Tierra Adentro

A estas alturas del siglo podría pensarse que leer revistas culturales es una costumbre de la antigüedad, una romántica tradición propia de almas sensibles, apegadas a la textura del papel y los efluvios de la tinta. Para qué querer una publicación impresa que sale cada tres meses, cuando tenemos combates de intelectuales en Twitter, un muro lleno de links y basuritas interesantes, el quiosco de iTunes, las aplicaciones de los principales medios informativos y, por si fuera poco, la mitad de los escritores conocidos son blogueros.

Pero para la mayoría de los lectores la importancia de las revistas culturales no está puesta a discusión: sabemos que son necesarias, en buena medida por el contrapeso que representan ante el vértigo y la inmediatez de la información que circula en la mediósfera. Por otra parte, el entusiasmo con que surgen nuevos proyectos (y que sucumbe tan fácilmente ante la falta de financiamiento o de distribución) es un signo de buena salud en el ámbito de las humanidades y su propuesta, perdurable o fugaz, siempre será un punto a favor en la inagotable tarea de generar reflexiones, propiciar diálogos, cuestionar ideas, definir identidades, subvertir, criticar, crear, en una palabra: pensar.

Ya se ha hablado mucho acerca de la “avalancha de información” y de la urgente necesidad de vehículos confiables que nos permitan surfear en ella: miradas editoriales que criben la calidad de lo que realmente nos interesa, halos que iluminen la sobresaturación de contenidos, lupas que nos permitan acercarnos a ellos, espacios armónicos en medio del ruido ensordecedor y muchas otras metáforas que señalan el hecho de que las editoriales, las revistas, los medios tradicionales son una herramienta necesaria para hacer llegar determinados contenidos a determinados lectores.

La tabla de surf sobre la cual hablaremos en estos párrafos es La palabra y el hombre, revista que desde hace cincuenta y seis años publica la Universidad Veracruzana, con la participación de verdaderos pesos pesados de las letras mexicanas. Si damos un vistazo a los índices de números antiguos veremos convivir los nombres de grandes autores con los que en ese momento no eran tan conocidos y ahora sí, y otros a quienes el tiempo no les hizo justicia. Encontraremos destacados académicos, profesores, investigadores de la Universidad Veracruzana y de otras universidades, así como personajes determinantes para el ámbito local xalapeño. La diversidad, la apertura, parecen ser las constantes que han regido desde sus inicios y hasta las ediciones más recientes. Y es que a diferencia de la mayoría de las revistas culturales de México, La palabra y el hombre nació como parte de un ambicioso proyecto humanista cuya historia no todo el mundo conoce.

Xalapa tiene fama de ser ciudad de escritores. Desde principios de siglo anterior los estridentistas encontrarían una buena acogida ahí. En 1927 Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide fundaron la revista Horizonte, y hasta se le llegaría a conocer a Xalapa con el apodo de Estridentópolis. Durante la primera mitad del siglo xx, con la consolidación del proyecto de nación posrevolucionario y la llegada de los exiliados españoles, el país vivió un gran revuelo intelectual que se vería reflejado en una intensa actividad académica por parte de las universidades. Las revistas y suplementos literarios representaron un papel crucial como “espacio privilegiado para el establecimiento de pautas de discusión y acción, y para el establecimiento y difusión de los cánones literarios, ideológicos y culturales”.[1] Entre las muchas publicaciones que nacieron en este periodo tenemos la revista Letras de México (1937), dirigida por Octavio G. Barreda con la participación de Alí Chumacero y José Luis Martínez; Taller (1938), de Octavio Paz, Efraín Huerta y Rafael Solana, y Cuadernos americanos (1942), de la UNAM, una de las pocas revistas que aún sigue vigente. En Guadalajara tenemos la revista Bandera de provincias (1929) de Agustín Yáñez y Tierra Nueva (1940). Fuera de la capital, la primera revista cultural universitaria —y durante mucho tiempo la más importante—, fue La palabra y el hombre (1957).

