando Carlos Sánchez me comentó que la convocatoria se había vuelto más accesible porque cambiaron la modalidad de envío a electrónica. Antes tenías que imprimir un millón de hojas y encuadernarlas. Con esta información supe que tenía que aprovechar la facilidad. Después de eso me senté a escribir un libro pensado para el concurso. También integré relatos que ya tenía y que me parecieron adecuados a la temática. Mira este cuaderno (saca un cuaderno de su mochila).Este es el orden de los relatos en el libro (señala un índice escrito a mano). Cambió muchas veces. Así trabajo yo, en el cuaderno. Después de que están listos los cuentos voy al aula de cómputo a transcribirlos para no estar pensando enfrente de la pantalla. No puedo perder tiempo, hay un horario que se tiene que cumplir en el centro de cómputo. Mira (señalando el cuaderno) éste es el texto “De pico y pala” que le escribí a mi papá. Aquí está tachado de nuevo el orden de disposición de los relatos. Así escribo, corrijo y tacho dentro del mismo cuaderno. Estos son los garabatos reales de Las celdas rosas.

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SC: ¿Cómo recibiste la noticia sobre tu premio?

SA: Una de las cosas que para mí es muy importante mencionar porque tiene que ver con lo atractivo que me pareció participar es la siguiente. He solicitado cuatro veces un beneficio preliberatorio. Para esto hay ciertos requisitos que se tienen que cumplir como buena conducta, cierto porcentaje de tiempo compurgado, en fin, muchas actividades que tiene uno que cumplir aquí adentro del centro. Pero también viene un gasto de reparación de daño. Mi gasto asciende a sesenta mil pesos. Cuando veo en la convocatoria que los primeros lugares de cada categoría ganan sesenta mil pesos, yo dije: esto es una señal. Entonces me animé. Junto a mi cama, tengo un pizarroncito de corcho donde pongo la foto de mi hija y notas con cosas que no tengo que olvidar. En un ticket escribí algunas cosas que le iba a encargar a mi mamá: pasta de dientes, etc. Ahí mismo puse un recordatorio con un asterisco: “no olvidar ganar Concurso del Libro Sonorense”.

Cuando uno está en la cárcel siempre está esperando algo: esperas visitas, esperas algo del juzgado. Por esperar el resultado del juzgado se me olvidó que tenía que esperar los resultados del concurso. De verdad. Aquí otras esperas toman prioridad, y yo estaba esperando eso: el resultado de mi libertad.

No me acuerdo si me estaba bañando o qué estaba haciendo, pero me comenzaron a gritar que me reportara a la oficina. Una de las muchachas me preguntó si quería que ella fuera a preguntar qué pasaba. Entonces va esta muchacha y después de un rato, regresa y me dice: “que ganaste algo, que es muy importante y que felicidades, y ya me voy porque se van a acabar las tortillas” y se fue. Ya al ratito la coordinadora me dio la noticia, pero eso no fue tan importante como esperar el día de la ceremonia. Eso fue para mí todavía más importante. Desde que me dijo la licenciada que alguien tenía que asistir en mi lugar. Hablé con mi familia. No puedo disponer de su tiempo, además se han acostumbrado durante muchos años a que gane premios. No entendían la magnitud de éste. Entre ocupaciones labores y la vida diaria, la que aceptó desde el principio fue Silvana, mi hija. En ese entonces tenía once. Le pregunté a la licenciada si mi hija podía recibir el premio y me dijo que iba a checar el protocolo y efectivamente no había nada que impidiera que Silvana fuera. Ella me decía que iba a ser muy valiente, que no le iban a dar nervios, que me iba a representar. Eso fue lo que más me llenó de felicidad: ella recibiendo el galardón. También hubo mucha apertura por parte de la autoridad. Pensé que cuando abrieran la plica y se dieran cuenta de que estaba en la cárcel me quitarían el premio. Pasaron mil ideas por mi cabeza. Tenía miedo también de que se menospreciara mi logro, que no trataran bien a Silvana. Pero no, fue muy emotivo, le dieron mucha importancia. Cuando veo los videos se me pone la piel chinita. Los del ISC, el Gobierno del Estado y la coordinación del CERESO, todos se portaron excelente.

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SC: Cuéntanos la historia detrás del título de Las celdas rosas.

