Tierra Adentro

Titulo: La primera vez que vi un fantasma

Autor: Solange Rodríguez Pappe

Editorial: Candaya

Lugar y Año: 2018

 

—¿Qué es un fantasma?

—Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez,
un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún,
un sentimiento, suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa,
como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo.

Diálogo de El espinazo del diablo

 

 

Conocí a la escritora Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976) gracias a una cita de su libro La primera vez que vi un fantasma (Candaya, 2018), que obró en mí a manera de hechizo: “Los monstruos, cuando nos encontramos, jamás volvemos a estar solos”. Poco después, el escritor Roberto Wong habló en su podcast (episodio “Tsunami: nueva literatura escrita por mujeres”) sobre el cuento de Solange titulado “Matadora”, publicado en dicho libro.

En diciembre de 2019 tuve la fortuna de coincidir con ella en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, pues ambas fuimos invitadas para distintas actividades. Finalmente, adquirí su libro en el stand de la editorial independiente Candaya, en el área internacional de la feria. Solange formó parte del Encuentro Internacional de Cuentistas, coordinado por Alberto Chimal. En el cuadernillo digital que reúne pensamiento y obra de los ocho narradores internacionales invitados, se publicó su relato “El mundo estará ahí afuera”, acompañado de un texto íntimo sobre la enfermedad y la muerte.

Esta catedrática y tallerista ecuatoriana es además una autora muy prolífica: ha publicado los libros de cuentos Tinta sangre (2000), Dracofilia (2005), El lugar de las apariciones (2007), Balas perdidas (Premio Joaquín Gallegos Lara 2010), La bondad de los extraños (2014) y Levitaciones (2017).

La primera vez que vi un fantasma recibió mención honorífica del Premio Joaquín Gallegos Lara 2019 y fue publicado por una editorial catalana. Está conformado por quince narraciones acogidas bajo el epígrafe “Toda historia de amor es una historia de fantasmas”, mismas que exhiben lo inhóspito del mundo y de nuestros propios cuerpos, y cuyas temáticas están relacionadas con la pérdida, diferentes catástrofes, fugas, excursiones, venganzas, ingesta de alimentos, separaciones, lo onírico y la mentira, así como abandonos y agresiones que van desde violencias sutiles hasta homicidios y crímenes de odio.

Los personajes que habitan estas páginas, en su mayoría femeninos, experimentan cierta desazón —que va de lo abrumador a lo meramente incómodo— hacia su realidad, donde, tarde o temprano, la irrupción de un elemento sobrenatural o extraño se abrirá paso a través de una grieta imperceptible. Dicho elemento suele ser un fantasma, entes que ansían ser vistos, reconocidos, y que están más presentes de lo que nos gusta suponer: “todas las ciudades están construidas sobre huesos y cementerios, así que, de cada cinco habitantes, uno es un fantasma”, nos dice Solange. Estos visitantes, obligados a permanecer ocultos en nuestro mundo a falta de un reino propio, son espectros de lo que alguna vez fue, presencias mudas, escondidas en resquicios a la espera del momento adecuado para mostrarse. Lo que hace Solange es mostrar precisamente dichos resquicios o fisuras para que el lector identifique aquello que se logra colar hasta su vista.

La narrativa de Solange es un acto de magia, hechizo de la palabra con el que crea atmósferas densas, espacios en su mayoría cerrados y escenarios nocturnos. Metaficción, vueltas de tuerca y finales abiertos operan tanto en sus minificciones como en los relatos extensos. Gracias a los mecanismos de la ciencia ficción y lo fantástico, la autora logra que lo insólito y lo peculiar se vuelva palpable, reconocible.

Dentro de estas historias inquietantes con tintes siniestros e incluso espeluznantes en las que las advertencias convertidas en amenazas abundan, Solange enfocó su mirada en lo inusual: recreó instantáneas únicas, imágenes de situaciones excepcionales que nos presenta en un álbum con una portada melancólica en tonos fríos, fotografía de Patrick Tomasso en la que podemos advertir un ente de pie, cubierto por una sábana blanca y rodeado por el abandono.