La Universidad Veracruzana, fundada en 1944, consolidó su perfil humanista con la participación de renombrados intelectuales como el escritor Sergio Galindo, quien llevaría la batuta de una intensa labor institucional junto con el filósofo Fernando Salmerón y el entonces rector Gonzalo Aguirre Beltrán. Muchos académicos de otras instituciones del país se incorporaron al proyecto aportando ideas o como parte de la plantilla docente: el ensayista y catedrático José Pascual Buxó, el arqueólogo Alfonso Medellín Zenil, el poeta y periodista Ramón Rodríguez, Dagoberto Guillaumin, quien fuera director de la Escuela de Teatro del INBA y fundador de la Escuela y la Compañía de Teatro de la UV. Participaron también el historiador Xavier Tavera Alfaro; Adolfo García Díaz, filósofo de la UNAM; el compositor y director de orquesta Luis Ximénez Caballero, entre muchos otros artistas, investigadores y maestros.

Como es natural, una labor así requería de un órgano de comunicación que diera a conocer las propuestas de todos estos intelectuales, y que al mismo tiempo sirviera como

escenario para dar a conocer las ideas de colaboradores de todo el mundo. Es así como nace la revista La palabra y el hombre, bajo la dirección de Sergio Galindo, quien a la par dirigió el ambicioso proyecto editorial de la UV que difundiría muchas de las obras que determinaron el rumbo de la literatura mexicana y latinoamericana, así como las traducciones que hicieron posible el acceso a literaturas de otras latitudes.

La propuesta concreta de la revista estuvo siempre bien definida: partir de las bases del trabajo universitario, dar lugar a todo tipo de opiniones libres sin otro criterio además de la calidad. “No se trata por tanto de una revista literaria en el sentido habitual, destinada a satisfacer una curiosidad simplemente estética […], sino de un repertorio abierto que pretende, con la mayor amplitud y universalidad, contribuir al desarrollo de la cultura”, escribió Fernando Salmerón en la declaratoria inaugural, y es esa la postura que la revista ha mantenido a lo largo de sus 211 números. Luego de Sergio Galindo se sucedieron en la dirección escritores de similar calado como César Rodríguez Chicharro, Sergio Pitol, Rosa María Phillips, Jaime Augusto Shelley, Juan Vicente Melo, Luis Arturo Ramos, Raúl Hernández Viveros, Guillermo Billar y Jorge Brash.

A lo largo de este prolongado tour de force, la revista ha atravesado por pruebas y desafíos de toda índole, desde cambios de administración y otras pesadillas burocráticas, hasta los trágicos acontecimientos del 68 que hicieron que dejara de publicarse durante dos años. En 1972, todavía bajo la tutela de Sergio Galindo, la revista logró reiniciar sus actividades, aunque el vuelo que recuperó iría menguando poco a poco. Durante las décadas de los ochenta y los noventa mantendría un perfil más o menos discreto, su difusión sería mayormente local y por momentos ceñida al ámbito universitario[2].

Sin embargo, al cumplir cincuenta años, La palabra y el hombre dio un giro radical. El comité editorial, bajo la dirección de la doctora Celia del Palacio, decidió dar inicio en 2007 a una tercera época en la que se replantearon los criterios editoriales, los objetivos de lectura, el diseño, la difusión y distribución. En palabras de Mario Muñoz, el actual director de la revista, “en el cambio de formato, diseño y estructura influyeron consideraciones de peso como ampliar el círculo de lectores, ofrecer espacios equitativos para la literatura, el arte, las ciencias sociales y la crítica de libros, mantener un equilibrio entre las ilustraciones y los textos”. Se reafirmaban así los parámetros de contenido propuestos en la declaratoria inaugural de Salmerón, obedeciendo no obstante a las nuevas necesidades que planteaba la sociedad de principios de milenio.

