La forma del agua y el romance con el terror
Guillermo Del Toro se ha convertido en uno de los directores más afamados del cine actual. Ha sido reconocido por innovar en los filmes de fantasía oscura con historias de drama en las que fantasmas, monstruos y humanos atormentados por sus pasiones son protagonistas habituales.
Aunque su reputación como gran cineasta en el género fantástico está consolidada, también ha demostrado ser un acérrimo fanático del romance. Su duodécimo largometraje, La Forma del Agua (2017), logró un impresionante éxito global con más de 90 premios internacionales, entre ellos un Globo de Oro y dos Premios Óscar a Mejor Director y Mejor Película.
La historia que consiguió tantos galardones ha sido considerada una de sus obras de mayor madurez, según el propio director. Al igual que en otras de sus películas, la trama gira alrededor de una criatura fantástica; pero en esta ocasión, el vínculo con el terror es más claro. Elisa, una conserje muda de un centro de investigación militar en Estados Unidos, se enamora de un monstruo.
Esta improbabilidad inspiró a Del Toro para retratar los diversos rostros de lo humano a través de sus criaturas. El testimonio del romance se transformó en una manera de acceder a la otredad y mostrar cómo dos amantes, marginados en un sistema inhumano, defendieron sus identidades motivados por palabras de valentía: “Si no hacemos nada, no somos nada”, declaró la mujer en lenguaje de señas. Con una historia de tales proporciones, el director desbordó su amor por los monstruos que ha declarado a lo largo de su carrera.
El inicio del romance con los monstruos
Guillermo Del Toro tiene una prolífica trayectoria como cineasta con tres Premios Óscar y seis Ariel, entre los más destacados. Los monstruos han sido aliados del director para contar historias en la pantalla grande, quienes lo han acompañado desde su infancia. En esa etapa de su vida, esas criaturas fueron capaces de ofrecer un sentido de pertenencia y aceptación frente al rechazo. En su libro, En casa con mis monstruos (2019), Del Toro reconoce que junto a sus amigos atemorizantes accedió a un lugar donde lo anormal se celebra.
Nacido el 9 de octubre de 1964 en Guadalajara, Guillermo Del Toro Gómez creció en un entorno marcado por valores conservadores y una fuerte influencia del catolicismo. De acuerdo con un artículo publicado en Nexos, su abuela intentó inculcarle las doctrinas de su fe con métodos extremos que incluyeron colocar chapas en las suelas de sus zapatos para infligir dolor en su camino a la escuela. Esta niñez, sometida a rigores y represiones, condujo a Del Toro a encontrar consuelo en los cómics, películas y libros sobre criaturas extrañas. El refugio también se convirtió en una fuente de inspiración y un símbolo de valentía frente a las adversidades de su entorno.
Entre las numerosas anécdotas compartidas por el cineasta, una sobresale: el recuerdo de una noche en su cama, rodeado por dedos verdes emergentes del suelo que impedían su paso hacia el baño. Este momento de terror infantil culminó en un pacto imaginario con los monstruos: el pequeño prometió su amistad eterna a cambio de poder llevar a cabo sus necesidades sin miedo.
Las vivencias de Guillermo del Toro en su infancia y la manera en que los monstruos contribuyeron a su desarrollo creativo y emocional muestran la complejidad de la mente de uno de los cineastas más innovadores del siglo XXI. Su habilidad para transformar experiencias dolorosas y aterradoras en obras de arte que cautivan e inspiran a audiencias globales, reside en la exploración de las bondades y horrores que habitan en el ser humano a través de los monstruos.
A lo largo de su vida, el cineasta ha dirigido 14 películas las cuales, en una entrevista para El Universal declaró que las considera “pura biografía”. Las películas que forman su filmografía son, en palabras del director, un recordatorio de su desempeño como padre, hermano o tío. El tiempo que dedicó a sus obras lo alejó de su vida personal, en la cual se admite ausente.
El romance con los monstruos exigió años para sostenerlo y, de alguna forma, Del Toro saldó su deuda con ellos al quedarse por siempre en aquel lugar donde lo anormal se celebra. La distancia que guardó con su propia vida personal permitió al director observar las emociones que habitan dentro del ser humano. A falta de un mejor modelo para representarlas, eligió a sus amigos de antaño.
