Walter Piston (1894 -1976) – Sexta Sinfonía
Uno de los mayores reconocimientos de Walter Piston fue su trabajo como profesor de composición en Harvard, lo que hizo desde 1926. Entre sus estudiantes se encuentran Elliott Carter, Arthur Berger, Leonard Bernstein y Yehudi Wyner. También obtuvo gran reconocimiento de otros músicos y directores de orquesta como Serge Koussevitzky, Charles Munch y Erich Leinsforf, quienes fueron directores de la Sinfónica de Boston y estrenaron cinco de las ocho sinfonías que Piston compuso.
Walter estudió una carrera técnica en la Mechanical Arts High School de Boston, donde aprendió herrería. Al salir trabajó como herrero, músico o dibujante en la constructora de vías de trenes Boston Elevated Railroad, en la Escuela Normal de Massachusetts y en la Fuerza Naval de los Estados Unidos con el rango de músico segundo. En 1924 se inscribió en la Universidad de Harvard para estudiar música. Nueve años después emigró a París para estudiar con Nadia Boulanger y Paul Dukas. Allá también aprendió a tocar el violín con Georges Enescu y tocó la viola en la Orquesta de la École Normal de París. Como resultado de todas estas experiencias y una curiosidad poco común, Walter Piston tenía pericia en muchos oficios y profesiones, además de hablar francés, alemán, italiano y, desde luego, inglés.
Piston era, según afirman quienes lo conocieron, «a good laugh», alguien simpático, ingenioso y muy preparado. Si hay algo que podríamos definir como su lema ante el arte es la claridad. Para él, la claridad era una condición obligada. Si bien conoció de primera mano varias manifestaciones experimentales de la música y admiró a varios de ellos como a Stravinsky, Fauré o Ravel, su música siempre buscó la claridad con la que el público pudiera identificarse. El crítico Michael Steinberg cuenta una anécdota que revela la conciencia que Piston tenía de su trabajo: con motivo de sus setenta años de edad, los músicos de la Universidad de Harvard hicieron un concierto-homenaje para él. Después de que fue convocado para decir unas palabras agradeció al cuarteto de cuerdas «las grandes molestias que debieron tomarse para poder interpretar esa música victoriana».
Piston compuso su sexta sinfonía en 1955 para celebrar los setenta y cinco años de la Orquesta Sinfónica de Boston. El director de la orquesta (y encargado de la comisión) era Charles Munch. La obra se estrenó el 25 de noviembre de ese año con dedicatoria a “la memoria de Serge y Natalie Koussevitzky”; en la partitura hay un epígrafe del propio Piston que dice: «Esta sinfonía fue compuesta con la única intención de hacer música para que fuera interpretada y escuchada por alguien».
Para Piston esta comisión no resultó menos que un gozo. No sólo por lo que representaba para él componer una obra sinfónica con motivo del 75º aniversario de la OSB sino porque esa orquesta había sido el instrumento preferido para él. Así como varios compositores tienen en mente un cierto músico, cantante, pianista, etcétera, al momento de componer (e.g., Schubert y Michael Vogl; Prokofiev y Richter; Shostakovich y Rostropovich) para Piston, lo normal era pensar en la OSB al momento de imaginar una obra sinfónica. Desde que hizo de Boston su residencia en 1926, Piston acudía a las presentaciones de esta orquesta prácticamente cada semana. Desde 1928, cuando Koussevitzky dirigió su Pieza Sinfónica, hasta 1972 cuando Doriot Anthony Dwyer y Michael Tilson Thomas interpretaron su Concierto para flauta. La OSB interpretó veintidós de sus obras en total. Varias de ellas fueron compuestas específicamente para esa agrupación. En lo que respecta a su sexta sinfonía, no hay duda de que Piston estaba más que consciente de la sonoridad de esta agrupación:
«Cada grupo de notas que escribía sonaba en mi mente con una claridad extraordinaria, como si quienes iban a interpretar la obra acabaran de hacerlo. En varios momentos parecía como si las melodías fueran compuestas por los instrumentos mismos mientras yo los iba siguiendo. Me abstuve de tocar una sola nota de esta sinfonía en el piano».[1]
Si uno escucha la grabación de esta obra con la Sinfónica de Boston —dirigida por Munch—, puede darse cuenta de que Piston no miente. El sonido de la orquesta refleja una enorme comodidad y elocuencia; particularmente los solos de flauta, corno inglés y del chelo.
