La recompensa por Nicolás Maduro
El pasado 24 de marzo, en medio de una crisis internacional de salud pública debido a la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2, el Jefe del Departamento de Justicia, William Barr, junto a fiscales de Florida y Nueva York, presentaron cargos por narcoterrorismo contra Nicolás Maduro, presidente de Venezuela.
La acusación involucra, además, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y a varios de los colaboradores más cercanos de Maduro, como Diosdado Cabello, titular de la Asamblea Nacional Constituyente; Maikel Moreno, presidente de la Corte Suprema; Vladimir Padrino, Ministro de Defensa; Tareck El Aissami, Ministro de Industria y Producción Nacional y el general Hugo Carvajal Barrios, ex director de la Inteligencia Militar de Venezuela.
Todos estos personajes de primer nivel en el gobierno venezolano son señalados por los Estados Unidos de pertenecer al Cártel de los Soles, que es como se conoce a los efectivos castrenses de alto nivel en Venezuela relacionados con el narcotráfico. Los soles son las insignias que distinguen a los generales del ejército venezolano y, al menos desde 1993, durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, se les ha asociado con el tráfico de cocaína colombiana a través del territorio venezolano.
Muchos militares proveen de protección necesaria en el territorio a cambio de sobornos y a la Guardia Nacional venezolana se le ha relacionado desde la década de los noventa con las FARC, organización que utiliza el territorio venezolano como trampolín para enviar cocaína a Europa y Estados Unidos.
Aunque no es de extrañar que miembros del Ejército de un país latinoamericano estén vinculados con el narcotráfico, hasta el momento desconocemos la evidencia con la que cuenta Estados Unidos para lanzar una acusación así contra un jefe de Estado y colaboradores todavía en funciones. En el pasado solo hay un antecedente con estas características. En 1989 los Estados Unidos denunciaron a Manuel Antonio Noriega de pertenecer a una red de narcotráfico vinculada con el Cártel de Medellín. La acusación pavimentó el camino para una intervención militar que terminó en el derrocamiento de Noriega quien fue llevado a Miami para ser juzgado y condenado a 40 años de prisión.
El antecedente de Noriega y Panamá abre dos interrogantes para el futuro inmediato de Maduro y los otros militares venezolanos. Primero, es el doble rasero que utilizan los Estados Unidos respecto a lo relacionado con el narcotráfico. Desde el comienzo de su carrera a Noriega se le vinculó con la CIA, quien apoyó en todo lo que pudo su ascenso al poder. En un principio, el militar panameño estaba en la nómina de la CIA como informante sobre lo que ocurría con los países caribeños vecinos, especialmente con la Cuba castrista y el movimiento sandinista en Nicaragua.
A la muerte de Omar Torrijos, Noriega se convirtió en el hombre fuerte de Panamá y permaneció como un fiel colaborador de la CIA y los Estados Unidos, a pesar que para estos años ya habían sido reveladas sus actividades de tráfico de marihuana y cocaína. A los Estados Unidos no les importó esto en lo más mínimo, e hicieron de Panamá su base para la contrainsurgencia que se enviaba a El Salvador y Nicaragua. Eran los años del escándalo conocido como Irán-Contras, donde el financiamiento de la contra-nicaragüense provenía de tres fondos principalmente: la venta de armas a Irán, la CIA y el narcotráfico de los países latinoamericanos gestionado también por la CIA.
En Panamá con Noriega pasaba algo similar a lo que ocurrió en México con distintos hombres vinculados a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) como Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro y la estrecha conexión entre la DFS y el boom del Cártel de Guadalajara a principios de los ochenta. Noriega actualizaba la frase que con anterioridad había proferido Henry Kissinger en su calidad de Secretario de Estado sobre Anastasio Somoza “puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Hasta que ya no.
A la hipocresía y doble rasero con que actúa Estados Unidos en el tema del narcotráfico hay otra variable que hace una gran diferencia entre el caso de Noriega en 1989 y el de Maduro en 2020: Panamá siempre ha sido una nación pequeña y con recursos militares limitados a la vez que 1989 marcaba el ocaso de la Guerra Fría y la debilidad de una Unión Soviética próxima a su desintegración. China aun no despuntaba en el horizonte y menos tenía una participación activa en este continente por lo que para Estados Unidos era el comienzo de una hegemonía casi absoluta a nivel internacional. Era un mundo unipolar prácticamente, lo cual facilitaba muchas acciones como la intervención y derrocamiento de Noriega.
El mundo de hoy es distinto y Estados Unidos busca no salir tan mal parado de una pandemia que significará a la larga el cambio de estafeta en la hegemonía mundial con una China que saldrá mejor parada de esta crisis sanitaria y económica.
Así como Estados Unidos ha decidido mantener su programa de sanciones contra Irán en estos tiempos tan difíciles, en el caso de Venezuela ha doblado su apuesta para tratar de forzar la dimisión de Maduro, asunto que lleva más de un año en marcha desde las maniobras por imponer a Juan Guaidó como presidente pero que terminaron en un absoluto fracaso.
¿Está Maduro o alguno de sus hombres vinculado con el narcotráfico? Dada la historia de la cúpula militar en Venezuela desde hace treinta años yo no pondría mis manos al fuego por su inocencia. Pero está claro que la obsesión de Estados Unidos con el presidente venezolano se debe exclusivamente a que no tienen el control de ese país y de sus reservas petroleras. A diferencia de Noriega, Maduro no ha sido nunca un colaborador de la CIA y los Estados Unidos, y esto es lo que verdaderamente les incómoda.
¿Es posible que todo esto sea el preámbulo de una operación armada como lo que se dio en Panamá? Difícilmente. Venezuela, aunque está lejos de la capacidad militar de Estados Unidos, es un Estado que cuenta con una fuerza armada numerosa y tecnología militar respetable, aunque no sea de última generación. Y lo más importante, quizás, sea la relación de cooperación que ha cultivado en los años recientes con Rusia y China, dos actores internacionales de gran relevancia. Estados Unidos ya no es el único actor de peso internacional que tiene influencia en este continente. La geopolítica de hoy es muy distinta a la de 1989.
Y en un año, cuando baje la marea de la pandemia SARS-CoV-2 será todavía más distinta y menos favorable a los Estados Unidos. Por eso la prisa de estos movimientos en el tablero de ajedrez mundial.