SA: Aquí en el centro hay muchas actividades, muchos talleres, programas. Siempre estamos muy ocupadas y una misma mujer está haciendo una cantidad sorprendente de actividades al mismo tiempo. Entre esas actividades hay un campamento anual para hijas e hijos adolescentes de madres privadas de la libertad. Ese día podemos ver a nuestros hijos desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, es el día que más tiempo pasamos con ellos. Hay actividades, pláticas para control de adicciones y violencia intrafamiliar, vemos una película, hay albercada y comida. Es un acontecimiento muy esperado para nosotras. Cruzan la puerta y te rompes tres días, pero vale la pena. Silvana ya tiene muchos años viniendo y es la más conocida de todos, creció en estos pasillos. El texto homónimo al libro habla sobre ese día.

En esa ocasión fuimos al baño y ella volteó hacia la parte interior de los pasillos, donde están las celdas y me preguntó si ella podía pasar para allá. Le expliqué que no. Se puso un poco triste porque me dijo que quería conocer mi cuarto. Le comenté que no se perdía de nada. “Es que yo quiero ver qué es cuando te despiertas qué es lo primero que ves”, me dijo. “Una foto tuya es lo primero que veo.” “Sí, ya sé, pero no me es suficiente. Quiero saber qué respiras, dónde te cambias, cómo está acomodada tu ropa, todo eso quiero saber. Y de qué color  son.” “¿De qué color son qué?”, le pregunté. “Pues las celdas”, me dijo. “Algunas blancas como ves aquí afuera y otras beige como ves estas paredes”, le contesté. Ya de regreso del baño me dijo que deberían de ser rosas. “Las celdas deberían de ser rosas, porque mi cuarto es rosa y así podrías pensar que estás conmigo.” La frase me taladró el corazón. Ya para ese entonces estaba escribiendo el libro. Me gustan mucho los colores, por eso inicié con el Breve azul. Por mi afición a la pintura me parecen muy sugerentes los tonos visuales.

Días después las chamacas estaban intentando ver la televisión. Solo agarra un programa local, el que da el noticiero. En el programa decían que la Gobernadora iba a entregar unos cuartos rosas. A los días, cuando el canal vuelve a agarrar vimos que la Gobernadora estaba entregando patrullas rosas en contra de la violencia hacia la mujer. Una de ellas dijo que para cuándo las celdas rosas: otra vez la frase. Yo creo en la energía.

En este tiempo tenía mucho miedo de estar escribiendo en la cárcel, a diferencia de los escritores de afuera. Sabía que tenía una sola oportunidad para que los jueces supieran rápido que mis relatos tenían que ver con las mujeres en prisión y por lo tanto con la equidad de género y con la inclusión. Todo eso para mí representa Las celdas rosas. Por eso necesitaba un título que desde el principio los enganchara. Y creo que sí funcionó. Creo que tenía razón. Por eso elegí ese título.

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SC: En las crónicas que conforman tu libro más reciente podemos observar distintos perfiles de los personajes que recreas. Existen algunos textos que narran realidades terribles de las políticas internas del penal y otros más que reivindican las relaciones fraternales que subyacen a la construcción de familias en el espacio de la reclusión. De ahí que Las celdas rosas posea un carácter agridulce, dicotómico y humano. ¿Hubo crónicas que dudaste en incluir, y si fue así, por qué?

SA: Como viste en el cuaderno, cambié el orden muchas veces. Ocurre que no todo lo que se escribe está bien: vas a escribir diez cuartillas bien y cien mal. Cien basura o cien que necesitan modificaciones extraordinarias. Parte del proceso creativo que me parece importante mencionar, porque así es mi dinámica para saber qué textos incluir, se basa en una costumbre que tengo de leerle a mis compañeras. Me siento con alguna y en lo que ella pica verdura, por ejemplo, yo le leo algo. Conforme veo sus reacciones voy modificando: poniendo, quitando. Lo he hecho siempre, infinidad de veces. Porque aquí el común denominador es que no hay formación académica. Así que no existe ese filtro. Ellas no van a adularme, las mujeres son bien netas aquí. Si yo veo que ellas pierden interés cambio el texto o no lo incluyo. Los textos que movieron algo en alguien son los que fueron incluidos. No practico la autocensura para delimitar qué entra y qué no. Más bien me dejo llevar por el timón de las emociones de quienes me escuchan.

