Cuerpo, sustancias y fármacos
Durante la cuarentena, “el valor de capitalización bursátil de 20 farmacéuticas ha crecido 194,360 millones de dólares” (Méndez, 2020), y resulta evidente cuán redituables son las farmacéuticas que recuperan su sentido más etimológico, en tanto remedio/veneno que en búsqueda de una sustancia capaz de aminorar los padecimientos de esta pandemia, también desestabilizan aparatos políticos y económicos.
Ya desde hace años, la industria dedicada a la producción y distribución de sustancias médicas ha desarrollado mecanismos para aumentar sus ganancias que, para el 2017, se estimaron en 1,11 billones de dólares (AIMFA, 2018). Y si ese mercado legal resulta rentable, en el mismo periodo, Global Financial Integrity reportó que el tráfico de drogas generaba 426 billones de dólares (Clough, 2017). Bajo las regulaciones, o desde el margen legislativo, los medicamentos se posicionaron como el elemento indispensable para la vida orgánica.
La genealogía de la moral de los fármacos
Si algo ha marcado la genealogía de los fármacos es lo contradictorias que resultan las fronteras para aceptar el consumo de algunas sustancias. Aunque nuestra época parece tener delimitado el problema, estas separaciones se diluyen en algunas prácticas cotidianas que se revisarán más adelante. Por ahora es importante recuperar un breve repaso de algunas sustancias que han sido censuradas, pero tras un largo periodo, fueron consideradas como fármacos en Occidente, a partir de la modernidad y su proyecto emancipatorio-colonial en las américas.
El Caribe sacudió a Europa con el tabaco, y México agitó la controversia sobre el chocolate y sus propiedades curativas. Para 1631 se publicó en Madrid el Curioso tratado de la naturaleza y calidad del Chocolate1, del médico Antonio Colmenero de Ledesma, quien describía la preparación, usos medicinales y hasta una reflexión filosófica:
en el Cacao hay diferentes sustancias, en las unas, es a saber en las no tan grasas, hay más cantidad de lo mantecoso que de lo terrestre; y en las partes grasas hay más de terrestre que de oleaginoso. En estas hay calor y humedad (sic) predominio, y en aquellas (,) frialdad y sequedad. (Ledesma, 1631, pág. 12).
Con este tratado, el chocolate se clasificó como un fármaco que, al popularizarse en Europa, cuestionaba las reacciones corporales que causaba; la sensación placentera y “adictiva” del cacao, junto con un jocoso origen americano, llevó a la estigmatización de la sustancia que se relacionaba incluso con la lujuria. Elementos que se diluyeron a través de los siglos, hasta que, ahora, con los cuestionamientos sobre el consumo de azúcar, se ha regresado a algunas de las discusiones al respecto.
Junto con el alcohol, la cafeína también fue motivo de polémica, mientras que se apropiaban de muchos de los espacios de sociabilidad. En el siglo XIX, los cafés y bares se volvieron los personajes principales de la vida de una ciudad.
No solo se trata de la sustancia que altera el estado de ánimo, sino de todo lo que posibilita y la escena que se crea, tal como lo demuestra la cadena de venta más grande del mercado de café en taza: Starbucks, cuyo producto principal es la experiencia.
El chocolate, la cafeína, el tabaco y el alcohol son las sustancias que lograron superar la genealogía moral que las persigue, y se convirtieron en industrias legales que no están exentas de cuestionamientos, pero que han entrado en la “hegemonía del poder farmacopornográfico que se vuelve explícita a finales del siglo XX y hunde sus raíces en el origen de la modernidad capitalista, en las transformaciones de la economía medieval de finales del siglo XV que darán paso a las economías industriales, a los Estados-Nación y a los regímenes de saber científico-técnicos occidentales”. (Preciado, 2008, pág. 112)
Si como se menciona al inicio de este texto, la industria farmacéutica y el tráfico de drogas suman ganancias estratosféricas, agregar los beneficios económicos del chocolate, la cafeína, el tabaco y el alcohol, solo nos haría más evidente la inmensidad de los flujos de capital que circulan en torno al cuerpo y sus alteraciones; además abriría la pregunta sobre cuántas y cuáles son las sustancias que intervienen en el cuerpo; desde la industria alimenticia y la química en los alimentos, hasta la cosmética y el cuidado higiénico que rodean la producción y presentan una amplia polémica para categorizarlas.
