Tierra Adentro

Aquí puedes leer la primera parte.

Una lectura feminista y latinoamericana de la Teoría King Kong

 

El monstruo que vive en mí no se rinde

Los castigos primordiales son la muerte y la violación. El feminicidio es la cristalización absoluta del dominio; es una pedagogía de la crueldad que desde un país como el que vivimos es imposible no reconocer y no ser tocada por ella. Más adelante profundizaremos en esto. Por el momento, detengámonos en la violación, ese acto continuado del ejercicio de dominación sobre las mujeres refundando una y otra vez el orden que nos mantiene subordinadas. Es un programa político sumamente eficaz que no busca aniquilar sino castigar y disciplinar. La violación no es solo el acto, sino la experiencia de una herida que está obligada a vivirse como trauma, como tabú, se vive en el silencio, en la vergüenza y en la culpa. El castigo no es solo la violación sino no poder hablar de ella, no alcanzar nunca sanación o justicia.

Es brutal la declaración que hace Virginie: la violación es el momento en que se siente mujer, suciamente mujer. La violación es un dispositivo de castración imparable que de la misma manera que nos arrebata lo político y la capacidad de defendernos, de hacer uso de la violencia, porque la violencia no es nuestro territorio. El sacrificio que se hace sobre nuestro cuerpo busca esculpir en él la debilidad, el miedo y la humillación, la marca de una “mercancía deteriorada”. Sin embargo, aunque el monstruo está herido, no dejar que se rinda es una manera de enfrentar el castigo y anular, así, su efecto domesticador y debilitante.

Para Virginie es importante que partamos de que en un orden político como éste la violación no es un fenómeno extraordinario, sino será un riesgo inevitable que correremos mientras vivamos. No se trata de la normalización de la violación, sino de comprender el papel fundamental que juega en la instauración del orden patriarcal capitalista y entonces prepararnos para defendernos y vengarnos. Desdramatizar la violación permite a Virginie trabajar por la capacidad de recuperarse. El monstruo está herido, pero no se rinde. El trabajo sexual es una empresa de indemnización. El cine, la escritura, la literatura le permiten su venganza: exhibir la bestialidad citadina, la monstruosidad del orden, pero también resignificar al King Kong en el dominio de lo simbólico como una fuente de potencia que ha sido despojada de las mujeres: abrir la jaula.

El trabajo sexual y la pornografía en este sentido no son dos apuestas políticas reivindicativas a las que de manera directa nos lleva la argumentación de Despentes. Nos parece más bien que la experiencia de vivir como trabajadora sexual, como directora de cine y consumidora de porno le permite pensar la posibilidad, por una parte, de representar la isla y el King Kong de otra manera. El problema no es el porno, el problema no es cobrar por el intercambio sexual sino las relaciones de poder y las condiciones en las que estas experiencias se dan.

A qué otras fantasías, a qué otros puntos ciegos de la razón pueden apelarse en el cine, por ejemplo, para recuperar lo lúdico, la fuerza, la potencia de la sexualidad, encontrar en el universo de lo obsceno las energías vitales y llevarlo al dominio de lo simbólico que libere más que capture a la bestia, apropiarse de la puta como metáfora de la mujer viciosa, de la bruja, de la callejera, de la que hace lo que no debe, para hacerla aparecer como desobediente y no como víctima.

Pero también le permite, por otra parte, imaginar otro final para la película, otra narrativa en la que King Kong no muere y la ciudad sucumbe. La teoría King Kong apuesta no solo por apropiarse de las reglas de juego en la ciudad, empujadas por la virilidad entendida como potencia, que ya sería una estrategia importante en el fortalecimiento de las mujeres y su experiencia vital, sino incluso apuesta por destruir la ciudad desatando la fuerza de una sexualidad hiperpotente. La isla recupera la utopía de la sexualidad sin géneros, la hiperpotencia que no cristaliza en dominación, la vuelta a una naturaleza irracional que se aleja de los horrores de la propia razón. Nos parece que la teoría King Kong se alimenta de esta utopía, pero es una utopía negativa que no construye en la imaginación otro lugar más deseable, sino que deja ver lo nefasto de la propia realidad entendida como utopía. Muestra la barbarie en la civilización, el terror del orden y la violencia con la que se instaura. Un fantasma, un problema filosófico y político del pensamiento occidental y moderno del que Virginie forma parte no solo como pensadora, sino como punk.