 

SC: Antes de estar en prisión te desempeñaste como conductora de radio y tu profesión de comunicóloga te situó en espacios de diálogo y difusión. ¿De qué manera tu perfil académico y laboral influye en la proyección de tus crónicas?

SA: Mucho, pero no es tanto mi perfil académico lo que influye en mis letras. ¿Qué fue primero la gallina o el huevo? Para que existiera ese perfil académico y laboral primero debió de existir uno más personal y antiguo: ¿cómo es Sylvia? Respeto mucho el oficio de los escritores, por eso me cuesta mucho trabajo asumirme como tal. Yo dejo el oficio y lo retomo. Entonces es difícil apoderarme de ese rol. Más bien me considero contadora de historias. Cuando era niña uno de mis juguetes favoritos era una manguera que mi papá usaba para ordeñar la gasolina de una carcacha en la que viajábamos. Escribí sobre esa manguera en alguna ocasión. Mi mamá es de Chihuahua. Todas las vacaciones de verano y de diciembre viajábamos ocho o diez horas por la sierra. Mi diversión era ir narrando el camino. Ponía uno de los extremos de la manguera en mi oído y el otro en mi boca: que la sierra, que Cananea, que vamos pasando Aguaprieta, que el Puerto de San Luis. Pasaba horas hablando. Cuando mi papá no encontraba la manguera me preguntaba dónde estaba, yo nunca se la quería dar. Él sólo me olía las manos y descubría que había estado jugando con ella. La llegué a esconder muchas veces, casi siempre debajo de mi cama.

Por lo anterior, yo me asumo como contadora de historias, no tanto como escritora. Creo que inicié una carrera de comunicación precisamente para contar, ´para narrar mi realidad u otras. Por eso mi perfil, más que lo académico o laboral, era ya, repito: el de contadora de historias.

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SC: En otras entrevistas has expresado que comenzaste a escribir dentro de la cárcel, ¿cómo fue ese proceso?

SA: Cuando llegué a la cárcel, comenzó una marejada de información a causa de la popularidad que yo tenía por trabajar en los medios: todos los días era la nota roja del periódico. Me sentía imposibilitada. Quería poder explicar las cosas. Yo asumo la responsabilidad de lo que ocurrió. Leía notas muy extrañas como: “Los vecinos dijeron…”, “Amigos de la pareja comentan…” Esas percepciones de terceras personas fueron haciendo todavía más distante la realidad. Me sentía atribulada, deprimida. Les acababa de entregar a mis papás a mi hija de tres meses. En la litera de abajo de la cama donde yo estaba ubicada había una muchacha con una bebé. Todas las noches lloraba la bebé y yo me acordada de Silvana. En mis sueños estiraba la mano para acariciar a mi hija y se me estrellaban los dedos contra la pared. Imagina. Un día llega mi papá. Él tiene poca instrucción académica, pero es un hombre muy sabio y con muchísimo sentido común. Es albañil. Cuando me ve toda decaída me da un cuaderno que traía doblado con las anotaciones de su trabajo: colocación de pisos y azulejos por metros cuadrados y de más. Me dijo “escribe”. Le respondí que para qué escribir. “De perdida te va a servir para organizar tus ideas y desahogarte, tú sabrás lo que haces”. Así comencé a escribir. Llené el cuaderno. Uno así como el que te enseñé ahorita pero ese tenía una pasta verde. Esos textos no fueron construidos para ser leídos por alguien.

Los jueves, la cárcel tiene asignadas las visitas de amigos. En una de esas visitas yo estaba con la familia, unos primos y unos amigos, y entonces llegó Carlos Sánchez. Él estaba visitando a alguien más, pero se para de su visita y se me acerca. Me dice que quiere hacer algo, que un proyecto y que sabe qué. Me pregunta que si he pensado en escribir. En ese momento salí corriendo por mi cuaderno y se lo mostré. Le dio dos vistazos y me dijo: “esto es”. Y se fue. Pensé: ¿y este bato loco? Creí que no me había tomado en cuenta, que me estaba verbeando. Con el tiempo le dio forma al proyecto: mi primer libro. Empezamos a ver el diseño de la portada e hicimos una selección de los mejores textos. Después llegó con Venecia, ella fue la que pintó la portada y el apunte para la solapa. Así fui aprendiendo toda la experiencia de imprimir un libro. Todo fue muy fácil, pero gracias a que él me llevó de la mano con mi primer contacto real con el mundo de la literatura. Nunca me imaginé que se podía llegar a esto (señala un ejemplar de Las celdas rosas). Nunca pensé todo lo que se venía después.