Entre ilegalidad y normalización: sociedad sustancializada
Todas las mañanas, corre porque la endorfina es el mejor café para despertar; luego de la rutina de ejercicios toma jugo de soya y un cóctel completo: el multivitamínico, las pastillas naturales para mejorar la digestión, un poco de espirulina para aumentar la actividad física, ginseng para la memoria, una tableta de calcio para prevenir la osteoporosis, una aspirina para evitar infartos, una tableta efervescente para la gastritis, unas gotas para nivelar la presión, una pastilla para el cólico y un parche antinconceptivo.
A veces toma las pastillas que le recomendó el psiquiatra, pero no le gusta “abusar” porque dicen que crean adicción. A su bebida añadió vitamina A y C, para prevenir los resfriados; el jugo es de soya porque “aminora” los síntomas de la menopausia. Después del cóctel, solo come un poco de fruta, pues prefiere lo natural.
De camino al trabajo, piensa que necesita un chocolate caliente, aún no entiende esa necesidad repentina de la “sustancia” cuando está “en sus días”, aunque a manera de una masturbación alimenticia, cambia el chocolate por una barra nutricional; hay que darle placer al cuerpo, pero de manera controlada. El cuidado de su dieta está relacionado a su predisposición genética para desarrollar múltiples enfermedades, por ello, a través de dispositivos, desde los más sencillos a los más sofisticados, le han realizado pruebas para medir los niveles de las sustancias de su cuerpo y sustituirlas o compensarlas con fármacos.
Desde pequeña tiene todas las vacunas y asiste a las revisiones periódicas; los médicos examinaron cada parte de su cuerpo: contaron los dedos, midieron, pesaron, analizaron su sangre, examinaron sus reflejos, cuidaron su cuerpo de las “malformaciones”, la vacunaron contra el tétanos, sarampión, rubiola, escarlatina, y recibió alguna inyección que le dio un alergólogo. Se trata de una tecnología volcada al servicio de la normalidad, cualquier cosa se puede ampliar con una lente, sobre todo las igualdades y las diferencias, así se pueden “arreglar los defectos”.
Como en este relato, los fármacos sostienen la narrativa que ha pretendido estandarizar al cuerpo y sus reacciones. Lo mismo la conducta que los niveles de química corporal, la obsesión práctica que aspira a un cuerpo óptimo y deseable se traduce en comportamientos que reproducimos en nuestros modos de vida.
Hasta aquí la ¿ficción? para seguir con las preguntas: ¿se puede liberar el cuerpo de los fármacos que parecen necesarios para nuestros modos de vida?, ¿cuáles son los límites que posibilitan el uso de algunas sustancias y el desprecio por otras? Estamos en un mundo que coincide en la condena hacia algunos productos de este tipo, pero que ha creado mecanismos de argumentación científica para moldear las conductas a partir de las bases de esos mismos fármacos. Ejemplo de lo anterior es el creciente uso de medicamentos para atender el TDH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), en especial, el aumento del consumo de Adderall.
El uso de los fármacos para la regulación de la conducta y la personalidad se normalizó a finales del siglo XX, y la psiquiatría ha encontrado en el proyecto de felicidad, impuesto por el capitalismo, un objetivo alcanzable a través del control de la química cerebral.
Como condena, menester o sociabilidad, los fármacos diversifican sus estrategias de consumo y modelan la moral en turno. Con esto no se está obviando que algunas sustancias tienen fuertes e inmediatas repercusiones a la salud, por el contrario, lo que se propone es poner énfasis en sus usos sociales y los aspectos que se consideran para su incorporación en los flujos de capital.
Como se expuso al inicio, el consumo de algunas sustancias que fueron consideradas como dignas de prohibición, hoy se han normalizado. Sin embargo, es interesante observar que la producción y distribución de fármacos ha estado relacionada con la ilegalidad, al menos, desde la Edad Media, cuando “la inquisición condena a los cultivadores, recolectores, y conocedores de preparaciones a base de plantas, considerándolos brujas, alquimistas, parteras, herejes o desviantes satánicos” (Preciado, 2008), figuras que al margen de la naciente sistematización del conocimiento médico, guardaban experiencias colectivas, por lo que “se inicia así un proceso de expropiación de saberes populares, de criminalización de germoplasmas vegetales que culminará en la modernidad con la persecución del cultivo, el uso y el tráfico de drogas” (Preciado, 2008).