La obra comienza con una larga melodía, fluendo espressivo, para cuerdas y alientos (el acompañamiento es sutil). Esta melodía realmente fluye hasta que aparecen pequeños destellos y figuras en escalas descendientes del arpa que desembocan en un nuevo tema: otra larga melodía de carácter más melancólico que la primera y con variaciones en el color (escuchamos el motivo repetirse de un instrumento de viento al otro). El desarrollo se centra en el primer tema, cuya recapitulación vendrá hasta el final del movimiento. Después hay un silencio casi absoluto del que surgen reflejos de este mismo tema interpretados por los chelos y los contrabajos, a los que se van sumando con una suave acentuación, los alientos.
El Scherzo es con seguridad el movimiento que más hace relucir el carácter de la Sinfónica de Boston de aquellos años (cuando era dirigida por Koussevitzky y por Munch). La música inicia con las percusiones, luego vienen los violines interpretando unas escalas y arpegios muy quedos o casi inaudibles, cuya melodía apenas se asoma entre los golpeteos. Poco después, los alientos se suman para lograr un tema sostenido y la música continúa así por un largo rato; parece una muestra de cómo se puede sostener ese tema en un pianissimo y de pronto se torna en un forte que pasa rápido, pero parece la indicación para que las percusiones disminuyan su presencia; de pronto todo es silencio nuevamente.
El movimiento lento es uno de los más memorables de las sinfonías de Walter Piston. Contra un fondo de cuerdas graves un chelo, sostenuto e tranquillo, comienza una melodía que continúan el oboe y luego los primeros violines. En esta sección hay varios episodios musicales; el primero está a cargo de los alientos, iniciado por un solo de flauta. El tema del chelo regresa constantemente. La primera vez que lo hace es acompañado de todos los violines, dolce e liberamente. La siguiente vez ya es con toda la orquesta. Cerca del final, el chelo vuelve a tocar un solo con un guiño a la música de Bach.
El primer movimiento está compuesto en La menor; el segundo, en Re mayor, luego en Fa sostenido menor y ahora regresa a la tonalidad de La, pero es La mayor, lo que indica un giro de mayor animosidad y un carácter más ligero para el final de la obra. El final está conformado por varios temas, sencillos e ingeniosos, con sonoridades diversas. A diferencia de muchos compositores de música sinfónica del siglo XX, Piston sabe cuándo ofrecer un final sin dramatismos para hacer de la obra una celebración y no tanto una serie de “reflexiones intelectuales” en torno a la música misma.
Versiones para escuchar en línea:
- Si bien la grabación de la Sinfónica de Boston con Munch al frente (sobre la cual está basado este artículo) es icónica, esta interpretación de Gerard Schwarz dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Seattle arroja luz más que suficiente sobre la obra. Schwarz propone la ejecución en una suerte de tempo rubato (más flexible) en aras de lograr mayor expresividad en los pasajes más suaves y lentos. Como ejemplo está la sonoridad del Adagio, en el que alcanza una atmósfera onírica y conmovedora:
https://www.youtube.com/watch?v=pY8MsPspOWc
- La interpretación de la Orquesta Sinfónica de San Luis, dirigida por Leonard Slatkin, mantiene un ritmo más acelerado que en otras versiones. Esto resulta en una falta de expresividad en algunos movimientos (el Scherzo y el Adagio) al no señalar con la suficiente precisión los contrastes de los cambios súbitos de dinámicas quedas a fuertes; ni de lentas a rápidas. Aun así, dentro del tempo escogido por Slatkin, la constancia se vuelve un elemento que hace fluir muy bien la obra; es un director que busca la continuidad por encima de los detalles y nos permite una visión de la sinfonía a vuelo de pájaro.
- https://www.youtube.com/watch?v=gMGvPMEXE7E&list=PLHqMpxSvlrqQWPrZrGioHG8hRVh0tcm4N&index=12
[1] Texto de un programa de la Orquesta Sinfónica de Boston de noviembre de 1955. Tomado de: Howard Pollack, “Piston, Walter.” Grove Music Online. Oxford Music Online.