Tierra Adentro
Portada de “La mítika mákina de karaoke” de Juan Pablo Ramos. Tierra Adentro.

El protagonista de La mítika mákina de karaoke (2022) de Juan Pablo Ramos encarna a la perfección aquello que decía Carlos Monsiváis sobre la cursilería, como un anacronismo que se enorgullece de serlo. Desde las primeras líneas de la novela, Pablos se declara fan de las grandes divas del pop mexicano y de otras curiosidades artísticas como Gianluca Grignani, Aleks Syntek y hasta del mismísimo José José.

Sus gustos anacrónicos y su carácter mezquino no encajan del todo en el mundo “kuir descontruida voguera” de la nueva jotería que el libro retrata. Pero el protagonista está dispuesto a correr el riesgo de aferrarse a las cursilerías del pasado, mientras se pasa el tiempo en aspirar a ser un escritor que no escribe y que además, busca el amor verdadero en Grindr sin mucho éxito. Es por ello que La mítika mákina de karaoke se presenta a sí misma como una “telenovela hormonal estilo Muchachitas” que acaba siendo “un cuento de hadas chairo y joto” cuando Pablos termina su relación con Dieguito, quedándose solo sin ningún rumbo en la vida.

La novela es una especie de homenaje a Luis Zapata y a las estéticas de lo cursi que han sido los pilares de la cultura de la jotería en México. Juan Pablo Ramos utiliza los códigos del pop y de televisa como artilugios para tolerar la vida (así como lo hace Zapata con el cine de oro en Melodrama) y para reinscribir y repensar la disidencia sexual en el imaginario popular mexicano post-NAFTA. Si El vampiro de la colonia Roma y la escritura de José Joaquín Blanco dan testimonio de una época, en la que el sistema neoliberal comienza a apropiarse de la lucha ideológica y de la identidad homosexual, advirtiéndonos sobre el riesgo que esto conlleva, en La mítika mákina de karaoke, este proceso culminó hace varias décadas y sólo permea la desilusión por las fallidas promesas políticas del deseo otro.

Pero el riesgo de matar la utopía, que una vez prometió la disidencia sexual,  es volver a reinscribir al sujeto no heterosexual en una dinámica opresiva, donde se le niega sistemáticamente la posibilidad de un futuro y su vida se reduce a los momentos homofóbicos sufridos: el abandono del padre, la primera golpiza, los efectos y afectos del VIH, etc. Por ello, Juan Pablo Ramos echa mano de la cursilería para imaginar otro tipo de utopía, una mucho más cotidiana y tan básica que quizá pueda pasar desapercibida y sobrevivir a la cooptación del sistema un día más.

La investigadora Lidia Santos en Tropical Kitsch identifica lo cursi como una estética que se recicla de manera productiva en la literatura latinoamericana para escribir sobre subjetividades marginalizadas por la modernidad y develar así sus contradicciones. En este caso, Pablos se describe así mismo como alguien muy básico que no compra ropa de paca ni va a raves en Tepito y La purísima lo abruma. No le interesan los tríos ni el amor libre ni los tacones. Le gustan los libros picarescos medievales y La Congelada de Uva porque se caga en la calle igual que en su novela favorita El Buscón de Quevedo. Pero sobre todo, le gusta Agujetas de color de rosa, cantar Azúcar amargo y todo lo cursi del pop noventero.

Por eso se enamora de Dieguito, un muchacho que vive en Parres el Guarda—un lugar lleno de sembradíos y borreguitos—que además es catequista, cursi y le regala plantitas en maceta como símbolo de su amor (y discos de Fey). Pero la relación comienza a tambalear cuando el viejo amor romántico cae en sus propias trampas: los celos, las infidelidades, la falta de confianza. Además, Pablos descubre que Dieguito no es ningún santo: es partidario del amor libre, le gustan los tríos y el fisting. La relación acaba con violencia física y emocional sugiriendo que da igual ser anacrónico o kuir/cuir/queer moderno deconstruido porque las estructuras heteropatriarcales siguen rigiendo la vida de los personajes de La mítika mákina de karaoke. Sin embargo, y parafraseando a Pablos, me pregunto si de verdad ese es el final definitivo de la utopía imaginada por la disidencia sexual. ¿De verdad ya no hay futuro?

Vuelvo a Monsiváis, quien nos advierte que lo cursi no es la elegancia fallida sino la disponible. En este caso, lo cursi y el humor previenen que el lector haga lecturas moralistas y se vea forzado a escoger entre team Pablos versus team Dieguito. También funciona para descentralizar la violencia homofóbica y patriarcal como el hilo conductor de las vidas de personajes no heterosexuales. O bien, para hablar de la vida sexual sin restricciones previniendo que la caca y otros fetiches se vuelvan simples expresiones obscenas.

La función de la cursilería en La mítika máquina es la de señalar la utopía disponible que si bien ya no es la de “Ojos que da pánico soñar” sigue estando presente en lo cotidiano como dice José Esteban Muñoz en Cruising Utopia. Pero si para Muñoz el potencial político de la cotidianidad está en un rave o en el arte de museo—cosa que termina por evidenciar una vez más la colonialidad de lo queer y su relación con el privilegio—para Pablos la utopía está en la contradicción del día a día, es decir, en la suspensión de la esperanza para tener la chance de un nuevo día, como dirían Sara Ahmed y Gloria Trevi.

La admiración de Pablos por La Congelada de Uva es un buen ejemplo de esta contradicción: una artista que logra hacer de lo viejo algo nuevo y que además devela las contracciones del sistema después de hacer de la mierda un performance. Al reciclar los viejos debates de la disidencia sexual al compás de Lucha de gigantes, al develar las contradicciones de la modernidad kuir/cuir/queer, La mítika máquina de karaoke subraya que la utopía disponible, en todo caso, es saber que “solo mañana, si hay mañana, lo sabré. ¡Mañana!”, ya que son los momentos en que la contradicción es tan fuerte que no queda otra cosa que esperar un mañana.