 

King Kong al otro lado del Atlántico

Fueron días de diseccionamiento del texto, de los temas, de comprender su dimensión simbólica, de rastrear la relación entre la metáfora y la teoría, de encontrar esos cruces de sentido que nos hicieran inteligibles las posiciones más polémicas. Nuestro universo onírico fue afectado: nos soñamos putas, víctimas, pero también desobedientes; nos soñamos acosadas por militares en medio de la guerra. Para nosotras el diálogo se volvió una experiencia profunda que alcanzó regiones de nuestro pensamiento que no logramos identificar a cabalidad, y estamos conmovidas por ello.

mandatosdelamasculinidad

¿Qué nos dice a nosotras la teoría King Kong? ¿Cómo nos interpela personal y políticamente? Una de las apuestas de la epistemología feminista consiste en no olvidar la condición de situado de todo pensamiento y de toda producción teórica. Teorizar desde la experiencia es un acto político de militancia; nace de lo personal, pero busca hacer visibles rasgos y semejanzas de una experiencia general compartida, en este caso por las mujeres como clase oprimida por el patriarcado y como género construido por el capitalismo, ambas operaciones fundamento del orden al que nos seguimos enfrentando.

En el apartado anterior, lo que buscamos en nuestra lectura fue comprender la teoría política que atraviesa el fondo del texto, sin obviar los temas específicos y polémicos que aparecen en su superficie. Por un lado, pensamos que hemos corrido el riesgo de que, en el proceso de abstracción, los elementos más íntimos, aquellos que nos conectan afectivamente con el libro-testimonio-bomba de Virgine, se difuminen y lo vuelvan aséptico, más académicamente digerible. Y quizás algo así haya ocurrido en el proceso. Sin embargo, queremos aclarar que este no fue un ejercicio sacrificial para hacer entrar la teoría King Kong en un orden inteligible que devenga controlable. Más bien pensamos estas herramientas como indispensables para el posicionamiento que pretendemos hacer desde nuestra propia teorización y militancia feminista nacidas en México y Latinoamérica.

¿De qué orden político estamos hablando? ¿Qué orden político tiene en mente Virginie Despentes cuando denuncia el control de la sexualidad como su mecanismo fundamental? ¿De qué manera este control de la sexualidad se expresa a uno y otro lado del Atlántico? ¿Cómo historizamos la ciudad o cómo caracterizamos la isla desde acá? ¿Es King Kong la metáfora más sugerente para hablar de nuestra hiperpotencia contenida? ¿Cuáles han sido nuestros propios símbolos? ¿Qué nos dice a nosotras la “revolución de los géneros” como apuesta emancipatoria?

Más Calibán1 que King Kong

El orden político fundado en la colonización y el despojo de la tierra y de las capacidades políticas de organizar y reproducir la vida social no es el mismo en Europa que en América Latina. Es más, para Europa, América Latina fue como su isla y en todo caso, nuestro King Kong es Calibán. En la narrativa del King Kong, el monstruo es capturado, raptado y llevado a la ciudad para exhibirlo como mecanismo de control y, una vez que se rebela, es aniquilado. En la narrativa de Calibán la isla es invadida, colonizada, la ciudad se instala en ella y la civiliza. Shakespeare no representa a Calibán como se hace con King Kong: Calibán no causa ningún terror, es más bien un ser inferior, un animal despreciable más que temible; no hay razón posible en él, es bruto, hay que enseñarle a hablar, pero exclusivamente para que aprenda a obedecer las órdenes de Próspero, del colonizador. De King Kong se espera que destruya con su fuerza la ciudad y el orden entero, de Calibán que, vengativo, viole a la hija de Próspero y debilite la moral del invasor al apropiarse de “sus” mujeres. El temor a King Kong y a Calibán no es el mismo y, por tanto, tampoco sus mecanismos de control. Aunque ambas son figuras metafóricas que simbolizan el otro lado de la civilización occidental, de la razón, del progreso, de la técnica, de la evolución humana, lo hacen de diferente manera.

Veíamos cómo, para Virginie, la virilidad era la expresión citadina y masculina de la potencia de la isla y de King Kong que tiene su ideal del “hombre de verdad”, al que es imposible dar cabal cumplimiento pero que, como paliativo, ofrece la posibilidad de enseñorearse violentamente con las mujeres. La virilidad de Calibán está más precarizada, es la virilidad de un monstruo que siempre ha sido considerado inferior. El grado de frustración es mayor y su respuesta también más virulenta. ¿Cómo ser un “hombre de verdad” cuando apenas eres considerado humano, en la mina, la plantación, la hacienda, la maquila o en la fábrica? La masculinidad de aquí es sierva de aquellos “siervos arrogantes”.