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SC: Has comentado que la escritura libera y que los premios son una caricia al ego ¿Cómo impacta en tu posición de escritora el haber ganado en Concurso del Libro Sonorense?

SA: Me sirvió mucho para confirmar que mi camino no está equivocado. Cuando uno llega aquí ya te comenté que hasta los colores se pierden. Yo sé que cuando salga de prisión tengo que empezar de cero en la vida. Con la literatura ya sé que tengo algo. El premio reafirma que la escritura es un camino viable al salir. Los premios, también me sirven para recuperar el respeto, o el cariño y la admiración que me tenían mis papás cuando estaba afuera. Es también la confirmación de que sigo siendo la misma Sylvia. Además necesito que Silvana pueda ver que su mamá hace que el tiempo siga valiendo la pena independientemente de las circunstancias. El premio reafirma todo eso. Es muchas cosas e incluso paga la reparación del daño. Es un requisito menos que hay que cumplir con la ley de ejecución de sanciones, aunque después salgan con otro término legal. Ese año que pedí la libertad anticipada me dijeron que no tenía cómo demostrar que había cumplido con las actividades culturales. El chiste se cuenta solo, sí.

 

SC: ¿Cuál es tu relato favorito del libro Las celdas rosas?

SA: Me gusta mucho el de mi papá: “De pico y pala”, pero también “Taza de café”, porque son muy personales.

 

SC: ¿Soportarías tu condena sin las letras?

SA: Yo pienso que no. Serían trece años de guardar silencio. Es imposible estar trece años callada, tanto aquí adentro como afuera. ¿Soportarías vivir sin letras, sin artes, sin colores, sin expresarte, sin música? Yo creo que no. Es inevitable.

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SC: Sylvia, ¿tienes un nuevo proyecto escritural en puerta?

SA: Sí. Quiero hacer más teatro para mis compañeras. Las veces que lo he hecho me ha encantado la experiencia. Aquí hay mucha avidez por hacer cosas artísticas. Además ellas son unas profesionales, les das una instrucción y saben cómo llevarla a cabo. Cuando recién llegué, hice una pastorela que ganó un concurso latinoamericano que se llamaba “Un pesebre tras las rejas” y en 2018 ganamos el de pastorelas a nivel estatal, yo hice el guión, dirigí y actué. La autoridad te da permiso de jugar porque este tipo de obras son proyectos institucionales. Es muy conmovedor cómo se crean espacios de recreación con dinámicas que generan distintas atmósferas. Con estos ejercicios se fortalece la amistad. Las chamacas son muy receptivas, empáticas, solidarias, y por ello son capaces de darle su toque personal a los personajes. Hacer teatro aquí es maravilloso, pero no por mí, es porque ellas logran algo padrísimo. Mi miedo al final ya no es que se les olviden sus diálogos o que no actúen bien, sino que no se me vaya a ir libre alguna. Qué chistoso, ¿no? ¿Cómo te pido que no te vayas libre antes de que pase la puesta en escena?

Tengo como tres meses con una historia en la cabeza para una obra de teatro: un drama. La tengo que escribir pronto porque no me va dejar descansar hasta que lo haga. El teatro es un acto de fe, es magia, es ilusión. Por eso quisiera mucho poder montar la obra y no que quede solo publicada en alguna antología.

 

SC: ¿Crees que el poder de la palabra constituya en algún momento el móvil para tu libertad anticipada?

