Tierra Adentro
Susan Sontag. Foto: La Virreina Centre de la Imatge, Barcelona.

Illness is the night-side of life, a more onerous citizenship. Everyone who is born holds dual citizenship, in the kingdom of the well and in the kingdom of the sick. Although we all prefer to use only the good passport, sooner or later each of us is obliged, at least for a spell, to identify ourselves as citizens of that other place.

Susan Sontag, Illness as Metaphor

El paso por la clínica constituye un infierno personal, un enfrentamiento con las flaquezas del cuerpo y una remembranza constante de su vulnerabilidad ante la degradación. Sin embargo, el martirio de los hospitales y las casas de retiro nunca se limita a la humillación del tegumento: acumula, entre pasillos largos, un estigma que va más allá de la enfermedad misma. Se trata del lenguaje, herida abierta que supera toda clase de patología.

Susan Sontag nació en Nueva York el 16 de enero de 1933 y murió en la misma ciudad el 28 de diciembre de 2004. Desde entonces, su mito como una de las figuras intelectuales más profundas del siglo pasado solo se ha solidificado. Es posible que las condiciones de la enfermedad con la que se despidió del mundo hayan terminado de cerrar un diálogo que la filósofa y ensayista había emprendido durante buena parte de su carrera.

Llegada a su cuarta década de vida, en 1975, Sontag recibió un diagnóstico que incluso para nuestra época pareciera ser una sentencia ineludible de muerte: tenía cáncer de mama en etapa 4, una neoplasia avanzada que para entonces ya había colonizado el exterior de los senos y la mayoría de los ganglios linfáticos adyacentes. Cada uno de los doctores que se encargó de atenderla tuvo por sentencia común una supervivencia limitada, que no rebasaría los cinco años.

Nicole Stéphane, actriz y directora francesa que fue pareja de Sontag durante el diagnóstico, se aferró a buscar una alternativa al unánime pesimismo clínico con el que las habían recibido en todos los consultorios que visitaron. Gracias a ella fue que el oncólogo Lucien Israel se comprometió a acompañar el caso, dando una alternativa a la mera capitulación ante el cáncer. Sontag sobrevivió por más de treinta años debido a su determinación de atravesar por un tratamiento radical en el que se combinó quimioterapia, mastectomía e inmunoterapia. 

Quienes la acompañaron durante las noches en el hospital pudieron atestiguar que el enfrentamiento traumático con el cáncer nunca bastó para mermar la profundidad de su pensamiento ni las bondades de su humor. Algunas veces la encontraban leyendo o la acompañaban a escuchar música y, otras, la veían escribir. De esa tenacidad, ese esfuerzo inclaudicable por entender la intersección entre el cáncer y el lenguaje alrededor de él, nació un proyecto provocador con el que se propuso desafiar la mistificación del malestar físico y retar las narrativas sobre el sufrimiento: Illness as Metaphor.

Tras su recuperación, Sontag vio modificada para siempre su relación con la mortalidad. Los años posteriores conformaron un eco de supervivencia que sirvió para nutrir y revitalizar el resto de su trabajo. En una entrevista de 1978 para The New York Times, a propósito del paso del cáncer, dijo:

Ha añadido una feroz intensidad a mi vida, y eso ha sido placentero… Es fantástico saber que vas a morir; realmente hace que tener prioridades y tratar de seguirlas sea una experiencia muy real para ti.

En Illness as Metaphor, Sontag decidió atacar las construcciones fantasiosas con las que las sociedades, históricamente, habían procurado entender al enfermo y la enfermedad. Su primer estudio caso de fue la tuberculosis, afección bacteriana que durante mucho tiempo se asumió como un malestar propio de la gente sensible, proclive a la actividad artística. Extendiendo el análisis al cáncer, Sontag buscó dejar claro el daño que provocaba a los pacientes referir su patología como una suerte de batalla, resultado de emociones reprimidas o de falta de fuerza de voluntad. Más tarde, en AIDS and Its Metaphors, replicó este mismo enfoque para denunciar la negligencia médica y civil ante los pacientes de SIDA, estigmatizados con una supuesta falla moral derivada de la homosexualidad. Ella tuvo claro que el pensamiento metafórico, al menos dentro del perímetro clínico, no hace más que obstruir la comprensión de las enfermedades, así como aumentar de forma innecesaria el sufrimiento de quienes las padecen.

A los 71 años, por efecto de la progresión de su síndrome mielodisplásico, Sontag desarrolló un nuevo tipo de cáncer, la leucemia mielógena aguda. Según lo relata su hijo, los últimos días estuvieron atravesados por el sufrimiento de una enfermedad cuyo pronóstico mortífero, esta vez, no sería posible derrotar. Y sin embargo ella asimiló el proceso del último cáncer con la misma determinación que el primero: a través de un enfrentamiento horizontal, libre del velo de los trucos del lenguaje. Pasados veinte años desde su muerte, el suyo es el caso de integridad intelectual más impresionante de la historia moderna: una encarnación de las ideas que defendió hasta que las fuerzas de su cuerpo se lo permitieron.