Un ejemplo de lo anterior es el cannabis, que ha permanecido dentro de las sustancias enjuiciadas debido a razones socio-culturales, sin tomar en cuenta sus efectos a la salud o al comportamiento; no obstante, que en algunas ciudades ha sido legalizado el consumo y/o la venta, esta planta solo ha conseguido entrar al diorama de “la progresiva transformación de los recursos naturales en patentes farmacológicas y la confiscación de todo saber autoexperimental de administración de sustancias por las instituciones jurídico-médicas.” (Preciado, 2008)
La moralidad de las sustancias parece definirse por una normalización, también depende de la posibilidad de cuerpos productivos y adaptados para mantener las configuraciones político-económicas de cada tiempo, y que se expresan en actos como los relatados previamente. De esta manera, y como propone Sayak Valencia en Capitalismo Gore (2010), las estrategias de producción, distribución y consumo de sustancias, replican los mecanismos de carácter expansivo y estándares de calidad propuestos por el capitalismo institucionalizado-legal.
Las estructuras de poder que imitan a los sistemas empresariales, también exponen los riesgos de la base de la pirámide, en este sentido, los cuerpos “de los disidentes distópicos (…) son ahora quienes detentan —fuera de las lógicas humanistas y racionales, pero dentro de las racionalistas-mercantiles— el poder sobre el cuerpo de la población, creando un poder paralelo al estado sin suscribirse plenamente a él, al tiempo que le disputa su poder de oprimir.” (Valencia, 2012, pág. 98)
El auge del saber técnico en torno a la normalización del cuerpo se basa en una idea de salud atravesada por valores éticos, políticos y estéticos, por lo que genera una industria farmacéutica con variantes médicas, cosméticas y conductuales. Ahora tenemos fármacos para todo, ya sea el blanqueamiento de piel, la regulación de la masa corporal, la higiene, la disfunción eréctil, o la ansiedad. En este sentido, el sistema de valores que guía a la investigación científica que se aleja de la búsqueda de “remedios” para las enfermedades y se centra en la homogeneización del cuerpo y sus conductas, conforma su ideal en valoraciones subjetivas que aún se encuentran en tensión, pero que se reafirman de acuerdo con el sistema hegemónico.
Está por demás decir que la salud, el ocio, e incluso la identidad y otras formas de subjetivación se envasan y compran en las estanterías de las farmacias, se tiñen con ellas, se incorporan al baño y la limpieza diaria, también se comen e introducen en nuestros cuerpos y en los rituales cotidianos.
La sociedad que ha sido pensada como confortable, está repleta de fármacos y sustancias para simular nuestra accesibilidad al discurso de la normalidad de los cuerpos. La producción laboral se sitúa en el centro de la configuración de lo de deseable y nuestras capacidades físicas y psicológicas estarán mediadas por la eficiencia profesional. Todo rasgo que queda fuera de los estándares puede ser modificado a través del diseño químico.
Referencias
AIMFA, A. d. (2018). Top 10 compañías farmacéuticas 2018 a nivel mundial. Obtenido de https://www.aimfa.es/top-10-companias-farmaceuticas-2018-nivel-mundial/
Clough, C. (2017). Transnational Crime is a $1.6 trillion to $2.2 trillion Annual “Business” Finds New GFI Report . Obtenido de https://gfintegrity.org/press-release/transnational-crime-is-a-1-6-trillion-to-2-2-trillion-annual-business-finds-new-gfi-report/
Ledesma, A. C. (1631). Curioso tratado de la naturaleza y calidad del chocolate. Biblioteca Nacional de España. Obtenido de http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000090098&page=1
Preciado, P. (2008). Testo Yonqui. Sexo, drogas y biopolítica . España: Espasa-Calpe .
Valencia, S. (febrero de 2012). Capitalismo Gore y necropolítica en México contemporáneo . (GERI-UNAM, Ed.) Relaciones Internacionales(19). Obtenido de https://revistas.uam.es/relacionesinternacionales/article/download/5115/5568/0