SA: No. Las cuatro negativas de mi libertad lo confirman. En algún momento sí lo pensé, pero como no se dió, dejé de creerlo. El corazón hace callo. “Sin llorar” se llama el chiste. Pero de todas formas lo que hago no está condicionado. Si sirviera o no para un beneficio, yo le seguiría haciendo, sobre todo porque desde el “día uno” comencé a hacer cosas. Comencé a involucrarme. A veces cuando ando triste pienso: “ya no voy a hacer nada”, pero no es cierto. Soy la primera que siempre está involucrándose, pidiendo permisos, llegando con ideas. Así soy yo, y, aunque me hayan dicho cuatro veces que no, lo sigo haciendo. Pero sí me llama la atención que el beneficio se me niegue a pesar de todo. La libertad anticipada se evalúa a partir de la evolución dentro de la prisión. Sin embargo el juez dice que yo ya era esa Sylvia afuera y que ellos no han notado un cambio, que por eso todo lo que hago aquí no marca una diferencia, que no me hace merecedora de una libertad anticipada. Pero, ¿qué hago? Sigo siendo la misma porque me gusta ser quien soy. Por eso pienso que para que el poder de la palabra surta su efecto mágico en la persona que la escucha o que la lee, esa persona tiene que tener una sensibilidad requerida. Debe de haber un juez que la tenga. Debe de haber alguno que tenga un perfil creativo, soñador.

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SC: Dentro del penal cumplen con un cronograma de actividades estricto, ¿cómo has adecuado tu tiempo para poder crear universos narrativos?

SA: Primero que todo porque existen los espacios como el que te dieron a ti como maestra de literatura. Segundo, porque dentro de estos programas uno puede solicitar permiso para leer o escribir y tienes acceso a un tiempo extra en la biblioteca. Y tercero, porque la literatura es muy amable y, aunque dejes un tiempo de escribir el cuaderno sigue ahí, esperándote con toda su nobleza. Eso es una de las cosas que más me gusta de escribir: que no te exige mucha disciplina. En un sentido estricto la literatura es bondadosa. El libro espera paciente a que uno regrese a él.

 

SC: Por último, al salir de la cárcel tienes muchos planes por cumplir, pero creo que debe de haber alguno que reproduces día a día. ¿Qué es lo primero que quieres hacer cuando cruces ese portón?

SA: Tenía muchos planes, pero ha sido tan difícil reponerme de esas cuatro respuestas negativas sobre mi liberación, así que ya dejé de hacerlos, o por lo menos de hacer planes que tengan vigencia. Ha habido proyectos que he hecho con amigos y ofertas de trabajo, pero casi todos están establecidos dentro de un tiempo preciso. Por eso dejé de hacer planes: para que no fuera tan complicado levantarme. Tengo sueños. Tengo el “me gustaría”. Me gustaría ir con Silvana a la playa. Eso. Recogerla en la escuela: me vuelve loca esa idea. Me encantaría un día llegar por ella sin que sepa que ya estoy libre y poder ver su reacción. Tengo planes con mi familia, pero nada que pueda marcar la diferencia si salgo ahorita o en tres años. También tengo una promesa interna y personal de que cuando adquiera mi libertad: no dejaré la cárcel por completo. No puedo ser indiferente y decir: “me voy y ahí se la echan”. Tengo que hacer algo por ellas. Son trece años de mi vida muy importantes y tengo que tener ese lazo con ellas.

 

SC: Sylvia, muchas gracias por tu diálogo, por la sinceridad inmersa en él, por toda tu humanidad. ¿Quisieras decir algunas palabras como apéndice de esta entrevista?

SA: No soy nadie para decir nada a nadie. Solo quisiera remarcar que cuando lean un libro como Las celdas rosas o que cuando conozcan a alguien que esté o haya estado en la cárcel, no juzguen tan duramente. Es mucho lo que traemos de historia cuando llegamos aquí. Como mujer es más difícil reintegrarse a la sociedad. El hombre sale y se reintegra muy fácil, la mujer carga con el estigma muchos años, mucho tiempo. Y aunque tú digas que he pasado a la historia como una de las pocas mujeres que han ganado el CLS, espero que eso tenga más peso que la razón de mi encierro. Porque a veces pienso que no importa qué tan bien me porte, qué tantos concursos gane, no voy a dejar de ser la locutora que le echó ácido a su marido. Ojalá que la gente fuera más sensible y no nada más conmigo, yo solamente soy un ejemplo. Esperaría que hubiera sensiblilidad de la sociedad de afuera. Con las autoridades hay mucha apertura, ya estamos cambiando. Falta la gente de afuera.

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