Tierra Adentro

Fue gracias a los contactos de mi padre, un prominente hombre de negocios en mi natal Ginebra, que finalmente logré conseguir una entrevista de trabajo en el laboratorio del afamado Víctor Frankenstein, conocido entre sus amistades como “El moderno Prometeo” o “Vicky”, y que en aquellos años se había vuelto un personaje célebre y controversial por haber descubierto la técnica para dar vida a todo tipo de objetos inanimados y muertos; desde pequeños organismos hasta personalidades y carreras artísticas.

Cegado por mi sed de conocimiento científico, hice caso omiso a todos aquellos que me aconsejaron mantenerme alejado de él —que vivía aislado y que había sido repudiado por los miembros de su comunidad debido a su excentricidad y a sus métodos poco ortodoxos, como experimentar con partes humanas robadas del cementerio y comer pizza con palillos chinos— y armado con mi carta de recomendación y mi currículum, me presenté esa tarde en sus laboratorios, en donde fui recibido por una amable pero repulsiva y cadavérica asistente, que luego de saludarme con un gruñido me condujo hasta una pequeña oficina vacía en el sótano de la casa.

A los pocos minutos de espera entró en la oficina una criatura de gigantescas proporciones y fealdad sobrenatural, que después de dejarse caer pesadamente sobre su silla y de exprimirse una costura supurante, se presentó como el encargado del área de recursos humanos.

—Mi creador me ha encomendado la tarea de entrevistar sólo a los mejores candidatos —dijo el engendro mientras se acomodaba los lentes y ojeaba mi currículum.

—¿Es usted una de las creaciones de Frankenstein? —pregunté, más escandalizado por el nepotismo del doctor que por el hecho de estar siendo entrevistado por un feto parlante.

—Así es —dijo, incómodo y aclarándose la garganta—. Ahora. Primero que nada quiero que sepa que su currículum nos pareció muy interesante. Sin duda encaja usted a la perfección con el perfil que estamos buscando.

—Excelente —respondí entusiasmado.

—¿Qué es lo que le interesó de este laboratorio? —preguntó la aberración dándole un trago a su taza de café.

—Desde niño me han fascinado las ciencias y los misterios del mundo. Nada me gustaría más que colaborar con un hombre como Frankenstein y ayudarlo en sus experimentos.

—¿Cuáles considera usted que son sus principales fortalezas?

—Soy muy perfeccionista y trabajo bien bajo presión.

La criatura me examinó de arriba abajo a través de sus anteojos y comenzó a tomar notas en una libreta.

—Perfeccionista —murmuró mientras escribía—, trabaja bien bajo presión y sus piernas son largas, firmes y musculosas.

—¿Perdón?

—Nada. ¿Por qué dejó su último trabajo?

—Porque sentía que me estaba estancando —respondí—. No me malinterprete, hacer carrera en el ejército me parece algo sumamente digno y honorable, pero como médico sólo podía aspirar a alcanzar ciertos rangos y una vez que me convertí en Capitán de Amputaciones decidí que mis talentos para la medicina estarían mejor aprovechados en otro lado.

—Ya veo. Dígame, ¿está dispuesto a poner los intereses de la empresa por encima de los suyos?

—Por supuesto que sí.

—¿Padece alguna enfermedad?

—No.

—¿Si fuera usted una estación del año, cuál sería?

—No entiendo el sentido de esa pregunta.

—Este tipo de información nos ayuda a determinar algunos rasgos importantes de los candidatos —explicó sin dejar de mirar sus notas—. Sé que suena extraño pero le pido que responda sin pensarlo mucho.

—Pues… yo creo que… ¿primavera?

—¿Con qué utensilio de cocina se siente más identificado?

—No sé… ¿con la espátula?

—¿Si fuera usted un crustáceo, cuál sería y cómo le gustaría que lo cocinaran?

—Una langosta al mojo de ajo. Con poca sal.

—Interesante —respondió el esperpento sin dejar de escribir—. La mayoría de los entrevistados responden cóctel de camarones.

—¡Qué estupidez! —exclamé buscando hacerlo sonreír, sin éxito.

—¿Con qué parte de su cuerpo es con la que más se identifica?

—Sin duda con mis manos. Son mi herramienta principal de trabajo.

—O sea que podría usted prescindir, por poner un ejemplo, ¿de sus piernas?

—Bueno, no sería lo ideal, pero si me dieran a escoger…

—¿Cuáles son sus pretensiones económicas?

—Pues… eso dependería de los horarios, de mis obligaciones en el laboratorio, de las oportunidades de crecimiento y por supuesto de lo que estén ustedes dispuestos a pagar…

—¿Qué le parecerían trescientos francos?, ¿cien por cada una de sus piernas y otros cien por las molestias de amputárselas?

—¿Cómo dice?

—Lo que oyó. Estamos dispuestos a ofrecerle trescientos francos por sus piernas. Mi creador está trabajando en un nuevo proyecto y ya se cansó de utilizar cadáveres robados del cementerio porque las piezas siempre están en muy malas condiciones y pues… míreme a mí.

—¡Perdón! —respondí horrorizado y levantándome de mi silla—, ¡pero yo creí que ustedes estaban interesados en mi trabajo!

—¿Qué lo hizo pensar eso?

—¡Que me contactaran del laboratorio de Frankenstein para una entrevista con su gente de recursos humanos!

—¡Así es! ¡y su entrevista ha sido un éxito! Como le dije al principio, su perfil nos gusta mucho y la oferta que le estamos haciendo no se la hacemos a cualquiera. El tipo que vino ayer nos dejó sus brazos por sólo cincuenta francos.

—Pero no me puedo deshacer de mis piernas.

—¿Por qué no?, ¿no me acaba de decir que no las necesita?

Sí las necesitaba, y en ese momento me resultaron especialmente útiles para salir corriendo de ahí. Mis sueños de convertirme en hombre de ciencia nunca se cumplieron, y hoy trabajo en una fábrica de utensilios de cocina en donde irónicamente paso la mayor parte del tiempo sentado.


Autores
(Ciudad de México, 1985) es autor de Y, sin embargo, es un pañuelo (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2014). Estudió la Licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde no ha regresado y quedó a deber varias cuotas de estacionamiento. Es apasionado del cine, de Monty Python y de escribir semblanzas biográficas en terecera persona. Tuitea como @emedebaena