Los monstruos son un reflejo de lo humano
De la misma forma en que inicia cualquier romance, los primeros encuentros son cruciales en las películas del cineasta. “De la vista nace el amor”, y Del Toro reivindica este axioma en la atmósfera cuando los protagonistas humanos y sus monstruos establecen una conexión al mirarse a los ojos por primera vez.
En sus filmes, el director enfrenta a los humanos ante las criaturas para provocar una irrupción en la realidad desde el inicio de la historia. Sin embargo, a medida que avanza la narrativa, el primer encuentro expone sus verdaderas intenciones. Se trata de un reflejo de lo que habita en los personajes principales.
Los momentos que muestran lo anterior son parte de la cultura popular: una niña encuentra en lo profundo de un bosque a un fauno, criatura que solo puede ser vista por quienes aún conservan inocencia entre el horror de la guerra civil española.
También está la protagonizada por una mujer muda que, al colocar su mano en el tanque donde esclavizaron al monstruo de la laguna, encuentra el valor para exigir visibilidad y luchar por la gentileza que el sistema militar de EE.UU. intenta arrebatar de su ser.
Del Toro entiende que solo algunos de sus personajes podrán tener afinidad con los monstruos. Los pocos humanos elegidos comparten una sed por averiguar quiénes son, aunque al enfrentarse a la verdad haya dolor. Un ejemplo claro lo ofrece la cinta, El Orfanato (2007), en la cual una huérfana y madre conocen a un niño fantasma con una máscara espeluznante que habría de revelar un infanticidio.
Los protagonistas que logran establecer un vínculo con estas criaturas también intentaban encontrar una forma más amable de habitar un mundo lleno de horrores, estaban en búsqueda de conservar su identidad. Al conocer a un monstruo, ellos se encuentran a sí mismos a través de los ojos del otro.
Un punto de encuentro entre los protagonistas de los filmes y los monstruos es la realidad que habitan. Son seres incapaces de adaptarse a sus contextos. Ofelia de El Laberinto del Fauno (2006) era lo opuesto a una joven franquista, aunque haya vivido entre militares del régimen.
En el caso de Pinocchio, adaptación del director estrenada en 2022, la marioneta viviente deseaba complacer las exigencias absurdas de Geppetto para que el hombre lo considerara un buen hijo y digno reemplazo del pequeño que perdió, pero jamás lo logró pese al amor que sentía hacia él. Incluso va más allá y escapa de los límites de la humanidad al volver de la muerte en repetidas ocasiones.
Elisa, protagonista de La Forma del Agua (2017), se negó a seguir la cotidianidad que la mantenía sumisa debido a su género y la discapacidad del habla con la que vivía. En ese contexto, la violencia era el único poder ejercido sobre los ciudadanos, quienes debían abandonar su humanidad si así lo exigía el país. La mujer decidió rebelarse cuando eligió amar a una criatura perseguida por el ejército estadounidense para usar sus habilidades en la carrera espacial de la Guerra Fría.
Estos personajes comparten un rasgo en común: son marginados por un sistema intolerante a las divergencias. Vivían en los márgenes de la sociedad, donde pasaban por minorías, o en el mejor de los casos, eran invisibilizados. Las criaturas en los filmes también representan de forma simbólica cómo eran tratados los protagonistas, pues son aborrecidos y odiados por los villanos de las obras.
A través de los monstruos, Del Toro explora la otredad rechazada, aquello que incomoda a lo hegemónico y suele ser temido en sociedades intolerantes. Una vez más, los aliados para representar a las divergencias, a los otros, son estas abominaciones y sus amantes humanos.
Cuando estas criaturas inspiran terror a los demás, acceden a un lugar donde también viven los personajes que merodean en las sombras. El atemorizar se vuelve una promesa de amor para llegar a ellos. Así, el terror termina hasta que los amantes se encuentran.
Del Toro inspira miedo con una versión monstruosa del amor
El cineasta tiende a ir en dirección contraria al resto de las películas de terror con sus monstruos, que a menudo son un problema del cual los humanos se deshacen con lujo de violencia. En lugar de deshumanizar a las criaturas, examina las similitudes con la humanidad que demuestran en sus actos. Es un diálogo en el cual se exponen los claroscuros de los humanos.
El hombre anfibio en La Forma del Agua (2017), es entrañable por su capacidad para comunicarse con Elisa. Un ser con tal complejidad también infringe brutalidad al militar antagonista en la cinta, Strickland, a quien amputó dos dedos en sus primeros encuentros y eventualmente asesinó porque acabó con la mujer. La criatura se transformó en ser ominoso al exteriorizar el horror que subyace en el agente.
