Henri Cartier-Bresson en México
La primera exposición del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson en México, tuvo lugar en 1935 en el Palacio de Bellas Artes, cuando compartió exhibición con el fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo (a quien conoció un año antes a su llegada al país). A ochenta años de dicho evento, el Centre Pompidou en colaboración con el Museo Palacio de Bellas Artes y la participación y apoyo de la Fundación Henri Cartier- Bresson, trae a México Henri Cartier-Bresson. La mirada del siglo XX, una muestra que consta con un aproximado de 398 piezas (entre las que se incluyen fotografías, collages, pinturas, periódicos y películas) y que abarca las distintas facetas de su obra. Con la exposición, según afirma el curador e historiador de la fotografía Clement Cheroux, se pretende abrir múltiples miradas del trabajo de Cartier-Bresson, abarcarlo como no se había hecho antes: mostrando su riqueza y poniendo en evidencia las distintas etapas creativas por las que pasó. En México, su figura ha sido difusa y su trabajo se ha analizado un tanto a la sombra del de Álvarez Bravo, por la relación de amistad que ambos tuvieron, pero sobre todo, por formar parte de una generación de fotógrafos que junto con Modotti y Weston, rompieron con el movimiento pictorialista en México durante las primeras dos décadas del siglo XX. Sin embargo, es preciso que la obra de Cartier-Bresson se estudie —tal como se hizo para la exposición— desde diversas dimensiones biográficas que permiten observar más de cerca al fotógrafo, así como la transformación de éste en su contexto histórico.
La década de 1930 se caracterizó por la depresión económica de Estados Unidos, lo cual provocaría que «Cuando las naciones industriales empezaron […] a resentir seriamente los efectos de la Depresión, México apareció como modelo alternativo de vida, en el que se daba primacía […] a las tradiciones antiguas y no a la competencia personal, a la producción de masa y a las modas efervescentes.».[1] En este contexto llega Cartier-Bresson a México, justo en cuando el país se encuentra en modernización gracias a inversiones extranjeras. A pesar de ello, México seguía siendo representado como un lugar rural e idílico tanto en las obras de los grandes muralistas del periodo, como en las fotografías y en el cine de la época. La fotografía de Henri Cartier-Bresson se inscribe dentro del arte moderno de las vanguardias, sobre todo dentro del movimiento surrealista que se manifestó de manera más evidente a partir de la tercera década del siglo XX. Una revisión de su vida permite observar la manera en la que fue recorriendo algunos países en África, América y Europa durante este periodo. Adentrarse en su obra significa ver las ciudades que visitó para construir una especie de geografía visual de cada lugar, de cada espacio.
Desde finales del siglo XIX, la segunda revolución industrial había propiciado un incremento en la migración del campo a los núcleos urbanos (en donde se concentraban la mayor parte de las fábricas y en donde los estratos sociales eran cada vez más diferenciados). Los campesinos eran los nuevos obreros y en las ciudades convivían con una clase media acomodada y educada que empezaba a abrirse paso. La distancia entre el público y el arte comenzó a disminuir, sobre todo porque la sociedad burguesa estaba más orientada al ocio.[2] Los ciudadanos aparecen como nuevos actores sociales que tienen diferentes ocupaciones y profesiones dentro de la gran masa urbana: obreros, prostitutas, maestros, profesionistas e incluso vendedores de periódicos comparten un mismo espacio. Henri Cartier-Bresson retrató a gente de todos los estratos sociales y culturales mientras se desenvolvían en la cotidianidad, haciendo énfasis en fotografiar, por ejemplo, el uso del tiempo libre de la clase media urbana. Cuando llegó a México en 1934, se interesó de inmediato por el paisaje urbano y entre sus retratos aparecen las prostitutas de la Calle Cuauhtemotzin (muy cerca de donde sesenta y dos años después, la fotógrafa mexicana Maya Goded iniciara su proyecto sobre la vida de las prostitutas de la Plaza de la Soledad). En contraposición a la vida urbana, Cartier-Bresson realizó fotografías de la vida rural en Juchitán, Oaxaca. Los niños y unas cuantas jóvenes aparecen ocasionalmente en estado deplorable. La desnudez de estos actores sociales recuerda un tanto al tinte colonialista con el que se había venido retratando la vida indígena en México. Todavía en el siglo XX se nota la mirada extranjera del europeo representando al indígena.
En 1938, Bresson realizó la fotografía Domingo a las orillas del Sena en la que muestra a dos parejas parisinas en lo que pareciera un picnic, se notan algunas telas cubriendo la yerba en la que están recostadas. La toma realizada por detrás de los individuos, así como el ángulo en picada, permiten ver al fondo una barca que permanece inmóvil en el río. Para 1963, Cartier-Bresson, durante una estancia en México, retrató a dos parejas de jóvenes a orillas del lago Xochimilco en una merienda al aire libre. La fotografía está compuesta de manera similar a Domingo a las orillas del Sena, por lo que la toma desde atrás y el ángulo permiten ver a las parejas sentadas sobre un petate que los protege del pasto crecido y al fondo se logran apreciar las trajineras inmóviles y llenas de gente sobre el lago.
La constante comparación entre Cartier-Bresson y Manuel Álvarez Bravo cobra sentido cuando se observan las imágenes que tomaron en la ciudad de México, porque tuvieron un gran acercamiento al poeta francés André Breton en la década de 1930, lapso en el ambos imprimieron un toque surrealista en sus fotografías. Parábola óptica (1931) es un claro ejemplo de surrealismo en la fotografía de Álvarez Bravo, mientras que uno en la de Cartier- Bresson es una fotografía en la que aparece una figura humana sentada en una silla, cubierta por telas que deforman el cuerpo (el cuerpo deformado que hace alusión a objetos empaquetados es un elemento característico del surrealismo pictórico). En esa misma fotografía se aprecia al fondo un saco negro que pende de una pared de ladrillos y que da la impresión de estar flotando por encima del cuerpo oculto.
La obra de Cartier- Bresson se inscribe en un periodo de rupturas y reconstrucciones, del paso a la modernidad en todos los sentidos, y puede observarse como una búsqueda de lo perecedero. Intentar abarcar su trabajo en un texto breve resulta una labor titánica, sobre todo porque en su análisis es necesario retomar el contexto de las artes y de la fotografía en el siglo XX; los asuntos políticos que acontecen en cada ciudad que Cartier-Bresson visitó; la evolución en su fotografía en cuanto a los temas y a la composición de las imágenes; su compromiso con el oficio y la creación de la agencia de fotografía Magnum, entre muchas otras cuestiones. Sin duda, Cartier-Bresson marcó una brecha en el mundo de la fotografía del siglo XX que debe ser ampliamente estudiada, y Henri Cartier- Bresson. La mirada del siglo XX en Bellas Artes, es un intento por sacar a la luz aquello que se ha extraído del boquete. Así, sólo queda escudriñar, seguir rascando en búsqueda de información que genere más preguntas que respuestas y que permitan observar el trabajo de este fotógrafo de la manera más completa posible.