El álbum fotográfico inicia con “A tiempo para desayunar”, la instantánea de un hombre enfrascado en su recuerdo de un solo y traumático hecho —un accidente automovilístico en el que su padre arrolló a una persona—, mismo que se altera conforme lo evoca una y otra vez, convirtiéndose en una pesadilla recurrente en la que él mismo cambia de papel: lo mismo es la víctima que el victimario o un testigo. El protagonista está instalado en un hotel en el que todos asisten a un desayuno perpetuo y reconstruyen algún recuerdo fundamental en un presente laberíntico en el que, a fuerza de mutismo, incluso el lenguaje se desvanece.

La segunda fotografía se titula “Paladar”, e inicia con un epígrafe muy atinado de Patricia Esteban Erlés cuyas primeras palabras son: “El amor es una suerte de canibalismo”. Éste es el retrato de una pareja distanciada que basa su relación en la ingesta de comida y que recorre Lima a través de un turismo gastronómico que inicia con los olores infectos y colores llamativos de un mercado latino. Su relación está construida en torno a una alimentación excéntrica: ranas crudas como ingrediente principal de un licuado y gusanos y saltamontes para otros platillos. Gran parte de la historia transcurre entre las calles de la ciudad. La pareja está alojada en un hotel famoso por sus espectros, en el que la protagonista (quien se recupera de una mastectomía) no siente temor porque ella misma se aterroriza y sufre un dolor constante que, más que estar en su cuerpo, está en su memoria. Durante una madrugada, los colores atractivos de la ciudad ejercen su poder y ella decide salir mientras su esposo permanece inconsciente en la profundidad del sueño. En la soledad de las calles conoce a Lorenzo, un fotógrafo que aprovecha el lugar desierto para lograr tomas de ese “lado b” nocturno de la urbe. Tras acompañarse unas horas y terminar en un restaurante de pollo frito, ella regresa al hotel. En La primera vez…, Solange imita a Lorenzo: capta de forma certera hechos o situaciones alternas a nuestra realidad.

“Un hombre en mi cama” anuncia un futuro cercano: inicia con la descripción de una escena similar a la de la película Historia de fantasmas (David Lowery, 2017) en la que, desde dos ventanas que están de frente, las figuras de dos espectros se miran y se reconocen. En un mundo apocalíptico y desolado donde resulta imposible pasar tiempo en el exterior debido al calor extremo y dañino —incluso mortal—, las cámaras, pantallas y “carros comunicadores” se han convertido en el único vínculo con los otros. Noa, la protagonista, es devota de las imágenes de hombres dormidos. Su mirada, en apariencia inofensiva, se alimenta de la imagen inmóvil del otro, del anhelo de lo imposible, como ocurre en La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, donde los que observan son ancianos acaudalados, y el objeto de contemplación, bellas jóvenes narcotizadas. Noa vive una situación de distanciamiento social y encierro muy similar a la actual, y debe salir a presenciar un acto singular: la boda de su hermana con un árbol. La situación se complica más tras sufrir trastornos del sueño e ingerir somníferos para tratar de descansar un poco antes de la unión. Experimenta algunas horas en un estado de somnolencia contra la que no puede luchar, hasta que finalmente un sueño pesado, indistinguible de la muerte, la vence.

Lo onírico como dimensión alterna, presente en varios cuentos más, es de suma importancia en el universo narrativo de Solange, preocupación más que comprensible: el acto necesario de dormir, al que dedicamos en promedio una tercera parte de nuestras vidas, culmina en un fenómeno fisiológico intrincado cuyas imágenes hemos tratado de interpretar desde el misticismo, la metafísica e incluso la psicología.

“La historia incómoda que nos contó Olivia el día de su cumpleaños”, narración que ha sido adaptada al teatro, fluye con la noche como telón de fondo para una reunión de celebración que se convierte en lo opuesto. Una ácida crítica social y la clara distinción de clases en una ciudad que divide la opulencia de la miseria son la base de este cuento en el que la figura de una leyenda urbana irrumpe en la vida de la protagonista para trastocarla por completo. Esta aparición, que se anuncia con un toquido particular que llega hasta los asistentes de la fiesta, demanda lo que parecería imposible para la mayoría, pero la protagonista lo resuelve de una forma muy práctica.