 

Más Sycorax que Calibán

Pero no solo es Calibán. La recuperación y resiginficación que se ha hecho desde América Latina por teóricos y poetas latinoamericanos ha olvidado a Sycorax, la bruja, su madre, un olvido aprendido del mismo Shakespeare que no le dio ninguna importancia en su obra. Si Virginie hace el contraste de la bestia con la bella como epítome de la feminidad, acá simplemente, esa bella no existe, acá es Sycorax, es la bruja, la india, la negra, la empobrecida, la campesina, la migrante. La condición de doble o triplemente marginadas que somos las mujeres en América Latina también nos pone en jaque con el ideal de la feminidad construido desde Europa en la que la hiperpotencia, la fuerza de las mujeres era contenida y gobernada.

El papel que desempeña, por ejemplo, la maternidad como su aspecto más glorioso, en una especie de correspondencia pedagógica con la pretensión del Estado fascista de controlarlo todo, según la teoría King Kong, encontraría quizás un símil en América Latina en el propio disciplinamiento religioso sobre las mujeres y en su discurso sobre las bondades, incluso sagradas, del ser madre. Sin embargo, pensamos que esa sacralización no apunta pedagógicamente a la satisfacción de un interés de élite con miras al establecimiento de un orden fascista. El desarrollo histórico del orden colonial al estado neoliberal actual no ha precisado del consenso que el propio orden fascista exige. Virginie estaría quizás hablando de una biopolítica a lo Foucault, de disciplinamiento y de control; nosotras sentimos que no nos alcanza para comprender la realidad tan cruda y violenta a la que nos enfrentamos, nos suena más la necropolítica de Mbembé, en todo caso, la pedagogía de la crueldad, el capitalismo gore.

La precarización de la vida en los países periféricos del capitalismo es un mecanismo del orden político global en el que los ideales de la feminidad y de la maternidad, incluso la propia división sexual del trabajo como mecanismos de control han funcionado muy distinto. Pensemos en los cuerpos de las mujeres racializadas y precarizadas, en su experiencia de colonización, esclavitud y explotación; en los cuerpos de las mujeres indígenas y negras sometidas tanto a parir y producir mayor mano de obra como a ser explotadas en el trabajo esclavo igual que los hombres: ¿Cuál maternidad si las hijas e hijos son robados, vendidos, ahora desaparecidos? ¿Cuál feminidad posible, cuál jaula sino la plantación, la mina, la hacienda, ahora la maquila? ¿Cuál delicadeza o debilidad si difícilmente son consideradas mujeres, humanas y no animales de carga, y la más de las veces no son sino cuerpos de mujeres pobres que no importan? No significa que la feminidad que describe Virginie no sea también un ideal que ha sido trasladado culturalmente como mecanismo de control de la sexualidad a América Latina, solo que acá tiene una historia distinta y no está dirigida necesariamente a todas las mujeres independientemente de su raza o de su clase.

 

Por un nosotras fuera de la jaula

Ahora bien, en lo que nos sentimos profundamente interpeladas es en el llamado a romper el mandato a no defendernos, a romper ese dispositivo de castración de nuestra potencia. Y es que aquí los castigos por el incumplimiento a los mandatos de feminidad, de subordinación colonial y patriarcal se conjuntan con los ejercicios de reforzamiento de una masculinidad también doblemente frustrada, por eso es que vivimos en el límite. La violencia a la que son sometidos nuestros cuerpos en la guerra contra las mujeres que enfrentamos hoy en nuestro país ―entre cada tres y cinco minutos una mujer es violada y nueve al día son asesinadas―, nos ha puesto en una situación de vida-muerte y de riesgo constante; necesitamos romper los límites impuestos en el uso de la fuerza y Virginie nos conmina a aprender a defendernos, incluso a vengarnos de nuestros agresores.

En términos de principios políticos coincidimos también en algo que nos parece esencial: el despojo de lo político y su abandono consensuado nos impide y nos aleja de nuestra emancipación. Cuando Virginie reflexiona sobre la manera en la que se organiza lo colectivo, volviendo a la metáfora, la manera en la que la ciudad es constituida da cuenta de cómo las mujeres son despojadas de su poder de hacer y rechazar, es decir de su poder de decidir, de organizar la vida social de tal manera que les sea favorable. ¿Por qué ―se pregunta― no se ha hecho una reorganización de los cuidados, de lo doméstico? ¿Por qué no hemos organizado la producción de lo que necesitamos como mujeres?

