Tierra Adentro

El Dr. Thomson Dobb era un psiquiatra inglés, sádico, que había terminando por dedicarse a ser «productor de teatro». Y por teatro se refería a un espectáculo presentado por personas que formaban parte de la compañía Freak. En la función aparecían personajes que tenían alguna anomalía congénita, pero también aquellos que eran producto de la invención del Dr. Thomson. La mujer barbada, por ejemplo, en realidad usaba una piel de llama que habían ajustado a su medida. El Dr. Thomson también formaba parte del show, presentándose como el profesor Karl von Heidengger, un nazi que había sido maldecido por un sacerdote dotándolo con cuerpo de reptil. La compañía también contaba con Josué, un malformado a quien habían comprado a la edad de seis años y que exhibía como un sacristán jorobado. Éste, según la historia inventada que narraban a su entrada, había sido un plebeyo florentino encargado de cuidar el manto sagrado que fue castigado por el señor de los cielos al atreverse a usar la capa sacra. La presentación de Josué consistía en mostrar al monstruo jorobado y azotarlo con un látigo frente al público haciendo que le explotaran los papilomas que tenía en la espalda. El objetivo del Dr. Dobb era innovar el espectáculo sin necesidad de reproducir el estilo de Mr. Barnum. Esta historia ficticia pertenece a un cuento presentado en Freak y otros tormentos, un libro del cuentista y traductor mexicano Adolfo Vergara Trujillo.

Los circos de freaks y el señor P.T Barnum realmente existieron y aún existen. Actualmente las ferias mexicanas cuentan con pequeñas carpas que ofrecen un show de freaks en el que presentan a individuos deformes, tal como lo hacía Barnum hace más de un siglo. Este empresario circense logró su mayor fama cuando en 1871 fundó el circo ambulante P.T. Barnum’s Grand Traveling Museum, Menagerie, Caravan & Hippodrome, mismo que a finales del siglo XIX se convertiría en el Barnum and Bailey Circus, hasta llegar a ser el Ringling Bros. and Barnum & Bailey Circus a principios del siglo XX. Durante la época del Barnum and Bailey Circus —sobre todo después de la apertura de su estudio en 1879— el fotógrafo alemán Charles Eisenmann llegó a hacer retratos de los artistas de este circo, así como de otras personas que se dedicaban al teatro, artistas callejeros, freaks, cantantes, inmigrantes y vendedores.[1] Personajes como los del cuento de Vergara eran los que iban a retratarse al estudio de Eisenmann. En sus fotografías aparecen enanos y personas deformes, es decir, individuos que transgreden la forma natural del cuerpo humano: los llamados monstruos. Tal vez uno de los retratos más conocidos de Eisenmann es aquel en el que aparece «Jo Jo el niño ruso con cara de perro» que era presentado en su circo. El nombre real de este niño era Theodor Jeftichew y padecía de hypertrichosis lanuginosa. Entre las fotografías de Eisenmann también se puede encontrar una vaca con dos cabezas, así como el retrato de una mujer con cuatro piernas.

Para 1880 Eisenmann retrató a Waino y Plutanor, a quienes presentaban en el circo de Barnum como «los hombres salvajes del Borneo». Se trataba de dos hombres que violaban el orden de la naturaleza al ser de muy baja estatura, sin ser precisamente enanos, pero que además transgredían el orden social al tratarse de personas con un leve retraso mental.[2] Michel Foucault definió al monstruo humano como aquel ser que viola las leyes de la sociedad y al mismo tiempo las leyes de la naturaleza.[3] El monstruo, menciona Foucault, al cometer una infracción no suscita la respuesta de la ley, sino la respuesta de los médicos o de la piedad, pues el monstruo no es la «forma natural de la contranaturaleza», sino que también es un individuo desviado.[4] El siglo XIX fue el siglo de la normalización a través del surgimiento de nuevos métodos de castigo. Se inició la clasificación de los anormales y se hizo una diferenciación entre el criminal y el enfermo mental. La prisión como lugar de castigo se reforzó durante este periodo, al mismo tiempo que aparecían lugares de tratamiento para el loco: el manicomio.[5] A pesar de que cada sociedad define los parámetros de la normalidad, la categoría de lo anormal depende siempre de una relación de poderes.[6] Y en este sentido es que las formas de normalización son aplicadas por los distintos aparatos de poder mediados por la psiquiatría y la jurisprudencia.