Uno de los relatos más tenaces y originales, que actualmente se está guionizando, es “Matadora”: exhibe de forma cruda la violencia de género que revictimiza a las mujeres al cuestionar las razones por las que fueron atacadas o incluso asesinadas. Mediante una triada femenina (madre-hija-gata), Solange dilucida en la ficción cómo nuestra atroz realidad podría llegar a su fin: mediante la revancha. La Matadora sabe de la misoginia y el machismo imperantes, de los abusos sexuales, sobre los feminicidios y la violencia que no se condena ni se castiga porque, para la sociedad, la víctima siempre es la culpable, y no está dispuesta a soportarlo más: “Esto nunca va acabar, pienso con desesperanza, a menos que hagamos algo todas juntas”. Así, en sus rondines nocturnos acecha y ataca a quienes antes eran los cazadores.

“El Atanudos” es otro relato de corte fantástico basado en el folclor ecuatoriano.  Aquí, de nuevo, el sueño funge como portal a otra dimensión, y uno de los personajes afirma que “del mundo normal que todos habitamos, entran y salen seres que tienen el propósito de confundirnos”. El Atanudos, ente invisible, se encarga de anudar y entorpecerlo todo: desde la mente hasta el habla, el cabello, las extremidades y los intestinos. Es una especie de maldición que se hace presente mediante un hedor agrio y que se debe endilgar —o heredar— a alguien más para quedar libre, labor que incluso se puede realizar mediante el hecho de narrar la historia.

El último cuento da título al libro y es un cierre magnífico. En él, una pareja en fuga trata de llegar a Las Vegas fingiendo el secuestro de la mujer para poder cobrar una recompensa. Una notable diferencia de edad, reflejada en sus cuerpos y en los actos inmaduros del joven, permiten percibir lo que le ocurre a la protagonista, quien se estremece tanto por el abandono —y la doble estafa— del quien fuera su nueva pareja como por la aparición de un ente sobrenatural en su vieja habitación de hotel, y este avistamiento no le produce el sentimiento esperado de terror, sino una profunda tristeza. El sitio cuenta con su propio Pequeño Museo Norteamericano de la Muerte, en el que se le rinde tributo a criminales de la talla de Bonnie Parker, quien, junto con Clyde Barrow, conmocionó a la sociedad norteamericana cien años atrás. La sabiduría de una de las empleadas del sitio afirma que “si una deja que le decidan la vida, una se llena de odios, de fantasmas”.

En este catálogo de mujeres tan distintas como sus historias, atravesadas por rayos de oscuridad y negruras íntimas, familiares, encontramos una naturaleza aparentemente ajena pero que nos habita en lo más recóndito, que forma parte de nosotros sin saberlo. Estas instantáneas muestran diversos universos que van desde lo conflictivo de las relaciones interpersonales hasta los enfrentamientos con nosotros mismos, así como parejas en un choque continuo por la constante necesidad de evitar la soledad y el abandono, por lograr sobrevivir a costa del otro.

Los fantasmas presentes en este libro son entes multiformes, convicciones, creencias de quienes los vuelven visibles, existencias alarmantes que traen consigo el pasado, los errores, los secretos y el dolor que se creían ya olvidados. Representan diversos matices del inconsciente y de lo inexplicable que, sin embargo, resulta más real que lo concreto; lo escalofriante no reside en contemplarlos, sino en saberlos posibles.

Solange trabaja de forma creativa y original una escala del terror que colinda con la nostalgia y la pesadumbre. Su inventario fantasmagórico —de seres que no terminan de encajar, que no encuentran su sitio para estar—, nos desvela algunos de sus intereses y obsesiones, como la labor que ha adoptado para reivindicar la figura femenina dentro de la literatura.

Para conocer más sobre esta autora y su extraordinario mundo creativo, su bitácora titulada “El lugar de las apariciones” es una amplia colección de peculiares imágenes acompañadas de textos únicos, como la fotografía a blanco y negro de una persona cubierta con una sábana blanca y dos agujeros en forma de círculo a la altura del sitio donde deberían estar sus ojos: “Lo cierto es que tosemos fantasmas que tenemos atascados. Nos los sacamos de la solapa con un gesto de la mano y borramos sus vestigios cuando nos frotamos los párpados. En los intersticios de los dientes siempre nos quedan fantasmas y también bajo las uñas…”.