El comportamiento inhumano de las criaturas sólo surge ante quienes están motivados por la maldad. Como haría un animal, los seres del cineasta olfatean el horror en los humanos. Los depredan. Strickland era un hombre que cumplía con lo anterior y con varios estereotipos del monstruo: olía a podredumbre debido al injerto de sus dedos amputados; tenía un efecto intimidante en las personas; quería dominar el cuerpo de Elisa y torturaba a sus víctimas por placer.
Los monstruos en el imaginario del director delatan la corrupción de los personajes. Incluso los fantasmas en otros filmes del cineasta lucen espeluznantes por las muertes violentas que sufrieron a manos de los villanos. Una verdad que intentan gritar con dolor. Esto sucede en El Espinazo del Diablo (2001) y La Cumbre Escarlata (2015), cintas en las que cada antagonista se admite corrompido y cruel.
A menudo, son los villanos quienes reciben el designio de monstruos porque son despiadados para lograr sus objetivos. En El Espinazo del Diablo (2001), el antagonista robó oro motivado por la codicia, una consecuencia de la falta de cariño y empatía que sufrió desde niño en el orfanato español donde creció. Lucille Sharpe, de La Cumbre Escarlata (2015), retenía a su hermano y amante porque necesitaba sentirse amada al provenir de un hogar repleto de abusos maternales y abandono que la consumieron cuando era niña.
Las crueldades que cometen, pese a su naturaleza terrible, se desprenden de las experiencias que los personajes hayan tenido con el amor. Una explicación que Lucille confesó: “El horror fue por amor”. La mujer asesinaba a las esposas de su hermano con violencia porque lo entendía como un acto de lealtad y así demostraba qué era capaz de hacer por él. Convirtió el sadismo en una declaración de amor.
Estas dinámicas conforman matices de la maldad. Algunos personajes experimentan de forma pasional lo malévolo. Lo anterior sucede con Strickland también, a causa de su odio a la otredad, que transformó en herramienta ideológica a la cual dedicaba su vida con fervor.
El hombre era un amante del régimen ultraconservador en Estados Unidos durante la Guerra Fría, fanático del poder hegemónico de su país, la violencia estatal y, por supuesto, un cazador que extermina con pasión a cualquier ser diferente a él.
Strickland estaba enamorado de la hegemonía militar que ostentaba, una que deseaba imponer en sus enemigos. El poder que poseía el hombre anfibio atemorizó al agente porque fue incapaz de entenderlo. La capacidad para comprender emociones humanas que tenía la criatura encendió en el antagonista un odio desmedido. Reconoció al monstruo como su némesis, o en sus palabras: “Una afrenta”.
La principal diferencia entre el monstruo y el agente fue que el hombre intentó destruir lo que la criatura aprendió a amar, pero de forma inesperada, la amenaza causó que Elisa y su amante anfibio lucharan por su libertad contra un sistema diseñado para destruirlos. El odio de Strickland hizo que un par de marginados defendieran su identidad con valor. De esa manera, el militar reafirmó algo inolvidable en ambos: si la valentía es una consecuencia del miedo, también lo es del amor.

Referencias
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Chargoy, René, “La monstruosidad en la literatura mexicana, metáfora de los límites”, en Gaceta UNAM, “Sección cultura”, https://www.gaceta.unam.mx/la-monstruosidad-en-la-literatura-mexicana-metafora-de-los-limites/#:~:text=Los%20monstruos%20creados%20son%20personajes,el%20de%20nuestras%20culturas%20originarias, 18 de octubre 2021.
Cuéllar Barona Margarita, “La figura del monstruo en el cine de terror”, Revista CS [en línea]. 2008, (2), 227-246 [fecha de Consulta 6 de marzo de 2024]. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=476348366007
Sánchez, Fernando, “Los monstruos de Guillermo: Cine y Filosofía”, en Filosofía en la Red, “Sección autores invitados”, https://filosofiaenlared.com/2023/06/los-monstruos-de-guillermo-cine-horror-y-filosofia/, 22 de junio 2023.
Székely, Mario P., “Guillermo del Toro: mis películas son pura biografía”, en El Universal, “Sección Espectáculos”, https://www.eluniversal.com.mx/espectaculos/guillermo-del-toro-mis-peliculas-son-pura-biografia/, 10 de octubre 2023.