Aunque el tono testimonial del libro pareciera dar luz sobre todo a formas de resistencia y transgresión individuales que posiblemente sean útiles para reivindicar y modificar la visión del mundo de algunas chicas a título personal, también nos parece necesario apuntalar estos asomos colectivos, acá diríamos comunitarios y de clase, que también están presentes en el texto. En este sentido la abstracción de la “revolución de los géneros” no sería una mera consigna panfletaria como podría leerse, sino que obedece, más bien, a un horizonte utópico donde el control de la sexualidad, que sostiene el orden político, ha sido dinamitado.

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Nuestra isla no sería el caos, la oscuridad y lo innombrable, lo excesivo y poliforme de la sexualidad. Es curioso, pero desde América Latina, desde los pueblos del Abya Yala, desde los feminismos más alejados de la domesticación colonial y capitalista, la metáfora no acude a lo monstruoso, quizás ni siquiera haya metáforas a las que recurrir, sino que esas energías nacen de la propia necesidad de defender urgentemente la vida: del territorio acechado por el capital, de nuestro cuerpo asediado por el machismo que mata. La recuperación de la relación orgánica con todo lo vivo es la recuperación también del poder de nuestros cuerpos y de toda política posible para nosotras.

Entendemos que, desde Europa, a las tendencias fascistoides se les enfrente con una política de la ruptura, de lo incontrolable. Pero también nos queda claro que contra el capitalismo gore ―que aniquila cuerpos y territorios en su afán infinito de acumular ganancias― y también contra esa expresión neoconservadora de la castrante religiosidad popular, no basta responder desde un paradigma político así, para nosotras aún muy posmoderno incluso en algún sentido ajeno.

Los feminismos latinoamericanos están respondiendo desde la apuesta política por la construcción, reconstrucción y multiplicación de lo común, por aquello que nos interpela a todas y a cada una en sus diferentes posiciones, pero que pasa por trabajar relaciones sociales ancladas a la reproducción comunitaria de la vida, por hacer más eficaces los cuidados entre nosotras, por organizar los mecanismos y elaborar las estrategias que nos permitan el ejercicio de deliberación colectiva y de las capacidades políticas en el destino de nuestros territorios, empezando por nuestros cuerpos.

Son muchas las maneras en las que estamos saliendo de la jaula, muchos mandatos de feminidad, pero también de clase y de raza que se desobedecen en esta reciente oleada imparable de feminismos en la región. Claras muestras de rebeldía que no se detienen en la ruptura del consenso patriarcal que busca mantenernos en la posición histórica en la que hemos sido subordinadas, sino que, volviendo a la metáfora de la isla conquistada por la ciudad, van abriendo grietas, intersticios por donde resurge la vida aplastada por el asfalto.

Salimos de la jaula cada vez que nos organizamos y tomamos las calles para gritar los nombres de las asesinadas y desaparecidas, cada vez que hacemos públicas nuestras denuncias y les creemos a las otras, porque reconocemos que compartimos esa herida común. Cada vez que nos organizamos para la autodefensa y nos reunimos para consensar estrategias para la sobrevivencia cotidiana o para compartir los cuidados maternos; en chats para monitorear nuestro regreso a casa salvas o en los grupos para el acompañamiento emocional. Cada vez que le apostamos a la organización colectiva, la autogestión y el apoyo mutuo.

Sabemos que dejar la jaula no es fácil. Sabemos que estamos aprendiendo a caminar fuera de ella y que estamos en peligro. Sabemos, también, que hacer a un lado las herramientas del amo requiere de disciplina y cuestionamiento constante, de evitar a toda costa el disciplinamiento de nuestras propias rebeldías. Hay una historia larga que nos antecede: miles de King Kong como Virginie, calibanas, brujas, desobedientes, revolucionarias, que diariamente nos enseñan la potencia de ser libres. En el camino estamos encontrando a otras, dispuestas también a apostar por la dinamita y la alegría, por eso que para Virginie es salvaje y que no es sino la potencia de la vida misma, fuente primera de todo lo político.


 

  1. Calibán es un personaje de la obra de Shakespeare La tempestad, en la que narra el naufragio de una embarcación europea en una isla donde habita un ser mitad humano mitad pez, salvaje y feo, a quien se esclaviza. Ha sido una figura recurrente en el pensamiento crítico latinoamericano que busca confrontar las visiones racistas e imperiales con las que el Caribe y América Latina han sido sujetados. Una de las recuperaciones más significativas que se han hecho, a nuestro juicio, es la de Aimé Césaire en su obra Una tempestad, desafortunadamente poco conocida.