El retrato había dominado durante el siglo XIX, sobre todo porque era a través de él que una burguesía incipiente se reafirmaba como clase. La imagen cobró importancia y la fotografía fue el medio del que los individuos se servían para identificarse a sí mismos sobre los otros. Pero los estudios no sólo fueron visitados por burgueses y aristócratas, sino también por diferentes actores sociales, como queda claro con el caso de la firma Eisenmann en Estados Unidos, o la firma de Cruces y Campa en México.[7] Así pues, los personajes marginales no quedaron excluidos de la práctica fotográfica del siglo XIX. Eisenmann retrató a los freaks del circo de Barnum siguiendo convenciones propias del retrato de su época: usando un atrezzo propio para cada individuo, colocando mesas, sillas o columnas, y haciendo que el sujeto posara frente a la cámara.

Durante el siglo XIX la figura del anormal (típicamente asociado al loco y a la monstruosidad del deforme), cobró fuerza, sobre todo por la imperante necesidad de controlarlo y contenerlo a través de instancias médico-judiciales.[8] Al mismo tiempo que estas instituciones castigan a anormales y criminales, el circo aparece como un nuevo lugar en el que la anormalidad tiene cabida. A diferencia de las cárceles y los manicomios, los circos de freaks como el de Barnum presentaban a los anormales o monstruos ante el público como «grandes maravillas» o como seres extraordinarios.

Los espectadores decimonónicos, menciona Lorena Gómez Mostajo, que habían sido testigos de la revolución industrial y del crecimiento urbano, se divertían con los últimos vestigios de una época más lejana a la Edad Media: los monstruos.[9] Sin duda, el freak comienza a ser un producto del espectáculo circense por tratarse de un anormal,[10] un monstruo en apariencia física y mental.

Sin embargo, la monstruosidad y la anomalía han sido temas igualmente recurrentes en la fotografía tanto del siglo XIX como del siglo XX. La prueba está en el trabajo de los estadounidenses Diane Arbus y Peter Witkin, quienes realizaron gran parte de su obra en Nueva York. Ambos retrataron personas y situaciones que transgredían el orden social y natural. En su trabajo manifestaban lo grotesco, término que actualmente es usado para expresar anormalidades físicas e incluso las «conductas humanas inapropiadas».[11] Enanos, transexuales, siameses, gigantes, cadáveres, escenas de zoofilia y prácticas sadomasoquistas fueron el tema de estos fotógrafos.

La fotografía de monstruos de finales del siglo XIX muestra a un grupo exclusivo de personas dedicadas a la vida circense, pero al mismo tiempo muestra una ruptura en las concepciones que hay en torno a la belleza y al cuerpo.


[1]Lorena Gómez Mostajo, «Charles Eisenmann y los monstruos victorianos» en Luna Córnea, no. 30, pág. 83.

[2]Ibid.

[3]Michel Foucault, Los anormales, pág. 61.
[4]Ibid., pág. 62.
[5]La inauguración del Manicomio General de La Castañeda en 1910 en la Ciudad de México es un gran ejemplo de ello.
[6]Andrea Cuaterolo, Fotografía y teratología en América Latina. Una aproximación a la imagen del monstruo en la retratística de estudio del siglo XIX, en Contracorriente, 2009, pág. 120.
[7]Cruces y Campa realizaron fotografías de tipos populares o tipos de mercado, así como también realizaron retratos de prostitutas a mediados del siglo XIX.
[8]Michel Foucault, Op. Cit., pág. 49.
[9] Lorena Gómez Mostajo, Op. Cit., pág. 84.
[10]Ibid.
[11] A. D. Coleman, Lo grotesco en la fotografía, Luna Córnea, no. 30, pág. 140.