En la actualidad la revista se imprime a color, tamaño carta y en sus 88 páginas se reparten los textos de sus seis secciones: La palabra, que incluye artículos académicos, textos de creación, ensayos, entrevistas y poesía; Estado y sociedad, con acercamientos a realidades del contexto social, político y universitario de Xalapa o del país; Artes, un texto crítico; Dossier, donde se publican las imágenes de una propuesta plástica contemporánea además de su respectivo texto crítico; Entre libros, con reseñas de títulos diversos: de editoriales independientes, títulos que tengan algún factor de interés a destacar o publicaciones de la UV; y Miscelánea, donde se abordan con mayor brevedad temas diversos concernientes a humanidades, arte, literatura y cine. Los contenidos de la tercera etapa, desde el número 1 hasta el 20, se encuentran disponibles en www.uv.mx/lapalabrayelombre/, y en la lista de los pendientes más inmediatos por resolver se encuentra el mejoramiento de la presentación digital de los contenidos, a fin de hacerlos más accesibles a un mayor número de lectores.

Las revistas institucionales enfrentan desafíos distintos a los de las revistas puramente literarias, independientes, constantemente preocupadas por encontrar subsidios, becas o publicidad, que difícilmente consiguen ser autosuficientes —ya no digamos producir ganancias—, y que no obstante manifiestan un ímpetu arrollador, ideas originales, propuestas editoriales, literarias y visuales llenas de frescura. Por otro lado, las revistas institucionales no tienen sobre sí la presión de las publicaciones comerciales que deben apegarse a determinadas exigencias de mercado y a las tendencias de sus competidoras para ganar, más que lectores, publicidad, sin embargo, esas exigencias ajustan el estándar del lenguaje visual de los lectores, por lo que tampoco se debería dejar de lado.

Revistas como La palabra y el hombre —que, dicho sea de paso, son pocas—, han de ser verdaderas maratonistas. Deben sortear las aguas de la burocracia, encontrar un equilibrio entre las tendencias del mercado editorial y el ombliguismo en que suelen caer los círculos académicos. Deben proponer contenidos que se ajusten a sus parámetros de calidad y lidiar con los trabajos de investigación de más de veinte páginas con aparato crítico y un vocabulario que no entiende ni Derrida. Deben encontrar canales adecuados de distribución, llegar a todas las bibliotecas, y establecer intercambios y diálogos con revistas, universidades e instituciones de todo el mundo.

La lista de demandas es larga y los recursos, como siempre, son limitados. El equipo de trabajo de La palabra y el hombre ha hecho una labor digna de reconocimiento: desde el mismo rector Raúl Arias Lovillo, que durante su gestión apoyó a la revista para que gestionara su propio presupuesto de forma autónoma, pasando por el director editorial Agustín del Moral, Germán Martínez Aceves, Jesús Guerrero, los comités consultivos, los responsables de sección, hasta los responsables de la producción de cada número, Diana Sánchez, José Miguel Barajas, Gerardo Cruz González, entre muchos otros colaboradores, trabajan de forma entusiasta para que la revista salga puntualmente. La mayoría trabajan al mismo tiempo en la editorial, organizan cada año la Feria Internacional del Libro Universitario, llevan a cabo actividades académicas, son creadores o docentes, integran sus esfuerzos para mantener vigente y renovar el ambicioso proyecto humanista que se planteó hace más de cincuenta años. Un trabajo así merece que le prestemos atención y que sigamos de cerca su trayectoria.

 

 

Notas


[1] Crespo, Regina (coord.), Revistas en América Latina: Proyectos literarios, políticos y culturales, UNAM, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, México DF, 2010.


[2] Para información más detallada sobre la historia de la revista consultar: Medio siglo de labor editorial universitaria en Veracruz, coordinado por la doctora Celia del Palacio Montiel, editado por la Universidad Veracruzana en 2007.